Ella. 20
Su palabras impidieron que las mías atravesaran mis cuerdas vocales. Fue tan dulce que sentí una punzada en el pecho: aquello no podía estar pasando, era casi irreal, aquel hombre me estaba volviendo loca y aún no llevaba conociéndolo ni 12h. Traté de convencerme de que él, simplemente, era así de cortés con todo el mundo.
La motocicleta se detuvo y, apartir de ese momento, Steve me trató como si fuese a romperme en mil pedazos. Intenté sonreír, llevada por la satisfacción de sentirme tan atendida, sin embargo, la herida de mi boca se tensaba y dolía al sonreir. No hubo una palabra, tampoco parecía que hiciera falta. Tuve la voluntad de decirle que no hacía falta que entrara en casa, no porque no quisiera, sino por mantener la compostura, pero no me atreví: su decisión y paso firme, me privaron del habla nuevamente.
Por un momento sentí vergüenza de que entrara en mi apartamento: "¿Y si no lo dejé en buen estado? ¿Y si está sucio?". No era una gran apartamento, ni poseía los mejores lujos, era modesto, justo lo que me podía permitir. De todas maneras me gustaba tenerlo de forma decente.
—D-disculpa el desorden. Yo... —me puse a organizar un poco por encima, pero él me lo impidió, cogiendome del brazo. Todo sin decir una palabra. Me imponía su silencio.
Igual que si conociera el apartamento como la palma de su mano, me llevó casi a rastras a mi habitación y, justo en ese instante, me quedé sin respiración: "¿Pero qué... No es eso ir demasiado rápido?".
Nuevamente mi imaginación superó a la realidad: me hizo tumbarme en la cama, recostada sobre el respaldar de ésta y preguntó si tenía botiquin. Casi de forma automática asentí: ahora entendía porqué era capitán, conseguía que todos cumplieran sus órdenes sin rechistar. Ese pensamiento, me tenía en tensión por completo, no sabía de que modo sentirme: "¿Abrumada? ¿Excitada?" ¡No, no, no! Definitivamente, no. Estaba yendo demasiado lejos con mis pensamientos y, si continuaba así, iba a meter la pata en cualquier momento.
Esperé a que viniera de coger el botiquin. Yo aún llevaba la ropa que había elegido para nuestra cita, la acomodé bien al igual que mi peinado, como si eso fuese a importarle en ese momento. Procedió a curarme y aunque traté de ser una buena paciente, no paraba de quejarme, gimiendo un poco, ya que además de doler, escocía. De pronto le vi quedarse quieto, con el algodón a medio milimetro de mis labios, mientras él mantenía su mirada fija en ellos.
—Steve... ¿Pasa algo? ¿Tan grave es la herida? —me tenía confusa, ya que seguía sin decir nada.
Le observé unos segundos, estaba lo suficientemente cerca como para verle al detalle. Y un detalle fue el que me llevo a invadir su espacio, sin miramientos: observé que a su camisa le falta un botón, el segundo de la parte superior y, por lo tanto, la camisa se encontraba más abierta de lo normal. Como si así fuese a encontrarlo, llevé mi diestra a la orilla de su camisa, comprobando que, efectivamente, le faltaba ese botón. Únicamente quedan unos hilos y la tela arrugada:
—Ese ímbecil te ha roto el botón en vuestra disputa. Quizás tenga uno igual y pueda arreglarlo... —esto último lo hice bajando el tono de mi voz.
De repente, me sentí cómoda, a gusto y segura de mis actos: el pulgar y el índice pasaban repetidas veces por el lugar donde debía estar botón desaparecido. Al mismo tiempo y discretamente, detras de la tela, el resto de mis dedos se rozaban con su piel. Aunque me lo prohibiera a mí misma, no quería parar de hacerlo: su piel era suave, cálida, agradable al tacto. Sólo ese gesto, me puso en alerta, estaba claramente coqueteandole, seduciendole, al mismísimo Steve Rogers... Estaba loca, estaba segura de que con su templanza, iba a rechazarme.
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