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—Déjame adivinar, ¿otro cadáver?

—Si...

Jimin soltó un fuerte suspiro ante esa respuesta, dejando caer los hombros con sumo cansancio y alzando las manos para cubrirse el rostro, luciendo derrotado.

Porque, oh, ese era el segundo cadáver de la semana.

—¿Aún no se sabe quién lo hizo? —preguntó, su voz saliendo amortiguada por las manos en su rostro.

—Mhm, bueno... —El otro pareció dudar, aparentemente sin saber si responderle con la verdad o no. Jimin alzó la mirada, clavando sus ojos dorados en él—. Uh, se sospecha que todos fueron asesinados por un demonio.

Al escuchar aquella declaración, Jimin sintió un escalofrío recorrerle desde la base de la espalda hasta la punta de sus inmaculadas alas.

—¿Qué? —masculló incrédulo.

—Encontraron rastros de energía demoníaca en el último cuerpo —reveló, luciendo bastante incómodo.

Jimin no respondió, permaneciendo con la mirada perdida en la nada.

—Lo siento, Jimin...

«No, yo lo siento aún más» pensó con amargura.

Porque Jimin era un ángel que, desde su creación, se había considerado muy bueno en su trabajo, presumiendo de una racha perfecta.

Nunca había fallado en cuidar de sus humanos, guiándolos siempre con diligencia para que, al final de sus efímeras vidas, sus almas pudiesen alcanzar el regalo de la reencarnación. Siempre lograba llevarlos por el camino correcto y los había ayudado a ser humanos de bien, incluso de vez en cuando los protegía de los peligros, ahuyentando demonios que quisiesen corromperlos o evitando accidentes que pudiesen cortarles la línea de la vida de tajo.

Pero durante los últimos tres meses, los humanos asignados para la protección de Jimin habían comenzado a aparecer sin vida, cruelmente masacrados en escenas dignas de un panorama sacado del mismísimo infierno.

A Jimin se le revolvía el estómago solo de recordar los cuerpos desmembrados y la carne cruda carcomida, como si hubiesen intentado comerselos vivos.

—Entonces debo ir a investigar yo mismo —suspiró Jimin con cansancio, levantándose de su asiento con resolución.

El otro ángel le miró preocupado.

—¿Vas a bajar a la Tierra? Nunca lo has hecho... —susurró, con las cejas fruncidas.

—No, nunca he bajado y creo que ese es exactamente el problema —dijo, sus alas extendiéndose de manera inconsciente para verse más grande, más seguro—. Debo ocuparme personalmente de este problema, Taehyung.

Taehyung, el otro ángel guardián, simplemente suspiró rendido, sabiendo que nada de lo que dijera podría hacer cambiar de opinión a Jimin.

—¿Quieres que te acompañe? —murmuró, rascando detrás de su nuca con nerviosismo.

—A ti no te gusta ir a la Tierra, Taehyung.

—No, pero ya la conozco. Tú no. Necesitas a alguien que te guíe y...

—No soy un recién nacido. Ya tengo más de dos mil años humanos, puedo cuidarme solo —bufó Jimin, rodando los ojos con cierto aire cariñoso.

—Lo sé, pero hay un demonio loco suelto, no te vendría mal algo de compañía —insistió Taehyung—. Deberías al menos pedirle a algún Arcángel que te acompañe, ellos son fuertes.

Si, lo eran. Los arcángeles eran los Ángeles más fuertes de todo el Reino Celestial, pues aunque algunos pocos se dedicaban a ser mensajeros, todos sabían que la otra gran mayoría en realidad se dedicaban a entrenar para ser parte del Ejército Celestial, porque aunque el cielo había gozado de paz por más de dos mil años, uno nunca podía saber cuándo se desataría otra guerra contra los de... abajo.

—Los Arcángeles están demasiado ocupados en otras cosas como para acompañarme en una pequeña investigación, Taehyung —resopló, negando con la cabeza casi con diversión—. Simplemente llevaré mi espada por si me encuentro con algún percance, no te preocupes.

Taehyung torció los labios, luciendo muy poco convencido.

—Como tú digas. —Taehyung terminó cediendo, pues sabía que no tenía caso intentar hacer entrar en razón a Jimin.

Ese tonto era un ángel bastante terco.

—Entonces, ¿cuándo te vas a marchar? —preguntó, ladeando la cabeza con curiosidad.

—Ahora mismo.

—¡¿Qué?! Pero, ¿tan pronto? Mínimo avisale al Concejo que vas a bajar...

—No hay tiempo para solicitar una audiencia con el Concejo o con Dios, Taehyung, no puedo permitir que otro de mis humanos termine masacrado.

Taehyung quiso replicar pero ya no pudo, pues una gran ventisca le hizo tropezar cuando las poderosas alas de Jimin comenzaron a moverse, elevando el vuelo.

—¡Ten cuidado! —gritó Taehyung, mirando cómo Jimin comenzaba a volar hacia el lado sur del cielo, allá donde estaba la plataforma para saltar y bajar a la Tierra.

—¡Lo tendré!

Y Jimin no volvió a mirar atrás, con la seguridad de cumplir su misión mientras el cabello castaño se le alborataba por culpa del viento.

Iba a derrotar al demonio que estuviese causándole problemas, lo juraba por su honor.

Jimin caminó por aquella desconocida calle mundana, persiguiendo la esencia de su último humano vivo para encontrarlo. De vez en cuando recibía las miradas curiosas de los transeúntes, pero Jimin ni siquiera les prestó atención.

Sabía que llamaba la atención a pesar de haberse camuflado.

Las alas de su espalda y la aureola de su cabeza no eran visibles, sus ojos dorados se habían opacado para parecer de un tono café más humano, además llevaba puesto unos jeans y camiseta blancas para mezclarse entre la gente, pero aún con todo eso sabía que su aura atraía la mirada de los humanos sin que pudiese evitarlo.

Así que los ignoró y siguió adelante con su búsqueda.

Sin embargo, supo que algo andaba mal cuando la esencia se debilitó justo cuando entró en un oscuro callejón solitario.

Tragó saliva con fuerza y avanzó por aquel callejón, haciendo una mueca de disgusto al ver el suelo mugriento infestado de basura y ratas que correteaban y chillaban de un extremo a otro. Era un lugar horrible, podía ver la suciedad y otro tipo de sustancias raras pegadas a los mohosos ladrillos de las paredes, luciendo igual de lúgubre y oscuro que la entrada al infierno.

Y quizás debió sospechar algo antes, cuando entró a aquel barrio de aspecto abandonado, tan alejado del centro de la ciudad que ya no rondaban muchos humanos por allí. Pero no le dió importancia, porque esa era su primera vez bajando a la Tierra y no sabía si eso era normal (o no) en un suburbio mundano, pues para él los humanos seguían siendo seres... inexplicables.

Frunció la nariz cuando un olor pútrido llegó a su nariz justo cuando llegó al final del callejón, allí donde la energía de su humano era más fuerte. Miró con extrañeza la puerta entreabierta de la pequeña casa y se quedó allí parado sin saber si entrar o no.

Porque, ¿qué rayos? ¿Cómo había terminado su humano ahí? ¡Si era un joven tan correcto aún!

Supo la respuesta cuando, gracias a un escalofrío en la base de sus alas, notó una segunda energía provenir del interior de la casita.

Energía demoníaca.

Oh.

Sin pensarlo dos veces empujó la puerta, ingresando a la vivienda y, en cuanto observó la escena frente a sus ojos, se quedó totalmente paralizado en su lugar.

Porque su humano yacía en el suelo, rodeado de un espeso charco de sangre fresca, con parte de sus vísceras regadas fuera de su cuerpo, pues tenía todo el pecho abierto de lado a lado. Lo peor era el demonio, pequeño pero con una fuerte energía demoniaca desbordando de él, que estaba sentado a su lado, mientras masticaba desinteresadamente un pedazo de...

Oh, por Dios.

Estaba comiéndose el brazo derecho del humano.

Jimin, quién era un ángel que no conocía el sentimiento de asco, en ese momento sintió su estómago revolverse como si fuese a vomitar.

Estaba horrorizado. El brazo ni siquiera parecía cercenado por alguna arma blanca, pues el corte en la carne ni siquiera era limpio o prolijo, sino irregular y con trizas de cartílagos pendiendo de un extremo, como si lo hubiesen arrancado a mordidas.

Era grotesco. Era inhumano. Era malvado.

Jimin ni siquiera se detuvo a pensarlo, su mano se movió por instinto y convocó a su espalda, la cual apareció en su palma enseguida.

—¡¿Cómo te atreves?! —exclamó, lanzándose contra el demonio para clavarle una estocada con su espada.

Pero el demonio ni siquiera parpadeó, permaneció allí sentado viendo a Jimin ir por él en un ataque contundente, como si no le importase ser atravesado por una espada sagrada y desaparecer para siempre.

Sin embargo, justo cuando el filo de la espada iba a clavarse en el cuello del demonio, este tomó la punta del arma con dos de sus dedos, deteniendo el ataque con una facilidad abrumadora.

Jimin sintió que sudaba frío.

—Estás interrumpiendo mi almuerzo, angelito —se burló el demonio, clavando sus intensos ojos rojos en el rostro pálido de Jimin.

—¡Tú... ! ¡Asqueroso! —gritó Jimin, sintiendo una arcada al ver cómo el demonio sonreía, dejando a la vista sus puntiagudos dientes llenos de sangre.

—Gracias, me esforcé por serlo —rió, antes de lamer la comisura de sus labios para limpiar los restos de sangre que pintaban su piel blanca de un suave rosa.

Jimin gruñó y trató de jalar su espada para que el demonio la soltara, pero no lo logró. El simple agarre con dos dedos de ese demonio era superior a toda la fuerza que estaba poniendo Jimin con sus dos brazos. Enojado, el ángel acumuló una gran cantidad de energía espiritual en la punta de sus dedos, dispuesto a llevar la pelea al siguiente nivel. Sin embargo, justo cuando iba a expulsar la energía en la cara del demonio, sintió la frialdad de un metal rodeando su muñeca derecha (de la mano que sostenía la espada) y luego...

Nada. Se sintió vacío, como si hubiesen bloqueado sus poderes divinos.

—¿Eh...? ¡¿Qué has hecho?! —exclamó, mirando la banda de oro que rodeaba su esbelta muñeca.

Oh, parecía un brazalete, pero en realidad era un grillete de oro.

Y el oro debilitaba a los ángeles.

—Solo me aseguro de que no me estalles la cara, angelito —se burló el demonio, poniéndose de pie y tirando de la punta de la espada de Jimin para arrebatarsela, antes de lanzarla lejos.

—Sueltame ahora mismo —exigió, no dejándose intimidar por aquel demonio.

Él era un ángel, tenía la fuerza suficiente para hacerle frente a un demonio aun cuando en ese momento no gozara de sus poderes.

—No voy a soltarte. —El demonio soltó burlón, con una aterradora sonrisa en sus filosos dientes.

—¡¿Qué?! ¡Al menos ten honor y pelea contra mí de forma limpia, demonio!

—Bueno, enhorabuena, angelito —rió el demonio, mirándole a los ojos—. Ahora ya sabes que los demonios no tenemos sentido del honor.

Jimin ahogó una exclamación cuando, de repente, el demonio lo tomó en brazos y se lo cargó al hombro como si fuese un saco de papas.

—¡Oye, te dije que me sueltes! —se quejó, pataleando un poco— ¡¿Qué quieres de mí?!

—No sabía que los ángeles tenían tan mala memoria, eh —bufó, antes de chasquear sus dedos.

Y entonces toda la realidad pareció temblar a su alrededor.


Cuando Jimin volvió a abrir los ojos (los había cerrado un momento por el susto), se encontró con el panorama más aterrador.

Fuego, azufre y poderosas llamas alzándose hasta desaparecer en el abismo como piras interminables.

Estaba en el mismísimo infierno.

Jimin observó el lugar con enormes ojos asustados. Hacía calor, aunque decir eso era una atenuación, en realidad la temperatura era tan alta que sentía como si se estuviese quemando en vida. Todo el lugar apestaba a azufre y a carne podrida y quemada, provocándole arcadas de nuevo. Pero lo peor de todo no era todo eso, no, lo peor de todo eran las almas en pena.

Los lamentos y gritos llenaban cada rincón del infierno, llantos desesperados que clamaban por la muerte para dejar de sufrir aquella tortura eterna. Habían desde jóvenes hasta ancianos, hombres y mujeres de todas las razas del mundo, la gran mayoría vagaba por los alrededores con trozos de piel quemada cayéndose a pedazos, mientras que otros parecían escarbar dentro de sus carnes llenas de llagas en un intento por sacar los gusanos que se los comían "vivos".

Jimin sintió sus ojos llenarse de lágrimas, aunque no podría decir si derramó alguna pues la temperatura era tan alta que probablemente sus lágrimas se evaporarían nada más rozar su piel.

—Sácame de aquí —jadeó, completamente aterrado, mientras golpeaba la espalda ancha del demonio con sus puños.

Pero seguramente el demonio ni siquiera lo sintió, pues en cuánto habían puesto un pie dentro del infierno, Jimin había comenzado a perder sus fuerzas hasta quedarse tan débil como un muñeco de trapo.

Él no debía estar allí. Su cuerpo no era apto para sobrevivir a ese lugar.

De hecho, se sentía tan débil que ya no pudo sostener más su apariencia humana y, con un leve «puf», sus enormes e inmaculadas alas blancas se extendieron por su espalda, sus ojos brillaron en un dorado tan intenso que parecían pozos de oro fundido y la aureola sobre su cabeza parpadeó suavemente con una luz similar a la del sol.

—Ah, mira nada más, ¿acaso no puedes lidiar con un poco de calor? —se burló el demonio, comenzando a caminar con el ángel todavía en su hombro—. Pensé que los tuyos eran poderosos.

Jimin ni siquiera pudo quejarse ante la ofensa, pues se sentía tan débil que los párpados le pesaban tanto que apenas podía mantener los ojos abiertos.

No supo a dónde estaba siendo transportado, solo fue consciente de que su piel ardió intensamente cuando lo dejaron sobre alguna superficie plana. Con esfuerzo, abrió los ojos y se dió cuenta de que había sido depositado sobre el suelo ardiente de alguna cueva bastante lúgubre.

—¿Q-qué pretendes? —susurró al notar la silueta del demonio en una esquina.

El demonio soltó una risa y dió un paso adelante, dejándose ver mejor.

Hasta ese momento, Jimin fue capaz de apreciarlo con más claridad. Su cabello negro como el ébano le caía por la frente de forma natural, aunque no por completo pues un par de cuernos sobresalían de entre su flequillo. Sus ojos de irises rojas brillaban igual que las llamas de ese lugar y sus escleróticas negras le daban un aspecto aterrador.

Pero, aunque le diese asco admitirlo dentro de su cabeza, Jimin no lo encontraba del todo feo.

Era… bonito. De facciones dulces. Tan suaves que no coincidían con toda su aura demoníaca. 

—Sabes, angelito, estuve pensando en este momento por mucho tiempo —suspiró el demonio con dramatismo, provocando que Jimin frunciera el ceño.

—¿Por mucho tiempo? ¿De qué hablas? —susurró con la voz frágil, pues sentía su garganta tan seca como si hubiese tragado un puñado de arena.

—Devoré a tus humanos a propósito, claro está —dijo, con una sonrisa cínica en los labios—. Sabía que tarde o temprano bajarías y por fin te encontraría, maldito culo cobarde.

Jimin se atragantó al escuchar aquel insulto.

—¿Maldito cu...? ¡Oye! —protestó, tratando de reincorporarse sobre el suelo, pero no pudo.

No tenía las fuerzas suficientes.

—¿Planeaste todo esto? ¡¿Por qué?!

—Como si no lo supieras, angelito.

Y Jimin no pudo preguntar a qué se refería, pues pronto sintió cómo su cuerpo era puesto boca abajo con brusquedad, antes de que unas manos se posaran sobre las suaves plumas de sus alas.

Y lo próximo que supo fue que sintió un dolor tan intenso que no pudo reprimir el estruendoso grito que nació desde lo más hondo de su pecho.

—¡No, no, no!

Pero sus súplicas no fueron escuchadas y los dedos sobre sus alas siguieron arrancando una a una las blancas plumas desde la raíz. Jimin se deshizo en gritos hasta que sintió la garganta en carne viva, pues el dolor que sentía era inhumano.

Todos en el Reino Celestial (y también en el Inframundo) sabían que arrancar las plumas de un ángel era la peor de las torturas. El dolor era similar a arrancar las extremidades del cuerpo con todo y hueso, pero multiplicado por cien.

Las alas de los ángeles eran sagradas, sus plumas podrían brindar suerte y bendiciones si se caían naturalmente y alguien las encontraba. Pero si eran arrancadas a la fuerza, justo como aquel demonio estaba haciendo, solo provocaba el más inmenso dolor y quitaba fuerza y poder al ángel.

Y Jimin en ese mismo momento se sentía con ganas de tomar su espada y cortarse el cuello, pues estaba considerando que la muerte sería mucho mejor que sentir cómo lo despojaban de sus plumas una por una, tan lento que resultaba aún más insoportable.

No supo cuánto tiempo pasó, ni cuántas plumas fueron arrancadas, pero para cuando las manos del demonio se alejaron de sus alas, Jimin se sentía casi al borde de la muerte, pues la cantidad de sangre (tan bendita que parecía brillar) que había perdido era tanta que el suelo parecía un río rojo escarlata.

No podía verse la espalda, pero estaba seguro que la base de sus alas estaba cubierta de sangre coagulada y huecos desagradables provocados por los trozos de carne faltante, como si algo hubiese carcomido su piel lentamente.

—¿Cómo te sientes, angelito? ¿Crees que puedas continuar? —preguntó el demonio con tono burlón, Jimin casi convulsionó en el suelo al escuchar aquello.

¿Continuar? ¡Si estaba a punto de morirse, por el amor de Dios!

—D-duele, duele mucho —sollozó Jimin apenas, su voz saliendo en un frágil hilo apenas audible.

—¿Duele? —rió el demonio, antes de presionar un dedo sobre una de las heridas de Jimin. El ángel, tan débil como estaba, ya ni siquiera tuvo fuerzas para gritar, simplemente abrió sus labios para jadear con fuerza—. Me alegro que duela, porque así fue como me sentí cuando me abandonaste...

Jimin, quien había estado a punto de desmayarse, alzó la cabeza a duras penas (que no fue mucho, porque sentía que le pesaba tres toneladas) y clavó sus llorosos ojos dorados en el demonio que le miraba con desprecio.

—¿Q-qué? —masculló, usando las pocas fuerzas que le quedaban para hablar—. Y-yo ni siquiera te conozco.

La sonrisa aterradora del demonio se congeló en su boca justo en ese momento, antes de dedicarle una mirada de total desconcierto.

Entonces Jimin sintió unas manos grandes y calientes tomar sus hombros, antes de que su cuerpo fuese girado para quedar sentado frente a frente con el demonio. Ante la brusquedad del movimiento, un gemidito de dolor escapó de sus labios y sus párpados ya no pudieron seguir manteniéndose abiertos, aunque todavía estaba despierto y consciente.

—No mientas —exigió el demonio, hundiendo los dedos con saña en la piel de los brazos de Jimin—. Sabes muy bien quién soy.

Jimin, con esfuerzo, abrió sus ojos para dedicarle una mirada minuciosa al rostro del demonio, pero no pudo convocar en su mente ni un solo recuerdo que indicara que lo había conocido antes, ni aunque fuese por accidente.

Podría hasta jurarlo, él nunca había visto a ese demonio en sus dos siglos de vida.

—N-no —masculló por fin, completamente desconcertado por la situación—. No lo conozco, s-señor, seguro me confunde con otro ángel, yo...

—No te confundiría con alguien más jamás, Park —soltó, mirándole con sus ojos escarlata tan intensamente que parecían brillar como dos posos de lava ardiente.

Jimin se quedó paralizado en su lugar, completamente en shock, pues no podía creer que ese demonio conociese su segundo nombre (el cual solo Dios y sus cercanos sabían) cuando él estaba seguro de que nunca lo había visto ni una sola vez antes.

—¿Cómo...? —jadeó estupefacto.

Toda la situación era demasiado.

El dolor en la base de su espalda, el shock por aquella inesperada situación, la debilidad de su cuerpo ante el aura demoníaca del infierno que parecía chuparle la vitalidad, el grillete que bloqueaba sus poderes. Todo. Absolutamente todo era demasiado y lo habían sobrepasado.

—Lo siento —sollozó, bajando la mirada y dejando salir sus lágrimas, las cuales se evaporaron sobre sus pómulos en menos de un segundo por culpa del calor—. S-siento no poder recordarlo, señor. También siento lo que sea que hice para enojarlo, y-yo le juro...

Y todo ese cúmulo de cosas por fin le quebraron, dejándolo tan frágil y vulnerable que su cuerpo no pudo soportarlo más y colapsó, quedando inconsciente entre las garras de aquel demonio.

Se despertó de un sobresalto, su corazón latiendo desenfrenado dentro de su pecho mientras su cuerpo se estremecía con fuerza. Abrió los ojos, sus irises doradas viéndose más opacas que antes, como si el brillo de su inocente mirada hubiese sido robada.

Con un gimoteo, se reincorporó lentamente hasta quedar sentado en la suave superficie, dándose cuenta de que había permanecido acostado sobre una... ¿cama?

Jimin frunció el ceño, mientras acariciaba con dos de sus dedos la suavidad de las sabanas de seda roja que cubrían el esponjoso colchón.

Miró a su alrededor, dándose cuenta de que seguía en medio de aquella cueva de aspecto lúgubre, pero la elegante cama de rojas sábanas estaba allí, desentonando con el resto del lugar. También notó que traía otras ropas, pues ahora vestía una camiseta de cuello redondo y unos shorts que le llegaban al muslo, ambos de color tan blanco como sus alas.

Fue entonces que se dió cuenta de que ya no sentía dolor, aunque su cuerpo seguía un poco debilitado por la falta de energía espiritual.

Y tampoco hacía calor, o al menos no uno que fuese doloroso para él. Era soportable, hasta cierto punto.

—Puedo sentir tu mirada desde aquí —susurró Jimin, agachando la mirada para observar el grillete alrededor de su muñeca blanquecina.

Escuchó un gruñido y luego el demonio apareció de entre las sombras, con los cuernos y las alas ocultas, simplemente dejando a la vista sus ojos rojos y un par de filosos colmillos que le rozaban el labio inferior.

—¿Por qué me pusiste en una cama? —preguntó Jimin, alzando la mirada y clavando sus enormes ojos dorados en el demonio—. No, mejor dicho, ¿por qué me trajiste aquí abajo? ¿Por qué me haces todo esto? Y-yo en serio no te...

—¿Qué te hicieron? —interrumpió el demonio, mirándole con los ojos entornados.

Jimin parpadeó confundido, pues no se esperaba ese tipo de pregunta.

—¿Qué? —masculló.

—¿Qué carajos te hicieron, angelito? —repitió el demonio, acercándose a la cama para mirarlo mejor, Jimin frunció el ceño.

—¿De qué habla? El único que me ha hecho daño ha sido usted —acusó, arrugando su nariz con disgusto.

El demonio volvió a gruñir, antes de acercarse tanto a la cama que dejó acorralado a Jimin entre su cuerpo y el respaldar.

Jimin sintió un escalofrío recorrerle la base de la espalda al ver de cerca aquellos ojos escarlata.

—Di mi nombre —ordenó el demonio, con su aliento tibio chocando contra los labios del ángel.

—¿E-eh? —Jimin tragó saliva, de repente sintiéndose muy nervioso—. No lo sé, señor —susurró, sus cejas torcidas en una expresión preocupada, pues no estaba entendiendo para nada la insistencia de ese demonio con respecto al tema de conocerlo.

El demonio le miró intensamente, como si estuviese decidiendo si creerle o no, aunque todo el mundo sabía que los ángeles eran físicamente incapaces de mentir sin sentir dolor.

Era una condición que Dios había impuesto en la fisiología de los ángeles luego de que Lucifer le traicionara.

—Pero puedo tratar de adivinarlo —se apresuró a agregar, sus mejillas sintiéndose calientes al sentir el aliento del demonio hacerle cosquillas en los labios—, quizás logre...

—No, no tiene caso —interrumpió el demonio a través de un bufido, antes de alejarse del cuerpo tembloroso del ángel—. Mi nombre es Yoongi, ¿no te suena?

Y el ritmo cardíaco de Jimin se agitó con tanta fuerza que resultó doloroso, casi como si su corazón realmente pudiera recordar aquel nombre y lo que provocaba en él.

Yoongi. Yoongi. Yoongi.

Lamentablemente, su mente no pudo recordar nada, quedándose en blanco. No había ni un solo recuerdo en su cabeza que estuviese vinculado a ese nombre, dejándole una sensación de vacío.

El sentimiento le provocó ganas de llorar sin saber muy bien por qué.

—¿Yoongi...? —susurró, sonando inseguro. Pudo ver cómo el demonio aguantaba la respiración un segundo al escucharlo—. L-lo siento, realmente no te recuerdo...

—Definitivamente esos bastardos te hicieron algo —gruñó el demonio, Yoongi, mientras sus ojos ardían como lava caliente, más y más brillantes conforme más se enojaba.

—¿Q-qué? ¿A quiénes se refiere? —preguntó Jimin, genuinamente desconcertado.

Yoongi soltó una risa seca y carente de diversión, mientras sus cuernos comenzaban a crecer lentamente sobre su frente.

—¿A quiénes más? A los tuyos, a los de allá arriba, esos malditos bastardos —soltó Yoongi con resentimiento, su voz teñida de veneno.

Jimin se quedó completamente quieto por un segundo, paralizado por el shock.

¿Qué?

—Tú... ¡¿Cómo te atreves?! —exclamó el ángel, luciendo horrorizado de tan solo escuchar aquella insinuación—. ¡El único que me ha hecho algo has sido tú, demonio desalmado! ¡Tú, que me has traído acá abajo, me has torturado y herido, casi dejándome sin alas! ¡¿Y aún así te atreves a acusar a mi gente de haberme hecho algo?!

—¡Claro que me atrevo! —rugió el demonio, todo el lugar temblando levemente al son de su ira—. ¡Me atrevo porque tengo el derecho, carajo! ¡Mira cómo te tienen! ¡Ni siquiera puedes recordar mi maldito nombre!

Y la temperatura se elevó, mientras el aspecto demoníaco de Yoongi se revelaba, dejando ver sus alas negras extendidas por su espalda y sus ojos de escleróticas tan negras como un par de abismos, mientras su cuerpo se hacía más y más grande, casi rozando los dos metros y medio.

—¡No lo recuerdo porque no te conozco! ¡No sé quién eres! ¡Jamás en mi vida te había visto!

Aquello pareció ser un golpe bajo, pues de repente la altura de Yoongi volvió a la normalidad, mientras le miraba con sus redondos ojos rojos bien abiertos, casi como si Jimin le hubiese dicho la peor de las maldiciones.

—Ah, cuando resuelva esto... —Yoongi soltó una risita, luciendo bastante fuera de sí—. Amaré quemar el Reino Celestial con todos esos dentro, incluído tu maldito Dios.

—Mi Dios no tiene nada que ver —masculló Jimin, sin atreverse a levantar de nuevo la voz.

No estaba dispuesto a volverlo a hacer enojar, su ira casi lo había calcinado vivo.

—Tu Dios es un hijo de puta que haría lo que fuese para evitar una segunda traición de sus ángeles —rió Yoongi, su tono lleno de ponzoña.

—¡Oye, tú...!

Pero Yoongi no lo dejó protestar, pues abandonó el lugar dando fuertes pisadas, dejando completamente solo y confundido a Jimin.

Oh, por todos los cielos, ¿qué había sido todo eso?

Jimin soltó un suspiro, de repente sintiéndose totalmente agotado por toda la situación. Con lentitud, volvió a recostarse sobre el mullido colchón y extendió sus alas sobre su cuerpo, cubriéndose con ellas en un intento por sentirse menos vulnerable, menos desprotegido.

Aunque era inútil, él era un ángel metido en el infierno, no había manera de sentirse seguro allí a menos que fueses un morador de las tinieblas.

Así que se quedó allí, acurrucado sobre la cama hasta parecer una bolita, sintiendo cómo las dudas comenzaban a volcarse sobre su mente una a una, quitándole la poca seguridad que había sentido al asegurarle a ese demonio que no lo conocía.

Yoongi. Sonaba tan familiar pero al mismo tiempo tan desconocido. Su corazón se agitaba dolorosamente en su pecho con tan solo el pensamiento de aquel nombre.

Pero no podía recordar por más que su corazón latiera desenfrenado.

Se quedó en esa posición por mucho tiempo (aunque no sabía cuánto, pues el tiempo corría diferente en el infierno), con sus sentimientos hechos un desastre y el vértigo atenazado en el fondo de su estómago porque, Dios, ¿cuánto tiempo más lo iban a tener allí metido?

Y para cuando volvió a ver al demonio, a Yoongi, su cuerpo entero se paralizó.

Porque no venía solo, una alta figura vestida de negro le acompañaba. Su aura oscura y poderosa, tan poderosa que una sola mirada provocó un miedo inmenso a Jimin.

Su primer instinto fue huir.

Sus alas comenzaron a agitarse antes de siquiera pensarlo, sin embargo, no pudo volar tan alto cuando el grillete alrededor de su muñeca le quemó, absorbiendo su energía espiritual y causando que cayera al suelo de golpe.

Su piel ardió en cuánto tocó la superficie rocosa, pues parecía estar en llamas.

—¡Alejate! —exclamó, pues no necesitaba ser un genio para saber quién era ese hombre.

Lucifer. O el Diablo, como lo había nombrado Dios una vez descubrió su traición.

—Así que este es el famoso Jimin —dijo Lucifer, casi saboreando el nombre del ángel al decirlo en voz alta—. Vaya, ahora entiendo por qué causaste tantos problemas por él, Yoongi.

—Solo hazlo —resopló Yoongi, rodando los ojos.

Lucifer sonrió de forma amenazante y alcanzó el tobillo de Jimin, jalandolo y arrastrandolo por el suelo ardiente hasta dejarlo frente a él.

Jimin sintió su alma abandonar su pobre cuerpo al ver directamente a los ojos del Diablo.

—¡Suélteme! —gritó aterrado, mientras luchaba para liberarse del agarre—. ¡Déjenme en paz! ¡Déjenme ir, se los ruego! ¡Juro por mi Dios que...!

Pero no pudo terminar de suplicar, pues de un momento a otro, las largas y afiladas garras de Lucifer se enterraron en la parte posterior de su cabeza, atravesando la carne hasta tocar su cráneo.

Y entonces, la realidad a su alrededor tembló de nuevo.


Jimin siempre supo cuál había sido la razón de su creación: Ser el Arcángel más poderoso de Dios para guiar a la victoria a las Legiones Celestiales y ganar la guerra contra el Infierno.

Dios se lo dijo desde el primer instante que abrió los ojos y dió su primera bocanada de aire. Tenía una sola razón de existir, un deber que cumplir nada más nacer.

Así que desde el segundo uno se propuso a entrenar para convertirse en el General más poderoso que el Cielo hubiese tenido, dispuesto a cumplir con el objetivo de su creación.

Lamentablemente para él, la guerra contra el Infierno estalló tres días después de su nacimiento, quitándole la oportunidad de aprender muchas otras cosas que no fuesen tácticas de guerra.

Aún así, Park Jimin fue el Arcángel más fuerte y poderoso que jamás había existido, aunque su conocimiento sobre la vida fuese igual a la de un bebé humano recién nacido.

Pero Jimin cumplió con su misión, al final de cuentas. Guió a miles de legiones de ángeles a la guerra contra los caídos (y demonios) y ganó, desterrando a cientos de ángeles traidores y encerrando a Lucifer y sus demonios en el Infierno.

Sin embargo, durante los últimos instantes de la guerra, cuando el triunfo ya se saboreaba en las manos del Reino Celestial, Jimin se encontró con un herido.

Lo había encontrado sangrando y casi inconsciente bajo un árbol de vida que se había marchitado por culpa de la guerra. No supo por qué, pero se acercó a él para ayudarlo, sin ganas de perder la vida de otro de sus ángeles.

Nadie le dijo que si a un ángel le comenzaban a brotar plumas negras significaba que había traicionado al Reino Celestial.

Nadie le advirtió que no había salvado a uno de los suyos, sino a un demonio en proceso de transformación.

—¿Por qué me has salvado? —preguntó el hombre de cabello negro, mirando con sus ojos dispares (uno dorado y otro rojo) al ángel que curaba sus heridas con energía espiritual.

—¿Por qué no habría de hacerlo? —Jimin se encogió de hombros, sin alzar la vista de la herida abierta que el hombre de ojos heterocromaticos tenía en su pálido costado, probablemente provocada por una espada.

—Bueno, porque soy un traidor, me estoy transformando en un demonio, en un enemigo —reveló el hombre, regalándole una sonrisa de medio lado al ángel.

Jimin parpadeó sorprendido, pero no apartó su mano de la herida del casi-demonio, simplemente tragó saliva audiblemente y siguió con su tarea de curarlo.

—No importa de qué bando seas —respondió Jimin luego de varios segundos de silencio, sus dedos esbeltos tocando con delicadeza la piel (que comenzaba a tornarse caliente) blanca del otro hombre—. Yo solo quería detener un poco toda la muerte de allá afuera.

Y el casi-demonio soltó una risa, mirándole con picardía.

—Eres un angelito bastante peculiar, ¿eh?

Y Jimin, por primera vez en sus tres días de vida, sintió su corazón agitarse y sus mejillas sonrojarse.

Le gustaría decir que esa fue la primera y única vez que se vieron, pero sería decir una mentira y a Jimin no le gustaba mentir.

Luego de ese encuentro, cada día que le siguió se encontraron. Jimin fue testigo de cómo la apariencia angelical de Yoongi fue cambiando hasta volverse un completo demonio. Vió sus alas blancas llenas de plumas transformarse en alas negras que parecían las de un murciélago. Vió sus ojos dorados convertirse en dos posos negros con irises tan rojas como la sangre. Vió sus cuernos crecer en su frente y sus dientes afilarse dentro de su boca.

Pero, a pesar del tenebroso cambio, Jimin jamás sintió miedo de él, de Yoongi.

En cambio, cada día sin falta, Jimin bajó a la Tierra para encontrarse con el demonio. Y poco a poco los roces de manos y las sonrisas discretas fueron naciendo, llenando al ángel de un sentimiento cálido en su corazón que nadie, ni siquiera Dios, le advirtió que podría llegar a sentir.

—Dime «Hyung» —pidió el demonio una vez, mientras entrelazaba sus dedos con los de Jimin en un tímido agarre.

—¿Y eso qué significa, Yoongi?

—Es una palabra en la lengua demoníaca, significa «Cariño» —explicó Yoongi, sin atreverse a mirarle a los ojos, pero el rojo de sus orejas delataba su timidez.

Jimin sintió que las mejillas se le sonrojaban también.

—Está bien, Hyung —aceptó, a través de un susurro bajito—. ¿Tú también deberías llamarme así?

—No —negó Yoongi, sonriéndole con algo de vergüenza—. Yo te diré «Jiminie».

—¿Y eso qué significa? 

—Nada, es solo tu nombre, pero más bonito. 

Y ese fue el momento en que se enamoró.

El Arcángel que había vencido a Lucifer y lo desterró al Infierno se enamoró de uno de sus demonios, ¿cuán irónico sonaba eso?

Pero no le importó, porque amar a ese demonio no le hacía daño a nadie.

O eso pensó, hasta que casi lo besó, impulsado por la intensidad de sus sentimientos.

—No, Jiminie. —Yoongi lo detuvo, tomándole de las mejillas para alejar sus labios.

—¿P-por qué? Taehyung dice que eso hacen las personas que se aman... —Jimin susurró, mirándole con sus enormes y suplicantes ojos dorados.

—Si me besas, te convertirás en uno de nosotros.

—¿Qué?

—No puedes besar a un demonio, eso sería corromper tu divinidad y contaminaría tu pureza de ángel —explicó, mirándole también con pena.

Jimin sintió su corazón doler un poquito.

Esa fue la primera vez que el ángel experimentó el sentimiento de tristeza.

—Pero nos amamos, Hyung —dijo, frunciendo el ceño ligeramente. 

—Eso es verdad, ¿pero renunciarías a tus alas por este amor, Jiminie?

Jimin no respondió al instante. Ni tampoco respondió los siguientes días después de eso. Pero nunca dejó de pensar en las posibilidades, en las opciones que tenía en sus manos.

Su amor por Yoongi era más grande que el Reino Celestial y el Infierno juntos. Cualquier humano pensaría que era demasiado rápido, demasiado pronto para amarlo con esa intensidad, pues solo habían pasado unos pocos meses, pero los ángeles eran así, amaban con intensidad, amaban con todo su cuerpo y con todo su espíritu y con todo su poder.

Por eso era que las parejas de ángeles duraban para la eternidad, porque nunca dejaban de sentirlo.

Pero, ¿qué sería de un ángel enamorado de un demonio por toda la eternidad?

Así que tomó una decisión.

Iba a hacerlo. Iba a renunciar a su divinidad por Yoongi. Dejaría el Reino Celestial y bajaría al mismísimo Infierno por él, porque lo amaba así de mucho.

Sin embargo, nunca pudo llegar a su próximo encuentro con Yoongi.

—¿Señor? —murmuró Jimin, en cuanto fue interceptado por Dios en la plataforma para saltar a la Tierra.

—Vas muy seguido allá abajo —dijo Dios, sonriendo con tranquilidad—. ¿Qué hay de interesante, mhm?

—E-eh, bueno...

—Los humanos, ¿cierto? Ah, ellos han sido mi creación más compleja —suspiró, mirando el borde del Reino Celestial con algo parecido a la nostalgia.

—Uh, si, si, los humanos son bastante... curiosos —respondió, mintiendo por primera vez pues, de las cientas de veces que había bajado a la Tierra, nunca se había acercado a un humano.

—Mhm, no me gustan las mentiras, Park —dijo Dios, mirándole con toda la serenidad posible, Jimin palideció.

—Señor, yo...

—Shh, tranquilo, no voy a regañarte —tranquilizó Dios, antes de alzar su palma hacia él—. Ven, toma mi mano, vamos a charlar.

Jimin dudó por un segundo, sin saber si tomar la mano de Dios o no, pero al final suspiró y alzó su propia mano, porque Dios no lo lastimaría jamás.

Pero en cuanto tomó la mano de Dios, se desmayó.


—Ese era un hechizo de bloqueo muy poderoso.

Las garras en su cabeza se retiraron y Jimin boqueó por aire, sintiendo que el corazón se le iba a salir del pecho y que la cabeza le iba a estallar por el inmenso dolor.

Miró a su alrededor desorientado, buscando algo –a alguien–, sintiendo los recuerdos viejos llenando su cabeza con rapidez. Y eran tantos que sentía que iba a estallar, rebosado por la cantidad de momentos que le habían robado.

Pero entonces...

—¿Jiminie?

—¿Hyung?

Jimin miró al demonio, a su pequeño demonio parado en una esquina de la cueva y los sintió, todos y cada uno de los sentimientos que habían sido bloqueados en su cabeza se desataron con tan solo mirar su rostro.

—¿Estás bien? —El demonio se acercó, empujando a Lucifer fuera de su camino para poder alcanzar el cuerpo tembloroso de Jimin y abrazarlo.

—Yo... ¿no sé? —Jimin jadeó, ocultando su rostro contra el cuello de Yoongi, aferrando sus manos a la espalda del demonio y, oh, había extrañado tanto eso—. Hyung, ellos me hicieron...

—Lo sé, shhh, ya estás bien —murmuró el demonio, presionando sus labios contra la frente del ángel con suavidad.

—Y tú... estúpido demonio, me lastimaste —se quejó, completamente sobrepasado de sentimientos, sin notar la grosería que se le había escapado—. Dijiste que nunca me lastimarías.

Yoongi lo apretó más fuerte contra su cuerpo.

—Lo siento tanto, perdóname —murmuró, con la voz tensa y cargada de arrepentimiento. Jimin le dió una palmada en la espalda con algo de fuerza, pero no lo soltó.

—Tonto, demonio tonto...

—Lo soy —suspiró Yoongi, acariciando los suaves cabellos castaños de Jimin con delicadeza—. Ya me conoces, soy un estúpido que no piensa bien las cosas, pero yo realmente creí que tú me habías abandonado y...

—¿Cúanto tiempo ha pasado? —Jimin interrumpió, separándose un poco para poder mirarlo a los ojos, dorado y rojo encontrándose.

—En tiempo humano... Más de dos siglos, Jiminie.

Jimin sintió que el corazón se le hundía hasta el fondo, pesado y doloroso.

—Dos mil años —susurró incrédulo, con las lágrimas deslizándose por sus mejillas sonrosadas—. Nos robaron dos mil años, Hyung...

—Seh, que triste. —Una tercera voz interrumpió y Jimin observó al mismísimo Lucifer permanecer aburrido en una esquina—. ¿En qué momento empieza el drama?

—Usted... ¿por qué nos ayudó? Yo fui el que provocó su destierro —susurró Jimin con desconfianza, aferrándose a la mano de Yoongi con temor de volver a ser separado de él.

—Ya había olvidado ese pequeño detallito —dijo Lucifer, frunciendo un poco el ceño—. Pero hay algo que disfruto más que nada en el mundo y eso es ver al imbécil de tu Señor enojado.

—¿Qué?

—Ah, muchacho, solo vuelve allá arriba y dile que recuperaste tus recuerdos y que tendrás sexo loquisimo con uno de mis demonios, quiero ver a ese anciano morirse de la rabia —suspiró Lucifer, con una sonrisa algo desquiciada en los labios—. Vamos, dale algo de diversión a este maligno ancestro.

Bien, Jimin no sabía que el Diablo pudiese ser tan... estúpido.

—Ugh, largo de aquí. —Yoongi gruñó, girando la cabeza para poder darle una mirada de molestia a Lucifer.

—Este es mi reino, jovencito.

—Y yo te ayudé a edificarlo, ahora sal.

Y Lucifer rió, antes de abandonar la cueva para dejarlos solos.

Yoongi resopló, antes de ayudar a Jimin a levantarse para irse ambos a la cama, en donde se sentaron frente a frente. 

—¿Realmente pasaste dos mil años creyendo que te había dejado? —murmuró Jimin, una vez estuvo sentado en medio de las sabanas rojas.

Yoongi suspiró, sentándose a su lado.

—Pasé dos mil años creyendo que me habías traicionado, Jimin —reveló, mirándole con los labios apretados en una fina línea.

—¿Qué?

—Ese día que no volviste más, un Ejército de Arcángeles llegaron al lugar donde solíamos reunirnos y dijeron que tú... les habías dado mi paradero para que pudieran capturarme.

Jimin sintió su estómago revolverse ante aquella revelación. Porque, en ese tiempo, los ex ángeles traidores que se atrevían a dejar su exilio en el Infierno eran cazados por las arcángeles para eliminarlos.

Y, oh, Yoongi había pasado dos mil años completos creyendo que Jimin lo había engañado y abandonado, creyendo que Jimin lo había entregado para que lo ejecutaran.

¿Cómo había podido Yoongi vivir con ese sentimiento, si Jimin sentía que le dolía todo de tan solo imaginarlo?

Jimin, de repente, tuvo enormes deseos de destruir el Reino Celestial en venganza.

Pero una idea mejor llegó a su mente.

—Bésame, Hyung —exigió, alcanzando la mano del demonio para aferrarse a él.

—¿Qué?

—Bésame ahora y quítame la divinidad —repitió, su tono solemne y seguro no dejando lugar a las dudas.

—Pero, ¿no crees que primero deberías ir allá arriba a decirle a Dios que recuerdas todo? —murmuró Yoongi, con el ceño ligeramente fruncido.

Pero Jimin no vaciló. Él siempre había sabido que su Hyung nunca había estado feliz con la idea de condenarlo, de convertirlo en un demonio solo por su amor.

—No pienso volver a ese lugar siendo un ángel, no cuando pueden alejarnos de nuevo y volver a bloquear mis recuerdos.

—Pero ahora yo sabría que...

—No, Hyung, simplemente no —interrumpió, mirándole con tanta seriedad que sintió al demonio alejarse un poco.

—Pero tu pureza, Jiminie, vas a dejar de ser bueno cuando...

—Yo dejé de ser bueno en cuánto descubrí que me habían robado nuestro primer beso por dos mil años, Hyung —soltó, gateando por la cama hasta quedar arrodillado frente a Yoongi. 

—¿Primer beso? —Yoongi parpadeó sorprendido, un ligero rubor pintando sus mejillas. 

—Yo planeaba darte el beso para renunciar a mis alas ese día, pero ese bastardo me interceptó —resopló, colocando sus manos sobre los hombros del demonio—. Un ángel no debería sentir las ganas que tengo yo de quemar el Cielo, masacrar la Tierra y destruir el Infierno para vengarme de lo que nos hicieron, Hyung, así que dame ese beso, ya esperé suficiente.

Y el demonio le miró intensamente por lo que pareció una eternidad, antes de tomarle por las mejillas para acercarlo hasta que sus narices chocaron y sus alientos se mezclaron.

—Te amo, Jiminie. 

Y sus labios se encontraron por primera vez.

Jimin lo resintió en sus alas al instante, pero no le dió importancia, prefiriendo concentrar su atención en adueñarse de los labios de su demonio con una intensidad que solo podría conseguirse con dos mil años de anhelo. Presionó su cuerpo contra él, pegándose todo lo que fuese físicamente posible hasta que dejó tumbado a Yoongi sobre el colchón. Se posicionó encima de él, entre sus delgadas piernas, mientras guiaba sus cortos dedos para deslizarlos por debajo de su camiseta negra, tocándole la piel suave y cálida de los costados con añoranza. 

Por primera vez, luego de dos mil años de existencia, Jimin fue capaz de sentir deseo.

Enredó los dedos de su mano libre en la cabellera negra como el ébano de Yoongi y abrió los labios para soltar un grave gruñido, antes de introducir su lengua cálida y húmeda dentro de aquella cavidad bucal. Yoongi, por su lado, se deshizo en suspiros y gemidos provocados por las caricias de las pequeñas manos de Jimin, quien deslizaba sus manos ansiosas por todo el cuerpo de Yoongi, tocándole como si quisiese memorizar su piel con los dedos.

Nunca, jamás en sus miles de años de vida, pensó que podría tener a su Hyung así, debajo de él, jadeando por aire. Era impresionante, él mismo estaba sorprendido por su propia intensidad, pues nunca imaginó que sería él quien tumbara a Yoongi sobre su espalda, obligándolo a recibir todo lo que le daba. 

Pero, por sobre todo, nunca imaginó ver a su Hyung así, tan vulnerable debajo suyo, tan... dispuesto y ansioso para él. Y era una imagen hermosa, tenerlo con las mejillas de porcelana sonrojadas y los ojos rojos completamente vidriosos por el placer.

Un demonio poderoso sucumbiendo por los labios de un ángel, ¿quién lo diría?

Todo se volvió intenso, húmedo y lascivo, delatando todo el deseo que habían contenido dentro de sus corazones durante todo ese tiempo, dejándolo salir sin vergüenza en ese momento en que cada centímetro de sus cuerpos se rozaban contra el otro.

Y para cuando Jimin desnudó a Yoongi sobre las sábanas de seda roja, dejando el delgado cuerpo tembloroso y jadeante debajo del suyo mientras le besaba cada rincón secreto de piel, fue que se dió cuenta de los pequeños cuernos que habían crecido sobre su frente.

Fue así como el Cielo cometió un pecado y, en recompensa, el Infierno fue bendecido.

Jimin se sentó con cuidado sobre el borde de aquel acantilado, mirando la lava que ardía en el fondo mientras una sonrisa satisfecha se dibujaba en sus labios.

—¡Oye, Jimin!

El aludido miró por encima de su hombro, observando cómo un demonio de cabellos rubios corría a toda velocidad hasta donde él estaba.

—¿Qué sucede, Seokjin? —preguntó con calma, mientras balanceaba sus piernas animadamente.

—¡¿Es verdad que esta mañana fuiste a hacer un escándalo al Reino Celestial?!

Jimin frunció el ceño ante el grito que fue proferido justo sobre su cara, pero terminó sonriendo con cierto aire juguetón.

—Seh, le fui a dar una pequeña visita a mi querido Dios —respondió, encogiéndose de hombros como si no fuese la gran cosa.

Oh, pero había sido la gran cosa. Jimin todavía no podía olvidar la cara que había puesto el Rey de los Cielos cuando le dijo algo como «Por más que quisiste evitarlo, tu Arcángel terminó follandose a un demonio» delante de cientos de ángeles.

—¡Woah, que genial! —Seokjin exclamó, abrazando a Jimin con emoción—. Ojalá yo hubiese estado allí.

—Y ojalá tú sueltes a mi jodido novio o voy a lanzarte al azufre, imbécil.

Seokjin rápidamente soltó a Jimin, mirando con fastidio la manera en qué Yoongi se acercaba a ellos con aire amenazante.

—Lo tienes todo el tiempo para tí, déjame hablar un poco con él —se quejó Seokjin, apoyando las manos en las caderas en una pose tan... humana.

Definitivamente Seokjin pasaba demasiado tiempo en compañía de ese humano llamado Jungkook. 

—Estúpido sucúbo, ni creas que no siento tus intenciones con Jimin —gruñó Yoongi, dándole un empujón a Seokjin para alejarlo.

—¿Sabes, Min? Yo también tengo sentimientos y soy capaz de convivir con otros sin querer enterrarles la polla, a diferencia de tí.

—Lárgate antes de que mande algún demonio de la lujuria tras tu humano —amenazó Yoongi, tomando asiento al lado de Jimin.

—Eres insoportable.

Y se fue dando pisotones, mientras murmuraba mil maldiciones contra Yoongi.

—Pobre Seokjin, eres un fastidioso a veces, Hyung —se burló Jimin, todavía balanceando sus piernas suavemente.

—Bah, ¿qué importa él? —bufó Yoongi, con un pequeño puchero en berrinchudo en sus finos labios—. Mejor dime, ¿qué tal te sientes?

—¿Lo dices por lo del incidente en el Reino Celestial? No te preocupes, Hyung, ya te dije que...

—No, tonto, me refiero a hace un rato. Me dijeron que pasó algo y que te viniste a ocultar aquí. —Yoongi explicó, tomando la mano de Jimin con suavidad.

Jimin suspiró.

—Esto de controlar la ira es difícil —susurró Jimin, frunciendo el ceño profundamente—. No sabía que los demonios tenían tendencias a enojarse tan fácilmente.

—Bueno, debiste sospecharlo desde que me conociste a mí, bobo —rió Yoongi, acercándose al rostro de Jimin para rozar sus narices juntas.

—En mi defensa, pensé que ese solo era un defecto tuyo. —Jimin se burló, antes de dejar un suave beso sobre los labios de Yoongi.

—Entonces, ¿qué pasó?

—Puede que me haya enojado tanto con el idiota de Namjoon que provoqué un huracán en algún país del mundo y un temblor en el Quinto Círculo —susurró, bajando la mirada con timidez.

Yoongi soltó una risita y suspiró con suma adoración.

—Bueno, eso es mucho mejor de lo que provoqué yo la primera vez que me enojé —consoló Yoongi, abrazandose a Jimin con suavidad.

—¿Cúando fue eso? —cuestionó Jimin, dejando que Yoongi apoyara su cabeza sobre su pecho. 

—Cuando no pudiste llegar ese día.

Jimin tragó saliva y dejó un pequeño beso sobre los cabellos azabaches del demonio. 

—¿Y qué ocasionaste? —susurró, con el corazón doliendole un poquito porque el recuerdo de la separación seguía doliendo. 

—Creo que fue una guerra, no lo recuerdo bien.

Jimin suspiró con fuerza y soltó un quejido.

—Pobres humanos, tienen que pagar por nuestros problemas —se lamentó, genuinamente triste de pensar en todas las desgracias que los demonios le habían provocado a los humanos por simples rabietas.

Yoongi soltó una risa, antes de empujar los hombros de Jimin para recostarlo en el suelo, sentándose sobre su regazo con facilidad. 

—Eres un angelito tan bondadoso —ronroneó, dejando pequeños besos por todo el cuello de Jimin, mientras al mismo tiempo restregaba su trasero contra la entrepierna del ex ángel. 

—Hyung, yo ya dejé de ser un ángel —se rió, deslizando sus manos hasta apretar el trasero del demonio entre sus dedos. 

—Para mí, tú siempre serás mi angelito salvador, Jiminie. 













HIIIIIII

fue complicado adaptar este os a jimsu pq el original (de mi autoría, claro, solo q de otro fandom) es con el demonio top y el angel bottom pero cuando quise pasarlo a jimsu no me imaginaba a jimin teniendo la personalidad seria del demonio así q tuve q hacer ajustes, pero me gustó el resultado de un angelito aparentemente inocente pero q termina siendo top, ¿ustedes q opinan?

no se olviden de comentar, pls 🥺

en fin, este es un regalo por... bueno, para compensar este año en el q desaparecí, sinceramente he considerado la idea de abandonar por completo esta cuenta y mandar a borradores without alphas, pero estoy intentando volver, se los juro. por mientras, espero hayan disfrutado este pequeño os, besoooos

los amo, gracias por esperar por mi <3

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