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Capítulo 11: Mexicanos, enchiladas y un domingo por la tarde

Hunter McLaggen estaba besándome. Repito, por si creen que no leyeron bien; los labios de Hunter y los míos se encontraban unidos, en un beso. Y no se trataba de un simple contacto labio con labio, el muy hijo de puta había llevado una mano a mi cintura, pegando nuestros pechos juntos, mientras la otra se enterraba en mi cabello, obligándome a corresponderle el beso para hacernos parecer como si estuviésemos en plena sesión de besuqueo calenturiento en el cuarto del conserje.

Mi corazón martillaba mis costillas, amenazando con perforarlas. No solo me encontraba nerviosa por la posible expulsión que nos esperaba si alguien nos atrapaba, también me encontraba furiosa con Hunter, por elegir el plan más desagradable que su cabeza pudo maquinar.

Gracias a Dios, el contacto físico no duró más allá de un par de segundos, ya que la puerta terminó de abrirse y ambos saltamos lejos del otro.

Cuando identifiqué a la figura rechoncha de Ramón, todo en mi interior suspiró con alivio al descartar el escenario imaginario de Timothy atrapándonos.

—¿Acaso en esta escuela no se puede tener nada de privacidad? —le preguntó Hunter con fastidio.

Intenté recobrar la compostura y seguirle la corriente, pero me estaba costando ocultar mi irritación por lo que acababa de pasar. Todo lo que quería hacer era correr al baño más cercano y ahogarme en enjuague bucal. O tal vez usar un poco del cloro que guardaba Ramón ahí. Lo primero que consiguiera eliminar por completo cualquier bacteria almacenada en la boca de McLaggen.

Para alguien que valoraba sus pelotas, al chico en serio le encantaba cruzar la línea de límites.

¿Qué chingados hacen revolcándose en mi cuarto?

De todas las palabras en español que Ramón pronunció, solo esto logré entender: «Bla, bla, enchiladas, bla, bla, volcándose, bla, bla, cuarto». O no traduje ni mierda bien, o él era más raro de lo que pensaba y lo que nos estaba tratando de decir era que volcamos su taza de enchiladas que tenía en su cuarto.

Señorita Dylan, ¿qué está haciendo usted aquí con este chico? —Esta vez pude entenderlo—. ¿Por qué se besa en mi cuarto?

Sentí el calor de la vergüenza —y del cabreo— apoderarse de mis mejillas, y aproveché la pausa para pellizcarle la espalda de Hunter. Había sido su idea, no la mía. Era su deber resolver esto, no el mío.

—Solamente buscábamos un lugar más privado —dijo mi compañero, pasando su brazo por mis hombros en un gesto afectivo.

Gruñí para mis adentros. Creo que luego de esto, me vendría mejor un baño entero en cloro.

¿Un lugar más privado para revolcarse? —farfulló Ramón, viéndose molesto de que irrumpiéramos en su cueva.

"Bla, bla, bla, bla... ¿volcarse?". Joder, los mexicanos y su capacidad de decir cosas insultantes sin poderlos entender.

—Perdón, Ramón, ya nos íbamos. —Empujé a McLaggen fuera del cuarto, antes que dijera alguna idiotez que lo hiciera enojar de verdad—. No quisimos dejar caer su taza de enchiladas.

—¿Enchiladas? ¿Qué? —preguntó, luciendo completamente confundido.

Uh... Creo que después de todo no traduje bien.

—Camina —le ordené a Hunter, quien me miraba con una expresión de completa diversión.

Los ojos de Ramón nos siguieron mientras nos alejábamos. Hunter se había escondido los papeles dentro de su chaqueta, así que no creía que sospechara nada de nosotros.

Me sentí aliviada de haber podido salir ilesa de esto. Aunque, por otro lado, ilesa no sería la palabra indicada para describir la noche, sobre todo cuando McLaggen se encargó de hacer caso omiso de cada advertencia que le dije sobre mantener sus manos para sí mismo.

De hecho, ni siquiera mantuvo sus labios para sí mismo.

Joder, sabía que quizá estaba exagerando un poco; había sido una coartada para salvarnos en trasero, pero, aun así, no podía creer que se había atrevido a besarme tan deliberadamente. Me masajeé las sienes con estrés en nuestro camino hacia el aparcamiento. Solo quería irme a casa, recuperar el collar y tener ese baño en cloro del que les hablé antes. Le enviaría un texto a Matthew para avisarle que todo salió a la perfección para tranquilizarlo, mas tenía cero ganas de volver al baile.

Aunque, ¿de qué sí tenía ganas? De establecer algunos límites importantes con Hunter.

Él vio mi intención de decir algo, ya que resopló y puso los ojos en blanco en cuando abrí mi boca.

—Sé lo que dirás, Lanie —me cortó—. Fue una coartada, lo sabes, no hagas un gran asunto de ello.

—Me besaste, McLaggen —le recordé, molesta.

—¿Tenías tú una mejor idea? —inquirió, irónico—. ¿Qué otra cosa pudimos haber estado haciendo en un cuarto oscuro la noche de un baile? Por favor, ilumíname con tu conocimiento.

—Simplemente, pudimos haber fingido de otra forma, idiota, no con un beso —le espeté.

—Me gustan las coartadas convincentes, Lanie, que luzcan más reales, ¿sabes?

—Te pedí explícitamente que te mantuvieras alejado.

—Joder... —se quejó, pareciendo fastidiado—. ¿Vas a dejar que un estúpido e insignificante beso arruine la noche? —Él se cruzó de brazos y dio un paso hacia mí—. ¿O ahora mentirás diciendo que «Fue la peor noche de tu maldita existencia»? Vamos, ambos sabemos que la estabas pasando bien. 

Lo dejé acercarse un paso más. No iba a admitir en voz alta que la noche de alguna manera había ayudado a distraerme de muchas cosas. Mucho menos diría que en realidad, robar exámenes y ser parte de una persecución ficticia terminó siendo... divertido. Divertido hasta que Hunter decidió que podía ponerme las manos encima y no recibir una lección por ello.

Así que en vez de decir cualquiera de esas cosas, me di la gran satisfacción de propinarle ese tan anhelado, esperado, rehabilitador, rodillazo en las pelotas.

—Espero que con esto comiences a apreciar a tus pelotas de ahora en adelante y aprendas a guardar distancia cuando se te dice —le dije, dándole una sonrisa sarcástica—. Aunque no me molestaría tener que hacerlo de nuevo.

Él se recostó sobre el jeep en un quejido, tomándose un momento para digerir el dolor. Su cara se contorsionó en los diferentes niveles de dolor y cuando ya pareció haberse aliviado, lo observé reírse.

—Admito que me lo merecía un poco —comentó, divertido—, pero ten en cuenta también que si tus amiguitos hechos mierda no te hubiesen llamado en medio de una cosa tan importante, hubiéramos tenido tiempo de escapar antes de que el conserje se apareciera, y el beso nunca hubiera ocurrido.

Los chicos hechos mierda... Los chicos borrachos.

¡Joder, me había olvidado de ellos! ¿Les colgué la llamada, o no lo hice? ¿Habrían escuchado todo? ¿O quizá estaban lo suficientemente ebrios como para no prestarle atención?

Ignoré a Hunter mientras este seguía recuperándose del dolor y me concentré en buscar mi teléfono.

«Dylan, pero qué estúpida eres, ¿por qué carajos no cortaste la llamada antes de entrar en pánico?».

Marqué el número de West y el tono de llamada me desesperaba cada vez más. Seis, siete, ocho veces... «Hey, este es West Collins, quizá esté en práctica, estudiando, o probablemente todas las anteriores. Solo si eres mi madre o mi novia, deja tu mensaje después del tono...».

Resoplé. Quizá habían pasado al grado de la inconsciencia. Sí, sí, eso era. Sí, definitivamente estaban demasiado borrachos como para registrar nada.

—Asumo que ya saciaste tu insana necesidad de patearme las pelotas, así que es hora de irnos.

Me volví hacia Hunter en un gruñido.

—Y yo asumo que te quedó claro lo que puede llegar a pasar cuando tocas donde no debes —le dije mientras sacaba las llaves del jeep del bolsillo de mi chaqueta.

—Sí, sí, Lanie, eres toda una chica ruda patea pelotas —expresó con sarcasmo, adentrándose en el asiento del copiloto—. He aprendido la lección, y toda esa mierda.

—Siempre es un placer golpearte —me burlé, encendiendo el motor de la camioneta.

No hablamos en ningún momento del camino de vuelta a casa. Él trató de hablarme igual que temprano, pero no tuve que esforzarme por ignorarlo, ya que estaba demasiado hundida en mis pensamientos, nerviosa e inquieta debido al asunto de la llamada. Tamborileaba los dedos contra el volante, miraba constantemente el teléfono, intentaba sacudir los malos pensamientos y mantenerme positiva.

Igual, probablemente mañana no recordarían nada de lo que pasó, ¿cierto?

Aparqué frente a la moto de Hunter y en silencio, apagué el motor. De pronto, todo el esfuerzo de la noche me cayó como balde de agua fría y el cansancio comenzaba a afectar mis músculos. Necesitaba dormir, con urgencia. Y quitarme este incómodo vestido, con urgencia también.

—Bien, hora de devolverme el collar y desaparecer de mi vida —le pedí a Hunter, extendiendo mi mano hacia él.

Se tardó en obedecerme, haciendo que resoplara con cansancio.

—Está bien, trato es trato. —Se llevó ambas manos al cuello y desabrochó el collar que tenía escondido debajo de la camiseta.

¿Lo había... tenido ahí todo este tiempo? Es decir, que pude arrebatárselo en cualquier momento de la noche y evitarme su charla incesante, las palabras de Becka, los nervios, la persecución, el beso.

Maldito seas, Hunter McLaggen.

—¿Siempre lo has tenido ahí? —le pregunté, sintiéndome despierta de nuevo.

Él dejó escapar una risa entre dientes.

—Deberías agradecerme por cuidar tan bien de él —contestó en tono burlón.

—Dame eso —le gruñí, queriéndole arrancar el collar de su mano, pero lo apartó antes de que pudiese tomarlo—. Joder, ¿ahora con qué me vas a salir?, ¿es que no te cansas de tus propias payasadas?

—Una cosa más y te lo devuelvo —me dijo, manteniendo el collar a una altura que no podía alcanzar.

Me crucé de brazos, obstinada. La noche estaba a punto de terminar bien, cada quien teniendo su parte del trato, ¿no le era suficiente?

—Debes responderme la pregunta con un sí o un no. No puede ser con otra cosa —continuó.

—Vale. —Esperé impaciente, y un tanto nerviosa a decir verdad, el ambiente cambió a uno más serio de un segundo a otro, lo que me hacía pensar que lo que diría no sería en broma.

—Quitando el sobrevalorado beso de la noche que tuvimos; ¿te ha gustado lo que hemos hecho, cierto? —me preguntó entonces, sin mover el collar ni un centímetro abajo mientras me miraba, sereno, como si estuviera dispuesto a esperar mi respuesta toda la noche si fuese necesario.

Jesús, ¿cuál era su problema ahora? Pasó de idiota a creerse Dr. Phil en cuestión de minutos.

—¿Por qué quieres saberlo? —Enarqué una ceja.

—No escuché ningún «no» o «sí» en esa oración —presionó.

Apreté la mandíbula, ocultando mi frustración.

—Fue la peor noche de mi maldita existencia —le contesté, cansada de estar parada frente a mi jardín, en medio de una noche tan fría, tratando de razonar con un imbécil claramente irrazonable.

Para mi sorpresa, mi respuesta logró convencerlo, ya que su brazo bajó y su mano colocó el collar en la palma de la mía.

—Esa es suficiente respuesta para mí —terció, dedicándome una media sonrisa—. Lo dejaremos por hoy, te veré en la escuela, Lanie, trata de no extrañarme tanto hasta entonces.

No pude contenerme de enseñarle el dedo del medio ante su descaro.

—Claro, aunque Dios, no te prometo nada —respondí con mi voz inundada en sarcasmo.

Hunter soltó una carcajada mientras se alejaba y se dirigía a su moto.

—Idiota... —murmuré, poniendo los ojos en blanco, dando media vuelta para comenzar a caminar hacia el interior de la casa.

Miré el collar en mi mano, el causante de toda esta noche, sin poder evitar quedarme con la pregunta de Hunter rondando en mi cabeza. ¿Me había gustado sentir la adrenalina consecuencia del peligro mientras corríamos alrededor de la escuela, pensando en que éramos perseguidos? ¿Había sido divertido engañar a todos, irrumpir en el aula de profesores, sin ser atrapados por ello?

Hice una mueca extraña, porque, por un lado, odiaba tener que darle la razón a McLaggen y más si había sido él quien había ideado todo el plan. Pero por el otro... la respuesta a su pregunta era sin duda... un sí.

***

Al día siguiente, lo primero que me propuse fue llamar a los chicos, pero:

1. Chase no me contestaba.

2. Sawyer tampoco.

3. Y West, pues mucho menos.

Me mantuve positiva y supuse que seguían recuperándose de la gloriosa resaca que debieron adquirir luego de la épica borrachera de anoche, por lo que me tragué mi ansiedad y la contuve durante casi toda la mañana. No voy a negar que estuve cerca de robarle ese dinero a mamá para fugarme a Nueva Jersey.

«Mamá». Otra razón que alimentaba mi ansiedad. Se estaba comportando extraño de nuevo, pensé que su etapa de intensidad ya la había superado, pero no, se encontraba en casa, en un fin de semana, insistiéndome en bajar con ella y unírmele en su maratón de Desperate Housewives. De verdad que estaba actuando demasiado extraño a mi alrededor, incluso más que antes; estuvo acechándome en el pasillo como si quisiese hablar de algo más, pero cuando entendió que no pensaba abandonar mi habitación hasta que tuviera noticias de los chicos, se rindió.

No era como si pudiese escapar a otro lugar. Matthew estaba con su familia pescando a las afueras de la ciudad, me había enviado un texto temprano avisándome que estaría fuera todo el día. No conocía el número de Charlie, y ni siquiera quise considerar la posibilidad de encontrarme con Jackson. Era un chico lindo y amable, pero no creía poder soportar sus excesivos —e ilógicos— halagos.

Mi habitación se convirtió entonces en mi cueva por el día. Después de ver incontables videos de YouTube en Internet, considerar arreglar el desorden, y fallar en convencerme a mí misma, retomé mi lectura de Stephen King, concentrándome en las letras y no en la ausencia de los chicos.

Eso, hasta que el teléfono saltó en medio de mi lectura de uno de los capítulos más interesantes de It, notificándome de un nuevo mensaje de texto.

Pensé que se trataría de Sawyer, Chase o West, por lo que casi me tropiezo con la silla de mi escritorio mientras lo trataba de alcanzar.

Mi decepción e irritación fue notable en cuanto me di cuenta de que el mensaje de texto provenía de Hunter.

Mierda, hasta no estando presente, se las ingeniaba para disturbarme la paz el muy idiota.

Tu amigo el mexicano le habló a mi tío acerca de lo que vio. Ha terminado en una charla conmigo.

Tragué saliva con fuerza, y sacudí la cabeza. ¿Por qué me preocupaba? Lo único que Ramón logró ver fue al sobrino del director besando una chica en un cuarto oscuro. Cosas de adolescentes hormonales. No debía ser nada del otro mundo.

Aunque, tenía que admitir que estaba algo curiosa por saber de qué fue exactamente la charla.

¿Y? ¿Debería preocuparme entonces? ¿Qué te dijo Patch?

P.D.: ¿para qué me escribes, en primer lugar?

Resoplé y me dejé caer sobre mi cama, esperando respuesta.

El teléfono vibró unos minutos después.

Pensé que debías saberlo, ya que te involucra a ti también. Probablemente, quiera hablar contigo en la escuela. No le prestes atención, solo intenta parecer que tiene todo bajo control

Solté una suave risa, estando de acuerdo con él. Me callé abruptamente, dándome un golpe mental por seguirle la corriente.

«¿Qué haces, Dyl? No te rías de sus chistes, ni siquiera deberías estar mensajeándote con él».

Gracias por la exclusiva. Ahora, te sugiero que borres mi número, nuestro acuerdo terminó, lo que significa que ya no hay razón para seguir hablando. Adiós

Presioné enviar y lancé el teléfono hacia el otro lado de la cama, repitiendo esa frase una y otra vez en mi mente.

No tiene por qué terminar, ¿sabes?

Fruncí el ceño al ver el corto mensaje. Joder, me molestaba cuando se ponía críptico. Aunque más me molestó que la curiosidad me superó y me vi a mí misma contestándole de nuevo.

¿Qué quieres decir con eso?

Esperé, mirando fijamente la pantalla de mi teléfono mientras mi cabeza no pudo evitar considerar la posibilidad de que el choque de adrenalina pudiera repetirse.

Volví a regañarme, no debería estar pensando en mierdas que me relacionaran con el idiota. Al contrario, estaba aliviada de no tener que cruzar palabra con él durante el resto del año escolar.

Mañana hablaremos de esto, Carter. Ahora sigue haciendo lo que sea que estés haciendo. (Probablemente repitiendo el beso de anoche en tu cabeza. No te culpo, no sería la primera vez que alguien me dice que beso increíble)

Gruñí y golpeé el botón de Responder.

Que te den, Hunter

Tomé la otra almohada a mi lado y la coloqué encima de mi cabeza, dejando así salir un grito de frustración.

Mi teléfono vibró, pero me resistí en leerlo, sabía que seguía siendo Hunter. Al cabo de unos segundos, el lado curioso de mí no pudo resistirte.

Jajajajajaja Creo que podría acostumbrarme a tus ataques de gallito de pelea

Ugh, cómo odiaba a este chico.

Lo peor es que ese mismo lado curioso, quería saber lo que él tenía que decir.

Nota de la autora: Sigo apestando en los títulos XD, ok, no me maten por no subir antes, ya yo les dije que comencé la universidad y que no iba a subir tan seguido, solo tienen que tenerme paciencia y NO PRESIONARME, odio que me presionen, todo me sale mal.

Pero, en fin, el capítulo de hoy, leí muchos comentarios asustados por el beso JAJAJAJA, por favor, Dylan no es tan tonta, ella tiene claro que su hombre es el papacito de West LOL XD.

Ok, no diré más, los dejaré comentar.

Besitos cariñositos,

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