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Chapter Thirty-Five

La magia oscura puede abrir puertas que es mejor dejar cerradas

Anónimo

El aire en la habitación estaba cargado de energía, como si la magia se entrelazara con cada partícula de polvo. Verónica abrió los ojos lentamente, sintiendo su cuerpo pesado y adormecido. A su alrededor, las velas parpadeaban en tonos oscuros, proyectando sombras grotescas que bailaban en las paredes de piedra.

No sabía cuánto tiempo había pasado desde que fue capturada. No entendía qué querían de ella, pero el miedo crecía en su interior. Siempre había sido precavida, informando a Meredith de cada uno de sus movimientos, y hasta ahora, nunca había habido problemas. Pero esta vez, algo estaba terriblemente mal.

Trató de moverse, pero su cuerpo estaba inmovilizado. Las cuerdas que la sujetaban eran fuertes y ardían contra su piel, como si estuvieran imbuidas de algún tipo de magia que drenaba su energía. Miró a su alrededor, tratando de reconocer algún rostro entre los encapuchados que la rodeaban, pero sus esfuerzos fueron en vano. Los brujos murmuraban en un idioma que nunca había oído antes, y los cánticos llenaban el aire con una sensación ominosa.

Uno de los brujos, con una túnica más oscura que el resto, se acercó a Verónica y murmuró algo en un tono suave pero lleno de malicia. Aunque no entendía las palabras, la intención quedó clara: estaban haciendo algo con ella, algo que no podía controlar. Un escalofrío recorrió su espalda.

—Es solo cuestión de tiempo —susurró el líder, su rostro oculto bajo la capucha—. Pronto el fruto de la magia oscura será traído al mundo... y todo comenzará de nuevo.

Verónica no entendía lo que quería decir. Sentía su mente nublada, incapaz de procesar del todo lo que estaba sucediendo. Pero lo que no sabía era que los brujos no solo la habían capturado para usarla como un simple peón. No, ellos estaban realizando un ritual antiguo, uno que crearía vida de la manera más retorcida posible.

El plan de los brujos era simple, pero perverso. Utilizando la sangre de Kol, un Original, habían decidido crear un bebé en el vientre de Verónica. Ella sería la portadora de ese niño, un ser nacido de magia oscura y muerte. Kol estaba muerto, pero su sangre seguía siendo poderosa, y con ella, los brujos habían encontrado la forma de darle a ese linaje un propósito nuevo y oscuro.

Verónica jadeó cuando sintió una fuerte presión en su vientre. Algo dentro de ella estaba cambiando, y aunque no podía entenderlo, supo en ese momento que su cuerpo estaba siendo forzado a algo antinatural. Trató de gritar, de luchar contra las cuerdas que la retenían, pero no sirvió de nada.

El líder del grupo alzó un frasco que contenía una pequeña gota de sangre. La sangre de Kol. Los brujos comenzaron a murmurar más fuerte, y el aire en la habitación pareció vibrar. La gota de sangre brilló bajo la luz de las velas y fue vertida sobre el vientre de Verónica, desapareciendo en su piel como si fuera absorbida por la carne.

De repente, Verónica sintió una explosión de dolor. Se arqueó sobre la mesa de piedra, su cuerpo convulsionando mientras los brujos continuaban con el ritual. Sabía que algo estaba creciendo dentro de ella, algo que no debía existir.

El ambiente en la casa de Meredith estaba cargado de una tensión que no podía ignorar. Hacía ya días que no sabía nada de Verónica. Aunque su mejor amiga siempre había sido de carácter independiente, nunca dejaba de informarle de sus idas y venidas, al menos por consideración. Verónica salía con frecuencia, pero jamás se desaparecía sin decir una palabra.

La preocupación había comenzado como una leve inquietud, pero ahora era un peso en su pecho que la mantenía despierta por las noches. Meredith había llamado, había dejado mensajes, pero el silencio del otro lado del teléfono era perturbador. No había señales de Verónica, y la incertidumbre se había transformado en una sensación de peligro inminente.

Meredith se encontraba en la sala, caminando de un lado a otro, con su mente enredada en pensamientos oscuros. ¿Dónde estaba? ¿Qué le había pasado? Mientras intentaba encontrar una respuesta, su teléfono vibrólo que llamósu atemucon al instante. Lo tomó con manos temblorosas, esperando al fin recibir noticias de la chica Gilbert. Pero lo que vio en la pantalla fue mucho peor de lo que había imaginado.

Una foto de Verónica, atada y desmayada, apareció en su teléfono. Apenas visible, pero suficiente para reconocerla. Su corazón dio un vuelco. Debajo de la imagen, un mensaje: Nueva Orleans. Acompañado de unas coordenadas. Y lo más inquietante: Ven sola, o no la verás de nuevo.

La mente de Meredith entró en caos. ¿Nueva Orleans? ¿Qué hacía Verónica allá? Y, más importante, ¿quién la tenía? Sabía que involucrar a Klaus o a sus hijos pondría en riesgo no solo a Verónica, sino también a ellos. Klaus jamás la dejaría ir sola, y aunque la protegiera, él era el tipo de hombre que atraía más enemigos de los que resolvía problemas y sabíabien que sus hijos jamásla dejaríanir sola.

No podía correr el riesgo de involucrar a nadie más. Tenía que actuar rápido y, más que nada, ir sola. Solo había una opción. Meredith dejó el teléfono a un lado y se apresuró a escribir una nota. Sabía que dejar sin explicación no era una opción, pero tampoco podía revelar el verdadero motivo.

"Tengo que ir a Nueva Orleans. No se preocupen, estaré bien. Volveré pronto. Confíen en mí."

Era lo mejor que podía hacer sin levantar sospechas. Con el papel en la mano, lo dejó sobre la mesa del comedor, en un lugar visible. Sabía que eventualmente alguien lo encontraría, y quizás tratarían de detenerla. Pero para entonces, ya estaría muy lejos.

Meredith no empacó nada. No podía perder el tiempo. Dejó la casa que compartía con Verónica, su mente enfocada en un solo objetivo: salvar a su hermana, sin importar el precio. Mientras cerraba la puerta tras de sí, solo una idea persistía en su mente: Nueva Orleans. Un lugar lleno de peligro, pero también de respuestas.

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