Él. 23
No hubo ni un sólo día en el que Betty no apareciera furtivamente entre mis pensamientos. En ocasiones, incluso, llegaba a crearme peligrosas distracciones en las batallas más duras. Sin embargo, fue el instante en el que caí al agua, desorientado y malherido por la paliza metálica que acababa de recibir, cuando pude visualizarla nítidamente. Su vestido rojo envolvía las curvas de su menuda figura, la tela despegada que ondeaba al son de las corrientes de agua, creadas por los enormes trozos de metal pertenecientes al los inmensos helitransportes que acabámos de derribar, la hacía parecer un ángel que acudía a rescatarme. Intenté ir con ella, alargando inútilmente mi mano para ver cómo se alejaba, dispersándose en el agua junto los restos del inmenso destrozo de la misión.
No recobré el sentido hasta que desperté de permanecer reposando en la camilla de un hospital, a la izquierda de Sam. En el tiempo que me llevó recordar y procesar lo sucedido, la impaciencia proclamó su victoria. Inmediatamente, fui en su búsqueda, poniéndome el traje estropeado no encontrando, ni queriendo buscar, prendas más decentes.
En mi rostro, las marcas de las heridas de aquel día en que arrasamos HYDRA y S.H.I.E.L.D. eran imperceptibles. No obstante, las heridas de mi alma seguían abiertas a causa de tantas confianzas caídas, de un amigo y casi hermano revivido y de ella, de Betty, quien no había dejado de acompañarme, recordándome que tenía un asunto pendiente.
Evité acercarme a mi apartamento vestido así, por lo que planeé un sigiloso allanamiento de morada en casa de Betty, eludiendo al máximo cualquier testigo y probabilidades de causarla algún peligro. Así que, ya desde el tejado, utilicé la escalera de incendios y mis habilidades de abrir puertas sutilmente hasta adentrarme en la vivienda.
La entrada me recibió con un delicioso aroma avainillado de limón y con una de las voces más melodiosas con las que mis oídos habían sido bendecidos. No distinguí la canción, pero sí distinguí su figura reflejada en uno de los marcos acristalados del pequeño pasillo de la casa. Con pasos silenciosos, acorté la distancia que nos separaba hasta quedar al límite que perfilaba el marco de la puerta.
No sopesé opciones, únicamente conté con la esperanza de no asustarla. Ni siquiera esperaba un buen recibimiento de su parte. Mis instintos internos, adueñados de mi raciocinio, se ocuparon de todo. Dos suaves golpes en la puerta fueron suficientes para llamar su atención.
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