Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 27

"El amor ahuyenta el miedo y, recíprocamente el miedo ahuyenta al amor. y no solo el miedo expulsa; también a la inteligencia, la bondad, todo pensamiento de belleza y verdad, y solo queda la desesperación muda; y al final, el miedo llega a expulsar del hombre la humanidad misma"

(su secuestro)

Saday.

Mi cuerpo tiembla, el dolor se esparce sin piedad alguna provocando espasmos por doquier. Me llevaron por la fuerza y pelear no es la solución. Porque ellos están sin ningún rasguño, mientras mi cuerpo se siente demacrado. Mis ojos están vendados dejándome incapaz de ver o saber dónde estoy. Mis manos atadas, si corro no sabré a donde ir.

Me empujan sin darme tiempo a procesar donde piso, provocando que caiga al suelo de bruces.

—Diviértete, es toda tuya —escucho que dice uno de los hombres que me trajo.

Mi cuerpo se petrifica. Y como puedo comienzo a arrastrarme hasta llegar a una pared. Escucho unos pasos acercándose. Intento no temblar, pero creo es vano. No sé qué esperar y eso me aterra más de lo que ya estoy. Me mentalizo para lo peor, pero todo lo que siento son unas manos con callos desatar mis manos. Mi corazón se paraliza, al igual que mi respiración. Esas mismas manos viajan hasta mi rostro donde me quita la venda que tengo puesta.

—No tienes ningún corte y eso es bueno, solo algunos hematomas y el labio ligeramente partido —pronuncia el chico frente a mí.

¿Un chico? Pues sí. Está arrodillado frente a mí. Sus ojos son semejantes a dos posos sin fin, así de profundo se sienten, compartiendo un color café claro que desprende un brillo indescriptible, sus facciones son marcadas, dejando a la vista unos hoyuelos que se asoman. Su nariz es respingada, y sus labios son un término medio en grosor, que se adornan con una sonrisa que es capaz de derretir a un glaciar. Su cabello comparte el mismo color que sus ojos, pero se asemeja a una maraña incontrolable, provocando que algunas hebras caigan sobre su rostro. Su ropa es negra, pero sencilla. En una de sus manos lleva un anillo en forma de cadenas de color dorado. Las venas de sus manos y brazos se marcan visiblemente.

—Gracias —pronuncio, ganando el desconcierto en esos ojos claros.

Se aleja un poco de mí, manteniendo una distancia. Suspira con pesar mientras se cruza de brazos.

—¿Por qué no me ha hecho nada? —le pregunto con duda.

<<En mi cabeza no hay nada razonable, porque no tiene sentido de que me secuestren si no poseo nada de valor monetario. Mucho menos tengo padres de clase alta. ¿Qué quieren de mí? Por si fuera poco, me lanzan a un>>... observo mi alrededor, no hay ventana, tiene forma de calabozo, el piso es de cemento, las paredes se ven llenas de moho que han adquirido un color verdoso. El olor a humedad se esparce por mis fosas nasales. Solo hay una puerta y esta tiene barrotes pequeños que no me permiten salir o escapar.

—Mi trabajo solo es sanar, además no estoy de acuerdo con nada de lo que hacen aquí, pero no puedo opinar —se encoge de hombros mientras se acerca a la puerta.

—SI no está de acuerdo, ¿Por qué sigue aquí? —le pregunto sin tutearlo.

Él no parece ser el típico chico que está en estos lugares, es más no creo que en el lugar donde mantienen a las personas secuestradas tengan a jóvenes como enfermeros.

—Hay quienes no tenemos opción alguna. Nos disponen como objetos —la tristeza es notoria en su rostro.

—Entonces ayuda, no dejes que me maten —le suplico mirándolo a los ojos.

—Nadie te va a matar, alguien te quiere con vida y yo me encargaré de que así sea. —pronuncia saliendo por la puerta.

Dejándome con mil preguntas sin resolver. Me levanto del suelo para caminar de un lado al otro, el espacio de este lugar es similar al del sótano de la casa. Mi mente me traiciona. Y lo siguiente que puedo sentir es como mi cuerpo cae de rodillas contra el piso, golpeándome en el proceso. Mis manos tiemblan al igual que mi cuerpo, mi respiración se vuelve un asco. Intento concentrarme en que estaré bien. Cierro mis ojos, pero todo lo que hago parece ser en vano.

No logro controlar mi cuerpo, muerdo mi labio inferior ahogando los gemidos de dolor y desespero que se esparcen por mi cuerpo, algo extraño se aloja en mi pecho y parte de mi garganta sintiéndome incapaz de quedarme tranquila o quieta o poder respirar como es debido. Mi visión se nubla y me termino de convertir en un manojo de nervios.

Unas manos me sujetan por los hombros. El miedo crece en mi interior provocando estragos y cuando reacciono estoy tratando de zafarme, luchando contra el desespero y contra quien me quiere llegar. Esas manos viajan hasta mi cintura pegándome a un cuerpo que es mucho más alto que yo. Mientras susurran algo a mi oído.

—Solo concéntrate en mi voz, cierra los ojos —pronuncia el chico de ojos claros— piensa que estas en tu lugar favorito. O en un bosque, siente como la brisa recorre tu rostro y eres capaz de respirar con facilidad —hago lo que me dice, sin poner oposición.

Pienso en aquel árbol en el parque, donde he conocido a tantas personas diferentes. Logrando que mi pulso se estabilice, mientras el aire regresa a mi cuerpo. Sus manos abandonan mi cuerpo, provocando que el frío del cuarto tome su lugar. Abro mis ojos sintiendo como una lágrima traicionera se escapa, pero es detenida por su mano.

—¿No voy a poder escapar? ¿No es cierto? —le pregunto, pero es más una respuesta.

—Yo no te puedo ayudar, lo lamento —la sinceridad es notoria en su rostro.

—Dijiste que cuidas a las personas, que eres como un enfermero. Pero el que me ayudaras hace poco, eso no los tenías que hacer, sin embargo, lo hiciste —pronuncio en un susurro— ¿crees que sufriré de Estocolmo? Si me ayudas.

—No tengo interés en que te enamores de mí, solo me recuerdas a mi hermanita —pronuncia por lo bajo, como si no deseara ser escuchado.

—¿Por qué te recuerdo a ella? ¿Qué le paso? —le pregunto entablando una conversación, pero con la sensación de que me pase.

—Es una historia para otra noche —es lo último que pronuncia.

Hace un ademán para irse, pero se detiene, se da la vuelta y me sujeta por la mano. ¿Me va a ayudar? No, eso debe ser imposible. O talvez si... pero mis esperanzas se van cuando me abre otra puerta y me pide que entre. La habitación está en mejor estado que la anterior y no se siente tan fría, pero hay una niña que está algo golpeada. Su cabello es rubio, su piel se ve pálida. Esta dormida sobre el piso.

—Solo cuídala, por favor —es lo último que me susurra el chico antes de marcharse.

—No tengo interés en que te enamores de mí, solo me recuerdas a mi hermanita —pronuncia por lo bajo, como si no deseara ser escuchado.

—¿Por qué te recuerdo a ella? ¿Qué le paso? —le pregunto entablando una conversación, pero con la sensación de que me pase.

—Es una historia para otra noche —es lo último que pronuncia.

Hace un ademán para irse, pero se detiene, se da la vuelta y me sujeta por la mano. ¿Me va a ayudar? No, eso debe ser imposible. O talvez si... pero mis esperanzas se van cuando me abre otra puerta y me pide que entre. La habitación está en mejor estado que la anterior y no se siente tan fría, pero hay una niña que está algo golpeada. Su cabello es rubio, su piel se ve pálida. Esta dormida sobre el piso.

—Solo cuídala, por favor —es lo último que me susurra el chico antes de marcharse.

_______&_____

No logre conciliar el sueño, sigo teniendo tantas preguntas en mi cabeza y nadie que pueda respondérmelas. La niña sigue dormida, en ciertos momentos he considerado que está muerta, pero después que respira. La puerta se abre. Quiero que sea el chico de ayer para poder hablar con él o por lo menos que me responda algo, sin embargo, en su lugar entra el hombre que me golpeo ayer. Su rostro tiene barba, su barriga creo que no lo deja ver sus pies. Quiero insultarlo por primera vez en mi vida, pero tengo que empezar a ser más sabia.

Su mirada se dirige a la niña. Y antes de que pueda hacer algo, me levanto.

—Ella esta dormida, déjela, o es que ustedes no se cansan de hacerle maldades a los demás —me cruzo de brazos.

No es la mejor idea que he tenido. El sujeto me agarro por el brazo apretándolo como una tuerca, sacándome una mueca de dolor. Me jala hasta llevarme a una habitación llena de cadenas, con una pequeña ventana con barrotes en ella, está sucio, oscuro. Me paralizo, pero eso no les importa y siguen empujándome. Alguien llega y me sujeta por detrás impidiendo que me mueva, mientras el señor obeso se acerca y extiende mis manos.

—A mí se me respeta, mucho menos se me da órdenes o contradigan las mías. —pronuncia molesto. Mientras baja una correa contra la palma de mi mano.

Grito de dolor, sintiendo el hormigueo del golpe, pero no se detiene y sigue, una y otra vez. Mis manos me duelen, mis lágrimas tapan mi visión, sin dejar de sollozar sigo gritando. Por ira, por dolor, cuando ambas se combinan son sumamente mortales.

—Con eso debes aprender algo —termina el hombre, no puedo mantenerme de pie, las piernas las tengo hecha gelatina y todo ápice de valentía se ha ido.

Me llevan jalada hasta una habitación, pero no logro diferenciar cuál es. Solo siento que alguien me atrapa evitando que caiga de frente. Esta persona me abraza, mientras intento controlar los sollozos. Abro ligeramente los ojos encontrándome con la mirada triste del chico de ojos claros.

—¿No aprecias la vida? —me pregunta negando con la cabeza. Mientras se pone de pie y me lleva hasta una silla.

Me detengo a observar el cuarto, es blanco, tiene muchas maletas que creo que son equipo médico. Tampoco tiene ventanas, solo un foco arriba que alumbra todo el lugar. Y una sola puerta.

—No hice nada, tampoco dije nada —me quejo.

—Soy Alejandro —pronuncia mientras sujeta mis manos, revisando las recientes heridas.

Dejo de prestarle atención a mis heridas y me concentro en observarlo. Como trabaja, limpia y venda mis manos. Cuando se concentra frunce ligeramente el ceño. Alejandro es un bonito nombre.

—Saday —me presento. Él levanta su mirada y me observa fijamente.

—Lo sé —es lo que articula, dejándome con la boca abierta—, te secuestraron, para eso estudian a la persona, sus movimientos, horarios, todo. —aclara, negando con la cabeza.

Lo miro fijamente, logrando que me preste su atención. Sus ojos se ven más claros que de costumbre.

—Ayúdame —le vuelvo a pedir.

En sus ojos hay un destello de tristeza, pero no me responde y regresa a su trabajo. No necesito más explicaciones, ya entendí que no me va a ayudar.

—No es que no quiera, es que no puedo, todo lo que haga puede repercutir en mi hermana y soy incapaz de hacer algo que le pueda provocar más dolor —habla por lo bajo.

Tiene razón, soy una extraña y entre la familia o un extraño. La familia va primero.

—¿Puedo quedarme aquí? —le pregunto cambiando de tema, su mirada regresa a mí.

—¿Por qué quieres quedarte aquí? —la duda es notoria en su voz.

No es Estocolmo, pero él. Parece un libro abierto, que es fácil de leer. Sabiendo que todos los libros tienen una parte oscura. Me encojo de hombros en respuesta a su pregunta.

—Mañana, hoy descansa y lo pensaré —es lo último que pronuncia terminando de vendar mis manos.

Asiento de mala gana y me levanto por mi propia cuenta, sintiendo su mirada en mi espalda. Un guardia me espera afuera del cuarto y me dirige hacia la misma habitación donde estaba. Los pasillos son similares todos, dejándome confundida en el proceso. Abre la puerta dejándome con la misma niña que vi la primera vez que entre, solo que en esta ocasión está despierta. Sus ojos me observan detallándome, permitiéndome conocer el color de sus ojos, son azules. Su ceño se frunce ligeramente.

—Soy Saday —me presento.

Pero me ignora haciendo caso omiso a mi presencia.

—Recibí tu castigo, y lo que recibo al entrar es una mala cara tuya, nalga de hueso —me quejo.

Sé que ella no tiene la culpa. Su rostro se contrae en asombro.

—¿Te doy una medalla? O ¿quieres una fiesta? —pregunta de forma sarcástica.

—No quiero nada, mucho menos te pido algo. Solo algo de amabilidad, ya que eso no cuesta nada —me cruzo de brazos sentándome frente a ella.

—Soy Candy —pronuncia mirando hacia la puerta— ¿Cuánto tiempo llevas aquí? —me pregunta.

—No lo sé. No tengo noción del tiempo, pero poco, eso es seguro.

—Yo llevo como un mes, talvez. Mi hermano también está aquí, por eso no me hacen nada a menos que intente hacer algo.

¿Hermano? Dijo hermano. Alejandro será su... no, no se parecen o ¿si?

­­­­_______&______

No he logrado llevar el tiempo, solo siento que pasa. Tampoco puedo diferenciar si es de día o de noche. Candy se ha quedado aquí conmigo, solo abren la puerta una vez al día y en ocasiones no la abren. No he sabido nada de Alejandro desde que curo mis manos.

Las puertas se abrieron ganando la atención de nosotras dos. Mi corazón comenzó a martillar en mis oídos producto del miedo. Un hombre entra observándonos, sin medir palabras sujetas a Candy. La intento sujetar por las piernas, pero recibo un puñetazo que me marea y me deja tirada en el suelo.

Mi cabeza da vueltas, las náuseas se instalan en mi garganta. Pero soy incapaz de levantarme. La misma sensación del primer día aquí regresa apoderándose de mi cuerpo. La vida junto con todas las decisiones que he tomado martilla en mi pecho, provocando estragos a su paso. Intento levantarme, pero se me hace imposible, me resbaló y vuelvo a caer de nalgas. Unas manos se sujetan por la cintura logrando que me pueda sentar, pero sigo sintiéndome demasiada mareada, incapaz de abrir mis ojos.

—Abre tus ojos, en algún momento tendrás que luchar con el mareo, solo postergas la sensación —esa voz, conozco al dueño de esa voz.

—¿Qué gano si abro mis ojos? —pregunto tratando de recomponerme. Pero ganando una ronca risa por su parte.

—Si los abres podrás ver que es lo que traigo conmigo —pronuncia logrando que abra mis ojos de golpe.

Me vuelvo a marear, pero me logro recomponer. Ganando otra risa que se asoma por su rostro, dejándome ver esos hoyuelos y como se marcan cada que ríe. Busco a mi alrededor, pero no encuentro nada. Niego con la cabeza cruzándome de brazos.

—Me engañaste —me quejo.

—¿Sabes qué día es hoy? —me pregunta con clara diversión en su rostro.

Niego con la cabeza. Solo que he pasado demasiado tiempo aquí.

—¿Cuándo cumples? —vuelve a preguntarme tendiéndome su mano, para que me levante.

—23 de junio —respondo tomando su mano y siento esos pequeños callos asomar en ella.

Me sujeta por la cintura, es extraño, pero agradable. Abre la puerta del cuarto que parece celda y me guía por el mismo pasillo que me llevaron cuando me curo las heridas. Entramos al mismo lugar donde lo vi por última vez, solo que en esta ocasión. Hay una mesa más grande en el medio y un sillón algo viejo en una esquina. Las paredes están decoradas con guirnaldas de papel crespón. Una sonrisa se asoma en mi rostro y es que...

"Nunca nadie me había celebrado mi cumpleaños o me había preparado una fiesta sorpresa" sus manos en mi cintura me empuja para que termine de entrar. Encontrándome con Candy, la muy bella se está riendo, mientras yo solo quiero llorar. Me detengo frente al pastel. Tiene mi nombre escrito en un color rojo, es pequeño, y feo, pero es lindo. Lo que lo hace así es la intención con la que lo hicieron.

—¿Qué es lo mejor y peor que ha pasado en tu cumpleaños? —pregunta Candy colocándose a mi lado. Mientras que su hermano se separa de mi cintura colocándose a otro extremo.

—Nunca me habían celebrado mi cumpleaños, así que lo mejor es que un grupo de casi extraños me ha hecho sentir especial —una pequeña risa cargada de melancolía se escapa de mis labios—, es gracioso que nunca se acuerdan de mi cumpleaños, al igual que siempre confunden mi edad. Creyendo que tengo 16 o 17 y en este día cumplo 18. —bajo la mirada al suelo, para ocultar las lágrimas que se asoman entre mis ojos.

Una pequeña mano se aloja encima de la mía, captando mi atención.

—Yo tampoco lo celebrará, bueno a excepción de que mi hermano siempre llegaba a mi habitación con un pastelito y me lo cantaba —la nostalgia es notoria en ella.

—Te odio —pronuncio mirando fijamente a Alejandro, mientras las lágrimas se acumulan en mis ojos, impidiéndome ver con claridad. No entiende por qué lo he dicho—, no entiendo como un extraño me ha hecho sentir especial en medio de una de las peores situaciones que he vivido y sigo viviendo —una risa amarga se me escapa.

—Las cosas suceden cuando menos las esperamos y llegan de la mano que menos consideramos, sin embargo, son las que se vuelven aún más especial de lo que ya son —la voz de Candy, termina de acabar conmigo.

Los brazos de Alejandro me atraen, enterrando mi rostro en su cuello. Con mi pulso tembloroso lo abrazo sintiendo como camina conmigo entre sus brazos, hasta que mis piernas chocan con algo. Él se siente y me atrae envolviéndome, brindándome todo aquello que nadie ha sido capaz de darme. ¿Es un truco de los que me secuestraron? No lo sé, no puedo saberlo. Pero de ser así, igual me voy a permitir disfrutarlo aun sabiendo que sufriré mucho.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro