Él. 5
Observé sus labios cuando hablaba. Un ligero temblor me demostraba sus nervios y cuando mordió su labio inferior me demostró mis sospechas, es más, me gustó el gesto. El silencio volvió y añoré su voz, no se por qué. Pero ya me había acostumbrado, había algo en ella que me embriagaba de comodidad y ganas por estar en su compañía. Era toda una chifladura teniendo en cuenta la brevedad de nuestro furtivo encuentro.
Escuché unos ruidos al fondo de los que no hice mucho caso, di por hecho que se trataba de algún empleado descargando un camión o algo por el estilo. Y ella volvió a hablar, así como mi sonrisa volvió a aparecer en cuanto por mis oídos entró su dulce voz. La escuché atento, su sonrisa me hechizaba impidiéndome hablar, oírla me resultaba altamente preferible ante responderla.
Su risa me contagió y se adueñó de recobecos en mi que desconocía, que se perdieron en el hielo, en el pasado, hace mucho tiempo.
—Su jefe no la supondrá un problema, me encargaré personalmente, si es necesario —aseguré tranquilo y conciso.
—Visto así no tengo más que problemas... —levanté las cejas, abriendo más los ojos para poder mirar a los suyos más fijamente—. Pero gracias a usted he resuelto uno —sonreí— y por todas las molestias causadas me gustaría invitarla a comer o...
Aparté la mirada, nervioso. El no saber dónde invitarla me trajo de vuelta a mi actitud tímida. Fue como si hubiera despertado de un sueño, la vergüenza de ser un inepto llegó con sutileza a mis mejillas, pero no podía echarme atrás ahora. Había tenido situaciones mucho peores que ésta, era más que capaz de retomar el control de mí mismo.
—No deseo importunarla más y creo que es una compañía agradable, elija usted el lugar y, por favor, no rechace mi propuesta, porque me veré obligado a insistir.
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