Él. 21
Acerté a sentir el ritmo cardíaco de ella, más allá del rubor de sus labios y la pequeña inflamación causada por la herida. Estaba poco seguro de si era debido al dolor de la misma o, quizás ella estaba, del mismo modo que me sucedía a mi, acelerada por la situación. Inesperadamente, Betty acortó la ya escasa distancia que nos separaba, tanto que alcanzaba a sentir el calor de su aliento chocar contra mis labios. Por ello, en un acto nacido del instinto, los humedecí con mi lengua, tímida y lenta. Del mismo modo que su acto pareció atrevido e involuntario, yo me precipité hacia sus labios.
Sin embargo, me arrepentí en la última décima de segundo. Así logré desviar el beso que tanto anhelaba, para convertirlo en un suave roce de mis labios con los suyos, muy cálidos y más sedosos de lo que se antojaban a mis ojos.
En ese desliz, mi nariz también se vio afectada, acaricié la suya con la mía para después dejarla cómodamente encajada entre su mejilla y nariz. Solté un suspiro que en principio fue destinado a desvelar el placer que me provocó el beso que nunca la di. Mi arrepentimiento me condujo a apoyar mi frente sobre la suya, mientras mis deseos luchaban por conseguir ese beso y mi raciocinio recuperaba sus fuerzas con el fin de impedirme cometer un error por adelantar acontecimientos. Porque incluso el liviano tacto con sus labios era demasiado: si empezaba, tenía que terminar, y acabar todo el acto se me antojaba problemático por el momento.
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