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Campo de batalla

En un campo de batalla devastado, el paisaje era un caos de horror y sangre. La tierra, cubierta por un manto rojo, era una mezcla de barro y fluidos vitales que emanaban de los cuerpos caídos. Los ecos de gritos desgarradores resonaban en el aire, una sinfonía macabra que hablaba del sufrimiento y la desesperación. Cada sonido era un recordatorio de la fragilidad de la vida en medio de la muerte.

Frente a Yoe, hordas de orcos avanzaban con una ferocidad inhumana. Sus pieles verdes eran un lienzo de cicatrices y marcas de batalla, y sus ojos brillaban con locura salvaje. Empuñaban garrotes y espadas oxidadas, sus gritos guturales llenaban el aire mientras se lanzaban hacia sus presas. A su lado, lobos gigantes con colmillos afilados como cuchillas se abalanzaban sobre los cuerpos caídos, devorando a los que aún respiraban con una voracidad insaciable.

Entre las sombras, duendes astutos se movían con agilidad, sus ojos centelleando mientras disparaban flechas envenenadas. Las monturas voladoras surcaban el cielo gris, atravesando carne y hueso con facilidad, dejando tras de sí un rastro de agonía. Cada vez que una flecha encontraba su objetivo, un grito desgarrador estallaba, resonando como un eco de la muerte inminente.

En lo alto del cielo gris, bestias humanoides voladoras surcaban el aire con alas membranosas. Sus garras afiladas brillaban bajo la tenue luz del día, y se lanzaban en picada hacia las sombras desvalidas, arrastrándolos hacia la muerte. Uno de estos seres atrapó a un soldado desprevenido, llevándolo a lo alto antes de soltarlo en caída libre; el cuerpo de la sombra se estrelló contra el suelo con un crujido espeluznante que resonó como un lamento en el aire.

En medio de este infierno, dos figuras luchaban por mantenerse en pie. Sus vestimentas estaban ensangrentadas y rasgadas; cada movimiento revelaba múltiples heridas que adornaban sus cuerpos como trofeos macabros. La piel estaba marcada por cortes profundos y moratones; la sangre manaba de sus brazos y piernas mientras luchaban por sobrevivir.

—¡No podemos rendirnos! —gritó uno de ellos, su voz ahogada por el terror que lo rodeaba.

—Mantente en posición defensiva; atento a los movimientos a nuestro alrededor —respondió Luke, su mirada fija en el caos.

A su alrededor, compañeros eran partidos por la mitad ante sus ojos; los orcos empujaban sus espadas a través de cuerpos temblorosos mientras las carcajadas crueles resonaban como ecos distantes en medio del horror. Un grito desgarrador rompió el aire cuando un guerrero fue empalado por una lanza arrojada desde la distancia; su cuerpo quedó suspendido en el aire por un instante eterno antes de caer al suelo inerte.

La oscuridad se cernía sobre ellos; el olor a sangre y carne quemada impregnaba el ambiente. Los ecos del horror llenaban sus corazones mientras luchaban contra la desesperación que amenazaba con consumirlos. El caos era absoluto: los lobos mordían y desgarraban a cualquier desafortunado que cayera al suelo, mientras los duendes disparaban sin piedad.

Con cada golpe que recibían, cada herida que infligían o soportaban, sabían que estaban atrapados en una danza mortal donde la muerte acechaba en cada esquina. La brutalidad del combate era indescriptible; cada grito era una nota en la sinfonía del horror que se desarrollaba a su alrededor. En ese momento fatídico, la lucha por la supervivencia se convertía en una batalla por mantener su humanidad ante la brutalidad desatada del campo de batalla.

No muy lejos de donde Luke estaba rodeado por otra sombra de grado S, Yoe se encontraba observando el campo de batalla, y a su espalda, 28 sombras de grado S se preparaban para la lucha total. Su misión: adentrarse y proteger al líder de la organización. Debía hacerlo de manera impecable y rápida; si fallaba, las sombras atrapadas en el caos tendrían pocas oportunidades para ejecutar su ataque a los suministros enemigos.

Una sombra de grado S se acercó a Yoe con un informe detallado. Sus ojos reflejaban una oscuridad profunda mientras observaba el campo de batalla.

—Yoe —dijo la sombra—. Solo logré reunir a estas sombras; el resto está en combate mientras otras protegen las líneas. Si realizamos este ataque con tan poca información sobre el enemigo, no tenemos forma de detener su avance si fallamos.

Sin voltear a mirar, Yoe continuó observando el campo con desdén.

—Vamos a matar a todo aquel que esté en nuestro camino. Atacar ahora; limpiaremos el camino hasta encontrar a Luke —ordenó con determinación.

Recibiendo las órdenes, todas las sombras saltaron al ataque, adentrándose en el campo de batalla. Un torrente incesante de ataques resonó a su alrededor mientras eliminaban a todo enemigo que se interponía en su camino. Sin importar las heridas recibidas, algunos recitaban hechizos mientras enormes bolas de fuego caían sobre los enemigos, creando un mar ardiente. En el cielo, las monturas y bestias humanoides prestaron atención al tumulto, ignorando momentáneamente a Luke, quien estaba rodeado por enemigos al borde del agotamiento.

Desde su posición elevada, Yoe ordenó a los pocos hechiceros restantes iniciar un hechizo de gravedad total en el cielo; si las bestias caían, las sombras acostumbradas a luchar bajo tal presión masacraron a sus enemigos sin piedad.

Mientras todo esto ocurría, Luke luchaba contra los orcos que agitaban sus armas hacia él. La sombra que lo acompañaba había dejado de ser ayuda y se había convertido en una carga pesada. Desde lo alto del cielo descendió una bestia humanoide que entabló conversación.

—Humano —dijo con desdén—, llevas cuatro semanas luchando contra nosotros; tu resistencia es casi nula. Ríndete y conviértete en nuestro general demonio.

Sosteniendo una fruta demoníaca roja que latía con fuerza entre sus garras, la bestia intentó seducirlo.

—Nunca me rebajaría para trabajar con sucias bestias. Protegeré a la humanidad hasta mi último aliento —replicó Luke con rabia contenida.

Desprendiendo una sed insaciable de sangre, arremetió contra la bestia humanoide con corte tras corte. La criatura esquivaba como si nada, hasta que detuvo su daga con un dedo mientras reía macabramente, disfrutando del esfuerzo vano de Luke. Conjurando rápidamente raíces desde el suelo, apresó a la bestia humanoide justo cuando Luke saltaba hacia ella con su daga apuntando al yugular.

Una lluvia de flechas cayó sobre él, hiriendo su cuerpo; detrás suyo, la sombra grado S luchaba contra tres orcos hasta recibir un fuerte golpe del garrote venenoso de uno de ellos. Sin rendirse, atacó nuevamente, pero fue empalado por dos lanzas desde los costados. Dos bestias humanoides emergieron entre los cadáveres para dar fin a su vida.

Al ver esto, Luke intentó alejarse mientras la otra bestia aún estaba atrapada por las raíces, pero no por mucho tiempo; ejerció presión sobre ellas hasta liberarse. Las tres bestias humanoides saltaron al ataque rodeándolo, mientras los duendes apuntaban sin pestañear, esperando órdenes.

Luke ya estaba al borde del colapso por el veneno y estaba agotado; cerró los ojos y comenzó a recitar un conjuro. Con su mano, tomó algo de su propia sangre y trazó un pentagrama en su frente justo cuando las bestias saltaron al ataque: una le cortó el brazo izquierdo justo debajo del codo; otra clavó sus garras en su pecho y la última desgarró su espalda.

Bañado en sangre y sintiendo cómo se desvanecía toda la fuerza restante, murmuró:

—Manto de oscuridad...

Todo su cuerpo fue envuelto por sombras densas, y púas oscuras emergieron apuñalando a las bestias confiadas. Ellas retrocedieron atónitas ante esta masa oscura que emanaba poder abrumador; sentían escalofríos recorriendo sus cuerpos, instándoles a retirarse.

Una orden fue dada para disparar flechas venenosas sobre Luke, pero él ya había sumergido todo su ser en la oscuridad:

—Dominio de sombras...

La oscuridad lo envolvió todo, absorbiendo tanto a las tres bestias humanoides como a los orcos cercanos. Con esfuerzo levantó su único brazo; la oscuridad misma apresó fuertemente mientras espectros acuchillaban a los orcos inmóviles, explotando sus cabezas ante tal brutalidad. Las bestias humanoides no tuvieron mejor suerte: torrentes de cuchillas caían sobre ellas sin oportunidad alguna para resistirlas.

En este círculo oscuro llamado dominio, los duendes dispararon flechas inútilmente mientras otras bestias humanoides intentaron descender, pero antes lograron ser aplastadas por una presión gravitacional abrumadora que les impidió resistir.

—¡A matar! —gritaron las sombras.

Las bestias humanoides y las monturas cayeron estrepitosamente al suelo, y las sombras aprovecharon esa oportunidad para arremeter contra ellas. Con un grito de guerra, una sombra lanzó un hechizo que hizo brotar raíces del suelo, apresando a los enemigos desprevenidos. A su alrededor, lluvias ardientes de fuego caían del cielo, incinerando todo lo que tocaban. Las sombras, implacables, se lanzaron al combate, descuartizando a sus oponentes sin piedad.

La matanza se intensificó. Los gritos desgarradores resonaban en todo el campo; el eco del horror se mezclaba con el sonido del metal chocando contra el metal en una sinfonía macabra. La turbulenta neblina cenicienta cubría el panorama, pero las sombras no se detuvieron ni un instante. Avanzaron con determinación, mutilando todo lo que encontraban a su paso. Las bestias humanoides fueron decapitadas o empaladas sin compasión alguna ante la brutalidad desatada por aquellas sombras implacables.

El aire estaba impregnado de un hedor a sangre y humo, una mezcla nauseabunda que se elevaba del campo de batalla. Los ecos de la guerra resonaban en cada rincón mientras las sombras de los guerreros avanzaban como un torrente imparable. Las 28 sombras se lanzaron al combate con una determinación feroz, sus corazones latiendo al ritmo del caos que los rodeaba.

Frente a ellos, una horda de trols se alzaba como montañas de carne putrefacta. Sus ojos inyectados en sangre brillaban con una locura primitiva mientras levantaban enormes garrotes capaces de aplastar cualquier ser viviente. Pero las sombras no flaquearon; con gritos de guerra que resonaban como truenos, se lanzaron hacia adelante, desatando su furia.

—¡Por nuestros caídos! —gritó Garrick, un robusto de las sombras que fue el primero en chocar contra un trol. Con un grito ensordecedor, blandió su hacha con tal fuerza que la hoja se hundió en la carne del monstruo. La sangre brotó a chorros, salpicando a sus compañeros mientras el trol emitía un grito de dolor.

Sin embargo, el monstruo no cayó; en su furia ciega, lanzó su garrote hacia Garrick, que apenas logró esquivarlo por poco, pero el impacto hizo temblar la tierra bajo sus pies.

A su lado, Elara empuñaba su espada con maestría. Se lanzó hacia un grupo de duendes que disparaban flechas desde las sombras.

—¡No dejaré que escapen! —exclamó mientras cortaba a uno por la mitad antes de que pudiera tensar su arco. La adrenalina corría por sus venas mientras se movía entre los cuerpos caídos, sintiendo el calor de la batalla en cada golpe que daba.

Los lobos gigantes también se lanzaban al ataque; sus colmillos afilados brillaban bajo la luz del fuego que caía del cielo como lluvia ardiente. Un lobo se abalanzó sobre Rylan, una de las sombras más jóvenes.

—¡Rylan! ¡Cuidado! —gritó uno de sus compañeros mientras el joven de las sombras no tuvo tiempo para reaccionar. El lobo lo derribó al suelo y comenzó a desgarrar su armadura con ferocidad. Rylan gritó mientras sus compañeros intentaban ayudarlo, pero ya era demasiado tarde; el lobo lo había matado antes de que pudieran llegar a él.

La batalla continuaba su curso brutal. Las sombras avanzaban como una marea oscura; cada guerrero estaba decidido a vengar a sus caídos. Un grupo se enfrentó a otro trol aislado entre los cuerpos apilados de aliados y enemigos.

—¡Flanquearlo! —ordenó Garrick mientras dos sombras rodeaban al monstruo y otro lanzaba un hechizo devastador. Una bola de fuego surcó el aire y estalló contra el trol, envolviéndolo en llamas voraces.

El grito del monstruo resonó por encima del clamor del combate mientras sus pieles ardían.

Sin embargo, la victoria era efímera. En medio del caos, Elara sintió un escalofrío recorrer su espalda; un duende había disparado una flecha envenenada que se hundió en su costado.

—¡No! —gritó uno de sus compañeros mientras ella caía al suelo con un grito ahogado. El ardor del veneno se extendió rápidamente por su cuerpo y sus compañeros lucharon para llegar hasta ella, pero las hordas enemigas eran implacables.

La lluvia de fuego continuaba cayendo del cielo mientras las monturas voladoras lanzaban bolas ígneas sobre el campo de batalla. Thorne fue alcanzado por una explosión cercana; la onda expansiva lo lanzó por los aires y lo dejó inmóvil entre los cuerpos desmembrados que cubrían la tierra manchada de rojo.

A medida que avanzaban más profundamente en el campo de batalla, las sombras comenzaron a sentir el peso del horror que los rodeaba. Cada paso era una lucha contra la desesperación; cada golpe era un recordatorio del costo de la guerra.

—¡No podemos rendirnos! —gritó Garrick mientras otra sombra fue derribada por un lobo gigante que lo emboscó desde las sombras; sus garras desgarraron su carne antes de que pudiera levantar su espada.

Con cada caída, la rabia crecía entre los supervivientes. Los 28 guerreros estaban decididos a no dejar que sus sacrificios fueran en vano.

—¡Avancemos! ¡Por nuestros hermanos caídos! —exclamó Garrick en una carga final hacia las líneas enemigas.

Con esa declaración resonando en sus corazones, arremetieron contra las filas restantes de duendes y trols. Las espadas danzaron y las hachas cortaron carne y hueso sin piedad. Sin embargo, la batalla estaba lejos de terminar; otros tres guerreros cayeron bajo el ataque combinado de lobos y duendes antes de que finalmente lograran abrirse paso hacia el centro del caos.

El campo estaba cubierto por múltiples cuerpos: amigos y enemigos entrelazados en una danza mortal donde solo quedaba lugar para la brutalidad y el sacrificio. La lluvia de fuego iluminaba la escena dantesca mientras los guerreros luchaban por sobrevivir en medio del horror absoluto.

La batalla continuaba rugiendo con fuerza inquebrantable; cada golpe resonaba como un eco del destino inevitable que aguardaba a todos aquellos atrapados en este ciclo interminable de muerte y destrucción.

En medio del caos de la batalla, las sombras continuaron su avance, eliminando enemigos con una furia implacable. Sin embargo, al acercarse a Luke, la escena se tornó sombría. Él yacía en el suelo, cubierto de heridas graves y agotado tras haber invocado el Manto de Oscuridad. Su respiración era entrecortada, y cada latido de su corazón parecía un recordatorio del dolor que lo consumía.

Las pocas sombras que quedaban se agruparon a su alrededor, decididas a ayudarlo a retroceder poco a poco del campo de batalla. Con cada paso que daban, el estruendo de la guerra resonaba a su alrededor, pero la esperanza parecía desvanecerse con cada enemigo que caía.

De repente, una sombra se detuvo en seco, su mirada fija en algo que emergía del caos. Una bestia humanoide apareció, su presencia era abrumadora, y su llegada dejó a todos sin aliento. Sus escamas de dragón brillaban con un resplandor oscuro, y sus ojos afilados destellaban con una predatoria malicia. Era un cazador, y solo veía presas.

—¡Retirada! —gritó una de las sombras, pero fue demasiado tarde. La bestia saltó al ataque con una velocidad sobrehumana.

Tres sombras de élite se lanzaron en defensa de Luke, eligiendo protegerlo con sus propias vidas. Cada una de ellas poseía habilidades excepcionales, unidas por el deseo de mantener a su líder a salvo. Con una sincronización perfecta, se enfrentaron a la bestia que se abalanzaba hacia ellos.

La primera sombra, Varek, empuñó su espada con agilidad, lanzándose hacia la bestia y asestando un corte en su costado. Sin embargo, la criatura se giró bruscamente, ignorando el dolor y contraatacando con su garra afilada. Varek apenas tuvo tiempo para esquivar, sintiendo el aire helado que pasaba a su lado.

—¡Ahora! —gritó la segunda sombra, Thalia, mientras conjuraba un hechizo de fuego, lanzando una bola de llamas hacia la bestia. Las llamas se estrellaron contra el pecho de la criatura, pero solo la hicieron retroceder un paso. La bestia rugió, sacudiendo su pelaje y lanzando un aliento de fuego hacia Thalia, quien apenas logró rodar fuera de su alcance.

La tercera sombra, Korin, se lanzó por detrás, intentando aprovechar la distracción. Con un movimiento rápido, intentó apuñalar a la bestia en la parte posterior de la rodilla, pero la criatura, con una agilidad sorprendente, se giró y atrapó a Korin con su garra, levantándolo del suelo.

El grito de Korin resonó en el aire mientras luchaba por liberarse. Thalia y Varek, viendo a su compañero en peligro, se lanzaron al ataque nuevamente, pero la bestia estaba en su mejor momento, desatando una furia que parecía interminable. Golpes y garras volaban en todas direcciones, y la desesperación comenzaba a apoderarse de ellos.

La bestia, ahora enfurecida, sacudió a Korin como si fuera un juguete. Con un movimiento brutal, lo arrojó contra el suelo, donde cayó con un golpe sordo. La criatura se volvió hacia Thalia, lanzándose en su dirección. La sombra logró conjurar un escudo de energía justo a tiempo, pero el impacto la hizo retroceder, y la presión del golpe la dejó aturdida.

—¡Luke! —gritó Varek, viendo a su líder herido—. ¡Debemos retroceder!

Pero Luke, en su estado crítico, no podía moverse. Las sombras de élite luchaban con todas sus fuerzas, pero la bestia humanoide parecía imparable.

Justo cuando la situación parecía desesperada, un grito resonó en el campo de batalla. Era Yoe, que había llegado en el momento más crítico. Sus ojos brillaban con determinación mientras observaba el caos. Con un movimiento rápido, se unió a las sombras de élite, su daga brillante con una luz oscura.

—¡Aguanten! —gritó Yoe mientras se lanzaba al ataque, su presencia  revitalizaba a las sombras. Con un movimiento fluido, esquivó un ataque de la bestia y se abalanzó sobre su espalda. La daga de Yoe se hundió profundamente en el costado de la bestia, provocando un grito ensordecedor.

La criatura se revolvió con furia, intentando deshacerse de su nuevo atacante, pero Yoe se mantuvo firme. Con cada estocada de su daga, el agotamiento se apoderaba de él, pero la adrenalina lo mantenía en marcha.

—¡No retrocedan! —gritó a las sombras mientras luchaba, sus palabras llenas de fervor.

El aire estaba cargado de tensión y desesperación. Con un último esfuerzo, Yoe se lanzó hacia adelante, usando todo su peso y fuerza para penetrar aún más en el pecho de la bestia. La daga se hundió hasta el fondo, y la criatura rugió en agonía, sus ojos desorbitados reflejando el horror de su inminente derrota.

Con un último grito, la bestia cayó al suelo, su cuerpo temblando antes de quedar inmóvil. Una calma aterradora se apoderó del campo de batalla mientras las sombras recuperaban el aliento, observando a su alrededor con incredulidad.

Yoe, visiblemente agotado, se retiró de la bestia, sintiendo cómo el peso de la batalla recaía sobre sus hombros. La lucha había sido brutal, y aunque habían ganado, la victoria había dejado cicatrices profundas en cada uno de ellos.

—Luke... —dijo Yoe, girándose hacia su líder. Luke estaba tendido en el suelo, la sangre brotaba de sus heridas. Las sombras de élite se apresuraron a su lado, su preocupación evidente.

Con manos temblorosas, comenzaron a curar a Luke. Thalia invocó un hechizo de sanación, mientras Varek mantenía la cabeza de Luke en su regazo. La magia fluyó alrededor de ellos, tratando de cerrar las heridas, pero el veneno aún hacía estragos en su cuerpo.

—Debemos llevarlo a la base —dijo Varek, su voz cargada de urgencia—. No podemos perderlo.

Yoe, aún recuperándose del enfrentamiento, asintió. Con un esfuerzo conjunto, levantaron a Luke, quien yacía inconsciente pero aún con vida. Las sombras restantes los rodearon, preparándose para salir del campo de batalla.

La victoria había sido amarga, pero en ese momento, todos sabían que la lucha aún no había terminado. La guerra continuaría, y ellos debían estar listos para enfrentar lo que viniera.

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