Ella. 14
El rugir de la moto se acercaba cada vez más y justo en ese momento, mientras me miraba los pies, algo llegó a mi cabeza: ¿cómo iba a subir a la moto con vestido? Me había centrado tanto en estar perfecta y causar buena impresión, que había dejado escapar el sentido común por completo: él iba a pensar que era tonta por usar esa ropa. Pese a que era un vestido cómodo, quizas no era demasiado apropiado. Era cierto que había usado ya ese tipo de atuendo cuando iba a trabajar a aquel bar en mini uniforme, con un diminuto vestido al que le conjuntaban unos patines; así que sabía de algo sobre "tratar que no se vea nada" encima de un vehículo de dos ruedas. Pero era cierto que, en esa ocasión, era yo quien conducía, no como ahora, que iría en la parte de atrás.
Dejé de preocuparme por un momento, al darme de que él ya estaba allí. Se había bajado de la motocicleta y caminaba despacio hacia mí. No había demasiada luz en la calle a esas horas. Aunque era suficiente iluminación para intuir cómo las sombras y escasas luces de la noche silueteaban su camisa, haciéndome verle aún más grande e imponente, conforme se acercaba a donde yo me encontraba, con los pies clavados en el suelo. Una vez estuvo frente a mí, sus ojos brillantes y su sonrisa impecable le siguieron a unas palabras que parecían no salir del todo de sus labios, pero al hacerlo, provocaron un leve rubor en mis mejillas:
—Gr-gracias —dije tomando uno de los pliegues de mi vestido, para moverlo, sin saber porqué, de forma tímida y coqueta.
No se me ocurría de qué forma elogiarle a él, sin que pareciera que le estaba devolviendo el cumplido sin más.
—Está muy elegante —elogié finalmente, y tragué saliva al soltar aquellas palabras, acompañandolas de una sonrisa.
Me ofreció su brazo y volví al pensamiento sobre mi vestido. Cuando estuve frente a la moto, tartamudeé un poco, tratando de no sentirme demasiado estúpida.
—Con... Con las prisas... Olvidé la moto —comenté y abrí mi vestido, mostrándole su amplitud y poniendo cara de vergüenza, mientras sonreía—. Pero creo que no será demasiado difícil.
Él me miró tiernamente, sonriendo. Ya subido sobre su "reliquia", tuvo la intención de bajarse, sin embargo, puse una mano en su hombro impidiéndoselo.
—Lo voy a intentar —informé segura.
Recogí mi vestido, desde abajo, pegándolo a mi cuerpo a la vez que lo subia despacio, hasta mitad del muslo; me sostuve con una mano en su hombro mientras con la otra el vestido y levanté mi pierna derecha para montar en la moto. Lo había conseguido, aunque el vestido estuviera arrugandose un poco, hecho un manojo, al colocarlo en la separación entre su espalda y mi abdomen.
De lo que no me había percatado por el momento, es que mis piernas estaban prácticamente desnudas, hasta las caderas. Sólo me consolaba que no desvelase nada íntimo por tenerle a él delante. Bajé la mano que estaba en su hombro a su cintura y agregué la otra a su otro costado, rezando para que el vestido no se moviese de su sitio.
Tímida, indecisa y como si él fuese de porcelana, deslicé mis manos sobre su camisa, despacio y casi con un tacto imperceptible, desde la parte trasera de su cintura, hasta la orilla misma donde empezaban los surcos laterales de sus abdominales. Sin ni siquiera apretar, le notaba marcado, casi como si fuera el David de Miguel Ángel esculpido en piedra, eso me hizo suspirar: nunca antes había tocado nada igual.
—P-podemos irnos —indiqué, no prestándole siquiera atención a su mención a sobre si había tenido problemas con mi jefe: el estar la moto ya arrancada y el tema de su cintura, me tenía atolondrada y con la boca seca por los nervios.
Estaba recibiendo señales eróticas sin necesidad de que nadie las mandara y aquello podía írseme de las manos. Sobre todo si no controlaba mi mente y mis pensamientos, aunque a decir verdad, nunca me había sentido de ese modo con ningun hombre; nunca nadie había provocado esos pensamientos en mí. Me sentía desprotegida sin saber cuál era la manera correcta de proceder en esa situación, estando con él.
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