Ella. 8
El silencio reinó en el almacén y realmente me incomodaba, pero él habló finalmente y yo suspiré aliviada de que lo hiciera. Había tal hervidero de nervios en mi cuerpo, que creía estar a punto de estallar. Había aceptado la propuesta, me había dejado catatónicamente atónita:
- ¿De verdad que le parece bien ese lugar? -pregunté sorprendida, asumiendo que una vez le diera la dirección exacta, quedaría confirmada mi cita con Steve Rogers. No daba crédito a ello y sin testigos, era muy probable que en cuanto se fuera, me convenciera de que todo había sido un delirio. Desde luego una alucinación ya era mucho mejor que la rutina a la que estaba sometida en el dichoso comercio.
- Pienso lo mismo. No que vaya a causarme problemas -exclamé con suavidad y nerviosismo al aclarar el punto-, para mí, apenas habría problema... -confesé tartamudeando.
Me sentía verdaderamente ridícula. Aquel hombre me ponía demasiado inquieta, su imponente presencia me hacía sentir muy pequeña y vulnerable.
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