✺Capítulo 7
-Capítulo tres, una carrera de Comité y una historia que trae cola.
No cabe duda de que el grupo reunido en la orilla era más bien estrafalario: los pájaros arrastrando sus plumas y los animales con el pelo pegado al cuerpo, y todos chorreando agua, enojados e incómodos.
La cuestión principal era, por supuesto, cómo secarse; se discutió el asunto y, unos minutos después, a Alicia le pareció bastante natural encontrarse hablando con ellos con toda confianza, como si los conociese de toda la vida.
Por cierto, se enfrascó en una larga discusión con el Loro, que terminó por enfurruñarse y repetir una y otra vez:
—Yo soy mayor que tú, así que sé más.
Y eso era algo que Alicia no estaba dispuesta a admitir sin antes saber la edad del Loro y, como el Loro se negaba rotundamente a confesarla, no hubo nada más que decir.
Por fin el Ratón, que parecía ser persona de alguna autoridad en el grupo, gritó:
—¡Siéntense todos y escúchenme! ¡Yo voy a secarlos bien sequitos enseguida!
Sirius rio.
-Todos se sentaron en un amplio círculo, con el Ratón en el medio. Alicia no le quitaba los ojos de encima porque estaba segura de que, si no se secaba cuanto antes, iba a pescarse un resfrío de padre y señor nuestro.
-Pobre Alicia sequenla rápido.
-—¡Ejem! —empezó el Ratón con aire de importancia—. ¿Están todos listos? Esto es lo más secante que conozco. Así que ¡silencio, por favor! «Guillermo el Conquistador, cuya causa contaba con el favor del Papa, recibió muy pronto la adhesión de los ingleses, que estaban faltos de jefes y demasiado habituados a la usurpación y la conquista en los últimos tiempos. Edwin y Morcar, condes de Marcia y Northumbria respectivamente…»
—¡Uf! —dijo el Loro con un escalofrío.
—¿Cómo dice? —preguntó el Ratón con el ceño fruncido pero con gran amabilidad—. ¿Decía algo?
—¡Yo no! —se apresuró a decir el Loro.
—Me pareció —dijo el Ratón—. Continúo: «Edwin y Morcar, condes de Marcia y Northumbria respectivamente, le otorgaron su apoyo; e incluso Stigand, el patriótico arzobispo de Canterbury, encontrándolo aconsejable…
—¿Encontrando qué? ¿Qué fue lo que encontró? —preguntó el Pato.
—Encontrándolo —replicó el Ratón algo enojado—; supongo que sabrá lo que significa lo.
-Ese ratón me hace acordar a McGonagall cuando la interrumpimos-Rió Sirius, y Remus comenzó a reír.
-—Yo sé muy bien lo que significa lo cuando soy yo el que lo encuentra —dijo el Pato—; por lo general se trata de una rana o un gusano. Lo que me pregunto es qué encontró el arzobispo. El Ratón no prestó atención a la pregunta sino que siguió diciendo apurado:
—… encontrándolo aconsejable, se dirigió con Edgar Atheling al encuentro de Guillermo y le ofreció la corona. La conducta de Guillermo fue moderada en un primer momento. Pero la insolencia de sus normandos…». ¿Qué tal estás ahora, queridita? —siguió diciendo, dirigiéndose a Alicia.
—Tan mojada como antes —dijo Alicia con tono melancólico—; no parece secarme en absoluto.
—En ese caso —dijo el Dodo solemnemente poniéndose de pie— dejo sentada la moción de que se dé por terminada la sesión y se proceda a la inmediata adopción de medidas más drásticas…
—¡Hable en cristiano! —dijo el Aguilucho—. No conozco el significado de la mitad de esas palabras tan largas y, lo que es más, creo que usted tampoco las conoce —y el Aguilucho inclinó la cabeza para ocultar una sonrisa.
Sirius río.
-Algunos otros pájaros se rieron abiertamente.
—Lo que yo iba a decir —dijo el Dodo con aire ofendido— es que lo mejor para secarse es una carrera de comité.
—¿Qué es una carrera de comité? —preguntó Alicia.
No era que estuviese muy ansiosa por saber, pero el Dodo había hecho una pausa como si considerase que alguien tenía que preguntar y no parecía haber ningún otro dispuesto a hacerlo.
—Bueno —dijo el Dodo—, el mejor modo de explicarlo es haciéndolo.
(Y como es posible que ustedes puedan querer intentarlo un día de invierno voy a contarles cómo se las ingenió el Dodo).
Primero trazó una pista de carreras, una especie de círculo («la forma exacta no interesa», dijo), y después el grupo se distribuyó a lo largo de ella. No hubo nada de «preparados, listos ¡ya!», sino que cada cual empezaba a correr cuando se le ocurría y abandonaba cuando se le ocurría también. De ese modo no resultaba demasiado sencillo determinar cuándo había terminado la carrera. Sin embargo, cuando hacía ya una media hora que corrían y todos estaban bastante secos, el Dodo gritó de repente:
—¡Terminó la carrera!
Y todos se apiñaron alrededor de él, jadeantes y preguntando:
—Pero ¿quién ganó?
Esta fue una pregunta a la que el Dodo no pudo responder sin antes pensar largo rato. Y se quedó mucho tiempo quieto con el dedo apoyado en la frente (con la postura que solemos verle a Shakespeare en los retratos), mientras el resto esperaba en silencio. Por fin dijo:
—Todos ganaron y todos tienen que tener premio.
—Pero ¿quién va a entregar los premios? —preguntaron varios a coro.
—Ella, claro está —dijo el Dodo señalando a Alicia con un dedo.
Y todo el grupo se amontonó alrededor de Alicia gritando en forma confusa:
—¡Premios! ¡Premios!
-¡Premios! ¡Premios!-Imitó Sirius sonriendo.
-Alicia no sabía qué hacer y, en su desesperación, se puso la mano en el bolsillo y sacó una caja de confites (por suerte no le había entrado agua salada) y los repartió como si fuesen premios. Hubo uno para cada uno, exactamente.
—Pero ella también tiene que tener premio ¿no es cierto? —dijo el Ratón.
—Claro —dijo el Dodo con toda seriedad—. ¿Qué más tienes en el bolsillo? —dijo, volviéndose a Alicia.
—Un dedal y nada más —dijo Alicia con tristeza.
—Dámelo acá —dijo el Dodo.
Entonces se amontonaron otra vez todos alrededor de ella mientras el Dodo le entregaba solemnemente el dedal y le decía:
—Te rogamos aceptes este elegante dedal.
Y cuando terminó su breve discurso todos vitorearon.
Alicia pensó que todo eso era muy absurdo pero los demás parecían tan serios que no se atrevió a reírse, y, como no pudo pensar en ninguna otra cosa que decir, hizo una reverencia y tomó el dedal con el aire más ceremonioso que pudo.
Acto seguido hubo que comer los confites. Eso provocó algún alboroto y confusión, ya que los pájaros más grandes se quejaban de que ni siquiera habían podido sentirle el gusto y los más chicos se atragantaban y había que palmearles la espalda.
Pero la ceremonia terminó por fin y volvieron a sentarse en círculo y le rogaron al Ratón que les contase algo más.
—Usted prometió contarme su historia ¿se acuerda? —dijo Alicia— y por qué odia a… a los G y a los P —agregó en un murmullo, un poco temerosa de que el Ratón se ofendiese de nuevo.
—¡Es una larga y triste historia!, ¡una historia que trae cola!—dijo el Ratón volviéndose hacia Alicia y suspirando.
—Claro que trae cola ¡y qué cola! —dijo Alicia mirando la del Ratón—, pero ¿por qué triste?
Y no pudo dejar de pensar en la cola del Ratón mientras el Ratón hablaba, de modo que se imaginó la historia que trae cola de este modo:
Furia encontró a un ratón, y ledijo de improviso: «Vayamos los dos a juicio que yo te voy apleitear… Andando, que no hay excusas. Vayamos al
tribunal, que en este día invernal no tengo nada que hacer». «Un
juicio así, mi señor, sin jurados y sin juez, es echartiempo a perder», le dijo el Ratón al can. «Yo seré juez y
jurado», dijo Furia muy sutil, y te condeno amorir para cumplir la justicia».
—¡No estás prestando atención! —le dijo el Ratón a Alicia con gran severidad—. ¿En qué estás pensando?
Sirius río por como interpretaba la voz del conejo Remus.
-—Le pido disculpas —dijo Alicia humildemente—, creo que llegó a la quinta curva, me parece.
—¡No es así! Mucho dudo… —gritó el Ratón en tono chillón e irritado.
—¡Muchos nudos! ¡Se le hicieron muchos nudos! —dijo Alicia dispuesta ya a mostrarse útil y mirando ansiosamente a su alrededor—. Por favor, permítame que le ayude a deshacerlos… —¡Nada de eso! —gritó el Ratón poniéndose de pie y alejándose—. Me insultas diciendo esas pavadas.
—No fue mi intención —suplicó la pobre Alicia—; usted se ofende con mucha facilidad, ¿sabe?
El Ratón no hizo más que gruñir como toda respuesta.
-El ratón enojón-Rió Sirius.
-—¡Por favor, vuelva y termine su historia! —llamó Alicia.
Y los demás se le unieron en coro.
—¡Sí, por favor!
-Por favor-Pidió Sirius como los personajes.
-Pero el Ratón no hizo más que mover la cabeza con impaciencia y se alejó más rápidamente aún.
—¡Qué lástima que no se quede! —suspiró el Loro en cuanto se perdió de vista.
Y una Cangreja vieja aprovechó la oportunidad para decirle a su hija:
—¡Ay, queridita! ¡Que esto te sirva de lección! ¡No hay que perder los estribos!
—¡Cállate la boca, ma! —gritó la Cangrejita—. ¡Serías capaz de hacerle perder la paciencia a una ostra!
-Que maleducada esa cangrejita.
-—¡Ojalá estuviese Dinah aquí! —dijo Alicia en voz alta y sin dirigirse a nadie en particular—. ¡Ella sí que lo traería de vuelta enseguida!
—¿Y quién es Dinah, si se puede saber? —dijo el Loro.
Alicia respondió con mucho entusiasmo, porque estaba siempre dispuesta a hablar de su mascota:
—Dinah es nuestra gatita ¡y es una campeona para cazar ratones! ¡Usted ni se imagina! Y, otra cosa, me gustaría que la vieran perseguir pajaritos. ¡Con decirles que se los come en un santiamén!
Este discurso provocó una considerable agitación en el grupo. Algunos pájaros se alejaron de inmediato; una vieja Urraca empezó a arroparse cuidadosamente y dijo:
—No voy a tener más remedio que irme a casa: el aire nocturno le sienta pésimo a mi garganta.
Y un Canario llamó con voz temblorosa a sus hijos:
—¡Vámonos, chiquitos! Ya es hora de estar en la cama.
Con diversos pretextos todos se fueron alejando y muy pronto Alicia se quedó sola.
—¡Ojalá no hubiese hablado de Dinah! —se dijo con tono tristón—. Parece que nadie la quiere acá abajo, y eso que estoy segura de que es el mejor gato del mundo. ¡Ay, Dinita querida! ¡No sé si volveré a verte!
Y aquí la pobre Alicia empezó a llorar de nuevo, porque se sentía muy sola y deprimida. Pero un instante después volvió a escuchar pasitos que venían de lejos y levantó la vista ansiosamente, con la secreta esperanza de que el Ratón hubiese recapacitado y estuviese volviendo para terminar su relato.
Y así termina el capítulo.
-¿tan pronto? -Preguntó Sirius.
-Si, ya debe ser medianoche-Comentó Remus.
-¿Tú crees?
-Si. Bueno, me iré a dormir. Buenas noches Sirius.
-Buenas noches Remus, y gracias de nuevo.
-No hay de qué.
Y así se fue a dormir.
Holaa! Falta poco para que el wolfstar sea real :)
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