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| ❂ | Capítulo 10.


—No le encuentro ninguna gracia a tu sentido del humor, es pésimo —repliqué, cuidando de apartarme unos centímetros mientras él sostenía mi libro entre las manos como si fuera un objeto de valor incalculable.

Mis mejillas seguían estando coloreadas por la impertinente broma que me había hecho. El libro que se me había caído todavía se encontraba entre las manos de Keiran. Y Keiran seguía mirándome como si se encontrara frente a una extraña clase de animal con la que no se había cruzado nunca antes.

El ambiente pareció bajar de temperatura cuando el silencio se extendió entre ambos. No había respondido a lo último que había dicho y su ceño había comenzado a fruncirse; estaba escrutándome con la mirada y yo era incapaz de moverme. Todo el buen humor del que había hecho gala minutos antes se había desvanecido.

Aquel repentino cambio no terminó de gustarme.

—Tú tampoco eres capaz de superarlo —afirmó con seguridad.

Las manos empezaron a temblarme al entender que estaba hablando de la tercera prueba. ¿Acaso había creído que a mí me resultaría fácil olvidarlo todo? Mis miedos siempre me acompañarían, igual que esa terrible experiencia.

Apreté mis temblorosas manos en puños, escondiéndolas entre los pliegues de la falda de mi vestido.


Keiran tragó saliva y sus ojos perdieron el poco brillo que habían mostrado. Se había quedado atrapado en los recuerdos de la Niebla, podía percibir la agitación de su magia en respuesta a lo que debía tener en mente; el príncipe de Verano se había acercado a mí porque compartíamos un nuevo nexo: la tercera prueba. La oscuridad que nos había asolado durante ella y que había tratado de quebrarnos.

Lo único que buscaba con ese pequeño acercamiento era comprensión y consuelo.

—Todos necesitaremos tiempo para poder recuperarnos —repuso Keiran—. Y tiempo es lo que menos tenemos antes de la última prueba.

Retorcí los dedos contra el tejido de la falda, sin apartar la mirada de su rostro. Tenía una pregunta en la punta de la lengua, pero sabía que sonaría descortés... y quizá desconsiderada. Keiran me había ofrecido una tregua, incluso me había asegurado que no buscaba una amistad o alianza conmigo; no teníamos el suficiente trato para que yo pudiera formularla con libertad.

Era posible que le ofendiera.

Decidí arriesgarme.

—¿Qué puede haber en el fondo de tu corazón para que hubieras estado a punto de...?

Keiran soltó un respingo y el libro tembló en su mano al escuchar lo directa que había sido con aquella pregunta. De manera inconsciente dio un paso hacia atrás, frunciendo el ceño con una expresión sombría en el rostro.

Supe que había hablado demasiado... y que eso no le había gustado en absoluto al príncipe.

—¿Qué hay de ti? —replicó con dureza—. Atticus me contó lo que sucedió mientras estuviste en la arena. ¿Cuál es tu miedo, Maeve?

Me froté los brazos al sentir cómo todo mi vello se erizaba ante mis propios recuerdos. Algo se había roto en nuestro interior tras la Niebla; podía percibir el cambio en Keiran y yo misma era consciente de cómo la oscuridad de mis miedos se había extendido un poco más tras la prueba.

—Vi a mi padre antes... antes de que muriera. —Hundí las uñas en mi carne, reviviendo la decepción que había visto en sus ojos azules cuando me acusó de ser otra persona.

—Pero eso no es todo —adivinó Keiran, con precisión.

Entrecerré los ojos. Que existiera una pequeña conexión entre ambos me inquietaba, que sintiera comprensión hacia él tampoco me ayudaba; la Niebla había dejado una profunda huella en el alma del príncipe heredero. Algo que lo marcaría de por vida.

De algún modo me sentí culpable por ello, a pesar de que habían sido los deseos de mi madre utilizar a la Niebla como instrumento de diversión.

—También me recordó algo que yo había tratado de olvidar y que casi había conseguido —musité.

Keiran enarcó una ceja, emitiendo así su silenciosa pregunta.

—Que jamás estaré a la altura de lo que espera la reina Mab de mí.

Otra vez caí en la cuenta de que había hablado más de la cuenta. Era posible que no hubiera dicho que él también había formado parte de aquel circo del terror en el que me había visto atrapada... pero había dicho cosas que él no tenía por qué saber; mis mejillas volvieron a colorearse de vergüenza por mi desliz frente a Keiran.

Cogí el libro de las manos del príncipe y le rodeé para poder escapar de aquel rincón de la biblioteca.

—Uno de mis mayores miedos es perder a las personas que quiero. —La atropellada confesión de Keiran me dejó pegada al sitio—. La Niebla me mostró que la traición es la peor de todas; esa cosa no tuvo piedad conmigo y me enseñó que el egoísmo también puede convertirse en una peligrosa traición. Y yo no... no puedo, no puedo anteponer mis propios deseos porque hay demasiado en juego. Mi corona depende de ello.

Miré a Keiran por encima del hombro. Sus hombros se habían hundido y tenía la cabeza gacha, con la mirada clavada en sus manos; la vulnerabilidad que mostraba en aquellos instantes hizo que me sintiera mucho peor, pues conocía de primera mano su destino. Tragué saliva cuando sus ojos de color ámbar se clavaron en los míos con una tristeza tan profunda como un abismo.

—Creo que tenemos en común más de lo que pensamos —comentó sin un ápice de humor—: ninguno de los dos alcanzaremos las expectativas que esperan de nosotros.

Pensé en mi hermano, el futuro rey de la Corte de Invierno. Al igual que Keiran, había tenido que renunciar por el bien de su trono; había visto a Sinéad madurar de golpe para poder tomar sus nuevas responsabilidades como futuro rey. Había visto cómo renunciaba a su libre albedrío en algunas cuestiones por el bien de la Corte de Invierno.

El camino hasta convertirse en rey no debía ser fácil, y no había cabida en él cosas como el egoísmo.

Le sostuve la mirada a Keiran mientras me preguntaba a qué cosas habría tenido que renunciar por ser el príncipe heredero. Quizá los rumores que corrían sobre él eran ciertos y la misteriosa joven de la Corte de Primavera fuera lady Amethyst quien, por su bajo status, jamás podría casarse con él.

Quizá ambos estuvieran enamorados, pero nunca podrían estar juntos, por lo que se habían visto avocados a tener la extraña relación que mantenían.

Di media vuelta sin mediar palabra, marchándome de allí de manera apresurada y con un nudo en la garganta. No tardé mucho en encontrar la mesa donde Atticus ya nos esperaba sumergido en uno de sus amados libros; alzó la mirada al escuchar mis acelerados pasos sobre la madera y enarcó una ceja con curiosidad. Me pregunté qué aspecto tendría después de aquella extraña conversación con su hermano mayor.

Elegí el cómodo asiento que había a su lado y dejé con cuidado el libro sobre la mesa, procurando controlar mi respiración y devolverla a la normalidad.

—Interesante elección —comentó Atticus.

Bajé la mirada hacia la portada y comprobé que se trataba de un libro de la geografía de nuestro país. Un tema que no me interesaba especialmente.

Me encogí de hombros con inocencia.

—No estaba prestando del todo atención —confesé.

Desvié la mirada hacia la portada del libro que tenía Atticus y vi que se trataba de un viejo tomo con los tratados que se habían alcanzado las dos grandes cortes en los últimos años; supuse que mi prometido se había reincorporado a sus deberes como diplomático.

Fue como si la realidad de lo que me esperaba tras el Torneo me golpeara en el centro del pecho con contundencia. No le había dedicado ni un solo pensamiento a nuestra futura boda, como tampoco a los preparativos; tampoco sabía qué sería de mí una vez me convirtiera en la esposa de Atticus, como el tiempo que aguardaría la reina Mab hasta poner en marcha la orden para que Keiran fuera asesinado.

Di un brinco sobre el cojín de mi asiento cuando una pila de libros cayó estrepitosamente en la mesa.

—¿Keiran? —preguntó Atticus, con la vista clavada en los lomos de aquellos libros.

No le había gustado en absoluto cómo había tratado sus preciosos tesoros.

El interpelado escogió la silla que se encontraba a la cabecera de la mesa, justo a mi izquierda. Soltó un desdeñoso bufido ante la reprimenda de mi prometido.

—Hacía años que no visitaba esta biblioteca —comentó a nadie en particular, ignorando la pregunta de su hermano—. Había olvidado por completo que aquí se encontraban los mejores libros sobre estrategias bélicas.

—No estamos en guerra, Keiran —recordó con apuro Atticus—. Hace mucho tiempo que vivimos en una longeva y tranquila paz.

¿Durante cuánto tiempo más?, quise preguntar. Mi madre había logrado adivinar las pretensiones del rey Oberón al aceptar su oferta de compromiso; había fingido no ser consciente de que la Corte de Verano trataba de usar el plan que teníamos en nuestra contra, preparados para ser nosotros quienes diésemos el golpe de gracia.

Las cosas podían salir mal.

Podía estallar una nueva guerra de salir todo aquello a la luz.

Miré a Keiran con dudas. ¿Estaría al corriente del riesgo que se estaba corriendo con aquella operación del compromiso? ¿Quizá temía que pudiera fallar algo...? ¿La elección de esos libros había sido puramente casual?

¿Sería una muda advertencia?

El príncipe heredero se encogió de hombros al mismo tiempo que abría uno de los volúmenes sobre estrategia militar que había llevado hasta la mesa.

—Son mis favoritos.

Todos nos sumimos en un cómodo silencio mientras Atticus leía con atención su libro y el resto fingíamos hacer lo mismo. Las líneas del capítulo que estaba leyendo sobre la geografía de mi hogar me resultaban tediosas y pesadas; apenas era capaz de leer un párrafo y entenderlo. Sin duda alguna, había sido todo un error haber cogido ese libro... aunque fuera a causa del azar.

—¿Verás esta noche a Ames? —inquirió entonces Atticus, que mantenía la vista clavada en las páginas de su grueso tomo.

Levanté la mirada tímidamente para mirar a Keiran. Mis teorías sobre la naturaleza de la relación entre ambos emergieron desde el fondo de mi mente, recordándome que Keiran tampoco debía haber tenido una vida fácil debido a su condición de heredero.

Sin embargo, el príncipe parecía tranquilo.

—Ames está molesta conmigo —contestó despreocupadamente—. Tuvimos un pequeño desencuentro y ella ha decidido castigarme con su indiferencia.

El corazón me dio un vuelco cuando Keiran me guiñó un ojo con complicidad, como si compartiéramos un secreto.

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