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18.

Sarah

Nado cada vez más rápido para evitar perder la ola que está llegando a mi altura. Me duelen los músculos por el esfuerzo y las horas que llevo surfeando bajo el sol de la tarde, pero aún así no me rindo y remo con todas mis fuerzas. En el último momento consigo cogerla y ponerme de pie en un ágil movimiento, genial, me lo tomo como un pequeña victoria personal, desciendo por la pared de la ola con una buena técnica, hago algunos giros simples y cuando veo que se va a cerrar intento hacer algo más difícil, para terminar, avanzo rápido hasta donde va a romper en unos segundos, giro y… cuando trato de completarlo cometo un error de principiante al calcular mal, caigo de la tabla y me revuelca la espuma por unos instantes, me siento como un calcetín en una lavadora en modo centrifugar hasta que finalmente se calma y consigo salir.

Cojo aire, me aparto el pelo de la cara y doy un manotazo al agua por la frustración, era una ola fácil, no entiendo cómo pude cometer un error así. Una voz en mi cabeza me dice que no estoy así por la ola pero enseguida la callo, llevo una semana sin hacer más que estar encerrada en mi habitación y sobre pensar. Decidí coger la tabla un rato para ver si así podía despejarme, pero no hay manera.

Me desabrocho el leash, agarro mi tabla y camino hasta mi casa, hace un día espléndido: el cielo está completamente azul, el sol de verano me abraza la piel, las olas rugen de fondo, las familias aprovechan para pasar el día en la playa… Pero no consigo disfrutar de todo eso, mi mente está en un sitio lejano, más concretamente en la madrugada de hace ya 8 días, desde fuera puede parecer una tontería, pero no sé cómo superarlo. Los demás me han dejado espacio para llevarlo a mi manera y se lo agradezco porque siento que es algo que tengo que solucionar yo misma, aunque aún no sé cómo.

En todo este tiempo no he vuelto a verlo y espero que siga así por un tiempo más, aunque teniendo en cuenta que vive en la casa de enfrente es un poco difícil. He  estado dolida, enfadada con él, no entiendo  pasó para que actuase así, le he odiado mucho, casi tanto como le he echado de menos. Echo de menos verlo en la orilla mientras surfeo, estar todos charlando en la cafetería, nuestras conversaciones, las miradas cómplices que para mí lo significaban todo y tenerlo en mi vida.

Para cuando me doy cuenta y salgo de mis pensamientos ya estoy en la puerta de mi casa, abro el bolsillo de mi mochila donde siempre guardo la llave y descubro que me olvidé de cogerla, mierda, no puede ser. Toco el timbre y espero a que alguien baje a abrirme, pasa una eternidad y es entonces cuando acepto que nadie va a abrirme porque no hay nadie en casa, puedo quedarme aquí esperando hasta que alguien venga o puedo ir a casa de los Miller a pedirles la llave de repuesto, me planteo seriamente la primera opción pero es muy posible que no aparezca nadie hasta dentro de un buen rato. Así que derrotada y esperando a que la suerte esté de mi lado cruzo la calle hasta la casa blanca, de dos pisos y molduras azules que tan bien conozco.

Toco el timbre y agradezco que la suerte está de mi lado cuando es Ethan quién abre la puerta.

—Sarah,— empieza a decir sorprendido, supongo que por verme en la puerta de su casa con la tabla y el pelo empapado por primera vez en toda la semana— que bien verte por aquí, ¿necesitas algo?

—Si, de hecho sí, me he olvidado la llave dentro y no hay nadie en mi casa así que vengo a por la de repuesto.

—Muy típico de ti, anda pasa mientras busco la llave.

—¿Estás seguro? —Pregunto para asegurarme de que no voy a encontrarme por casualidad con el que no puede ser nombrado.

—Claro, no hay nadie más aparte de mí.

Eso logra convencerme y avanzo tras Ethan hasta su habitación mientras espero a que encuentre la llave, paso la mirada por ella, hacía años que no entraba. Los colores de las paredes, colcha y cortinas son neutrales que van desde el blanco hasta el gris oscuro pasando por el gris claro, la decoración es simple y minimalista, me fijo en que tiene una estantería a rebosar de libros, no sabía que le gustaba leer, miro los títulos pero ninguno me suena. Encima del escritorio tiene el libro que supongo que se estará leyendo actualmente, no creo que le importe si echo un vistazo, miro el título, el arte del buen vivir de Arthur Schopenhauer, no lo había escuchado en mi vida, abro el libro justo por donde lo ha dejado “el destino nos agarra rudamente y nos muestra, que nada es nuestro, y que todo es suyo. Porque tiene un derecho indisputable no sólo sobre nuestras posesiones y adquisiciones, sino sobre nuestros brazos y piernas, ojos y orejas y hasta sobre nuestra nariz en medio de la cara”, madre mía, menudo rollazo.

—Las he encontrado, espero no haber tardado— Ethan aparece por la puerta con las llaves de mi casa, se fija en que tengo su libro y levanta una ceja—. No sabía que te fueran los libros filosóficos.

—La verdad es que no— me rio— se complican mucho para decir las cosas y al final no sabes ni lo que están diciendo— bromeo.

—Una vez que los entiendes no están tan mal.

—¿Así que los entiendes, eh? —Asiente—.Bien, sorpréndeme, ¿de qué trata este?

—Básicamente habla sobre cómo ser feliz y vivir bien, a pesar de que la vida a veces puede ser dura. El autor dice que todos enfrentamos sufrimiento, pero podemos encontrar momentos de felicidad si valoramos las cosas simples. En vez de obsesionarnos con tener más cosas o cumplir grandes metas, sugiere que disfrutemos de lo que realmente importa y tengamos una vida más tranquila.

Me quedo boquiabierta con su explicación, pensé que me diría algo más simple y dicho a boleo pero parece que en verdad lo entiende. Sopeso sus palabras, mucho de lo que dice es cierto y eso lo que necesitaba oír para hacer un clic mental, aplicado a la situación que estoy viviendo últimamente puede ser que tenga que dejar de tomarme las cosas tan enserio, aclararme sobre Noah con el tiempo y empezar poco poco a disfrutar de las pequeñas cosas: el café de la mañana, los pájaros cantando, observar el amanecer desde el porche, la sensación de hundirme en el mar…

—Me has dejado sin palabras, no me esperaba una explicación tan desarrollada teniendo en cuenta que eres más peque que yo— para completar la broma decido revolverle el pelo, como es normal, Ethan se enfurruña.

—¡Eh! que la edad no tiene que ver con la madurez de una persona, soy mucho más mayor que tú y todos juntos.

—Claro, un hombre de cuarenta años en el cuerpo de un chiquillo de quince.

Contesta sacándome la lengua y yo, como la infantil que soy hago lo mismo, finalmente nos echamos a reír. Lo he dicho medio en broma, pero es cierto que Ethan siempre me ha dado la impresión de ser una persona mayor atrapada en el cuerpo de un niño, es demasiado maduro para su edad y cada vez que tengo un problema y hablo con él es capaz de ayudarme y darme una solución.

—Bueno, ha estado genial estar contigo un rato pero debería ir yendo a mi casa— me despido y me dirijo hacia la salida.

Bajo las escaleras y recorro el pasillo hasta llegar a la entrada, cuando voy a salir me doy cuenta que alguien al otro lado de la puerta está abriéndola, no soy capaz de reaccionar y la puerta me da en toda la cara, auch, como duele.

Confirmo que la suerte no está de mi lado cuando levanto la mirada y me quedo blanca al encontrarme de nuevo con los ojos azules del causante de todos mis problemas, también conocido como Noah.

—¡Dios mío, Sarah! ¿Estás bien? Te está sangrando la nariz por el golpe contra la puerta— habla rápido de manera nerviosa, yo aún sigo sin asimilar que este aquí y no sé cómo responder.

Ethan sale de su habitación y baja las escaleras al escuchar los gritos de su primo, nos ve y se queda pasmado.

—Ethan, corre, ve a la nevera a por hielo para Sarah— grita Noah y entonces me llevo una mano a la cara, si que es cierto que me está sangrando la nariz, que asco.

El aludido hace lo que le pide y vuelve enseguida con hielo envuelto en un trapo, me lo aplican en la nariz y me sientan en el sofá beige del salón, es entonces cuando finalmente reacciono, no es posible que tenga a Noah a menos de medio metro de mí.

—Chicos no es para tanto, calmaos y dejadme irme.

—Ni hablar, Sarah— responde Noah determinado— lo más importante es tu bienestar y no puedo quedarme tranquilo si te vas así.

Eso sí que me molesta, él, de todas las personas no puede venirme diciendo que se preocupa por mí.

—¿Mi bienestar? —Pregunto irónicamente sin poder evitarlo—. Por favor no actúes así, el otro día no te importó lo más mínimo.

—Sarah, deja de actuar como una cría y quédate aquí hasta que te pare la hemorragia nasal— responde elevando la voz, lo que en vez de logar que lo obedezca, tiene el efecto contrario y hace que le responda de la misma manera.

—¿Cría? ¿Yo? ¿Acaso tengo que recordarte quién es el infantil de los dos?

—Eh, chicos, calmaos— intenta intervenir Ethan, aunque sin resultado.

—Esto es muy propio de tí, lo supe desde el momento en que te conocí, juzgas a las personas solo por tu opinión sin tener en cuenta todos los detalles ni saber que los lleva a actuar de la manera en que lo hacen, ¿acaso has pensado que a lo mejor tenía una buena razón para hacer lo que hice? No, porque nunca te pones en el papel de los demás y crees que lo que tú piensas es la verdad absoluta— lo suelta tan a bocajarro que no soy capaz de procesar todo lo que dice y no tengo respuesta—. Estoy harto de esta situación, me voy, ya hablaremos en otro momento.

Sale dando un portazo y entonces sin decirle nada a Ethan agarro la tabla que había dejado en la entrada junto a mi mochila y voy hasta mi casa con la cabeza hecha un lío y el orgullo herido.

Me lanzo en mi cama, agarro mi almohada y grito muy fuerte para aliviar el enfado. ¿Cómo se le ocurre venir de repente y decir que todo esto es culpa mía? Yo no juzgo a la gente de primeras y no puede simplemente aparecer diciendo que tenía una razón para actuar como lo hizo y esperar que eso lo justifique. Cada persona es responsable de sus acciones, si ha hecho algo mal tiene que aceptarlo y no venir a echarme la culpa y esperar a que así se solucione todo.

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