❪⛤❫ 𝖈𝖆𝖕𝖎́𝖙𝖚𝖑𝖔 𝖘𝖊𝖎𝖘
Apenas fue capaz de resistir la insistencia de aquel pequeño rayo solar por solo unos segundos antes de abrir los ojos. Restregando su rostro con una mueca de cansancio mientras volvía a enredarse entre las frazadas. La mata de pelo castaño se le había pegado al cuello, cubriendo gran parte de su cara, pero Diana continuó con el rostro hundido en la almohada.
Le tomó un poco más de tiempo darse cuenta de que aquellas no eran las paredes de su habitación, y entonces, fue consciente de la cruda realidad en la que seguía viviendo.
Suavemente, se fue reincorporando de a poco hasta quedar sentada en el borde. Sintió el frío de la mañana erizar la piel de sus piernas, empujándola a abrazarlas contra su pecho mientras observaba cada espacio de aquel cuarto con añoranza.
Su pecho se estrujó dolorosamente, y continuaba sin saber cómo era posible.
Se supone que debía odiarlo, después de todo lo que hizo, era lo menos que se merecía por su parte. Pero Diana se sentía vacía sin su presencia en aquella casa, sin verlo en la cocina preparando la cena, o sentado en el sillón de la sala leyendo el diario los domingos...
Sin siquiera quererlo, terminaba echándolo de menos más de lo que podría aceptar para sí misma, y eso la estaba destrozando.
-Regresa a casa -las palabras salieron pobres de su boca, como un murmullo dicho entre dientes. No supo para qué, si de todas formas no serviría de nada.
Diana se levantó de la cama y bajó las escaleras hacia la cocina en silencio. Allí, vió la cabellera azabache de su abuela moviéndose de un lado a otro, sin parar. Dejando un montón de cosas deliciosas sobre la isla de la cocina.
-¡Buenos días, mi niña! -la saludó sin siquiera voltearse para ver.
-¿Cómo puedes saber que estoy aquí? Ni siquiera me has visto.
-Simplemente lo sé -Kate se encogió de hombros, haciéndole una seña para que fuera a sentarse junto a ella- Aprendí a darme cuenta desde que eras niña.
Diana arrastró una silla en silencio y miró con desgano el plato con tostadas que tenía delante. Realmente se sentía que como si el hambre se hubiera esfumado desde días atrás, pero su abuela había tomado la costumbre de regañarla cada vez que la veía rechazar las comidas. A su entender, era muy importante para ella estar bien alimentada. Para todo adolescente a decir verdad.
-¿Qué es lo que vas a hacer hoy? -preguntó la señora Meade, pinchando un trozo de melocotón con su tenedor para llevárselo a la boca.
-Ir a clase, estudiar, pasar el rato con mis amigos. Lo que haría cualquier adolescente -Diana se encogió de hombros- ¿Qué pasa? ¿Vas a ponerme algún tipo de rastreador o algo?
La mayor apartó la vista de su desayuno y se dedicó a mirarla con reparo. Suspirando segundos después:
-No. Claro que no.
-¿Entonces por qué quieres saber?
-Solo me preocupo por tí, es todo -resaltó. Acto seguido, tomó la servilleta para limpiar sus labios- Alguien se ha levantado con muy mal humor por lo que veo.
La castaña intentó contener la respiración por un momento, solo para terminar exhalando después y apretando los ojos con molestia.
¿Qué rayos le estaba pasando?
Ella no era así. Nunca se había visto a sí misma como una persona borde o furica, pero le atribuía esos repentinos cambios de humor a todas las cosas malas que le habían sucedido en los últimos tres meses, y las cuales parecían estarla rebasando.
Necesitaba hacer algo para cambiarlo. Necesitaba volver a ser la chica de antes... aunque eso pareciera tan lejano ahora.
Ella negó lentamente, sintiéndose mal consigo misma.
-Lo siento. Es solo... no sé qué me sucede.
-Sé que dormiste en la habitación de tu padre -la interrumpió su abuela, haciendo que esta volteara la cabeza en su dirección- Y oye, está bien. No tienes por qué sentirte mal por eso. Lo extrañas y es algo normal.
-Él nos dejó.
-Las cosas no son así, Diana -negó la mayor, viéndola tragar grueso y contener la cristalización de sus ojos.
La joven bruja le sostuvo la mirada con firmeza, inexpresiva mientras decía:
-Bueno, él no está aquí ahora ¿No es así?
-Tuvo que hacerlo. Él...
-Para protegerme. Conozco esa historia -le cortó- Iré a prepararme para la escuela.
Diciendo esto, se levantó de la mesa con su desayuno a medio terminar. Si comía algo en esos momentos posiblemente lo vomitaría después, y no quería forzar más a su estómago.
No obstante, Kate la detuvo antes de que pudiera pasar el umbral del comedor.
-Diana... tarde o temprano tendremos que hablar de él. Es importante que sepas toda la historia.
Aunque una parte de ella deseaba poder aceptarlo, otra se encontraba demasiado lastimada como para ceder. Era como una encrucijada donde la única persona a quien debía enfrentarse era ella misma, y ese era su mayor problema. Temía hasta de sí misma, de su poder, su magia, su sangre... Eran cosas que no podían simplemente ignorarse. Y llegados a ese punto, cualquier cosa que se relacionara con la brujería directamente la aterraba, cuando antes le había fascinado hasta el punto de crear al mismo círculo.
Irónico. Ella los había descubierto, y ahora huía de ellos.
A veces, tan solo deseaba ser más como Cassie. Su media hermana parecía saber dominar su lado oscuro mejor de lo que ella podría. Usaba su magia oscura para protegerlos sin ceder por completo a esta. En cambio ella se sentía tan débil y hueca ante la sensación que esta provocaba en su cuerpo que no dudaba que en algún momento esto le acabase afectando.
Puede que Diana fuera un poco más medida, pero de las dos, la rubia de apellido Blake siempre sería la más fuerte.
Esa tarde, cuando escapó de sus últimas clases para ir a reunirse con ella en la casa abandonada, Diana la encontró dibujando un pentágono de sal alrededor del Cráneo de Cristal, rodeado por un círculo de velas cuyas llamas parecían bailar pasivamente dentro de aquellas paredes.
Cassie lucía muy concentrada. Había tenido que esconder la reliquia dentro de su bolso cubierta por una sábana para ignorar la tentación que la atraía directamente a ella, y así poder llegar hasta allí.
La apellidada Meade dió un paso dentro del lugar, y la cabeza de rizos dorados se alzó al sentirla llegar.
Cassie sonrió:
-Hola.
-Hola -respondió Diana, deteniéndose delante del pentágono y escondiendo las manos dentro de los bolsillos de su abrigo mientras veía a la chica con confusión- ¿Qué es esto?
-Un ritual... para destruir el Cráneo -dijo- Según sé, la sal ayuda a expulsar los malos espíritus de un cuerpo, así como a veces los retiene dentro de sus paredes. Las velas son para lograr concentración, así podríamos terminar el trabajo pronto y sin problemas.
-¿Estás segura de que funcionará?
-No lo sé. Pero podemos hacer el intento -murmuró, aunque no lucía tan insegura- Necesitamos deshacernos de esto lo antes posible.
-Vale ¿Qué es lo que tengo que hacer?
-Busca el Libro de las Sombras de mi madre. Ahí encontrarás una página con un hechizo para purificar un artefacto maligno.
Diana hizo como le ordenó, comenzando a hojear el viejo diario hasta llegar a la página correcta. Allí encontró las instrucciones que Cassie estaba cumpliendo al pie de la letra, bañando la calavera con agua de lluvia y sal.
-Vamos a tomar todas las precauciones -le dijo la rubia, al tiempo que dibujaba otra circunferencia alrededor- Con un triple círculo de protección todo estará bien.
-Pero este es un hechizo para el que usamos magia blanca, y eso no será suficiente para destruir el Cráneo ¿O sí?
Vió el rostro de la ojizaul adoptar una expresión gris, dándole a entender que al igual que ella, se encontraba escasa de otras opciones.
-Tenemos que hacer el intento.
Cassie estaba al tanto de la repulsión que sentía la castaña hacia la sangre Balcoin, y por eso recurriría a todas las posibles vías en las que no tuvieran que usar su magia negra para acabar con la reliquia. No obstante, eso no significaba que fueran a funcionar. Pero ella rezaba porque así fuera.
No quería presionar más a Diana de lo que ya lo había hecho. Aquella situación era demasiado.
-Y... ¿Cómo fue tu verano? -preguntó con el único objetivo de aligerar el ambiente, dándose cuenta que desde su reencuentro, ninguna de las dos se había acercado a la otra para hablar sobre cosas tan sencillas como esa.
Sentía que quería contarle todo lo que había vivido durante aquellos últimos dos meses, de su viaje y sus descubrimientos. La antigua Diana y ella se habrían sentado en aquel sofá y habrían estado horas tan solo charlando, sin aburrirse. Pero ahora las cosas habían cambiado. Ambas habían cambiado.
La castaña se encogió de hombros, apartando su mirada hacia otro sitio que no fuera su rostro.
-Nada de lo que emocionarse, la verdad -respondió.
-¿Qué hay de tu viaje? -saltó- ¿O Grant? ¿Continúan en contacto?
-Grant es un idiota.
Ante su respuesta, Cassie guardó un incómodo silencio que solo se extendió hasta que ella se reincorporó de su asiento y se dignó a mirarla directamente.
-A veces nos toma un poco de tiempo para darnos cuenta de las cosas -dijo- Al principio fue todo un cuento de hadas donde él era el príncipe encantado, y supongo que eso es lo que me cegó. Él era demasiado galante, tierno, atento... luego se volvió el ser más egoísta del mundo. Y yo no soy propiedad de nadie más que de mí misma.
-Vaya, Diana. Lo siento. -Cassie agachó la cabeza avergonzada- No debí tocar ese tema.
-No. De hecho, agradezco que sea así -la interrumpió- Llevaba días con esto atorado en el pecho y realmente necesitaba hablar con alguien ¿Y quién mejor que mi propia hermana para eso?
Por unos segundos, ambas parecieron percibir la misma complicidad que guardaban antes. El mismo sentimiento de comodidad y cariño que las unía y las hacía sentir tan bien con la compañía de la otra.
Una sonrisa genuina brotó por entre los labios de Cassie, y Diana le correspondió. Ninguna de las dos sintiéndose forzada.
-Te he echado mucho de menos -habló la de apellido Blake, recibiendo un asentimiento por su parte.
-Yo también.
Rápidamente, la más pequeña se levantó del suelo y fue hacia el sofá para estrecharla fuertemente, y Diana correspondió a su abrazo con otra sonrisa. Sin poder creer lo mucho que necesitaba de ese gesto hasta que finalmente se sintió en paz estando así.
Cuando se separaron, las dos tenían los ojos cristalizados y brillantes como perlas, pero se secaron las lágrimas con el dorso de la mano antes de que pudieran caer.
-Creo que deberíamos iniciar el ritual -rió.
-Sí, tienes razón. Adelante.
Se sentaron una en frente de la otra, delante de los tres círculos de sal y la calavera, la cual parecía relucir con la poca iluminación que llenaba la vieja casa y las llamas de las velas.
-Muy bien -dijo Cassie calmadamente tras un suspiro- Vamos a buscar una zona del cráneo que nos llame la atención. Concentrarnos en ella y buscar los detalles que nos hagan unirnos con él.
Sus ojos, cafés y azules, se fijaron directamente en el artefacto. El cráneo estaba frente a ellas directamente, sus cuencas oculares vacías mirándolas fijamente. Pero eso no fue lo más curioso, sino que este brillaba cuando ellas usaban su energía para trabajar con él.
Las llamas de las velas a su alrededor jugaban en su superficie, y el cristal a su vez reflejaba y refractaba la luz. Casi parecía... vivo.
Cassie y Diana se tensaron, enderezándose para tomar sus manos alrededor de este y concentrar todo su poder en ellas.
No lo habían dicho en alto, pero tenían miedo de volver a mirar.
Sin embargo, cuando lo hicieron -mas por obligación que por voluntad-, ninguna pudo encontrar el rostro brumoso de nuevo.
El cráneo había desarrollado una cualidad inquietante. Las cosas parecían estar moviéndose dentro de él. Era casi como si estuviera hecho de agua, contenido dentro de una fina piel, y las cosas flotaran lentamente.
Ambas se quedaron observando la pequeña fractura prismática en la cuenca del ojo izquierdo, justo donde estaría la pupila de un ojo real. Parecía una puerta entreabierta de la que salía luz.
Cassie miró hacia la puerta, sintiendo un hormigueo en el cuero cabelludo.
-Perdes te, malum artificium -pronunció en baja voz, siendo acompañada por Diana después:
Perdes te, malum artificium. Magica furtiva redit et tenebras pellit
Una ráfaga de aire comenzó a entremezclarse en el interior de la casa, bailando alrededor de los cuerpos de ambas brujas, y apagando el fuego de las velas en su trayecto hasta sumirlo todo en una quieta oscuridad.
Diana pudo sentir una energía extraña picando en la palma de su mano, más específicamente donde se encontraba la espiral, y Cassie también lo sintió.
Era como si un fuego potente brotara de sus corazones hasta concentrarse en la marca, haciéndola arder con tal fuerza que el fuego comenzó a correr por ellas. Colisionando con la calavera de cristal.
Las chicas se miraron con impresión, intercambiando iguales sentimientos de miedo, pero no se detuvieron.
El poder siguió fluyendo de sus cuerpos, concentrándose en el artefacto, rodeándolo al igual que si quisiera borrar cada parte de él. Pero así como ellas eran fuertes, este lo era incluso más.
Pronto la energía fue demasiado que soportar y una fuerza similar al puño de la Tierra las mandó a volar lejos del cráneo. Cassie cayó sobre el suelo, tendida a la larga, mientras que la espalda de Diana chocó contra las escaleras.
Adoloridas, ambas levantaron la cabeza y se dieron cuenta de que el cráneo continuaba estando intacto, en el centro del círculo, sin ninguna grieta o rotura.
-¿Qué ha sido eso? -preguntó la hija de Charles Meade, lentamente poniéndose en pie con la mano apoyada allí donde más se había golpeado.
Cassie negó, agachándose para tomar el artefacto entre sus manos.
-Absorbió nuestra magia -dijo en apenas un murmullo- Ningún hechizo que utilicemos será suficiente. Es indestructible. A menos que...
Ella se obligó a cortar sus palabras, pero la mirada insistente de su media hermana le estaba exigiendo una respuesta.
-¿A menos qué que?
-A menos que utilicemos magia negra.
Primero, la expresión de Diana fue pasando de la desesperación a la confusión, mientras sus facciones se endurecían lentamente hasta adoptar una mirada de horror.
-De ninguna forma -respondió entre negaciones- No. No puedo hacer tal cosa.
-Es nuestra única oportunidad...
-Recuerda tus propias palabras. Mientras más recurramos a la oscuridad, más se apoderará de nosotros.
-Diana, esto es importante -insistió- Tenemos que destruir la calavera antes de que otra amenaza pueda aparecer y usarla contra nosotros. Un objeto tan poderoso en manos equivocadas representa demasiado peligro.
La castaña siguió negando, dando tres pasos hacia atrás. Sus ojos estaban llenos de miedo, y su cuerpo temblaba.
-Lo lamento, Cassie -dijo con rapidez- Lo sentí una vez... y fue suficiente para darme cuenta de que no quiero volver a sentirlo nunca más.
Antes de que la rubia pudiera contestarle, Diana ya había tomado su abrigo, y desapareció por la puerta al igual que un fantasma. Dejándola sola en medio de aquel siniestro silencio.
Algo dentro de Cassie se activó como un pequeño botón, el cual mandó un pensamiento a su cerebro que resultó siendo bastante negativo, pero que le habló al igual que su conciencia y le dijo que si quería salvar a sus amigos, la única manera de hacerlo sería encargándose de aquel asunto...
Completamente sola.
●●●
Desde que había cumplido los doce años, Adam solía ayudar a su padre con el Boathouse, ya fuera sirviendo de camarero o trabajando en la barra. Como eran solo ellos dos, y ahora con sus abuelos del otro lado del país, cualquier entrada de dinero extra les servía bien. Por eso el joven se dedicaba a trabajar hasta altas horas de la noche, solo hasta que ya no hubieran más personas por los alrededores.
Sin embargo, se le hacía exhausto muchas veces. Los últimos dos jóvenes que cumplían turnos junto con él habían dimitido días antes de terminado el verano, y todo allí resultaba muy aburrido.
Por eso, aquella tarde cuando Adam iba de un lado a otro, y el bar se encontraba lleno hasta la última mesa, le resultó un alivio ver a Melissa entrando por la puerta con un mini delantal por encima de los jeans. Porque eso solo significaba que estaba allí para apoyar a la causa.
-Realmente no te merezco -habló cuando ella ya se había acercado, y le quitó los menús de las manos.
-Digamos que no tenía mucho que hacer sola en casa. Y Faye está detrás del chico nuevo, así que preferí venir a echarte una mano.
-¿No deberías estar protegiéndote de los cazadores?
-Debería, pero dudo mucho que vayan a atacar con tantas personas alrededor ¿No te parece? Además, no veo que puedas con todo esto tú solito.
-No, creo que no. Pero gracias -sonrió, y de pronto, su mirada se concentró en un muchacho que estaba parado en la entrada del bar, como si esperara que alguien fuera a acercarse a él.
-Para qué están los amigos -Melissa le dedicó un divertido guiño y fue hacia un grupo de chicos, quiénes esperaban impacientes a ser atendidos.
Mientras que Adam, por su parte, se dirigió hacia el lugar donde aquel joven continuaba parado. Este llevaba puesta una chaqueta de mezclilla oscura y la melena rubia suelta al viento, con una sonrisa que a las chicas ubicadas en las mesas cerca del ventanal les robó el aliento.
-Hola ¿Puedo ayudarlo en algo?
-¿Qué tal? -el desconocido le extendió la mano- Venía a hablar con el dueño del local porque ví en el anuncio de afuera que necesitan nuevos camareros, y yo estoy buscando empleo así que... quise hacer el intento.
Adam lo escaneó. No pasaba de ser otro adolescente guaperas de esos que te encuentras con facilidad en el colegio, pero juraba que a este nunca lo había visto en su vida.
-¿Eres nuevo?
-Me mudé con mis padres al inicio del verano.
-¿Y tienes experiencia?
-Trabajé una vez como copero en la boda de mi tío ¿Eso cuenta?
-Puede ser... pero por ahora puedes empezar tan solo repartiendo el menú -murmuró, y aunque no le agradaba del todo, sabía que su padre no estaba en condiciones de no aceptar nueva ayuda. Así que extendió su mano, presentándose formalmente- Soy Adam Conant.
El rubio le dedicó una amigable sonrisa, y aceptó su mano con un fuerte apretón.
-Zachary Black.
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