𝟬𝟭𝟮 USURPER OF THE THRONE
Kronos the traitor
“usurpación al trono”
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La noche fue fría para Sihtric, quien dormía solo en sus antiguos aposentos. Miraba hacia el techo sin poder dormir; algo lo atormentaba demasiado. Sentía como si algo se estuviera yendo, como si la muerte hubiera venido y se hubiera llevado a alguien. Era ridículo pensar que Sihtric, de vez en cuando, tenía visiones muy extrañas. Esta vez, sentía como si su entorno estuviera helado. La sensación era tan penetrante que su mente divagaba entre recuerdos y temores, un mal presentimiento que no podía sacudirse.
A la mañana siguiente, con las primeras luces del alba, Sihtric se levantó decidido a despejar sus pensamientos oscuros. Se vistió rápidamente y no dudó en ir a ver a su viejo amigo. Sabía que encontraría a Finan practicando con su espada en los campos de entrenamiento, como solía hacerlo cada mañana.
Cuando llegó, Sihtric vio a Finan moviéndose con destreza, sus golpes precisos y rápidos. Era evidente que no había perdido su toque. Sonrió al verlo y se acercó.
—No aprendiste nada por lo que veo.—dijo Sihtric con un tono burlón, sus ojos brillando con la familiaridad de la camaradería.
Finan frunció el ceño, sin dejar de practicar sus movimientos.
—¿Por qué no te metes tu opinión por tu...—se detuvo al girarse y notar a Sihtric—. ¡Sihtric! —exclamó con alegría. Rápidamente dejó su espada y se acercó a él, dándole un gran abrazo—. ¡Amigo! ¡Dioses, hace mucho que no te veo!
Sihtric se rió, sintiendo el calor de la bienvenida, y se separó del abrazo.
—Finan, amigo, cómo te extrañé—nuevamente le dio otro abrazo para luego separarse, esta vez palmeando la espalda de su amigo
—Dime, ¿cómo estuvo la cena familiar?
Sihtric hizo una leve mueca, su expresión reflejando una mezcla de resignación y aceptación.
—Ah, no se puede esperar demasiado de esta familia. Hubo un pequeño inconveniente, pero todo lo demás estuvo bien...
Finan lo miró con comprensión.
—Ya veo, supongo que fueron los pequeños príncipes —dijo, asintiendo con la cabeza.
Sihtric asintió, la sombra de una sonrisa cruzando su rostro.
Ambos pasaron un rato hablando de trivialidades y recuerdos, compartiendo risas y anécdotas. El sol ya estaba alto cuando Sihtric decidió hablar de lo que realmente le preocupaba.
—Noté algo raro en la noche —comenzó, su tono serio—. Sentía como una presencia se iba.
Finan lo miró confundido, una ceja levantada, y luego se rió por lo bajo.
—No te estarás convirtiendo en la copia de la princesa Helaena, ¿verdad? —dijo con diversión, sus ojos brillando con malicia.
Sihtric bufó y bajó la mirada.
—Cállate... —dijo por lo bajo—. No te burles de ella así. Hablando de la princesa, creo que debería visitarla, nunca he tenido una conversación con ella, ahora tal vez pueda conocerla mejor.
Finan lo miró con una sonrisa traviesa.
—Bueno, si es que quieres escuchar sus delirios, entonces adelante, mi príncipe.—le hizo una reverencia exagerada señalando hacia adelante. Sihtric se rió ante eso y siguió su camino, sacudiendo la cabeza con una sonrisa en los labios.
El pelinegro pasaba por los pasillos del castillo, sus pasos resonando en las paredes de piedra. De lejos, se escuchaban las voces de los pequeños hijos de la princesa, riendo y chillando con la energía propia de la infancia. Tocó la puerta antes de entrar. Después de un rato, una sirvienta le abrió y le hizo una pequeña reverencia.
—¿Quién es?.—preguntó la platinada por detrás, su voz suave pero con un tono de autoridad.
—Es el príncipe Sihtric, mi princesa.
La princesa Helaena le indicó a la sirvienta que lo dejara entrar. Sihtric cruzó el umbral, sus ojos posándose en los pequeños niños que jugaban con sus juguetes, sus risas llenando la habitación.
—Príncipe Sihtric —ella lo saludó, su mirada fija en él.
Sihtric sonrió y negó con la cabeza.
—Ah, por favor, solo dígame Sihtric; no me gusta mucho ese título de príncipe —se acercó y se sentó a su lado, observando con interés lo que ella hacía.
La princesa estaba con sus manos ocupadas bordando un insecto con una precisión que fascinaba a Sihtric. Decidió romper el silencio, ya que la princesa Helaena estaba tan concentrada en su labor que parecía no notar su presencia.
—Los niños se divierten mucho, son tiernos.—comentó, su voz suave.
Ella desvió su mirada hacia sus hijos, una sombra de tristeza cruzando su rostro.
—Lo son... ojalá su padre fuera así conmigo —murmuró por lo bajo, más para sí misma que para él. Sihtric no alcanzó a escuchar esas palabras—. ¿Cuándo volverá Jacaerys al castillo? —preguntó, desviando su mirada hacia el pelinegro.
Él se sorprendió ante la pregunta sobre su hijo.
—Ah, no sé si él llegará a volver al castillo, mi princesa —respondió, tratando de ocultar su propia incertidumbre.
Helaena sonrió levemente, una expresión melancólica en su rostro.
—Es una lástima, me llegué a encariñar mucho con él.
Sihtric le devolvió la sonrisa, asintiendo.
—Me alegro mucho que ustedes se llevaran bien, ojalá también suceda con los demás.
La princesa suspiró y bajó la mirada.
—Eso será imposible, los dragones no se amigan con los que no son —dijo con seriedad. Sihtric entendió de inmediato el peso de esas palabras, pero ella rápidamente se retractó—. Lo siento, no quería decir eso sobre sus hijos —dijo, algo nerviosa.
Sihtric negó con la cabeza, queriendo calmarla.
—No te preocupes, está bien —puso su mano sobre el hombro de ella, en un gesto de consuelo.
Ambos pasaron un rato en silencio, mirando a los niños jugar con sus juguetes junto a la sirvienta. La habitación estaba llena de la cálida luz del sol y de los sonidos de la infancia, una escena casi perfecta en su serenidad. Pero esa calma fue interrumpida cuando Helaena nuevamente habló.
—Me parece que es nuestro destino desear lo que se le otorga a otro, si uno posee una cosa, el otro se lo arrebatara.
La sirvienta, que había estado observando en silencio, asintió.
—Sí, princesa —dijo, su tono respetuoso.
De repente, las puertas se abrieron de golpe, revelando a la reina y a la Mano del Rey, que entraron con frustración visible en sus rostros.
—¿Dónde está Aegon? —preguntó directamente la reina, ignorando a Sihtric.
—No aquí —respondió la platinada, su voz reflejando una confusión genuina.
—¿No está en sus aposentos? —preguntó otto, su tono más firme y molesto, dirigiéndose a su hija como si la culpa recayera sobre ella.
Sihtric miró a su padre con molestia, rodando los ojos. Otto, la Mano del Rey, de inmediato salió de los aposentos, seguramente a buscar a Aegon.
La reina, con una expresión de preocupación y un sentimiento de culpa en sus ojos, se acercó a su hija y se sentó a su lado.
—¿Qué sucedió? —preguntó Sihtric, confundido.
Alicent tomó la mano de su hija con ternura, pero la princesa se apartó.
—Tu padre...
—Hay una bestia bajo las tablas —la interrumpió Helaena, su voz cargada de una molestia apenas contenida, dirigiendo su mirada hacia su madre.
—Mi adorada hija... —trató de abrazarla, pero Helaena la rechazó, apartándose más cerca de Sihtric.
Él la miró con preocupación y luego desvió su mirada hacia adelante, notando a Aemond entrar en los aposentos con un rostro helado, sus ojos llenos de una tristeza contenida.
Sihtric tenía razón, algo se había ido, y era el rey; él había muerto.
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Sihtric pasaba la tarde encerrado en sus aposentos, dando vueltas como un loco, mientras pensaba cómo le diría a su esposa que su padre había muerto. Sentía que su corazón se oprimía con cada pensamiento. No podía quedarse ahí sin hacer nada, pero la situación lo paralizaba. De repente, alzó la vista al escuchar las puertas abrirse y vio entrar a su hermana. La presencia de Alicent le daba un respiro momentáneo, pero no tardó en darse cuenta de que las cosas estaban a punto de complicarse aún más.
—Hermano... —dijo ella con delicadeza, sus ojos reflejaban una mezcla de tristeza y determinación.
—Hermana, lamento la noticia —le dio un abrazo de consuelo, sintiendo un nudo en la garganta—. Es difícil de creer, ¿verdad?
—Sí, lo es. Pero vine aquí para hablar contigo sobre algo importante...
—Te escucho —dijo, tratando de mantener su mirada en ella, aunque sus pensamientos seguían dispersos.
—El último deseo de mi esposo fue que el príncipe elegido estuviera en el trono —su voz temblaba ligeramente.
Sihtric la miró confundido, intentando procesar sus palabras.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Mi hijo, Aegon Targaryen, será el rey.
Sihtric sintió que su mundo se tambaleaba. Inmediatamente dio un paso atrás, pero Alicent sostuvo sus manos con fuerza, tratando de mantener el contacto.
—Hermano, escúchame —trató de cerrar sus manos en una alianza—. Por favor, entiende que esto es por el bien del reino.
—No me toques —protestó con amargura, alejando sus manos de ella—. ¿Te atreves a usurpar el trono? Esa obligación le pertenece a mi esposa, Rhaenyra Targaryen. Ella fue nombrada heredera hace mucho tiempo.
—Sihtric, por favor, escúchame —suplicó Alicent—. Yo misma escuché las palabras del rey, colocando a mi hijo en el trono. Hermano, nuestra familia por fin tiene el poder que nunca tuvo. Un Hightower tiene a un hijo en el trono.
—Aegon es un Targaryen. Eso nadie se lo quitará y sabes perfectamente que tu canalla de hijo es el menos indicado para el trono —su voz estaba cargada de desprecio.
Alicent, herida por sus palabras, le dio una cachetada.
—No lo vuelvas a llamar así nunca más —dijo, molesta—. Él será el rey. Declara tu apoyo, Sihtric... es lo mejor para ti, para este pueblo y para Rhaenyra.
Sihtric la miró con odio, su furia apenas contenida.
—Decide el lado correcto, hermano —dijo fríamente—. Confío en que harás lo correcto y me apoyarás en esto.
El pelinegro se quedó callado, sus pensamientos eran un torbellino. Alicent se retiró de los aposentos, dejando tras de sí una tensión palpable. Sihtric sintió cómo aseguraban la puerta para que no se abriera. Rápidamente, trató de abrirla, desesperado.
—¿Qué demonios? —miró con el ceño fruncido y trató de abrirla de nuevo—. ¡Ábranme la puerta! ¡No pueden hacerme esto! ¡Alicent! ¡Maldita sea, estás usurpando el trono! ¡Traidora! —gritó con desesperación mientras trataba de abrir la puerta, pero era en vano.
Se rindió, dando pasos hacia atrás y se golpeó a sí mismo por ser un estúpido por quedarse en este castillo y no haber ido con su esposa cuando tuvo la oportunidad. Se maldijo a sí mismo mientras se mantenía encerrado en sus aposentos, sintiendo una impotencia abrumadora.
La noche había caído. Había pasado toda la noche encerrado, sus pensamientos no lo dejaban en paz. Estaba a punto de amanecer. Miró con cansancio hacia la ventana que reflejaba el cielo con tonos oscuros y poca luz. De repente, escuchó a dos hombres gritar con enojo.
—¡Quítense! —gritó, y Sihtric rápidamente reconoció la voz: era Finan.
Se abrieron las puertas de par en par, revelando a dos guardianes, Sir Finan y Sir Erryk.
—Mi príncipe, venga con nosotros. No permitiremos esta usurpación —dijo con firmeza Erryk.
Sihtric los miró a ambos con alivio, pero luego comenzó a pensar en el dragón que hacía mucho tiempo dejó de visitar y con el cual estuvo obsesionado: Kronos. No iba a dejar a ese dragón solo, aunque no era su jinete ni su dragón, y no sabía casi nada sobre cómo montarse en un dragón. Eso le importaba poco a Sihtric ahora mismo; solo quería tenerlo y no dejarlo en este lado traicionero.
—¿Hay alguien más encerrado? —preguntó rápidamente, su mente ya ideando un plan.
Ambos guardianes se miraron, dudando por un momento.
—La princesa Rhaenys —dijo Finan.
—Vayan a liberarla a ella —habló con firmeza—. Sáquenla de aquí lo antes posible, ¿entienden?
Ambos asintieron, pero la preocupación era evidente en sus rostros.
—¿Pero qué harás, Sihtric? ¿Y si te descubren?
—Voy a resolver algunos asuntos que necesito hacer. Estaré bien, ¡vayan! —les dio la orden, y los guardianes rápidamente se fueron, sus pasos resonando en el pasillo.
Sihtric se giró y buscó entre sus prendas una capa grande, luego salió de sus aposentos escondiéndose y caminando en las sombras. Su mente estaba enfocada en una sola cosa: Kronos.
Logró distraer a algunos guardianes y llegar a la fosa del dragón sin ser visto por un lord o un guardia, o al menos no vivo. Sí, tal vez tuvo que tomar la decisión de matar a algunos para su propio bien.
Entró a la cueva y notó al hermoso dragón negro durmiendo. Sihtric sonrió al ver a la criatura que hacía tanto tiempo no veía.
—Kronos —dijo con un tono alegre.
El dragón escuchó la voz y abrió sus ojos. Mientras se levantaba de su sueño, miró a Sihtric con una mirada seria y abrió su boca, soltando un gruñido fuerte que hizo que el pelinegro se estremeciera. Nunca se había sentido tan nervioso y con miedo en ese momento.
Dio pasos lentos hacia adelante, nervioso, y alzó su mano hacia el dragón, pero este desvió su cabeza, no dejándose tocar. Sihtric se sintió culpable al ver que Kronos ya no lo reconocía, no como antes.
—Kronos, soy yo, Sihtric —dijo con firmeza—. Vamos, amigo... no me hagas esto, no ahora.
El dragón mantuvo su mirada seria hacia otro lado. El cuerpo de Sihtric temblaba ante la criatura que estaba frente a él. Kronos había crecido bastante.
De repente, Sihtric comenzó a cantar en voz baja:
“Kronos.
Kronos, en el cielo resplandor,
Dragón de leyendas, dueño del temor.
Kronos, Kronos, en la noche y el día,
Con su fuego eterno, trae magia y armonía.”
El dragón desvió su mirada hacia Sihtric, y sus ojos se iluminaron ante la voz angelical de Sihtric.
—Sí —dijo triunfante—, soy yo, te extrañé —acercó su mano nuevamente, y esta vez Kronos se dejó acariciar, aceptando y reconociendo a Sihtric.
Sihtric iba a tomar una de las decisiones más locas y estúpidas que se le pasaron por la cabeza, y de seguro por las de otras personas.
Iba a llevarse a Kronos; iba a volar con él.
Sihtric dio pasos lentos hacia detrás de Kronos mientras tocaba su piel seca y sus escamas. Lentamente miró a su alrededor, asegurándose de que nadie los estuviera observando.
—Sihtric, eres un grandioso estúpido —se dijo a sí mismo en un susurro, y de repente agarró con firmeza sus manos en el dragón y comenzó a subirse en él.
Kronos en ningún momento tiró a Sihtric al piso. Al contrario, se dejó que el pelinegro se subiera.
Sihtric respiró profundamente, sus manos temblaban al sujetarse de las cuerdas que tenía el dragón para sostenerse.
—Hace mucho que no das un vuelo, ¿verdad? —preguntó con un tono tembloroso, tratando de calmarse a sí mismo.
Kronos gruñó como respuesta, su aliento caliente rozando la piel de Sihtric.
—Bien, entonces ahora daremos una vuelta hacia Dragonstone. Pero antes vamos a hacer algo, amigo...
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SE VIENE EL ÚLTIMO CAPÍTULO!!
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