Obedeciendo a su consejo y con algo de timidez, mis bendecidas manos avanzaron por su abdomen hasta encontrarse la una con la otra. Ejercí una leve presión justo en el centro, cuando sentí cómo la moto se había acelerado hasta tal punto de oler a quemado; algo a lo que no le di importancia, ya que para mí era como una exacta metáfora de mi corazón, que se había acelerado con sólo sentir e intuir su labrado torso.

Aceleró nuevamente, pero esta vez el vehículo se movió, cuya inercia de movimiento, hizo que resbalara en el asiento hasta pegarme contra él, sin dejar espacio alguno entre nuestros cuerpos. Todo mi cuerpo se había solapado a su espalda y afianzado con mis manos a su vientre. Mis piernas parecían envolver en parte a las suyas, las cuales me daban calor, ya que al tenerlas descubiertas iban a ser propensas a hacerme pasar bastante frío.

El viento hacía ondear mi cabello. La adrenalina liberada por la velocidad, me hacía sentir eufórica, lo que provocó latidos aún más fuertes que retumbaban contra su espalda. Dejé mi cabeza, inundada de endorfinas, reposar en ella, amplia y musculosa. Deseaba que aquel viaje no a acabara nunca.