Preludio
La noche estaba fría, sin viento, sin nubes. El cielo estrellado, coronado por el halo de la luna, que brillaba y bañaba la calles con su luz mortecina. Lara caminaba a paso apurado, inmersa en sus pensamientos, sumida en enojo. Su respiración generaba vapor, la pequeña nubecita se disipaba alrededor de su rostro. Estaba llegando a destino, tan solo a unas cuadras de distancia.
Hacía varios días había roto con Evan, en una discusión de lo más insólita, irrisoria, imposible. Si la semana pasada le hubiesen dicho que aquello era real, que podía suceder, y lo que es más: que le podría suceder a ella, se hubiese burlado ante semejante idea tan estúpida, digna de películas de fantasía. Pero ahora estaba enojada, tan enojada que odiaba hasta al idiota que hubiese inventado esa frase de "cuando la realidad supera la ficción".
En realidad, no sabía comprender su mezcla de sentimientos. También se sentía rota, quebrada, sumamente dolida. La vida, el destino, o quien se encargase de lo que a alguien le sucede, le había jugado una pasada terrible, había tomado su corazón y lo había estrujado hasta hacerlo añicos. Y la situación era tan irónica que nadie le creería al respecto, si lo contase la internarían urgente en el manicomio, le tendrían pena por haber perdido la cabeza así, tan jóven y sin señales previas de delirio.
Y eso siendo muy optimistas, la otra posibilidad era que la sedasen y la desapareciesen por haber descubierto lo que ahora sabía.
Tendría que aprender a vivir con ello, pero por ahora la bronca era profunda. Bronca con ella, por haber creído, caído. Bronca con él, por haberla elegido a ella, por existir. Por haberle cambiado la vida para siempre, esto no terminaba con él, ya no era pasar la página y comenzar de nuevo. Esto significaba un antes y un después, ya ninguna relación sería lo mismo y desconfiaría de todos mientras estuviese viva.
Frenó frente a la puerta del bar que solía frecuentar, dándose cuenta de lo rápido que había llegado al caminar distraída. Antes de entrar, decidió fumarse un cigarro, el cual encendió recostando su espalda contra la pared. Se acomodó la capucha y caló profundo, esperando que la nicotina le calmase un poco.
Siguió pensando, se sentía tan traicionada... realmente sentía que le odiaba.
Del amor al odio... hay mucha rabia.
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