-¡Steve! -exclamé algo eufórica, pero de inmediato traté de corregir mi entusiasmo-. Sí, el de la tienda -reí ante tan divertida redundancia ¿acaso creía que conocía a otro Steve? Quizás sí, pero no a uno que provocara igual emoción en mí como lo hacía él.

-Ya estoy lista -tartamudeé un poco.

Le dí los detalles de mi dirección con cierta vibración en mi voz, mientras tanto, pensaba en que no sabía como iba a digerir verle en mi puerta, quizás iba a ser... ¿Incómodo? ¿Vergonzoso? ¿Qué iba a decir? ¿Dé que iba a empezar a hablar?

-Te esperaré en la puerta de casa -dije alternando mis palabras, aparentemente, calmas, con mis revueltos pensamientos.

Nos despedimos brevemente y caí a plomo en el sillón, con el corazón completamente desbocado. ¿Qué me estaba pasando? No era la primera vez que tenía una cita, pero sí quizás la primera con alguien como él, de quien no tuviera que avergonzarme, como esos novios arrogantes e imbéciles que había tenido tiempo atrás. ¿En qué estaría pensando? En un impulso me levanté del sillón y me miré nuevamente en el espejo: tuve la intención de cambiar mi vestuario. No obstante, rechacé la idea al no saber por qué otro atuendo sustituirlo. Dejé de pensar en mi ropa y, finalmente cogí mi bolso y salí por la puerta.

Él aún no llegaba, pero era lógico. Apenas habían pasado unos minutos desde que colgó, pese a eso mis nervios empezaban a fallarme e inducirme ideas macabras, como el que se habría arrepentido y ya no venía, ésa como la idea más "suave" de todas las que pasaron por mi cabeza. Sin embargo, el sonido grave de una moto de gran cilindrada, se escuchaba rugir desde el principio de la calle: mis pies empezaron moverse, inquietos, y mi corazón parecía no dejar de bombear sangre a todo mi cuerpo a una velocidad desorbitada. Estaba segura que de seguir así, iba a desmayarme.