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XXXV

"Con mis deseos de antaño y después de un sueño agotador dentro de mi pecho esta tibiamente congelado"


Mira el caos estridente que se blande, muertes por doquier, los humanos han tomado un poder que no debieron jamás hacerlo, la sangre nunca se podrá lavar aun así rememora los hechos y comprende que todo vuelve a su origen, si ese hombre, el hermano de faraón no hubiese sembrado la semilla del odio aquel mal nunca se hubiese desatado, pero ya es demasiado tarde.

La única forma es establecida y la oportunidad de tenerle de vuelta se ha perdido.

Su alma ha sido sellada en el rompecabezas del milenio, objeto creado con la sangre de los inocentes, artefacto maldito lleno de la pena de una aldea extinta.

Un lamento se escucha esa noche, pero Anubis no llora por la sangre derramada, no, él ya no siente, él había arrancado su corazón para cumplir el deseo que se estableció tantas lunas atrás y ahora todo se veía perdido, al menos eso creyó.

La rabia de Anubis fue aún mayor cuando el cuerpo desapareció de la cámara que solo Isis debía de saber después de todo el joven Faraón solo podía estar en la cámara donde aquel Dios muerto renació.

Sus aullidos se hicieron estrepitosos, el Dios sin corazón parecía lamentarse por algo más que la pérdida, alzo su báculo, pero esta vez Ib no hizo acto de presencia, en cambio todas las Sheut que le acompañaban excepto una llegaron a él.

Maldijo al ladrón ¿Qué pensaba hacer con el cuerpo?

Pero ya era tarde para darle alcance, la piedad de Amón Ra le había instado a llevarle en su barca, tanto Ib, como la encarnación de Osiris y el alma se vieron perdidos.

El silencio reinaba en la vieja tumba, pero claramente podía oír las risas Nun, Naunet, Kuk, Kauket, Heh, Hehet, Nia y Niat burlándose de su plan fallido, un Dios dejándose llevar por las emociones como simple mortal, era patética su forma de actuar y lo sabía porque él aun no lograba comprender que era lo que quería alcanzar con todo lo que había hecho.

Dejo la vieja tumba que no tenía nada ya que ver con su persona y se dirigió al único lugar donde podía sentirse en paz.

Hatshepsut le miro risueña al verle sentado en su aposento, omitiendo el semblante estoico del Dios se acercó a él, sus lamentos se escucharon por todo Egipto como alguna vez la risa sonora de Seth lo hiciera.

Tal vez ella era la única que podía ver a través de la máscara, condena que debía portar Anubis, en otra ocasión el regocijo se hubiese cernido en ella, pero no esta vez, su pena le hacía estrujar el corazón que le pertenecía solo a él.

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