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1. Park JiMin

Alemania no solo era conocida por su trágica historia de trasfondo, sino también por su hermosa cultura y su bajo clima ideal para quienes disfrutan de un buen chocolate caliente frente a una fogata en la sala de estar como ahora mismo se encontraba haciendo Park JiMin.

Acomodó su gran cálido abrigo de piel y miraba pensativo las flamas del fuego incrementar. Si bien su pijama sedoso era lo bastante abrigado, no se negó cuando William, su fiel mayordomo quien siempre estuvo a su lado, le ofreció ponerse el abrigo.

—Joven Park, recuerde que mañana tiene una cita con la señorita Kim Jennie —el rubio suspiró y negó con su cabeza cansado de escuchar ese nombre. Juraba que si alguien más se dignase a nombrarla, se mudaría inmediatamente a Corea.

Kim Jennie venía de una millonaria familia muy amiga de sus padres. Sin embargo, JiMin y su familia siempre poseyeron el cuádruple de cantidad, cosa que ponía muy celoso al padre de Jennie, Kim Woobum.

Jamás podrá olvidar como desde chicos ambas familias planeaban contraerlos en santo matrimonio, cosa que era muy absurda para JiMin de pequeño, pues en los cuentos infantiles que leía ninguna alianza estaba predeterminada. ¿Qué hay con eso del verdadero amor? ¿Acaso él no encontraría a su damisela en apuros? ¿No daría un beso de amor que lo salve a él y a su amada en situaciones de vida o muerte? Era absurdo, completamente absurdo. Y el inocente niño nunca perdía la oportunidad para mostrar su disconformidad siempre que algunas señoras los miraban adorables y se acercaban para decirles lo hermosa pareja que hacen y podrían hacer en un futuro contrayendo matrimonio. JiMin chillaba y les decía, educadamente en lo posible, que eso jamás pasaría, que Jennie era como su hermana.

No era consciente del daño que provocaba en la pequeña castaña y su inocente corazón.

—Mándale una carta a TaeHyung, dile que pasará toda la tarde aquí y que puede quedarse a dormir si gusta —William miraba a JiMin desconcertado. Sin embargo, obedeció debido a su puesto.

William se retiró de la sala de estar dejando a Park solo. Suspiró audiblemente y sobó el ceño de su frente, esta situación lo enfermaba.

Calma, JiMin. Solo es una estúpida tarde tomando el té con tus amigos. ¿Qué puede salir mal? Ojalá se le rompa un zapato a Jennie o que su carruaje pierda una rueda.

Rogaba que su preciado amigo no tuviese ninguna actividad importante como esgrima o ajedrez, típicos pasatiempos que se vieron envueltos a participar gracias a sus padres y en los que ambos destacaban. Ahora mismo TaeHyung era su única esperanza.

Se levantó con suma delicadeza y elegancia —tal como había sido educado toda su vida y aún lo seguía siendo por sus tíos quienes solían visitarlo de vez en cuando— caminó por la sala hasta quedar frente a un gran cuadro pintado por el famoso artista de la época, Salvador Dalí. En la imagen se veía al pequeño y sonriente JiMin en medio de su padre quien aparentaba dominio y posesividad, y su madre quien mantenía una postura relajada y una bella sonrisa muy similar a la que JiMin heredó.

Sonrió enternecido, cerró sus ojos dedicándoles unas palabras a sus padres.

Saben, madre y padre, aún los extraños. Entregaría toda mi riqueza con tal de que pueda volver a verlos al menos unos segundos, volver a acariciar la suave mejilla de tí, madre. Volver a presenciar tus habilidades y tranquilidad a la hora de jugar ajedrez con el abuelo, padre.

Solía hacer eso todas las noches sin falta, se acercaba a la inmensa obra de arte y les contaba cómo iban sus días haciendo nada, estudios en la más que prestigiosa institución de toda la ciudad, amistades que solo se centraban en TaeHyung, su primo Jung Hoseok —con quien ha tenido algún que otro pequeño inconveniente que con el paso del tiempo fueron quedando en el olvido— y se podría decir que Jennie, negocios que quedaron a sus manos debido al fallecimiento repentino de su padre, entre otras. Era bastante aliviante, era la única forma en la que podía recordar cómo era ser estrechado entre los dulces brazos de sus progenitores y sentirse querido.

Este hábito lo escondía de todo el mundo, incluso de su mejor amigo Kim TaeHyung. Prefería que sólo él sepa sobre esto, era algo demasiado íntimo y jamás se lo enseñaría a alguien.

Se levantó luego de conversar por unos minutos —a solas— con el recuerdo de sus padres, se dirigió hacia el gran, cómodo e individual sofá, se desplomó allí importando poco si su costosa pijama se arrugaba o no, cerró sus ojos y decidió entregarse a los brazos de Morfeo, mañana sería otro día. Esperaba que realmente la tarde pase volando o que al menos no sea tan densa. Pensar en que debería soportar los chillidos y los intentos de coqueteo de Jennie hacia su persona, le estresa en demasía.

Dicho y hecho, luego de lamentarse algunos minutos en mantener una amistad con Jennie, JiMin pudo descansar en paz.

Despertó al día siguiente en la cálida sala de estar. Sintió como alguien carraspeó con su garganta provocando que pegué un saltito en el lugar debido al susto y sorpresa, abrió holgazán sus ojos molestándole la repentina luz natural del sol y vio a William tan elegante como siempre y como debía ser.

Sobó sus ojos con el puño de la mano intentando acostumbrarse a la brillosa luz y bostezó descuidado.

—Joven Park, el señorito Kim me ha respondido gratamente la carta recientemente enviada y me comunicó que estará aquí a las 12 am. —JiMin frunció el ceño intentando recordar por qué TaeHyung lo visitaría ese día. La imagen de su "comprometida" invadió su mente y las ganas de dormir profundamente como una de las princesas de sus libros infantiles, lo llenó por completo.

Asintió dándole a entender a William que su trabajo ya estaba dado por hecho y podía retirarse a hacer alguna labor esencial de la casa.

Perezoso y sin ningún tipo de intención en levantarse de aquel cómodo sillón, giró su vista hacia el inmenso reloj —que decoraba la sala dándole una impresión más antigua— que marcaba exactamente las 11:50 am.

Joder, pensó Park. Se levantó rápidamente y corrió hacia su enorme habitación. Su habitación ocupada toda una casa de los nobles que viven cerca de su mansión. Los ciudadanos incluso se tomarían el atrevimiento, con un tono de sorpresa, y envidia de decir que tranquilamente ocuparía tres casas del pueblo.

Ya en su habitación, se vistió muy elegantemente en un principio —aunque en su opinión esa ropa era la de todos los días —con su camisa completamente blanca, unos tirantes negros que iban enganchados a su pantalón de vestir del mismo color. Acomodó el cuello de su camisa mientras se miraba al espejo.

Si le preguntaban, él se consideraba extremadamente hermoso. ¿Hermoso? Esa palabra le quedaba corta. Incluso perfecto no llegaba a su nivel. Varias veces tomaba un diccionario de la gran estantería llena de diversos libros y buscaba la palabra perfección. Le parecía incrédulo que su nombre no aparezca allí. De seguro era una versión muy vieja de ese libro.

Terminó con todo el asunto de su ropa y corrió hacia el baño para lavarse su brillante dentadura la cual era una de sus miles de virtudes. Limpió sus labios con la sedosa y suave toalla y bajó las escaleras con las manos en su bolsillo mostrando una postura refinada.

Entró a la cocina poniendo una cara de asco, pues los sirvientes estaban allí tomando el desayuno que eran restos que JiMin no comía o simplemente no le apetecía en ese momento. Obviamente si el joven Park decía que no quería tal comida, los mejores chef de la ciudad debían encontrar otra receta que enamore al paladar de JiMin o al menos lo haga sentir satisfecho.

Así fue criado JiMin. Veía como su padre reclamaba a los sirvientes cuando una tarea no estaba bien cumplida, incluso a veces su madre se lo llevaba —antes de que presencie otra escena —con la excusa de que quería enseñarle un poco más sobre las flores y su significado. El pequeño Park pensaba que estaba mal tratarlos así, pues en los cuentos que leía las princesas eran muy bondadosas con las demás personas. Es por eso que JiMin no se sobrepasaba con sus sirvientes, simplemente les reprendía o miraba de arriba a abajo con algo de asco en la mirada. Algo es algo.

—¿Dónde está William? —sin más y sin saludar, preguntó tranquilo. El chef que se encontraba preparando algún aperitivo para Park y sus amigos, hizo una reverencia sin levantarse hasta que JiMin hizo un sonido permitiéndole enderezarse.

—Joven amo, William está recibiendo a la señorita Kim y a su amigo —Dios alabe a TaeHyung, llegó al mismo momento que Jennie por lo cual no debe pasar tiempo a solas con ella.

Sin decir nada más, se retiró al extenso lobby donde recibió a sus amigos. Hacía tiempo, por suerte, que no veía a Jennie. Su viaje a Italia le había favorecido, pues al analizarla de pies a cabeza pudo notar que parecía más madura que antes.

Sobre TaeHyung... él sigue igual a como lo recordaba. Lo que le entristece —y le parece increíblemente gracioso a la vez— a JiMin, es que su pelinaranja mejor amigo sigue creciendo cada vez más, ganándole de estatura.

Sus pensamientos se vieron interrumpidos por unos brazos que rodearon su cuello, un cuerpo que se apegaba al suyo, un aroma que le repetía una sola palabra "bastante caro"  y una voz extremadamente chillona e insoportable.

—¡Mi amado! —JiMin revoleó los ojos y suspiró. Aquí íbamos de nuevo.

¿Ya les había mencionado lo irritante que le parecía Kim Jennie?

Pudo ver sobre su hombro como TaeHyung bufaba, rodaba sus ojos y se cruzaba de brazos esperando a que la escena que tenía frente suyo desapareciera. A su vez, observó como el pelinaranja escondía algo —que desconocía por completo— detrás de su espalda. ¿Qué tienes ahí, Tae?

Por hoy publicaré hasta el 1er capítulo ;)

Las estaré leyendo por aquí :D

Nos vemos ♥

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