Apenas tuve tiempo de aclarar mi advertencia, cuando ella echó abajo la puerta de la jaula y todos los barrotes que significaban mi cuidado por ella, y avivó las ansias que me provocaba entregarme en cuerpo y alma a su persona. Superó la siguiente frontera que no sabía ni que tenía cuando acercó su cuerpo al mío, obligándome a consentirlo, tomándola de la cintura y apretándola lo suficiente como para encajar su torso con el mío, aún lejanos a causa de su fino pijama y mi maldito traje. Debía deshacerme de las molestas telas que nos limitaban, porque me sentía tan febril que temía hacerlas prender tan sólo del calor que ella me provocaba.

Inesperadamente, como si de un pequeño resplandor mental se tratase, permitiéndome razonar con la suficiente cordura, ella alejó sus labios de mi sobrehambrienta boca. Fue el instante gélido que necesitaba para ser capaz de contestar a su petición. Evité mirarla, como si dicha acción me proporcionase la oportunidad de mantener mis ya destartalados estribos, aún agravando la situación cuando, y con cuidado, utilicé parte de la fuerza racional que me quedaba, para sentarla a horcajadas sobre mis piernas.

Ya entonces la miré, ella tenía sus ojos muy abiertos, pero más por contento que sorpresa. Prevenido, me adelanté y besé su nariz al tiempo que impedí que hablase, acariciando sus labios con mi pulgar.

—Soy un hombre de guerra, curtido en la batalla, con una fuerza superior a la normal. Y más superior es el deseo que tengo de ti de lo que cualquier otra persona podría llegar a tener sobre alguien. Esas son mis razones —concluí, sin reales negativas—. Sin embargo, he de confesar algo...

Suspiré, cerré los ojos y aparté mi rostro del suyo agachando la cabeza. Nunca me había visto envuelto en una situación donde mi confesión no fuera una burla, y eran pocas en las que planteaba siquiera mi situación. Lo normal era quitarle interés, porque para mi no lo tenía. Ahora sucedía al constrario, con Betty, lo creía relevante.

Así que tenía miedo, no por algo nuevo, si no por cómo sería para ella. No podía perderla por algo así, ni siquiera debía pensar que Betty me dejaría, porque entonces significaba que dudaba de ella y eso era todo lo contrario a la realidad. Mis sentimientos puros y fuertes me otorgaban plena confianza en su persona. Aún así, dar un paso de tal calibre, seguía siendo peligroso porque desconocía hasta que punto podría mantener el control.

—Temo ser un peligro para ti... Más allá de exponerte como a un blanco para mis enemigos, lo que ya he asumido, y decidido a protegerte con mi vida. Pero no es eso, si no que... Por como soy y por no tener rodaje, me da miedo ser capaz de lastimarte —solté aire y lo tomé de nuevo, consciente de que no estaba siendo directo, cosa que me incomodaba.

No obstante, sus manos acariciando mi cara con ternura se deshicieron de todas las cadenas que me estaban ahogando por pretender protegerla. ¿Qué me pasaba? Sólo quería tenerla entre mis brazos, sentirla en plenitud, y sin embargo, me tropezaba conmigo mismo. Era más fácil dejarme llevar mientras .

—Betty. No he vivido esta situación previamente... —solté al fin, convencido de que había exagerado, no era en absoluto igual que no saber bailar.