La rutina de cada día era siempre la misma: sal de la cama, ponte ese ridículo uniforme que no te favorece nada y pasa de 8 a 12 horas de pie como cajera de supermercado.

Cuando salí de la facultad de Bellas Artes, supe que nunca iba a trabajar de lo mío, que jamás iba a tener una galería de arte o exponer en un gran museo mis obras. No, iba a reponer envases y envases de comida hasta que me muriera de asco en algún pasillo de aquella jodida tienda.

Mientras tanto, podía observar desde el escaparate cómo mis compañeros y amigos de la infancia disfrutaban la vida que siempre soñaron: divertida, interesante, vibrante... En cambio, lo más emocionante de la mía era el día que el jefe nos "regalaba" comida a dos días de caducar. Esto es lo que asumí cuando me vine a vivir a Nueva York: trabajar como una mula para vivir en un piso en el que no podía relajarme sin ver el inodoro a medio metro del sofá.

"¡Nueva York, la ciudad mas emocionante del mundo!"

Tan emocionante que el día en que esas malditas naves espaciales nos invadieron, me tocó dar horas extras en en el otro extremo de la ciudad, eso sí que fue extremo. Hubiera preferido que un bicho de esos me llevara al espacio. No es que me queje (no...), pero esta ciudad ha logrado hacer trizas todos mis sueños. Yo no era así, la chica irritable que siempre estaba de mal humor, antes era una dulce y feliz alma con muchos sueños y amores por vivir.

- Buenos dias, Betty. Hoy te toca en las cajas de autoservicio -me recuerdó.

- Pero Ben -me quejé angustiada- Sabes que odio ese sitio, prefiero irme al almacén.

- Vas a las cajas de autoservicio y no se hable más, Mónica ha enfermado y tienes que hacer su turno -manda rotundo.

- ¿Turno doble? ¿Otra vez? Mañana es mi cumpleaños -aclaré-, pensaba salir a tomar unas copas esta noche.

- Betty... - me miró por encima de las gafas-. Todos sabemos que no tienes amigos, ¿te vas a ir sola de copas? No es muy adecuado. Además, toma el doble turno como regalo de cumpleaños - y se fue riéndose, dejándome de encargada en el autoservicio.

El maldito tenía razón. ¿Con quién iba a ir a celebrar? Todos mis amigos y conocidos en pareja, casados y con hijos. ¿Podría mi vida ser más deprimente?

Abuelitas, adolescentes y maridos obligados por sus esposas a hacer la compra, no había un sólo cliente que fuese capaz de pasar sus productos sin llamarme. Mónica no estaba y tenía que encargarme de las cuatro cajas yo sola, durante 16 horas. Eso sonaba genial. Viva el sueño americano.

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¡Hola lectores!

Será solo un momento. Quería aclarar que esta historia la escribimos a medias una amiga y yo hace tiempo. Además de eso, sería maravilloso recibir vuestros votos y comentarios. De esa manera estaré animada para subir más capítulos que, al estar ya escritos, serán subidos con más frecuencia a lo que acostumbro.

Hasta pronto, gente ;)