Él. 19
Con lo sucedido ignoré a Betty, más bien ignoré su intento de tranquilizarme. Sólo podía pensar en que fallé, en que no logré protegerla y por mi culpa ahora estaba herida. Y lo que ese bastardo merecía era un estricto tratamiento de buena educación y alejarse de la bebida. El rugir de la moto se asemejaba tanto a mi rabia interna que, con cada aceleración, me permitía alcanzar un leve desahogo, creyendo que Betty no seria capaz de escuchar mi respiración pesada.
Por otra parte, tenerla sujeta en mi brazo, solapada a mi torso, amansaba mis ganas de destruir un saco de boxeo. Lo que más me calmó, y sorprendió, fue su respuesta. No estaba todo perdido, aún quería mi compañía, que estuviera con ella. Y parecía que lo deseaba al mismo nivel que yo, que mi corazón, el cual estaba invadiendo sin otorgarme la menor oportunidad de regalárselo por voluntad propia.
—Contigo cualquier lugar sería bonito, en cualquier parte y a cualquier hora —me atreví a confesar, llevado por los sentimientos que ella me provocaba, con más intensidad a cada instante junto a ella.
En completo y agradable, a la par que tenso silencio, llegamos a su portal. Había aparcado la moto lo más cerca que pude para que, de ese modo modo, el trayecto a pie fuera lo más breve posible. Para mí, Betty era de porcelana en ese momento, me resultaba arriesgado que tan sólo anduviera. Nuestras voces seguían encarceladas en nuestras cabezas, gritando dentro de ellas; por lo menos, la mía.
Su casa me impactó, no encajaba en lo que esperabas encontrar, y desde luego no era como Betty merecía. La casa era sencilla, demasiado simple, nada a tono con su dulce personalidad, con el brillo que desprendía.
Hizo el amago de ponerse a caminar, sin embargo, la impedí toda intención de movimiento hasta que, una vez tumbada en su cama, me ocupé de su herida.
—¿Tienes botiquín? —pregunté serio, planeando qué usar en el caso de que no poseyera uno.
Contestó que sí e indicó dónde lo guardaba. Fui a por él, con la decepción de encontrar escasos utensilios; no obstante, para lo que necesitaba fueron útiles. Primero limpié su herida con una toalla humedecida en agua tibia, que pronto se manchó con la sangre seca que rodeaba su labio inferior, el cual estaba hinchado, y parte de de su barbilla. Como hechizado por la magia típica de las historias para niños, quedé paralizado, con mis ojos fijos en sus labios, mal heridos pero tan... El pudor del deseo se mostró en mis mejillas, por culpa de pensar en querer probar sus labios.
"Steve, sé un hombre decente".
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro