Ella. 26
Me estaba deshaciendo poco a poco con aquel bes. Su boca se adueñó de todos mis sentidos. Aquella humedad que me invadía, hizo disparar mis latidos y elevar sobremanera la temperatura de mi cuerpo. El deseo era tan intenso que parecía consumirme por dentro.
Deslicé mis manos temblorosas por la tela recia que cubría, primero, sus brazos y, seguidamente, su torso. Actuaba por el anhelo desesperado de acariciar su piel, de ahí mi diestra, ansiosa, se escapó hasta su rostro, aliviándose con la suavidad imberbe de su mejilla. Justo cuando mi lengua, tímida comenzaba a pasear sus labios, él se retiró, dejándome desprovista del oxigeno que estaba tomándome de su boca. Luego, sus palabras titubeantes sonaron contra mis labios, a lo que contesté con el poco aliento del que disponía:
—¿Para quién? He sufrido tu ausencia como quien guarda luto, Steve... No tengo miedo de estar en peligro si eso significa tenerte conmigo —le aseguré con determinación.
Tomé su cara con ambas manos y, con ansia y deseo, volví a morirme en sus labios, impulsando mi cuerpo hacia el suyo, como un instinto primario para tener contacto total con su cuerpo. No tenía intención de darle tregua y mucho menos cuando sentí cómo sus manos se encajaban en mi cintura, cuya piel me empezaba a arder a través de la fina tela de mi pijama. Aquel beso no estaba siendo decente ni cuerdo, no recordaba haber besado a nadie de ese modo. Sólo quería beberme su boca, robarle todos los besos que había soñado desde que le conocí. Separé mis labios de los suyos, los cuales estaban enrojecidos y brillantes de la humedad nacida de nuestra pasión, y susurré, uniendo su nariz con la mía:
—Dame una buena razón para no seguir besándote. Dámela y dejaré de hacerlo —le desafié con rabia, más para conseguir sus besos que palabras necias que sólo dolían si no me tomaba ya.
Mi respiración descompasada descubría el punto en el que me encontraba, pero él no parecía estar mucho mejor que yo, al comprobar el tono sonrojado de sus mejillas y la fina capa de sudor que envolvía su frente. Sonreí, el subidón de endorfinas que aquella imagen me otorgó fue mi dulce perdición.
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