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Capítulo IX: Finis Tempus

El bosque había perdido el silencio, los sonidos de la batalla hacían eco entre los árboles, pero esto no hizo que nos echáramos atrás. Tenía el látigo en mano, observando desde lejos al monstruo al que llamaban titán, cuyo nombre habían mencionado como Thanos. Apreté la empuñadura del látigo, quería acabar con todo aquello de una vez.

Un poco más lejos, Steve me dirigió una mirada, claramente adivinando mis pensamientos, y se acercó abriéndose paso entre aquellas criaturas negras contra las que luchábamos.

–Ni se te ocurra, Kira– golpeó con el escucho derecho a uno de aquellos seres.

Me giré a tiempo de ver caer al monstruo tras de mí, mientras, de dentro de mi chaqueta, saqué un cuchillo para rematarlo.

Noté como algo pasaba volando a mi lado, aunque prácticamente no me dio tiempo a apartarme, cuando una figura pequeña y rubia, haciendose sitio a mi lado.

–No dejes que se acerquen a nosotras– convertí mi puño en hierro para dar un golpe– Y ten cuidado.

Ella asintió en silencio, esquivando golpes o lanzando lejos a nuestros oponentes mientras avanzábamos y la cubríamos, usando nuestras armas.

Hasta ese momento, no recibimos noticias de la princesa, por lo que no debía de haber ninguna dificultad con lo que fuera que estuvieran haciendo en el laboratorio. Sin embargo, los cuatro pudimos ver con claridad como Visión se precipitaba desde lo alto, en plena lucha contra uno de los "hijos" del titán.

–Visión está en problemas– informó mi hermano a través del auricular.

–Yo me encargo– declaré en cuanto lo escuché, usando mi poder para desaparecer de allí y acercarme al lugar donde se encontraban Visión y el supuesto hijo del titán.

Miré en derredor, empuñando el látigo, aferrándome a este con tal fuerza que las inscripciones quedarías impresas en mi piel.

–Así va a conseguir que la maten– escuché la voz de Bucky al otro lado del auricular, lo que me hizo dibujar una pequeña sonrisa cínica.

–Y si vais solos también– añadió mi hermano, con voz cansada.

Borré mi sonrisa al escuchar la pelea algo más lejos, por lo que, en paso firme, avancé hasta encontrar, en un pequeño claro entre los árboles, a Wanda luchando con el titán y Visión tendido en el suelo, herido de gravedad.

Él se limitó a levantar el brazo con un gesto débil y señalar hacia los que peleaban apenas unos metros más allá, dándome a entender que ayudara a Wanda. En aquel momento, no podía hacer nada por él salvo distraer al titán.

De modo que así lo hice, convertí mi puño derecho en hierro, mientras que con el izquierdo empuñé el látigo, activándolo para sentir aquella especie de vibración que emitía el vibranium al activarse. Lo cierto es que temía al titán, pero realmente todos allí lo hacíamos en mayor o menor medida, pero no por ello me echaría atrás. Si para acabar con todo ello tenía que enfrentarme a él, que así fuera.

Él dibujo una sonrisa al verme venir, apartando a Wanda con una pasmosa facilidad, estudiando mis movimientos con una mirada fría y calculadora. Se mantuvo en silencio hasta que quedé a apenas unos pasos de él, enfrentándole, sin apartar la vista en ningún momento.

–Muéstrame como eres realmente, "Ghost"– usó una de las gemas que llevaba en el guantelete, la de la realidad, puesto que emitió un brillo rojizo, haciendo que mi puño volviera a su forma original, deshaciendo mis poderes.

Sentí como algo se introducía en mi mente, como un parásito que se deslizó hasta mis pensamientos y deseos más profundos. Experimenté como se clavaban miles de agujas dentro de mi cráneo y, agarrándome la cabeza, caí al suelo, de rodillas, incapaz de soportar aquellos niveles de dolor. No podía pensar en otra cosa que no fuera aquel persistente tormento, hasta tal punto que no sabía si el grito que escuchaba en la distancia era mío o lo emitía otra persona.

Pero no llegué a adivinarlo, porque perdí la consciencia.

. . .

Cuando abrí los ojos, encontré frente a mi el salón de mi casa. No se trataba de mi casa actual, sino aquella que había habitado en el 1945. La hoguera crepitaba con un suave y relajante sonido que iluminaba con su tenue luz el sencillo salón. Una niña de cabello aúreo recogido en una trenza con un lazo azul pastel correteaba por la sala, jugando con un oso de peluche. Sonreí, aquello era lo que siempre había soñado, quizá todo aquello de ser una heroína, de tener poderes, había sido un mal sueño porque me había quedado dormida en el salón, vigilando a nuestra hija.

La música se escuchaba de fondo en mi emisora favorita, hasta que esta paró y me vi obligada a buscar el origen de esto, intranquila. Pero en seguida me calmé al escuchar aquella voz tan conocida para mí.

–Todo ha terminado, Kira– apareció en mi ángulo de visión, por lo que en seguida pude ver aquellos ojos azules que desde siempre me han brindado tanta seguridad– Ya podemos vivir como una familia, los tres.

Su cabello oscuro era corto, peinado de la forma meticulosa de siempre, vestía una camisa blanca y unos pantalones cómodos. Aunque todo tenía aquel ambiente tan familiar, no podía evitar sentirme tensa y algo asustada. Sin embargo, él me colocó un mechón de pelo tras la oreja con un gesto suave, sin prisa.

–Es hora de descansar– susurró en mi oído, entrelazando sus manos con las mías para acercarme un poco a sí mismo mientras se apartaba lo suficiente para dejar nuestros rostros a centímetros.– Ya ha pasado.

Me dejé llevar un poco más, algo confundida, ¿el qué había acabado? Quizá se refería a la guerra, a todo el sufrimiento que habíamos pasado, ya quedaría atrás, los tres estábamos vivos y éramos finalmente una familia.

Pese a todo ello, había algo que fallaba, quizá sus manos tomando mi cintura con brusquedad, quizá que, sus ojos, el único lugar en el que podía centrarme sin sentir un persistente dolor de cabeza, habían empezado a brillar de una forma antinatural. Quizá era el sol, quizá era la hoguera. Quizá el frío que sentía a pesar de nuestra cercanía solo era producto de mi imaginación, o solo estaba empezando a enfermar.

Quizá es que todo ello era solo un sueño.

. . .

La luz del sol me deslumbró cuando desperté, boqueando en busca de aire, como si durante todo el sueño hubiera estado conteniendo el aliento a la espera de que acabara, temiendo lo que había ocurrido, que todo fuera producto de una fantasía.

Parpadeé un par de veces, con la vista borrosa, tratando de diferenciar algo de lo que percibía en mi ángulo de visión. Tardé unos segundos en distinguir la figura que tenía delante de mí, los ojos índigo, la melena parda, el traje cobalto y el gesto de preocupación. Eran los mismos ojos zarcos de mi sueño, solo que... Ya no existía aquella chispa de antes, al menos, no de la misma forma.

–¿Estás bien?– formuló, quizá al advertir mi mirada perdida, notaba cierta urgencia en su voz, como si pensara que me había pasado algo peor que un sueño.

–S-sí, estoy... Estoy perfecta– traté de ponerme en pie con su ayuda, dispuesta a unirme a la batalla.

Antes de que ninguno de los dos lograra unirse a la batalla, un chasquido hizo eco en todo el valle, logrando que el mundo apagara cualquier sonido.

Desde aquel momento, todo fue de mal en peor.

Me giré para mirar a los demás a mi alrededor, Bucky, Steve, Natasha, Lara... Todo seguía igual que antes, nada había pasado.

Hasta que todo empezó a ocurrir a una velocidad demasiado rápida para poder entenderlo todo.

Escuché un golpe tras de mí, Bucky había tirado la pistola, o, mejor dicho, se le había caído. Ya no podía sostenerla, su mano ahora era polvo y su brazo correría el mismo destino, al igual que todo su cuerpo.

–Kira...– traté de tomar su mano, que buscaba la mía, pero cuando logré tomarla fue demasiado tarde, solo pude contemplar, con impotencia, el polvo que había quedado en el suelo y en mis manos.

Solo podía escuchar los latidos de mi propio corazón, latiendo a una velocidad de vértigo por lo que acababa de presenciar. Demasiado rápido para que mis sentidos reaccionaran, esto no podía ser real, había demasiado silencio, todo ocurría demasiado fugaz.

Todo lo que estaba pasando me hacía sentir en una pesadilla, algo ajeno, el polvo que tenía ante mí no podía haber ido él... Seguro que me despertaría en cualquier momento...

Hasta que la voz que me despertó no fue como esperaba.

–Mamá...– escuché su voz, escuché su súplica, me estaba pidiendo ayuda, me necesitaba, necesitaba que su madre la salvara de aquel destino terrible, pero fue demasiado tarde, cuando me giré, era demasiado tarde, lo único que encontré fue polvo donde antes había estado mi hija.

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