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𝟬𝟭𝟬 MARRIAGE DEEPLY

united blood

“Marcaderiva”

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Toda la familia se encontraba en Marcaderiva, el hogar ancestral de la Casa Velaryon. El ambiente estaba cargado de tensión y tristeza. Sihtric se encontraba al lado de la reina Alicent, observando con un gesto de disgusto a su padre, quien ahora se erguía al lado del rey, una vez más como la Mano del Rey. Su rostro reflejaba una mezcla de resentimiento y resignación.

Desvió su mirada hacia la princesa Rhaenyra, quien estaba junto a su hijo Jacaerys. La joven princesa parecía perdida en sus pensamientos, y Sihtric no pudo evitar notar cómo la vida se le desmoronaba una vez más. La reciente muerte de la princesa Laena y de Sir Harwin había sido un golpe devastador. Incapaz de soportar el peso de sus emociones, Sihtric se movió a otro lado, alejándose tanto de las personas como de su propia familia.

Caminó en dirección al mar. El frío era notable, pero Sihtric encontraba consuelo en el sonido rítmico de las olas rompiendo contra la orilla. Mientras avanzaba, notó que Rhaenyra lo seguía. Sus pasos resonaban detrás de él, y pronto Sihtric se detuvo, girándose para enfrentarse a ella.

—¿No deberías estar apoyando a tu esposo? —preguntó, su voz cargada de una mezcla de curiosidad y reproche.

Rhaenyra dio unos pasos hacia él, su rostro mostrando una resolución inesperada.

—Laenor está buscando apoyo en otra persona...—dijo, su tono lleno de resignación y desilusión.

Sihtric frunció el ceño, sintiendo una mezcla de compasión y frustración.

—Pero deberías estar con él. No quieres que sospechen de tu matrimonio—insistió, su voz teñida de preocupación.

Rhaenyra lo miró con una tristeza que parecía ahondarse con cada palabra.

—Sé mejor que nadie que nuestro matrimonio es una farsa, pero al menos hago el esfuerzo por mantener las apariencias—respondió con una voz que apenas era un susurro, pero cargada de verdad.

Sihtric asintió, reconociendo la verdad en sus palabras.

—Lo intentas...—dijo mientras comenzaba a caminar nuevamente por la arena, sabiendo que Rhaenyra lo seguiría.

—Porque no hubo placer entre él y yo, y lo encontré en otro lugar—confesó, sus ojos violetas brillando con una intensidad que Sihtric no había visto antes. Lentamente, acercó su mano hacia el rostro de Sihtric, sus dedos rozando su piel.

Sihtric la miró, su expresión reflejando una batalla interna.

—Rhaenyra.. —empezó, su voz cargada de advertencia y deseo—. Tu esposo está de luto...

Rhaenyra no se detuvo. Mantuvo su mano en el rostro de Sihtric, acariciando con delicadeza sus mejillas.

—Pero mi cuerpo te reclama y tu cuerpo me reclama a mí—dijo con una certeza inquebrantable—. Los rumores siguen como si nada, y no voy a fingir que no te amo y te deseo.

Antes de que Sihtric pudiera responder, Rhaenyra acercó su rostro al de él y lo besó profundamente. Sihtric, después de un momento de sorpresa, no se negó. Pasó sus manos sobre la cintura de la princesa, acercándola a su cuerpo. Ambos estaban expuestos, besándose en la arena junto al sonido del mar, pero estaban tan concentrados en ellos mismos que poco les importaba lo demás.

Ni siquiera llegaron a escuchar o prestar atención a cómo el dragón Vhagar salía volando hacia el cielo, su enorme sombra proyectándose sobre el mar. Rhaenyra se separó del beso, pero no soltó la mano de Sihtric. La agarró con firmeza, sus ojos llenos de determinación y deseo.

—Ven conmigo —dijo, su voz un susurro cargado de promesas—. Llévame a un lugar donde podamos estar solos.

Sihtric asintió lentamente, permitiendo que Rhaenyra lo guiara hacia un lugar más apartado, donde podrían entregarse a sus deseos sin la mirada vigilante del mundo sobre ellos.

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Ambos disfrutaron de su momento, y al regresar al castillo, notaron que no había nadie afuera, solo unos pocos guardianes dispersos en la entrada.

—Mi princesa—dijo uno de los guardianes acercándose rápidamente.

—¿Dónde está la gente? ¿Ya están durmiendo?—preguntó Rhaenyra, claramente confundida.

—No, mi princesa. Hubo un problema.

—¿Qué pasó? —preguntó Sihtric, su voz teñida de preocupación.

—Hubo un enfrentamiento entre los príncipes.

Rhaenyra cruzó una mirada de preocupación con Sihtric, y sin decir una palabra más, se fue rápidamente a buscarlos. Sihtric la siguió de cerca, tratando de calmarse y rogando que ninguno de sus hijos hubiera salido herido.

Rhaenyra abrió las puertas apresuradamente, llamando a sus hijos por sus nombres con un tono desesperado.

—¡Jacaerys! —dijo buscándolo entre la gente—. ¡Luke! —se acercó a sus niños, su preocupación claramente visible en su rostro.

Sihtric caminó lentamente hacia la puerta y miró fijamente a Alicent, quien lo observaba con enojo.

—Muéstrenme —dijo la princesa Rhaenyra, examinando las heridas de su hijo menor—. ¿Quién hizo esto? —preguntó con una furia contenida.

—Ellos me atacaron —protestó Aemond, su voz cargada de resentimiento.

Sihtric desvió la mirada hacia su sobrino, sintiendo lástima por la situación. Aemond había perdido un ojo. Su querido sobrino había sido atacado por su otro querido hijo. Dio un paso hacia adelante, acercándose a Rhaenyra por detrás de ella, tratando de encontrar una forma de manejar la situación.

—Nos llamó bastardos... —murmuró Lucerys, mirando a Sihtric y Rhaenyra con ojos llenos de lágrimas.

Sihtric lo miró inmediatamente, inquieto, y se agachó hasta su altura, tratando de ofrecerle algún consuelo.

—Hablaremos de esto más tarde, mi príncipe —le dijo suavemente, aunque su corazón estaba lleno de temor por lo que estaba por venir.

—Aemond, quiero la verdad de lo que sucedió —dijo el rey, acercándose a su hijo con una expresión severa—. Ahora.

—¿Qué más hay que oír? Mutiló a tu hijo.—dijo firmemente la reina, sus ojos ardiendo de ira—. Tu hijo es el responsable de esto.

—Fue un accidente —dijo Rhaenyra, tratando de defender a sus hijos.

—¿Accidente? El príncipe Lucerys llevó una navaja a la emboscada, quería matar a mi hijo —dijo Alicent, mirándola con odio.

—Mis hijos fueron atacados y se vieron obligados a defenderse —dijo firmemente Rhaenyra—. Los agredieron con insultos repugnantes.

—¿Qué insultos? —preguntó el rey, su rostro lleno de incredulidad.

—La legitimidad del nacimiento de mis hijos fue puesta en duda —dijo Rhaenyra con voz temblorosa.

—¿Qué? —dijo el rey, preocupado—. ¿Es eso cierto?

—Nos llamó bastardos... —habló Jacaerys, mirando con preocupación al rey.

Aemond sonrió ante esas palabras y Sihtric notó esto. No iba a permitir que nadie llamara así a sus hijos, nunca.

—Mis hijos serán los herederos del Trono de Hierro, majestad. Esta es la más grande de las traiciones —dijo Rhaenyra, mirando fijamente al rey—. El príncipe Aemond debe ser cuestionado para saber dónde escuchó esas calumnias.

—¿Por un insulto? —dijo indignada Alicent—. ¡Mi hijo perdió un ojo!

—Dímelo, hijo —preguntó el rey, mirando a Aemond—. ¿Dónde oíste tal mentira?

—Fue una bravata en el patio, bromas de niños —dijo Alicent, tratando de minimizar el asunto.

—¿Qué tipo de broma sería esa? —preguntó secamente Sihtric, mirándola directamente a los ojos.

—Aemond, te hice una pregunta. ¿Quién te dijo esas mentiras? —insistió el rey, su paciencia agotándose.

—Aegon... —terminó por decir Aemond, mirando al suelo.

—¿Yo? —dijo Aegon, visiblemente confundido

—¿Y tú, hijo, dónde escuchaste esas calumnias?.—preguntó el rey con molestia.

—Lo sabemos, padre... todos lo saben. Solo míralos —contestó Aegon con una tranquilidad que enfureció aún más a Sihtric.

Sihtric miró con odio y disgusto a Aegon, su rabia apenas contenida.

El rey exclamó unas palabras, pero no fueron suficientes para la reina.

—Eso no será suficiente... Aemond ha sido dañado permanentemente. La buena voluntad no va a curarlo —dijo con frustración.

—No, lo sé, Alicent, pero no puedo hacer que recobre el ojo —dijo el rey, intentando razonar con ella.

—No, porque fue arrancado —replicó Alicent, su voz temblando de rabia.

—¿Qué quieres que haga? —preguntó el rey, desesperado.

—Una deuda que debe pagarse... con el ojo de uno de sus hijos —giró su mirada hacia Rhaenyra y sus hijos, su tono implacable.

Lucerys miró con miedo a Sihtric y se aferró a él con fuerza, sus ojos llenos de terror.

—Mi querida esposa...

—Es tu hijo, Viserys... tu sangre —dijo Alicent, conteniendo las lágrimas.

—No dejes que tu enojo guíe tu juicio —se acercó a ella el rey, intentando calmarla.

—Si el reino no busca justicia, la reina lo hará. Sir Criston, tráigame el ojo de Lucerys Velaryon —dijo con firmeza, su voz resonando en la sala.

Lucerys se escondió bajo los brazos de Sihtric. Este lo protegió entre sus brazos y miró al frente con enojo, viendo cómo su hermana hablaba con desesperación.

—Que elija qué ojo quedarse, un privilegio que no tuvo mi hijo —dijo Alicent, su voz cortante.

—No van a hacer tal cosa —habló molesta Rhaenyra, su tono definitivo.

—Esto es una calumnia —dijo con molestia Sihtric, su voz firme.

—Deberías estar apoyándome —dijo Alicent con más enojo, mirándolo con odio.

—Lo hago, pero esto es demasiado —replicó Sihtric, su voz calmada pero llena de resolución.

—¿Demasiado? ¡Tu sobrino fue herido.—gritó Alicent, su furia desbordándose.

Aemond miró con tristeza a Sihtric, pero él no le mostró ni un poco de simpatía.

—Alicent, este asunto ha terminado. ¿Me has atendido? —preguntó bruscamente el rey—. La lengua que cuestione el nacimiento de los hijos de la princesa Rhaenyra será cortada.

—Gracias, padre... —pronunció Rhaenyra en voz baja, su alivio evidente.

Alicent se mantuvo en silencio por unos segundos, pero de repente sacó una daga del rey y se abalanzó hacia Rhaenyra. La princesa pudo evitarlo y la agarró rápidamente de los brazos, ambas mirándose con desesperación.

Los niños Velaryon gritaron asustados y se escondieron detrás de Sihtric.

—Has ido demasiado lejos —dijo Rhaenyra, su voz temblando de furia contenida.

—¿Yo? ¿Qué he hecho más allá de lo que se espera de mí? Por siempre protegiendo al reino, a la familia, la ley... mientras tú desobedeces todo —replicó Alicent, su voz llena de amargura.

—¿Dónde está el deber? ¿Dónde está el sacrificio? Aplastado bajo tu preciado pie —dijo con desesperación—. Ahora le quitas el ojo a mi hijo y hasta de eso crees tener derecho.

—Es agotador, ¿no es así? Esconderte tras el manto de tu rectitud.—dijo Rhaenyra, su voz cargada de desprecio.

Sihtric trató de soltarse de Lucerys lentamente, pero el niño lo apretaba con fuerza.

—Lucerys, nadie te hará daño —le susurró en voz baja—. No en mi presencia. Yo te protegeré.

El niño lo miró nervioso y lentamente soltó sus manos, dando pasos hacia atrás donde estaba su hermano Jacaerys.

De repente, Sihtric agarró a Rhaenyra al escuchar el sonido de la daga atravesando su piel. La sostuvo antes de que cayera. Vio cómo su mano goteaba sangre, levantó la vista hacia Alicent y la encontró sorprendida por lo que había hecho. Todos se quedaron en silencio.

Sihtric no se separó ni un momento de su princesa, pero pudo notar cómo su relación con su hermana se había ido.

━━✶━━

A la mañana siguiente, Sihtric notó cómo los barcos del rey ya se estaban alejando en el horizonte, sus velas ondeando al viento como despedidas silenciosas. Caminó lentamente hacia Rhaenyra, quien permanecía inmóvil, con la vista fija en la lejanía.

—¿Te encuentras mucho mejor?—preguntó Sihtric, su voz suave, mientras dirigía su mirada hacia la muñeca de la princesa, donde las marcas aún eran visibles.

Rhaenyra asintió, su mirada aún perdida en el mar.

—Ahora siento lo que tú sentiste en ese día —respondió ella con claridad, sus palabras cargadas de un peso que Sihtric no había anticipado.

Sihtric se sorprendió al ver que ella mencionaba ese tema. Habían pasado años desde aquel incidente, y nunca habían hablado de ello.

—Yo nunca llegué a pedirte perdón por eso —dijo Rhaenyra, su voz quebrada por la culpa.

Rhaenyra lo miró, sus ojos brillando con una mezcla de tristeza y comprensión.

—Eso ya fue hace mucho, rhaenyra... ya es tarde para disculpas.

—Te dejé una cicatriz de por vida —continuó ella, su voz apenas un susurro.

—Y tú ya tienes una también —replicó Sihtric, tomando su mano—. Creo que ambos estamos a mano.

Rhaenyra sonrió levemente, una sonrisa triste pero sincera.

—No seas estúpido —dijo, intentando aligerar la atmósfera.

Ambos se quedaron en silencio, admirando el mar y el vaivén de las olas que chocaban contra la orilla. El silencio entre ellos no era incómodo, sino una especie de entendimiento tácito, un momento de conexión en medio del caos.

De repente, Rhaenyra rompió el silencio.

—Te necesito, Sihtric —pronunció con palabras decididas, su voz firme—. No puedo enfrentarme a ellos sola... unamos nuestra sangre.

Sihtric la miró fijamente mientras ella hablaba con determinación. Sus ojos se encontraron y en ese momento, él supo que ella estaba dispuesta a hacer lo que fuera necesario.

—No te casarás con un simple Hightower —dijo Sihtric seriamente—. Mereces alguien mejor. Daemon es el indicado.

—Pero no quiero a Daemon, yo te quiero a ti, Sihtric —respondió ella, su voz cargada de emoción.

Él suspiró, sus pensamientos un torbellino de dudas y deseos conflictivos. Se sentó en una roca cercana, tratando de ordenar todo lo que pasaba por su cabeza.

—Estamos destinados a arder juntos —continuó Rhaenyra, su voz suave pero firme—. Tu sangre es mía, Sihtric, y mi sangre es tuya...

—Solo podríamos casarnos si Laenor estuviese muerto —finalmente habló Sihtric, sus palabras pesadas como una sentencia.

—Lo sé... —dijo Rhaenyra, su mirada fija en él.

Sus miradas decían todo, una conversación silenciosa en la que ambos ya sabían lo que iban a hacer con Laenor. No era una decisión fácil, pero para ellos, parecía ser la única opción.

—Daemon... hará el trabajo —dijo Rhaenyra con determinación—. Él está decidido a seguirme. Nunca estaría del lado de Alicent.

Sihtric asintió, comprendiendo la gravedad de lo que estaban planeando. Se levantó y tomó la mano de Rhaenyra, apretándola con fuerza.

━━✶━━

La sangre de los labios de la princesa Rhaenyra y de los labios de Sihtric no era nada en comparación con la satisfacción que ambos sentían por haber conseguido lo que querían. La herida en sus labios, insignificante en el gran esquema de las cosas, se convirtió en un símbolo de su compromiso y su amor eterno. Sus manos se unieron y, al cortarse, entregaron su sangre al otro como un juramento sagrado, sellando su destino compartido.

Ambos se miraban con una sonrisa, la satisfacción de finalmente tener la vida que siempre desearon reflejada en sus rostros. Era una sonrisa cargada de historia, de sacrificio, de lucha, pero sobre todo, de amor profundo e inquebrantable. Los dedos de Sihtric se cerraron con fuerza alrededor de los de Rhaenyra, apretándolos y dejando que sus sangres se mezclaran en un lazo inquebrantable. Este acto, aunque simple, significaba mucho más que cualquier alianza forjada en papel; era una promesa de lealtad y devoción que no se rompería.

Sus hijos observaban con seriedad, pero no podían negar la felicidad evidente en su madre y, ahora, también en su verdadero padre. La alegría en los ojos de Rhaenyra y Sihtric irradiaba una energía que iluminaba la habitación, envolviendo a todos en su calor. Los niños, aunque inicialmente confundidos por la intensidad de la escena, comenzaron a entender la profundidad del vínculo que unía a sus padres. Era un amor que trascendía cualquier barrera, cualquier conflicto.

Finalmente, ambos habían logrado estar juntos y nadie los podría separar... nadie. El peso de los años de lucha, de intrigas y traiciones, se desvaneció en ese momento de unión. Rhaenyra y Sihtric se sintieron invencibles, capaces de enfrentar cualquier desafío que el futuro les presentara. La confianza y la fortaleza que compartían se reflejaban en cada mirada, en cada gesto, y sabían que mientras estuvieran juntos, podían superar cualquier obstáculo.

¿Verdad? Esta pregunta, aunque sin respuesta inmediata, resonaba en el aire como un eco de la incertidumbre del futuro. Pero en ese instante, la certeza de su amor y compromiso era todo lo que necesitaban. Con sus hijos a su lado y su sangre unida, Rhaenyra y Sihtric estaban preparados para enfrentar cualquier cosa, seguros de que su unión era indestructible.









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