Él. 7
Escuché su idea, era perfecta. Estar en un lugar nocturno, de escaso tránsito y en movimiento era la forma más perfecta en la que no correría el riesgo de ser reconocido, ni ella de salir perjudicada por ser vista conmigo. Aunque mi cerebro prestó más atención a cómo lo dijo. Titubeaba, se veía insegura, con vergüenza o miedo de hablarme y aquello me provocaba mi propia incertidumbre, que me llevaba a creer que realmente ella no quería compartir una cena conmigo. Qué ridículo, con la molestia de pensar en un buen lugar e involucrando a alguien más. Sólo eran nervios, muy probable mellizos a los míos.
Además, estaba temblando. Acto que me encogió el corazón y provocó el nacimiento en mí de la necesidad de abrazarla, para que así cesara de temblar, para tranquilizarla. No alcanzaba a comprender qué causas lograban dichos deseos y necesidades que ahora sentía en su presencia; ninguna otra persona con la que había tratado me hacia sentir así. Era tal mi estado de meditación interna que tardé un tiempo el contestar.
—A decir verdad, es una idea excelente. Únicamente necesito saber cuál es el lugar y la hora de encuentro, a su completa conveniencia —contesté.
Normalmente hubiera acordado la hora yo mismo, pero dado que ella trabajaba y desconocía la hora en la que su jornada finalizaba opté por dejar que ella misma sugeriese una.
—Lamento no poder recogerla en persona desde su residencia, y entiende que podría llamar la atención personas inoportunas. Mi última intención es causarte aún más problemas —aseguré amable y con una sonrisa inconsciente dibujada en mi rostro.
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