Capítulo 1
"Cuando una mujer llega a cierta edad, y los que la amaban no están ya más... Es preferible evitar el Sol."
El Sol, una esfera de luz etérea que nació para brindar calor y vitalidad a cada ser vivo que orbita a su alrededor, cada historia importante él la presenció, trajo ojos a cada evento sorprende, cada cambio en las eras él las guardó en sus memorias. Ignorando la cruda curiosidad de los humanos que le pedían constantemente respuestas a sus preguntas, tal vez no se lo pedían directamente a él, pero de igual forma, las preguntas estaban ahí.
Dando hincapié en lo más profundo de sus recuerdos, recuerdos en donde era feliz, viviendo entre ellos como parte de la historia, conviviendo con sus costumbres, forjando una apariencia de total excelencia dependiendo de las expectativas que estos tenían sobre la belleza.
Un compuesto totalmente volátil pero adictivo a la vez.
Una apariencia totalmente engañosa si me lo preguntan, es decir, el cuerpo perfecto no existe. La persona perfecta no existe, y aun así nos esforzamos con total esmero en encontrarla, en conocerla, en dar con su belleza casi celestial, como si el conocerla nos diera las respuestas a todo, como si nos diera un propósito por el cual seguir, cuando la verdad es pintada en tonos distintos. Sin embargo, las apariencias siempre importaron, eso de que la apariencia no importa nunca fue verdad, siempre va a importar, negarlo solo hace que se vuelva más obvia su importancia.
Piensa, ¿Quién le confiaría su vida a alguien que parece un cerdo mutilado antes del punto de cocción?
"La luna da vida con su luz... Ella se envejecerá como tú y yo, y esos bellos años se irán..."
La Luna, un satélite de superficie impenetrable, de altas expectativas y en constante vigía, nos demuestra el valor de su paciencia y serenidad. Tan bella como la más delicada flor, y tan opaca como el más sucio carbón. Su existencia indefinida, su atención sospechosa, pero sobretodo, efímera. Una sensación de protección que la rodea que te hace creer que no hay ser más amable que ella, si ignoramos sus imperfecciones sería la más hermosa de los astros.
Tan antigua como la historia, y tan joven como la tierra, un ser que lleva un balance casi astral, derrochando sabiduría e incongruencias disfrazadas de creencias. Su mirar nunca estuvo posado en lo importante, sino en todo lo que es valioso e inquebrantable.
Aquella quien estuvo tanto para los demás como para ninguno, nunca vio por ellos, y de igual forma todos salían ganando.
Al igual que el Sol, este astro se vio enfrascado en las miles de experiencias que el humano experimentó. El primer paso que dio, el primer pecado que cometió, el primer mundo que construyó, y el primer homicidio que planeó. Nada se le escapaba de sus ojos, siempre atenta a todo, muy a pesar de que no la notarán, de algo tenía que servir el brillo cegador que proyectaba su contraparte.
Así mismo se adaptó a las necesidades que el hombre aprobaba como necesarias, pero en vez de irse por una forma llamativa y perfecta, que obligaba a los seres vivos a creer y confiar en ella, se decidió por una apariencia más... Desapercibida.
Por decirlo de algún modo.
Nadie nunca confío en ella, y de igual forma tampoco la juzgaron, era el perfecto equilibrio entre creer y no creer. La definición del "Sentido de la Duda" en su mayor esplendor. Irónicamente.
Porque nadie nunca sospecharía de una joven ciega.
"Ahora reza sin parar... Poder. Vengarse. Del Sol."
La oscuridad era relativa, donde hay luz debe haber oscuridad.
Y dónde hay oscuridad, hubo una luz que logró opacar la, la sensación de insuficiencia, de inutilidad y desuso es palpable en cada ser que ha pisado la tierra alguna vez, desde hoy siempre fue y será así. La inseguridad es un arma de doble filo, como cada sentimiento que se ha llegado a experimentar o experimentará en la vida, porque no todo es de colores pastel. Desgraciadamente la vida ha sido así desde mucho antes de que la tierra fuera poblada por completo.
Fue palpable con el machismo en sus inicios, y desbordante en el feminismo cuando llevó a cabo su revolución.
No había ser en la tierra que no se sintiera o se sienta inferior, ya sea por un ser mucho más capaz o por una creencia que le hicieron seguir desde siempre. Aquellas veces que tus progenitores te gritaban por no hacer las cosas como deberías o por esas veces en que los más fuertes de tu pueblo se metían contigo dejándote roto, humillado. Y justo cuando todo es tomado y ya nada ha de quedar, solo falta esperar a que cambie el balance.
La magia fue un medio infame de aportar superioridad y control a los más débiles, un método algo antiguo y sobrevalorado, pero que fue eficiente en tiempos de guerra y autodestrucción. Pero como tal, había aquellos que la deseaban toda para ellos mismos, llegando incluso a sacrificar su humanidad y cordura por manifestar sus más agravados deseos por solo un pequeño pedazo de la tan anhelada magia.
Hubieron quienes no volvieron de esos desastrosos viajes, los que regresaron jamás volvieron a ser los mismos. Y los que pudieron reclamar aunque fuera una mísera pisca de ello jamás lo usaron para actos tan desmedidos y egoístas, sino que lo dieron todo por alguien más, por un simple y despechado acto de amor.
Hubieron quienes no creyeron en la fuerza y capacidad de esta poderosa esencia que habitaba en cada cosa capaz e impensable posible, nunca hubo un impedimento para la tan conocida magia, ella era y sería parte de cada ser existente en el universo, por muy improbable que fuera.
Y es entonces cuando centramos nuestra atención en un ser quien nunca creyó en la magia pero que, tan solo por unos segundos, deseo que fuera real.
– Lo siento... – Musitó en pequeños sollozos un joven y escuálido cuerpo que se encontraba en posición fetal ante una gama solidificada de luz ámbar que proyectaba el cuerpo de un hombre no mayor de 40 o 50 años, quien lamentablemente, había quedado preso del último de los errores de su único hijo. – Lo siento tanto, perdóname... – El rostro rojizo, de ojos irritados y voz casi apagada de tanto llorar, alzó su agotado mirar hacia la figura de su progenitor, que mostraba un rostro duro, con una expresión de ¿Dolor? ¿Determinación?, no sé estaba muy seguro, probablemente no era ninguno de esos y solo era un método para aguantar solo un poco más, solo por un momento más antes de desaparecer de la vida de su hijo para siempre.
Aunque... Para siempre es mucho tiempo.
Los suaves chirridos de un mapache se escuchaban a lo lejos mientras observaba con tristeza, e incluso se podría decir que lástima, al que considero por mucho tiempo como su mejor amigo. Los constantes temblores, los espasmos, las abundantes lágrimas que salían de sus ojos apagados, las mejillas rojizas a causa del esfuerzo, las secreciones mucosas que salían de sus fosas nasales, era un escenario lo suficientemente patético pero a la vez lamentable y desalentador.
Eso no le agradó al pequeño roedor que seguía inmóvil a la distancia, solo siendo un espectador, temiendo por un segundo no poder ser de completa ayuda.
Ya habíamos hablado anteriormente del sentimiento de inutilidad, se acuerdan ¿No?
He aquí un perfecto ejemplo de ese destructivo sentimiento.
El pesar de no saber cómo actuar, de no saber que decir o hacer era el peor de los algoritmos. No siempre se puede recibir todo lo que deseas, había que dar para recibir, era el ciclo que se representaba en muchos casos, y siempre permanecería así.
– ¡LO SIENTO, PAPÁ! ¡LO SIENTO! – Fue ese grito desgarrador lo que sacó al mapache de su estado de shock.
La figura encorvada, formando puños que se aferraban al suelo, las piernas a los costados dobladas cuales alas de la más frágil mariposa, mirando al suelo mientras un nuevo mar de lágrimas manchaba el suelo de aquel laboratorio que fue testigo de tantos experimentos fallidos. Errores que todo niño tiene permitido cometer y por los que siempre será juzgado.
Solo es un niño.
Una peluda bolita de pelos se había postrado, con bastante dificultad, en el regazo de su joven cuidador, quien apenas lo sintió no pudo evitar abrazarlo con todas sus fuerzas, siempre procurando no hacerle daño, no quería lastimar a la única familia que le quedaba, no creía poder soportar lo.
El llanto continuó por un tiempo prolongado, solo hasta que el chico logró tranquilizarse por completo, al menos lo suficiente como para detenerse a pensar con más calma lo que ocurría a su alrededor.
Su padre estaba atrapado en ámbar.
Todo por su culpa.
Sintió como un nuevo llanto estaba por aproximarse pero se obligó a retenerlo, fue lo suficientemente inteligente como para sobrevivir al frío infernal que se manifestaba haya afuera no iba a botar todo eso por la borda solo para morir de deshidratación en el suelo de su laboratorio frente a la potente luz ámbar que se proyectaba ante él.
Debía resistir.
Una suave caricia bajo el mentón lo distrajo de sus depresivos pensamientos sacándole un par de risas por las cosquillas qué tal acción había causado, el mapache solo se concentró en restregarse en el pecho y rostro de su niño queriendo distraerlo de todo lo que pasaba, él apenas entendía lo que estaba sucediendo, solo sabía que lo que fuera que le causará agonía y tristeza al joven alquimista tenía que ver con la enorme roca brillante que se había formado en medio de la estancia momentos antes de que se escondiera por el ruido.
Varian solo podía reír de lo tierno que estaba actuando su mapache en esos instantes, era una forma muy reconfortante de hacerlo sentir mejor, o al menos de mantenerlo calmado.
De mantener calmada su frágil cordura.
– Está bien, Ruddiger, está bien. – Dijo en un tono algo ronco, casi deteriorado, culpa de los gritos y el llanto que habían sido la escena principal de todo este acto. No podía evitar las fuertes y destructivas emociones que lo golpeaban sin compasión, pero tampoco podía aferrarse a ellas, al menos no ahora. Se sentía cansado, hambriento incluso, quiso ser razonable y levantarse para ir a dormir, ya en la mañana pensaría mejor las cosas. Sin embargo, algo le obligaba a quedarse junto a su padre y velar por él, por muy doloroso e irracional que fuera.
Eran las consecuencias del amor.
– Vamos Ruddiger, hay que descansar, ya mañana pensaremos en algo. – Susurro lo mejor que pudo mientras se ponía, con todo el dolor del mundo, de pie y avanzaba hacia una de las mesas que estaban en ese laboratorio, buscaría una manta, unas almohadas y dormiría junto a su padre, un temor extraño le hacía creer que si se alejaba demasiado su padre iba a desaparecer, no había quien le transmitiera alta seguridad como para robarle ese miedo y abrigarlo en un lecho de ese tan afamado amor materno.
Solo eran él y su mapache.
Solo él y Ruddiger.
El roedor lo miro desde la mesa mientras el de mata oscura dejaba su abrigo y bufanda sobre la mesa de madera, se notaban lo entumecidas que se encontraban sus piernas por la manera en cómo se aferraba a la orilla del mueble, consecuencia de estar un largo rato arrodillado gastando las pocas energías que poseía luego de sobrevivir a la feroz nevada que golpeaba Corona.
Ignoro el ligero cosquilleo que golpeaba sus articulaciones y se encaminó a paso lento hacia las escaleras, iba a ser un largo viaje desde su habitación hasta su laboratorio, de eso no cabía duda.
Nuevamente se detuvo enfrente de la enorme roca de ámbar que se alzaba ante él, imponente, intimidante. De nuevo quiso llorar pero como la vez anterior se opuso a que las lágrimas recorrieran sus mejillas, no quería verse débil frente a su padre, aún si era improbable que lo pudiera ver en ese estado.
Se acercó con miedo hacia la gema brillante que se inmutaba ante el joven de 14 años, con un ligero temblor tocó la superficie rocosa, casi acariciándola, temiendo que el más ligero temblor ocasionará una respuesta negativa en su estructura, lo que sea que pensaba no sucedió y se vio a si mismo dejándose guiar por sus impulsos, de manera pausada inclinó su cabeza contra la superficie y se presionó contra ella queriendo atravesarla, romperla, quebrar la y así poder volver a abrazar a su padre, así como cuando era un niño.
Aunque aún lo era.
Se tomó su tiempo antes de retirar su frente de la estructura de piedra y mirar una vez más a su progenitor. Ojalá pudiera hacerlo sentir orgulloso.
Dio unos pasos hacia las escaleras retomando su curso a su habitación cuando de pronto sintió algo bajo la suela de su bota. Era un pedazo de papel. Al principio lo ignoró pensando que era otro de sus múltiples escritos de algún invento fracasado que de seguro tiro en algún momento, pero al observarlo mejor noto algo inusual en él, lo tomó en sus manos sintiendo como la curiosidad florecía a pasos agigantados dando paso a la confusión cuando identificó las primeras palabras que componían esa carta.
"Hijo...
Sé que tal vez no me queda mucho tiempo, que posiblemente ya no este para cuando vuelvas, por eso..."
Era una carta escrita por su padre. Minutos antes de que llegara.
Estaba escrita a la rápida, en un estado casi imposible de leer, pero ahí estaba, como un pequeño rayo de luz que recaía en el joven luego de una devastadora tormenta. Y tan listo como era, el niño supo que esa probablemente sería la primera y última carta que su padre haría dirigida a él, su hijo, Varian.
(...)
"... Poder vengarse del Sol..."
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