Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

✺Capítulo 21

—¿Listo para un nuevo capítulo? —preguntó Remus.

—Listo— Sonrió Sirius.

—Genial. Capítulo nueve. La historia de la Símil Tortuga. —¡No sabes lo encantada que estoy de volver a verte, queridísima! —dijo la Duquesa tomando afectuosamente el brazo de Alicia y caminando junto a ella.
Alicia se alegró de encontrarla de tan buen humor y pensó que tal vez había sido solo la pimienta lo que la había puesto tan violenta cuando la vio por primera vez en la cocina.
«Cuando yo sea Duquesa —se dijo (aunque en tono poco esperanzado)— no voy a utilizar en absoluto la pimienta en mi cocina. La sopa sabe muy bien sin ella… Tal vez sea siempre la pimienta la que pone violenta a la gente —siguió diciéndose, muy contenta de haber descubierto una nueva regla— y el vinagre el que la pone agria… y la manzanilla la que la vuelve amarga… y el alfeñique y otras golosinas por el estilo los que hacen que los niños sean de temperamento dulce. ¡Ojalá la gente grande se diese cuenta de esto último, así no mezquinaría tanto los dulces!».
Casi se había olvidado de la Duquesa y se sorprendió bastante cuando oyó su voz muy cerca de la oreja.
—Estás pensando en algo, mi querida, y eso hace que te olvides de hablar. No puedo decirte en este momento cuál es la moraleja que puede extraerse de esto, pero dentro de un ratito me voy a acordar.
—Tal vez no haya ninguna moraleja —se atrevió a sugerir Alicia.
—¡Por favor, criatura! —dijo la Duquesa—; todo tiene su moraleja, la cuestión es encontrarla.

—La moraleja es no comer pimienta. Te pone agresivo.

Y se apretujó un poco más contra Alicia mientras hablaba.
A Alicia no le gustaba demasiado que la Duquesa estuviese tan cerca de ella. En primer lugar porque era muy fea y en segundo lugar porque tenía la estatura exacta como para apoyar su mentón en el hombro de Alicia, y se trataba de un mentón particularmente aguzado e incómodo. Pero Alicia no quería ser grosera, de modo que lo soportó lo mejor que pudo.
—El juego mejoró bastante ahora —dijo, tanto como para que no decayese la conversación.
—Así es —dijo la Duquesa— y la moraleja es «¡Oh! ¡Es el amor, el amor el que hace girar el mundo!».
—Alguien dijo una vez —murmuró Alicia— que el mundo giraba cuando cada uno se ocupaba de sus asuntos.
—¡Ah, bueno! Es más o menos lo mismo —dijo la Duquesa, clavando su filoso mentoncito en el hombro de Alicia, y agregó—: y la moraleja es «Cuida el sentido que los sonidos se cuidan solos»

Cuida el sentido que los sonidos se cuidan solos... Wow.

«¡Cómo le gusta encontrar moralejas!», pensó Alicia.
—Supongo que te preguntarás por qué no te tomo de la cintura —dijo la Duquesa después de una pausa—: es porque no estoy muy segura de cuál pueda ser el humor de tu flamenco. ¿Te parece que lo intente?
—Puede picar —respondió Alicia con prudencia, ya que no tenía ningún interés en que la Duquesa intentase el acercamiento.
—Es muy cierto —dijo la Duquesa—; tanto los flamencos como la mostaza pican. Y la moraleja es: «Dios los cría y ellos se juntan».

—La tiene con las moralejas.

— —Sí, solo que la mostaza no es un pájaro —señaló Alicia.
—Correcto, como siempre —dijo la Duquesa—. ¡Con qué claridad te expresas!
—Es un mineral, creo —dijo Alicia.
—Claro que sí —aseguró la Duquesa, que parecía dispuesta a coincidir en todo con Alicia—; hay una gran mina de mostaza aquí cerca. Y la moraleja es: «Lo mío mina lo tuyo».

—Sí, solo que la mostaza no es un pájaro —señaló Alicia.
—Correcto, como siempre —dijo la Duquesa—. ¡Con qué claridad te expresas!
—Es un mineral, creo —dijo Alicia.
—Claro que sí —aseguró la Duquesa, que parecía dispuesta a coincidir en todo con Alicia—; hay una gran mina de mostaza aquí cerca. Y la moraleja es: «Lo mío mina lo tuyo».

—Me tiene harto con las moralejas, Remus.

—Bueno, seguirá así—Sonrió—. —¡Ya sé! —exclamó Alicia, que no había prestado atención a la última frase—. Es un vegetal. No parece, pero es.

—¿Un vegetal?

—Estoy totalmente de acuerdo contigo —dijo la Duquesa—, y la moraleja es: «Trata de ser como quieras parecer» o, para hablar más sencillamente: «Nunca pienses que no puedes ser diferente del modo en que pudo haberles parecido a los demás que lo que tú fuiste o pudiste haber sido no era en realidad diferente del modo en que les había parecido serlo lo que tú habías sido».

—¿Tiene muchas moralejas más?

Remus sonrió y no dijo nada al respecto.

Creo que lo entendería mejor si lo viese escrito —dijo Alicia con amabilidad—, pero cuando usted me lo dice no puedo seguirla.
—Eso no es nada comparado con lo que podría decir si quisiese —replicó la Duquesa complacida.
—Por favor, no se moleste en hacer frases más largas —dijo Alicia.
—¡Pero si no es ninguna molestia! —le aseguró la Duquesa—. Acepta como un regalo lo que he dicho hasta ahora.
«¡Qué regalo barato! —pensó Alicia—. ¡Me alegro de que la gente no haga regalos así para los cumpleaños!».
Pero no se atrevió a decirlo en voz alta.
—¿Otra vez pensando? —preguntó la Duquesa, volviendo a clavar su afilado mentón.
—Tengo derecho a pensar —dijo Alicia, un poco cortante porque ya estaba empezando a incomodarse.
—Tanto derecho como el que tienen los cerdos a volar —dijo la Duquesa—, y la m…
Pero en ese instante, para gran sorpresa de Alicia, la voz de la Duquesa se desvaneció antes de terminar su palabra favorita, «moraleja», y el brazo que rodeaba el de Alicia empezó a temblar. Alicia levantó la mirada y allí frente a ellas estaba la Reina, cruzada de brazos, con el ceño fruncido y la cara tormentosa.

—Menos mal.

——¡Qué lindo día, Su Majestad! —empezó a decir la Duquesa en voz baja y debilucha. —¡Escúcheme bien! —rugió la Reina, pateando el suelo mientras hablaba—. ¡Se lo digo por su bien! ¡O usted o su cabeza tienen que desaparecer en un santiamén! Así que ¡elija!
La Duquesa eligió y desapareció en un abrir y cerrar de ojos.
—Sigamos jugando —le dijo la Reina a Alicia.
Alicia estaba demasiado asustada para pronunciar ni una sola palabra, pero la siguió lentamente a la cancha de croquet.
Los demás invitados habían sacado partido de la ausencia de la Reina y estaban
descansando a la sombra, pero en cuanto la vieron llegar volvieron corriendo a jugar mientras ella les señalaba sencillamente que un instante de demora les costaría la vida.
Mientras duró el juego la Reina no cesó ni por un momento de pelearse con los demás jugadores y de gritar «¡Que le corten la cabeza a ese!», o «¡Que le corten la cabeza a esa!». Aquellos a los que sentenciaba a muerte quedaban bajo custodia de los soldados, que, por supuesto, tenían que abandonar su papel de arcos para asumir esa tarea, de modo que, al cabo de media hora, ya no quedaban arcos y todos los jugadores, excepto el Rey, la Reina y Alicia, estaban bajo custodia y condenados a muerte.
Fue entonces que la Reina abandonó, bastante agitada, y le preguntó a Alicia:
—¿No conoces a la Símil Tortuga todavía?
—No —dijo Alicia—. Ni siquiera sé qué es una Símil Tortuga.

—Ni yo.

——Con ella se hace la símil sopa de tortuga —dijo la Reina.

Tampoco sé qué es eso.

—Nunca vi ninguna, ni oí hablar de ella —dijo Alicia.
—Entonces, andando —dijo la Reina—, que te va a contar su historia.
Mientras se alejaban juntas Alicia oyó que el Rey les decía en voz baja a los demás:
—Quedan todos perdonados.
«¡Esa sí que es una buena noticia!», pensó Alicia, porque estaba bastante desolada por la gran cantidad de ejecuciones que había ordenado la Reina.
Muy pronto se encontraron con un Grifo, que estaba profundamente dormido al sol.
—¡Arriba, haragán! —dijo la Reina—. Lleva a esta señorita a ver a la Símil Tortuga y a escuchar su historia. Yo tengo que volver para vigilar las ejecuciones que ordené.
Y se alejó dejando a Alicia sola con el Grifo.
Alicia no se sentía muy tentada de mirar a esa criatura pero, pensándolo bien, le pareció que era tan seguro quedarse con él como ir con la salvaje de la Reina. De modo que esperó.
El Grifo se incorporó y se frotó los ojos. Después se quedó mirando a la Reina hasta que esta se perdió de vista. Después ahogó una risita.
—¡Qué cómica! —dijo el Grifo en parte para sí mismo y en parte para que lo escuchara Alicia. —¿Qué cosa? —preguntó Alicia.
—¿Cómo qué cosa? Ella —dijo el Grifo—. Es pura imaginación. No ejecuta nunca a nadie, no ejecuta. ¡Andando!
«Todos dicen “¡Andando!” aquí —pensó Alicia mientras lo seguía lentamente—. ¡Nunca en mi vida me habían dado tantas órdenes! ¡Nunca!».
No habían ido demasiado lejos cuando vieron a la Símil Tortuga a la distancia, sentada triste y solitaria al borde de una roca. En cuanto se acercaron un poco más Alicia pudo oír que suspiraba como si se le estuviese por partir el corazón. Sintió mucha lástima.
—¿Qué es lo que le apena? —le preguntó al Grifo.
Y el Grifo respondió, casi con las mismas palabras que antes:
—Es pura imaginación. No le apena nada, no le apena. ¡Andando!
De modo que se acercaron a la Símil Tortuga, que los miró con grandes ojos anegados en lágrimas pero no dijo nada.
—Acá está esta señorita… Quiere escuchar tu historia, quiere.
—Se la voy a contar —dijo la Símil Tortuga, con voz honda y cavernosa—. Siéntense los dos y no digan ni una palabra hasta que yo termine.
De modo que se sentaron y durante un rato nadie dijo nada. Alicia pensó:
«No sé cómo va a terminar si nunca empieza».
Pero esperó pacientemente.
—Una vez —dijo por fin la Símil Tortuga suspirando profundamente— yo fui una verdadera tortuga de mar.
Estas palabras fueron seguidas por un larguísimo silencio, interrumpido solo por una ocasional exclamación: «¡Hjckrrh!», del Grifo y los incesantes y profundos sollozos de la Símil Tortuga.
Alicia estaba a punto de levantarse y decir:
—Gracias, señor, por su interesantísima historia.
Pero no pudo evitar pensar que seguramente había algo más, de modo que se quedó sentada sin moverse ni decir nada.
—Cuando pequeños —siguió diciendo por fin la Símil Tortuga, un poco más tranquila, aunque sollozando todavía de vez en cuanto— íbamos a la escuela en el mar. El maestro era una vieja Tortuga… Solíamos llamarlo Tortura…
—¿Y por qué lo llamaban así? —preguntó Alicia.
—Porque nos torturaba con las lecciones —dijo la Símil Tortuga enojada—. ¡Qué tonta eres!
—¡Debería darte vergüenza hacer preguntas tan tontas! —agregó el Grifo.
Acto seguido los dos se sentaron en silencio mirando a la pobre Alicia, que deseaba que se la tragase la tierra. Por fin el Grifo le dijo a la Símil Tortuga:
—¡Vamos, viejo! ¡No vas a terminar nunca!
Y la Símil Tortuga siguió diciendo:
—Sí, íbamos a la escuela en el mar, aunque es posible que no lo creas… —Nunca dije que no lo creyese —la interrumpió Alicia.
—Sí que lo hiciste —dijo la Símil Tortuga.
—¡Cierra el pico! —agregó el Grifo antes de que Alicia pudiese volver a hablar.
La Símil Tortuga siguió diciendo:
—Recibíamos una educación esmeradísima… es más, íbamos todos los días a la escuela… —Yo también voy a la escuela todos los días —dijo Alicia—. No hay por qué vanagloriarse tanto… —¿Con extras? —preguntó la Símil Tortuga con cierta ansiedad.
—Sí —dijo Alicia—: Música y Francés.
—¿Y Lavado? —preguntó la Símil Tortuga.
—¡Claro que no! —respondió Alicia indignada.
—¡Ah! Entonces no es una escuela demasiado buena —dijo la Símil Tortuga aliviada—. En la nuestra, en cambio, al final de la cuenta decía «Francés, Música y Lavado, extra». —No les haría tanta falta —dijo Alicia—, viviendo como vivían en el fondo del mar.

—Bien pensado—Rió.

—Yo no me lo podía permitir —dijo la Símil Tortuga con un suspiro—. Sólo seguía los cursos ordinarios.
—¿Y en qué consistían?
—Para empezar aprendíamos a lamer y a escupir, por supuesto —respondió la Símil Tortuga—, y después las diferentes ramas de la Aritmética: Ambición, Distracción, Nulificación y Sumisión.[54]
—Nunca oí hablar de Nulificación —se animó a decir Alicia—. ¿Qué es?
El Grifo levantó sus dos garras sorprendido.
—¡Nunca oíste hablar de nulificar algo! —exclamó—. Supongo que sabrás lo que es multiplicar.
—Sí —dijo Alicia, titubeando—, quiere decir hacer que crezca.
—Bueno, entonces —siguió el Grifo—, si no sabes lo que es nulificar eres una imbécil.
Alicia no se atrevía a hacer más preguntas, de modo que se volvió hacia la Símil Tortuga y dijo:
—¿Qué más aprendían?
—Bueno, teníamos Histeria —siguió la Símil Tortuga enumerando las materias con las aletas—. Histeria antigua y moderna, Marcografía. Nos enseñaban a burbujear… El maestro de Burbujo era un viejo congrio que venía una vez por semana. Con él aprendíamos a burbujear, a sacar bostezos, a pinchar al pastel.
—¿Y eso qué era? —preguntó Alicia.
—Bueno, yo no te lo puedo mostrar —dijo la Símil Tortuga—. Estoy demasiado duro. Y el Grifo no aprendió nunca.
—No tenía tiempo, no tenía —dijo el Grifo—. Pero fui a un maestro de lenguas clásicas, en cambio. ¡Flor de cangrejo gruñón era ese!
—Yo nunca asistí a sus clases —dijo la Símil Tortuga con un suspiro—. Enseñaba Patín y Friego, según decían.
las manos.
—¿Y cuántas horas de clase tenían? —preguntó Alicia, apurada por cambiar de tema.
—Diez horas el primer día —dijo la Símil Tortuga—, nueve al siguiente, etcétera.
—¡Qué horario más raro! —exclamó Alicia.
—Porque eran horas de estudio —observó el Grifo—, así que restábamos una por día.
La idea le resultaba totalmente novedosa a Alicia y le dio varias vueltas en la cabeza antes de hacer la siguiente observación:
—¿Entonces el día número once era feriado?

Sirius se puso a contar con los dedos.

—Claro —dijo la Símil Tortuga.
—¿Y qué hacían al día siguiente? —siguió preguntando Alicia, muy intrigada.
—Basta de hablar de las clases —la interrumpió el Grifo con tono terminante—. ¡Ahora hay que contarle algo de los juegos!

—¿Y? —Preguntó Sirius.

—Ya acabó el capítulo—Dijo Remus.

—¿Me lees otro?—Pidió el pelinegro haciendo puchero.

—Haría lo que sea que me pidas—Lo besó Lupin.

Nuevo capítulo :)

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro