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Él. 27

Por supuesto quería estar con ella, y nada más. Qué iba a hacer sino demostrar con puros actos lo que quería sincerar. Ella ya me había aclarado suficiente tanto con palabras como con actos. Era mi turno, definitivamente, de ser el hombre que ella merecía, que yo debía ser.

Tenerla sobre mi, a horcajadas, entre mis brazos y a mi plena disposición casi podía compararse a lo preciosa que se veía desde aquí. Por un momento creí haber cazado a un ángel justo antes de desaparecer para siempre. Ella era una singularidad y todo mi ser era consciente de ello, tanto que rogaba reclamarla y servirla cuál fiel criado. Pues mis deseos no eran sólo tenerla, sino serlo todo para ella, que me tomara y no volver a estar solos nunca más.

Tal y como mejor supe, como imaginaba que debía ser, como mi cuerpo indicaba que fuera, nuestra íntima unión comenzó. Fui mi rendición ante ella, la afirmación de nuestros profundos sentimientos tomando el control. Atrapé sus labios con gran apetencia. No pude evitar sonreír. Dentro de mí había un adolescente impaciente y vergonzoso que deseaba salir y crecer hasta ser un gran hombre. Dejé que la naturaleza y lujuria siguieran su curso.

Tomé a Betty de sus caderas, cuyos movimientos robaban mi cordura, para tumbarla y poder deshacernos de nuestras molestas prendas de ropa. Ver su cuerpo desnudo, tan imponente y frágil al mismo tiempo solo me provocó un hambre interna voraz. Me coloqué encima de ella, permitiendola abrazar mi cadera con sus delicadas piernas y mi cuello con sus exigentes brazos. Estábamos siendo igual de delicados y salvajes el uno con el otro, sincronizados en más aspectos de los que era capaz de atender.

Y por fin nos fundimos entre besos y deliciosos movimientos a la luz cálida de una lámpara que temblaba por nuestra pasión. El sofá acabó por quedarse tan pequeño que el suelo fue nuestro nuevo aliado hasta que el último climax nos dejó satisfechos y cansados.

Si ella hubiera podido y no sintiera que el cerebro me hubiera explotado, habría continuado rindiendome a su cuerpo y a su alma hasta que la última de mis células se desvaneciera por pura extenuación. Betty casi lo hizo, quedándose dormida sobre mi pecho por el cansancio. Por mi parte, la acuné en mis brazos, acariciando su cabello con mi mano libre.

Y así, sonriendo, pasaron las horas hasta que despertó y ambos nos hicimos una promesa: volver a vernos siempre.

Funcionó durante un tiempo, salimos en secreto, nos reuníamos tras mis largas desapariciones y disfrutábamos de las pequeñas porciones de vida normal que dios quería otorgarnos. Hasta que un día desapareció, llevada por el viento.

No sé si ese fue el fin, pero puedo asegurar que seguiré luchando hasta el final.

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Breve pero intenso.
Espero que volvamos a vernos.

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