| ❂ | Capítulo 5.
La tensión a la que me vi sometida por la situación en la que me encontraba avivó aún más la inquietud de la cercanía de la tercera prueba. En mis últimos entrenamientos con Marmaduc vivía con el temor de que apareciera de nuevo la silueta de la misteriosa mujer, logrando entorpecer al capitán de la guardia con mis continuos fallos y distracciones; mi hermano, por su parte, había decidido tenerme vigilada de cerca para comprobar que no seguía empeorando mi compromiso con Atticus.
Y mi prometido se había encerrado en un hermético silencio. Las invitaciones para que hiciéramos cosas juntos se cortaron de golpe, dejándome con demasiado tiempo libre; la advertencia de Keiran sobre su hermano solía asaltarme cuando me quedaba mucho tiempo sola, sin nada que hacer.
La noche anterior a la tercera prueba me resultó imposible poder dormir. No tenía idea alguna de qué nos esperaba en la arena, qué habría escogido la reina Mab para dar un buen espectáculo; había escuchado a Cathima entrando a mi habitación con sigilo, procurando no molestarme mientras ultimaba todo lo necesario para mi preparación.
Aquella mañana no pude probar bocado, desesperada por el desconocimiento que tenía, por no haber logrado descubrir qué se escondía tras el mensaje que nos había hecho llegar la reina Mab a todos los campeones; el uniforme para aquella ocasión dejaba mis brazos casi al descubierto y parecía mucho más ceñido que los anteriores. Me sorprendió que no tuviera protecciones, que nos dejara a todos los campeones tan... tan al descubierto, sin zonas endurecidas que pudieran cubrir nuestras partes vitales en caso de un enfrentamiento.
En aquella ocasión, y sin que yo tuviera voz y voto, me recogieron el pelo en una tirante trenza. Miré a mi doncella a través del espejo, preguntándole con la mirada por qué no me lo recogía, como en los casos anteriores.
—Órdenes de vuestra madre.
Luego salió de la zona del dormitorio mientras yo seguía contemplando mi reflejo, consciente de que aquel mono negro con la franja de mi color podía ser una pista determinante sobre la prueba; si no llevaba protecciones quizá significaba que no me esperaba un nuevo enfrentamiento... o que la reina Mab disfrutaba poniendo trabas en nuestro camino.
—Alteza, no se os olvide esto. —La voz de Cathima me distrajo y yo aparté la mirada del espejo.
La doncella me tendía la piedra de energía que me había traído Anaheim, siguiendo órdenes de mi madre. La cogí con un titubeo y la escondí en uno de los bolsillos camuflados que había en el uniforme; el peso de la piedra apretándose contra mi piel a través del tejido me insufló un poco de energía: al menos podía usar mi magia en aquella prueba. No estaría tan desvalida como en las anteriores.
—Vuestro hermano viene hacia aquí —indicó Cathima.
Asentí y subí un poco más la caña de mis botas antes de seguir a mi doncella hasta el saloncito. Allí traté de beber un poco de té de una taza que Cathima había dejado sobre la mesa para mí; mis sorbitos fueron interrumpidos cuando alguien —a todas luces Sinéad— llamó a la puerta con suavidad.
Me despedí de Cathima con un rápido abrazo y salí del dormitorio, topándome con mi hermano en el pasillo. No nos habíamos visto personalmente desde que yo había ido a buscarlo a su dormitorio; supuse que mi comportamiento estaba siendo el esperado, pues no parecía molesto y no me recibió con ningún reproche. Yo tampoco le eché en cara que me hubiera puesto niñeras.
Nos observamos en silencio hasta que Sinéad me hizo un gesto con la cabeza para que nos pusiéramos en marcha; al contrario que la anterior prueba, mi hermano no me guio hasta las caballerizas, sino hasta la entrada principal: allí había reunido a un pequeño grupo de guardias para que nos escoltaran de regreso a la arena.
La tarde estaba empezando a caer, lo que indicaba que no quedaba mucho tiempo para que diera comienzo la tercera prueba. Miré a mi hermano con una expresión interrogante, pero Sinéad tenía su mirada clavada en el horizonte, aferrado a las riendas de su montura.
—Parece que va a haber niebla —comentó en tono casual, sin mirarme.
Fruncí mi ceño con desconcierto. En la ciudad opalina no tenía aspecto de sufrir el problema de la niebla pues, en todo el tiempo que había pasado en la Corte de Verano no había visto ese fenómeno atmosférico; seguí mirando a mi hermano con la esperanza de que me explicara qué había querido decir con eso, pero él ya se había apeado en su montura y vigilaba que todos nuestros guardias siguieran en sus puestos.
Conteniendo un resoplido de disgusto, yo también monté sobre mi caballo y cogí las riendas.
Sinéad dio la orden y todos nos pusimos en marcha. Atravesamos Vesper al galope, sin detenernos para que las pocas personas que seguían por las calles pudieran reconocernos; el camino hacia la plaza donde se celebraban las pruebas se encontraba en una zona periférica de la ciudad, permitiéndome tener una breve imagen del sol cayendo por el horizonte antes de que cruzáramos otra vez las puertas.
No había ni rastro del resto de campeones.
Herrmann, el maestro de ceremonias, sí que se encontraba allí, esperándome. Bajé del caballo con cuidado, sin perder de vista al hombrecillo; no entendía qué podía significar la ausencia de Ariel, Morgan y Keiran... y no quise ponerme en lo peor.
—Campeona de Invierno —me saludó Herrmann con una respetuosa reverencia—. La están esperando en uno de los palcos. El primero de ellos está a punto de dar comienzo.
Miré con sorpresa a Herrmann y luego a mi hermano, pidiéndole una explicación al respecto. Sin embargo, no era él quien tenía las respuestas que yo estaba buscando en aquellos instantes; el maestro de ceremonias me sonreía con amabilidad desde su posición mientras yo seguía aferrada a las riendas de mi caballo.
—La tercera prueba podrá ser vista por el resto de campeones —me informó, manteniendo su sonrisa—. Sus compañeros ya están esperándola para que se una a ellos.
Un leve empujoncito en la parte baja por parte de mi hermano me instó a que echara a andar hacia donde me esperaba el maestro de ceremonias. Su mirada se mantuvo clavada en mí, con un brillo divertido; por mi parte, yo me mordí el interior de la mejilla, inquieta por lo que me esperaba fuera, en aquel palco junto al resto de campeones.
De manera inconsciente, después de salir de los pasillos subterráneos hacia aquellos que conducían a los exteriores, alcé la mirada hacia el palco real, donde debían estar observándonos todas las familias reales; en aquella ocasión no busqué a Atticus, sino a mi madre.
La reina Mab tenía la vista clavada en la plaza oval de arena, con el ceño fruncido.
Herrmann carraspeó a mi lado, llamando mi atención. Nos encontrábamos recorriendo un pasillo bajo que se encontraba casi a ras de la propia arena; al fondo podía percibir el palco y las dos siluetas que se mantenían inmóviles. Miré al maestro de ceremonias con curiosidad, recordando que aquel hombre había defendido mi participación en el Torneo como campeona de la Corte de Invierno.
—Será la última en salir a petición de la propia reina —me informó Herrmann, haciéndose a un lado para que yo pasara al interior de aquel palco—. Que la suerte esté de su parte, Dama de Invierno.
Me quedé muda y solamente fui capaz de observar cómo daba media vuelta para marcharse, pues era él quien debía dar comienzo la tercera prueba. Armándome de valor, y rozando la piedra de energía para infundirme un poco, entré en aquel palco que también tenía una entrada directa a la arena; Morgan y Keiran se encontraban sobre la balaustrada, cada uno a un lado.
Dudé sobre dónde debía colocarme; la ausencia de Ariel indicaba que él sería el primero en enfrentarse a lo que escondía la reina Mab para la tercera prueba. Finalmente opté por quedarme en un punto intermedio entre ambos príncipes, fingiendo no ser consciente de la ojeada que me echó al apoyarme sobre la balaustrada.
Desvié la mirada hacia Morgan, que me saludó con una inclinación de cabeza y una media sonrisa.
—Vuestro hermano me mantuvo al tanto de vuestra recuperación después de lo sucedido en la segunda prueba —dijo.
Me forcé a devolverle la sonrisa. Morgan me había advertido durante el transcurso de la segunda prueba sobre las intenciones de Ariel, arriesgándose a que su criatura hubiera podido herirle con gravedad; mis dedos se curvaron sobre la madera de la balaustrada al recordar los gritos de Keiran para que el Caballero de Otoño se hiciera con la victoria, cogiendo el cáliz de oro.
—Os agradezco la ayuda —repuse con amabilidad.
No en vano, nuestras cortes eran aliadas. De igual modo que la Corte de Primavera y la Corte de Verano.
Morgan se encogió de hombros, como si se sintiera azorado por recibir aquellas palabras de agradecimiento por mi parte. ¿Sinéad le habría dado alguna pista a modo de favor por lo que había hecho por mí?
—¿Por qué no se lo agradecéis dándole alguna pista sobre qué le depara la tercera prueba? —nos interrumpió Keiran.
Ambos giramos la cabeza a la par para mirar al príncipe de Verano. Contuve las ganas de soltar un bufido desdeñoso cuando su mirada ambarina se clavó en mi rostro; era evidente que estaba molesto y que seguía creyendo que yo tenía información sobre ella. Morgan frunció el ceño, desconcertado por la intervención de Keiran.
Entorné los ojos ante el tono acusatorio de su pregunta.
—Discúlpeme, Caballero de Verano —respondí—, pero no todo el mundo se mueve por ambición... como vos.
Morgan esbozó una sonrisa pacificadora.
—Keiran, su agradecimiento para mí es suficiente —habló a mi favor.
Mi lengua afilada aún no había terminado.
—Quizá para él no fue suficiente y tiene la necesidad de recordarme con ello que me salvó la vida.
El rostro de Keiran se puso repentinamente serio ante mi apreciación.
—¿Estás insinuando que me arrepiento de mi decisión, de romper las reglas? —inquirió con un siseo.
Me encogí de hombros.
El estómago se me agitó nerviosamente cuando vimos aparecer a Herrmann en mitad de la arena, acompañado de Ariel. El príncipe de Primavera era incapaz de ocultar su inquietud —demostrando que él tampoco tenía idea alguna de qué podía depararle la tercera prueba—, mirando hacia el palco donde se encontraba su padre; Keiran desvió la mirada con brusquedad hacia su amigo y, tanto Morgan como yo, decidimos imitarlo.
—Estimado público —empezó Herrmann—. Su Majestad. Ha llegado el esperado momento de la tercera prueba.
El sonido del público murmurando con interés hizo que todo el vello se me pusiera de punta. ¿Acaso la reina Mab habría estado guardando el secreto de qué nos tenía preparado hasta el final?
—Traída desde la misteriosa Corte de Invierno, la reina Mab ha decidido que los campeones tendrán que enfrentarse a sus miedos... ¡Tendrán que enfrentarse a... la Niebla! —Un escalofrío de temor me recorrió de pies a cabeza—. Aquel que consiga derrotarla, o aguantar el mayor tiempo posible, se hará con la victoria de esta tercera y atemorizante prueba donde los campeones tendrán que probar su propia valía frente a sus miedos.
El aire se me quedó atascado en la garganta con un resuello. Todos en la Corte de Invierno habíamos oído hablar de la Niebla, el peor castigo al que podías enfrentarte; de origen incierto, la Niebla no se sabía qué era exactamente... parecía tener conciencia propia, aunque no estuviera viva. Seguía las órdenes de la reina Mab, te envolvía y trataba de asfixiarte mediante el miedo.
La Niebla conocía tus peores temores y los sacaba a la luz.
Te mataba de miedo, literalmente.
Las manos empezaron a temblarme de manera incontrolada al ser consciente de que la reina Mab iba a obligarnos de verdad a enfrentarnos a la Niebla. ¿Quién sería capaz de vencer sus propios miedos? Yo no, desde luego.
Morgan me aferró con cuidado por el antebrazo, llamando mi atención. Sus ojos mostraban una ligera confusión, pues él no había escuchado las desgarradoras anécdotas con las que nos premiaba nuestra madre a Sinéad y a mí cuando tenía que asistir a alguna ejecución; fuera de la Corte de Invierno solamente se conocían rumores.
—¿Dama de Invierno? —preguntó, dubitativo.
Cerré los ojos con fuerza, intentando controlar mis emociones.
—Estoy... estoy bien —conseguí pronunciar.
De manera inconsciente observé por el rabillo del ojo a Keiran. El príncipe se había cruzado de brazos y también miraba en mi dirección; en su rostro había aparecido un gesto sombrío, quizá debido a mi reacción por descubrir en qué consistiría la tercera prueba.
Tragué saliva y me obligué a mirar de nuevo hacia la arena. Herrmann se despidió de Ariel con un leve movimiento de cabeza, marchándose hacia una de las puertas; el Caballero de Primavera se quedó entonces solo, mirando a su alrededor con una expresión temerosa. El silencio fue extendiéndose por toda la plaza, sumiéndola en un inquietante paisaje donde Ariel no sabía cómo defenderse sin armas.
En aquel caso no eran necesarias, la reina Mab buscaba una demostración de ingenio. De fuerza mental.
De valía.
Hundí las uñas en la madera cuando las primeras brumas de la Niebla empezaron a salir de su escondite, cubriendo poco a poco la plaza; el príncipe de Primavera dio una vuelta sobre sí mismo mientras la Niebla rodeaba sus tobillos, ganando cada vez más terreno. A pesar de la distancia de seguridad que nos separaba de eso, casi podía sentir los tentáculos brumosos de aquella cosa descubriendo mis peores miedos.
Tarde o temprano llegaría mi turno.
No estaba segura de hacerlo.
Jadeé cuando toda la Niebla formó una cúpula sobre la arena. Ariel, atrapado entre la densidad, se movía de un lado a otro a ciegas; luego se detuvo en seco, haciéndonos creer que había logrado mantener la situación bajo control. Nadie en el público emitía sonido alguno, formando un silencio casi sepulcral.
La Niebla formó varias figuras que cercaron a un inmóvil príncipe de Primavera. Nosotros solamente podíamos ver aquellas figuras sin rostro y distorsionadas, pero Ariel veía lo que realmente representaban: sus peores temores.
La oscuridad que se escondían en nuestros corazones y nos convertían en criaturas débiles.
El juego mental de la reina Mab había dado comienzo.
Ariel pronto perdió la poca valentía que podría haber reunido al ver que la Niebla aún no había desplegado sus efectos. Sus ojos se abrieron de par en par al estar rodeado de aquellas figuras, cuyo auténtico rostro solamente él podía ver; empezó a lanzar puñetazos al aire, tratando de acertar a las figuras nebulosas. Sin embargo, aquello no tenía ningún efecto.
La tortura mental que suponía tener que estar frente a la Niebla empeoró, aumentando su presión sobre el príncipe de Primavera. Privado de armas, lo único que tenía Ariel para tratar de defenderse era su propia magia; la tierra se sacudió con energía tras el primer despliegue de defensa.
Apreté los dientes con fuerza mientras nos aferrábamos a todo lo que tuviéramos a mano, intentando no acabar en el suelo. Keiran estaba atento de su amigo, con una mirada angustiada al comprobar el nulo efecto que había tenido: ni la magia ni las armas servían en aquella prueba.
Solamente tu fuerza mental, el sobreponerte a tus propios medios era lo único que servía en aquel retorcido juego donde tenías que enfrentarte a ti mismo.
Ariel perdió totalmente el control sobre sus acciones. La tierra se sacudía con más energía mientras el príncipe trataba de huir de las figuras nebulosas que le perseguían sin tregua; nadie del público era capaz de emitir sonido alguno, dejando que fueran los gemidos y quejidos de Ariel lo único que se oyera en aquel sitio.
—¡BASTA! —La poderosa voz del rey de Primavera resonó como un trueno—. ¡DETENED ESTA LOCURA AHORA MISMO Y SACAD A MI HIJO DE ALLÍ EN ESTE MISMO INSTANTE!
Dos guardias irrumpieron en el campo con los rostros cubiertos, intentando atrapar a un perdido Ariel que daba tumbos por toda la arena. Uno de los guardias logró aplacar al príncipe contra la arena mientras este se resistía como un animal que tratara de escapar de sus captores; con esfuerzo, los dos guardias lograron arrastrar a Ariel fuera del campo lleno de niebla. Los tres campeones tragamos saliva a la par, a la espera de que se anunciara el nombre del siguiente en tener que bajar para enfrentarse a las inclemencias de la Niebla.
—El siguiente será el campeón de Verano —se escuchó decir.
La mirada de Morgan y la mía propia se desviaron hacia Keiran, que se había quedado rezagado. El príncipe de Verano se había quedado tras nosotros, y nos devolvía la mirada con una expresión que intentaba mantener a raya el pavor que debía suponerle saber que iba a ser el siguiente.
Keiran se aclaró la garganta y echó a caminar hacia la salida frontal con la que contaba el palco. Nos apartamos hacia un lado para permitir que pasara hacia su prueba; a pesar de haberle dejado bastante claro que éramos rivales, no pude evitar sentir una oleada de pavor hacia él. Hacia lo que le esperaba.
Al pasar por mi lado lo detuve por la muñeca. La mirada de Keiran se tornó severa al ver mis dedos en contacto con su piel; seguramente se encontrara repitiendo lo que le dije en el pasillo: que éramos rivales y que no tenía ninguna intención de ayudarle porque deseaba ganar el Torneo. Incluso momentos antes habíamos mantenido una pequeña disputa por una majadería.
Y debería haberme mantenido al margen, pero él se había arriesgado en la segunda prueba y había salvado mi vida. Aunque le hubiera reprochado haber extinguido mi deuda con el príncipe, sabía que no era así; que aún tenía mucho que agradecerle.
Me dije que lo estaba haciendo por eso.
Que solamente se trataba de una deuda.
En mi cabeza, aquella excusa no pareció sonar muy creíble.
—Veas lo veas allí —le dije, con el corazón en un puño—, nada es real. No caigas en la trampa, sé más listo que la Niebla y utiliza tus propios miedos en tu beneficio. —Dudé unos instantes—. Es un simple juego mental.
Las comisuras de los labios de Keiran temblaron, como si estuviera conteniendo una sonrisa, a pesar de su expresión grave. Sus ojos ambarinos me contemplaron unos instantes antes de que yo le liberara y retrocediera para dejarle pasar hacia la Niebla, que aguardaba ansiosa a su siguiente víctima.
Morgan se me acercó en silencio mientras Keiran bajaba las escaleras de madera y se internaba entre las brumas con la vista clavada en el frente. Tragué saliva involuntariamente al pensar en el millar de cosas que podrían salir mal; en aquel juego mental, tu peor enemigo eras tú mismo. ¿Cómo ibas a ser capaz de reponerte a tus propios miedos? Era una locura.
Me aferré a la balaustrada de madera, sin perder de vista a Keiran. El Caballero de Otoño tampoco perdía de vista al príncipe, con una expresión sombría; el siguiente sería él y no estaba segura de cómo se enfrentaría a la tercera prueba. Morgan me dedicó una rápida sonrisa que pretendía tranquilizarme, consciente de que ni siquiera yo podría tener una mínima ventaja en esa situación.
La piedra de energía palpitó desde su escondite, recordándome que tenía la magia de mi lado... y que sería totalmente inútil, pues Ariel también había intentado hacer uso de ella y no había conseguido ningún resultado.
El corazón se me encogió dentro del pecho cuando la Niebla envolvió aún más el cuerpo del príncipe de Verano, empezando a formar las ya familiares y fantasmagóricas figuras hechas de brumas; hundí con más fuerza las uñas en la madera, aguardando a que diera comienzo aquel espectáculo silencioso.
Contuve la respiración cuando la Niebla aumentó su presión contra el cuerpo de Keiran mientras este permanecía totalmente inmóvil, con los ojos cerrados. Morgan, que aún se encontraba a mi lado, también parecía estar conteniendo su propia respiración ante la fuerza que estaba demostrando el príncipe de Verano.
Perdí la noción del tiempo mientras estudiaba a Keiran, quien parecía ser por el momento el futuro campeón de la prueba. Quizá fue debido a que estaba tan centrada en el Caballero de Verano que fui consciente antes que nadie que algo iba... mal; el rostro de Keiran se contrajo y abrió los ojos de par en par, dejándose caer en las garras invisibles de la Niebla. Las figuras nebulosas lo rodeaban y giraban a su alrededor como una macabra danza cuyo epicentro era el propio Keiran; dos de las figuras se separaron de sus compañeras para atosigar al príncipe con sus nebulosos brazos.
Ahogué una exclamación de horror cuando cayó de rodillas sobre la arena, con el rostro totalmente desencajado por una mueca de profunda tristeza... e ira; a mi lado Morgan gritó una imprecación al ver cómo los brazos de Keiran se iluminaban por las llamas.
Lentamente, el príncipe de Verano los alzó...
Para tratar de incrustárselos a sí mismo.
En el pecho.
Todo mi cuerpo se quedó paralizado ante la imagen, ante el hecho de que quisiera lesionarse de ese modo. Como si su miedo fuera tan atroz que prefiriera rendirse... para siempre; incapaz de poder soportarlo.
Escuché un chillido de horror y juraría que reconocí en él a la poderosa reina Titania sufriendo por el destino de su primogénito.
Una sombra salió de la nada y se lanzó en picado contra Keiran, chocando brutalmente contra él y evitando que pudiera ensartarse a sí mismo con su propia magia. El cabello pelirrojo de Puck se agitó al viento cuando se encargó de inmovilizar a su amigo, que empezó a removerse y a gritar incoherencias que no lograba entender; Keiran trató de golpear en la cabeza a Puck, pero este aplastó su cabeza contra la arena.
Tuvieron que hacer falta dos guardias más para ayudar a Puck a sacar a Keiran de allí, procurando que él mismo no se hiriera a sí mismo.
Morgan y yo nos miramos antes de que se anunciara su turno. Sentí que también me encontraba en deuda con él por el hecho de ser aliados; Morgan nunca había mostrado un mal comportamiento conmigo tras mi participación en el Torneo. En cierto modo, se lo debía más a Morgan que a Keiran.
Le di la misma información que le había dado al príncipe de Verano y me quedé sola en el palco, observando cómo la Niebla se tragaba a Morgan.
—¡Alto! —En aquella ocasión, la voz pertenecía al rey de Otoño; sonaba asustado, atemorizado de que pudiera seguir el mismo camino que los otros dos campeones—. Mi campeón no participará, no merece la pena correr semejante riesgo. Me niego.
Morgan alzó la mirada hacia el palco real con una expresión entre aliviada y desconcertada por la decisión de su rey. Dos guardias salieron de uno de los pasadizos para escoltar al Caballero de Otoño de regreso al interior del edificio.
El corazón se me detuvo dentro del pecho unos instantes al ser consciente de la realidad. De que el tiempo se había agotado.
Que había llegado mi turno.
—Recibamos a la última de los campeones del Torneo —anunció entonces Herrmann—. ¡La campeona de Invierno!
Dudé unos instantes, consciente de que no había vuelta atrás. El rey de Otoño había intercedido por su campeón para evitar que pudiera herirse a sí mismo o enloqueciera como Ariel; había preferido retirarse a tiempo antes de ver peligrar la vida del futuro rey de la Corte de Otoño.
Me pregunté si mi madre intercedería por mí.
Uno a uno, fui bajando los peldaños que me separaban de la Niebla. Los latidos de mi corazón se habían puesto frenéticos, consciente de mi agitado estado; las truculentas historias de la reina Mab se repitieron en mis oídos, cómo todos los ejecutados caían muertos sin necesidad de que se derramara sangre... de manera voluntaria.
Mis pasos fueron perdiendo seguridad cuando estuve en la arena, rodeada por la Niebla, sintiendo el tacto frío sobre la piel descubierta de mis brazos; de manera inconsciente alcé la mirada hacia donde debía encontrarse el palco, pero no podía ver nada.
Estaba rodeada de la Niebla.
Atrapada entre sus garras.
A la espera de que mis mayores miedos se fueran materializando delante de mí para acabar conmigo.
Toqué la piedra de energía que mi madre me había enviado por medio de Anaheim. Me recordé lo que me había dicho en la habitación, el primer cumplido sobre la gran fortaleza que poseía; tenía que aguantar el máximo posible.
"Nada de lo que veas es real —me dije a mí misma—. Todo es producto de tu cabeza".
Giré sobre mis pies, vigilando la densa cortina de niebla que me rodeaba. Una oleada de susurros empezó a despertar, multitud de voces que creía reconocer; tensé los brazos de manera inconsciente, lista para usar mi magia en la menor oportunidad.
—Princesa...
—Olvidada...
—Vendida como una mera mercancía...
—La reina Mab nunca quiso una niña, siempre deseó tener varones...
—Nunca estuvo a la altura...
—Siempre preferirá al príncipe heredero...
La respiración se escapa de mis labios en rápidos jadeos mientras era castigada por aquellas voces incorpóreas que me estaban castigando de ese cruel modo, intentando golpearme en lo más bajo.
—Su prometido la traicionó...
—Prefirió a una vulgar tabernera...
—¿Por qué será que todo el mundo acaba traicionándola...?
Un coro de risas siguió a esa pregunta. La misma que me repetía yo en multitud de ocasiones, tras los desencuentros que había tenido con Atticus y Nyeel; todo el mundo me traicionaba de algún modo, incluso mi propia familia.
—Estás destinada a quedarte sola.
Apreté los dientes con fuerza mientras las voces seguían instigándome con aquellas crueles palabras.
—No sois reales —susurré—. Ninguno de vosotros sois reales.
Recibí más risas a modo de respuesta.
—Maeve.
Me recorrió un escalofrío de pies a cabeza. Miré por encima de mi hombro para toparme con Atticus... acompañado por una mujer que se mantenía pegada al cuerpo de mi prometido y cuyo rostro estaba difuso; el aire se me quedó atascado al entender quién era ella.
La mujer sin rostro.
Estaba paralizada. Incapaz de mover un solo músculo de mi cuerpo, observaba a Atticus y la misteriosa tabernera mientras ella acariciaba con lujuria su pecho por encima del jubón que llevaba; mi mirada se movía de uno a otra, con la garganta seca y el corazón retorciéndoseme a causa del dolor.
—No eres real —repetí con voz temblorosa.
Atticus me respondió con una sonrisa condescendiente.
—¿De verdad, Maeve? —me preguntó con suavidad—. Pero ¿acaso tú eres real? ¿Qué parte de la Maeve que he conocido es la real?
Jadeé.
—Tú me conoces —contesté.
No soné muy convencida y eso hizo que la sonrisa de Atticus creciera en su rostro.
—Eres una farsa, Maeve —me contradijo—. Un engaño para hacerte con el trono de la Corte de Verano.
Mis ojos se llenaron de lágrimas al escuchar el tono desprovisto de cualquier emoción por parte de Atticus cuando habló de lo que le había ocultado.
Las rodillas empezaron a temblarme.
—Eres una mentira. —Otra voz masculina se añadió a la conversación.
Me giré a toda velocidad para encontrarme con Keiran, que me observaba con los brazos cruzados y un gesto desdeñoso.
—Eres tan retorcida y fría como tu madre —prosiguió Keiran mientras Atticus se reía entre dientes—. En el fondo, tú también estás ávida por el poder.
—No tienes corazón —añadió su hermano menor.
Se me escapó un tembloroso sollozo al escucharlos hablar con tanto desprecio de mí. Mi cabeza se había olvidado por completo de que todo aquello era producto de la Niebla; sus afiladas garras se habían hundido en mi mente y estaban sacando el mayor provecho, empezando por los miedos más nuevos.
La reina Mab se materializó a mi lado con su actitud altiva e inalcanzable. Su mirada de hielo estaba clavada en mí con un brillo de decepción... profunda decepción; yo seguía detenida en mitad de aquel círculo, intentando no quebrarme.
—El día en que naciste lloré —habló mi madre con rencor, sacando a la luz sus más oscuros secretos sobre mí—. Yo siempre quise un varón, no una mujer. Las mujeres somos débiles, y sabía que no ibas a ser la excepción; el día en que naciste supe que ibas a ser la desgracia de nuestra familia... Y no me equivoqué en absoluto.
Caí de rodillas sobre la arena al mismo tiempo que dejaba escapar un agónico grito de dolor ante las hirientes palabras de mi propia madre.
La reina Mab se paseó de un lado a otro, contemplándome ahora con desprecio por haber comprobado que estaba en lo cierto: era débil.
—Contigo solamente he recibido una decepción tras otra —continuó de manera implacable.
Miré a mi madre de manera suplicante, pidiéndole en silencio que no siguiera. Sentía mi corazón estaba destrozándose a cada palabra que escuchaba salir de su boca, cumpliendo con su cometido: convirtiendo mi corazón en un montoncito de pedazos rotos.
—No sabes las veces que me he arrepentido de tu nacimiento, Maeve...
—Basta —dije, rota de dolor—. Basta ya.
La reina Mab se evaporó, igual que Keiran y Atticus.
Me aovillé contra la arena, pegando la frente al suelo y sollozando con fuerza. La Niebla era implacable, no conocía de piedad... de clemencia; te atacaba con sus propias armas, hundiendo sus cuchillos en el fondo de mi destrozado corazón.
—Nos has fallado, Maeve.
Me hice daño en el cuello cuando alcé la mirada hacia las dos personas que me observaban frente donde estaba arrodillada. Mi rostro estaba cubierto de la humedad de mis lágrimas y la arena que se había quedado pegada; notaba un dolor sordo en el pecho, como si alguien hubiera metido su mano en él para aplastar mi corazón.
Un grito de horror se me escapó entre los labios al encontrarme a mi padre de la mano de una versión mucho más joven de mí. La pequeña Maeve me observaba con desagrado, asqueada por mi aspecto.
Recordaba perfectamente ese gesto.
Me recordaba perfectamente en aquella época, poco después de la muerte de mi padre.
—Has olvidado tu propósito —añadió desdeñosamente la pequeña Maeve.
—La Corte de Verano te está convirtiendo en otra persona —continuó mi padre, mirándome con lástima—. Mi hija está desapareciendo, dejando en su lugar a una desconocida...
La pequeña Maeve soltó una sonrisa maléfica que me recordó dolorosamente a mi madre.
—En una princesa Seelie —apostilló.
—No —susurré.
La mirada de mi padre se tornó herida... profundamente herida. Traicionada. Como si no hubiera estado a la altura.
Era la misma mirada que me habría esperado de la reina Mab.
—Papá —le llamé, suplicante.
Los ojos azules de mi padre me contemplaron con pena.
—Te estás olvidando de tu venganza... te estás olvidando de mí —sollocé con más fuerza al percibir lo mucho que se estaba avergonzando mi padre—. ¿Acaso no quieres hacer pagar a los culpables de lo que nos hicieron? ¿No quieres ver su sangre derramándose?
»¿No quieres ser libre, Maeve?
Percibí una presencia a mi espalda, pero no tenía energías para moverme. Lo único que deseaba en aquellos instantes era que se pusiera fin a eso; apenas era capaz de respirar con normalidad, las lágrimas me nublaban la vista...
La pequeña Maeve me contemplaba con perversa diversión, disfrutando del dolor que me estaba partiendo en dos.
—Entonces debe morir —susurró Puck a mi oído.
Unas manos se cerraron alrededor de mi cuello y apretaron con fuerza, intentando asfixiarme.
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