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Él. 22

Su mano ardió en todo el camino que anduvo, desde mi brazo hasta mi nuca. Mas fue un contacto helado en comparación a sus labios, con el delicado beso que me brindó, sorprendiéndome muy gratamente. Quise más, sin embargo, sentí completa parálisis. Dicho entumecimiento actuaba como muro de emergencia, ya que de no ser por esa incapacidad de realizar movimientos conscientes, el descontrol hubiera desembocado en aquello que aún no había vivido, pero que Betty tanto me provocaba compartir con ella.

Al contrario que en mi cuerpo, la locura reinó en toda mi mente. La estabilidad por la que se caracterizaba mi cognición se esfumó al tiempo que degusté el fino dulzor de sus labios. Labios cuya temperatura hubiera derretido el hielo que por setenta años me tuvo atrapado, cuya suavidad expandía mis cinco sentidos, cuyo contacto creó vida en mis adentros: un futuro que dejé al Steve del pasado, pero que con ella acababa de recuperar.

Tras el beso, mis ojos se abrieron, directos a encontrar la mirada de los suyos. Observé sus pupilas dilatadas y vislumbré un destello que mostraba todo lo que necesitaba saber. La deseaba con cada célula de la que estaba compuesto, y era mutuo. Ya nada conseguiría detenerme y menos aún cuando ella confirmó el deseo que sospeché sentía hacia mi. Sus labios de nuevo conquistaron los míos, el inferior en este caso. Parecía no querer soltarlo y yo no quería que lo hiciera, pero cuando se separaron, de mi boca se escapó un suspiro. Acababa de sentir que nuestras almas se habían fusionado y ese suspiro fue el grito de dolor que la mía sintió al alejarse de la suya.

Su "lo siento" me desconcertó cuando estaba decidido a besarla otra vez, cuando la parálisis terminó y ya poco me importaba hacer algo que estaría "mal". ¿Mal para quién? Unos ancianos que tenían una ley de vida demasiado estricta hasta que se encontraban con una negación que yo no tenía. El consentimiento mutuo era cuanto hacía falta para seguir adelante.
Me precipité sobre sus labios que ya sólo me provocaban ansia, queriendo corresponder mis sentimientos con acción. Era el momento idóneo para dar vida a mi corazón, para derretir al soldado congelado.

Desgraciadamente, no disfrutaba de buena suerte, pues no llegué a contestar por culpa de una inesperada vibración en mis pantalones. Fue un segundo en el que creí que el origen era su pierna. Sin embargo, rápidamente caí en la cuenta de que se trataba de mi teléfono móvil. Decididamente odiaba ese trasto. En un movimiento me puse de pie y de espaldas a Betty.

—Tengo que irme —concluí muy serio, acababa de recibir un mensaje de la agente Hill.

No quise mirarla, tenía una misión muy importante y verla ahí podría retenerme. Con gran pesar, recogí todas mis pertenencias, pocas en mi favor, y por necesidad y también por ella, la dediqué una mirada junto a una pequeña sonrisa, triste por la marcha.

—Volveré a verte —prometí contundente—. Lo siento.

Aquellas fueron mis últimas palabras antes de irme.

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