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Él. 25

Mi mirada se había perdido, igual que los pensamientos en mi mente, lo suficiente como para ser sorprendido por su agarre. Fui también abatido por aquellas palabras amontonadas que tardé en procesar, cuyo sentido no comprendí hasta que noté en mis labios la mayor suavidad que jamás probé, tibia y ardiente al mismo tiempo, de un sabor tremendamente dulce, mezclado con el aroma tan acogedor y afrutado que recibía de su aliento.

No obstante, la sorpresa se disipó mientras mis ocultos deseos se abrían paso, sin frenos. Atrapé su labio superior, para hacer escasa fuerza con el inferior bajando el suyo y, así, tener espacio para acariciar con mi lengua todo lo que me pedían mis instintos. Entendió mis intenciones, quedando expectante, regalándome la que comprobé fue mi mejor experiencia hasta el momento. Con nuestras bocas fundiéndose y nuestros alientos demostrando la necesidad de aquel beso que pretendía ser eterno, deslice mi mano derecha a su nuca, posicionando mejor nuestras cabezas, profundizando el beso. No se sentía como una primera vez, como una que ya tuve, si no como la última, la que nadie quiere que tenga fin, porque si me separaba, tenía la convicción de que podría morir de pena y frustración.

Sus manos subían por mis brazos, pero fue una la que se adelantó para posarse en mi mejilla. Ambos queríamos más, sin embargo, me alejé, como un imán se separa de otro del mismo polo. No era el momento merecido, aún había peligros a los que podría exponerla si continuaba mis deseos. No estaba dispuesto a arriesgar su bienestar por una decisión a destiempo. Quería todos los cabos atados antes de dar rienda suelta a la lujuria de mis sentimientos.

—Betty... —susurré delicadamente sobre sus labios, al tiempo que me separaba mínimamente, para poder contemplar sus ojos, brillantes y de pupilas dilatadas— esto es peligroso.

No quise decir más, sabiendo que comprendía lo que intentaba exponer, pero sí deleitarme con caricias mutuas. Dirigía mis dedos deliberadamente sobre su muslo, acercádome a su baja espalda. Ella recorría mi torso con los suyos. Ambos buscábamos cualquier rendija con la que llegar a nuestra piel y aliviar el escozor de no poder tocarnos.

Ahora ella tenía toda mi atención racional antes de que mi parte animal entrase en acción.

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