Vingt -deux. Mr and Mrs Sprün. Primera parte
El sol terminó de ponerse sobre las lápidas y las paredes grises de la Iglesia. Una vez que el párroco se despidió de nosotros, decidimos salir de la casa parroquial y Scott nos esperaba fuera, otra vez fumándose un cigarrillo al lado del espejo retrovisor. Los cristales estaban algo rayados, dando la sensación de que quizá el coche se había dado algún que otro golpe. Las rayas tapaban el cielo despidiéndose del sol, pero como se estaba poniendo oscuro, esos rayajos se volvieron parecidos a las marcas de la pared de aquella casa en la que Adrien y yo estuvimos hacía ya unas semanas. Me quedé un rato en silencio porque mi mente me absorbió completamente, los pensamientos me abocaban a algo, pero no a nada en concreto, sino, a un montón de pensamientos inconexos que conectaban escenas de Adrien y mías que siempre pensé que estaría demasiado borracha o drogada para recordar. Pero ahí estaban, y más vivas que nunca. El ruido que hizo Adrien al abrir la puerta y dándome paso me devolvió a la realidad, por lo que entré rápidamente para evitar que se diera cuenta de que estaba algo pensativa. No quería que pensara que estaba preocupada o algo así. No quería estropear nuestra primera noche antes de casarnos. Esa noche tenía que ser nuestra. Quería que me contara su pasado antes de que me hiciera suya de nuevo. La lluvia empezó a caer sobre nosotros, veía las gotas correr por el cristal. Adrien se metió en el coche antes de empezar a calarse. Se acomodó en el coche mientras yo colocaba el bolsito que llevaba sobre mi regazo, me entretuve sintiendo el tacto del pequeño bolsito de cuero color nude en las manos, mi mirada se perdió en el horizonte al tiempo que observaba las gotas de lluvia siendo borradas por el parabrisas. Solo volví a la realidad cuando la puerta del coche volvió a cerrarse con violencia, ahora Scott era el que entraba, tirando con rapidez la colilla al suelo. Scott nos echó una mirada a Adrien y a mí, lo que hizo que me sintiera intimidada, supongo que imaginé que él pensaría que las cosas estaban tensas entre nosotros, y no quería que tuviera ninguna duda sobre mí. Volví a juguetear nerviosamente con el bolso hasta que Adrien intentó coger mi mano, para que dejara de hacer sea lo que fuera lo que estuviera haciendo, y entrelazó mis manos blancas con las suyas, rozando con sus dedos cálidos los míos. Como caminando entre las llanuras de mis dedos para encontrar el camino de sal que él trazó la primera vez que me pidió matrimonio, y que lo volvió a trazar a mi corazón, cuando me lo volvió a pedir.
Adrien me miró a los ojos, y yo no pude apenas sonreír de los nervios que tenía. Miré por la ventana otra vez, y solo aparté la mirada de ella cuando el coche aparcó delante del vado permanente de una casa de ladrillo rojo muy bonita con una puerta de color azul. Scott fue el primero en bajar del coche, luego, Adrien que me tendió la mano para hacerme bajar con las suyas.
Perdí el equilibrio y pisé sus zapatos, lo que obligó a que sus manos se colocaran protectoramente sobre mi espalda, y nuestros ojos se clavaran en los del otro. Sonreí a medias y decidí salir de ese momento medio a tientas, porque cuando lo miraba a los ojos me quedaba ciega, mirando constelaciones. Adrien mantuvo su mano en mi espalda mientras caminábamos dentro de la casa, mientras yo solo sostenía el bolso de manera nerviosa.
-Adrien, Elena- nos llamó Scott. -Será mejor que os metáis ya a la habitación, creo que tendréis cosas que comentar antes de mañana.
Justo quería escapar de ese momento. Tenía miedo de que nos volviéramos a separar, por un error, por alguna incoherencia dicha por los dos. No podía evitar que mi mente me manipulara e intentara llevarme por los escenarios más macabros posibles, aunque imagino que ese sería el precio a pagar después de tantos tiras y aflojas que habíamos tenido en nuestra relación.
Adrien volvió a sostener mi espalda con sus manos, y yo para darle seguridad a Scott, a Adrien y sobre todo a mí misma, coloqué la mía en la suya y dejé que me guiara por las escaleras hasta la parte de arriba dónde estaba su habitación.
Su habitación era más bonita de lo que me hubiera imaginado. Tal vez no tuviera grandes cosas, tal vez no fuera un palacete, ni un salón de baile, pero tenía juegos de espejos que nos hacían vernos como columnas. Nuestros cuerpos se fundían y apagaban como las luces en su propio reflejo y sentí como si nos estuviéramos tocando pero en realidad no lo hacíamos. Tenía un pequeño balcón y una mesa con dos sillas: un cenicero, cigarrillos, unas gafas de sol y un periódico sobre la mesa. Su mano se agarró a mi hombro, como avisándome de que me iba a quitar el abrigo antes de quitárselo a él mismo. Yo asentí, y él volvió a observar el vestido rosa satén que llevaba con la espalda descubierta. Sus manos viajaron hacia las pecas de mi espalda, y en el espejo parecía que fuera buscando volcanes que extinguir o constelaciones que conquistar.
- ¿Tienes idea de cómo se quita esto?- preguntó intentando hacerme reír en esa situación en la que estaba tan nerviosa.
Yo lo miré con una sonrisa y no pude evitar reírme.
- ¿ Estás seguro de que quieres hacerlo ahora?-
- ¿ De verdad esa es una pregunta válida, Elena?-
Yo le di la espalda.
- Tiene un broche por detrás, al que van enganchados los tirantes del vestido -le dije a Adrien intentando sacarlo del laberinto de contradicciones que era mi vestido en ese momento, porque lo deseaba, y deseaba hacerlo con él. Deseaba que supiera que no tenía intención de volverme a separar de él. Quería ser la señora Sprün. Quería besarlo, y amarlo con todas mis fuerzas. Quería que hiciera de fuerza de gravedad con los volcanes de mi espalda. Lo necesitaba, realmente lo necesitaba, cómo nunca pensé que lo haría, y ahora que lo tenía solamente para mí y prácticamente desesperado por tenerme me entraba el miedo.
- Creo que lo he encontrado - dijo y observé como el broche estaba en sus manos. Sonreí y se lo quité de las manos, iba a colocarlo en una de las mesillas que había a cada lado de la cama, sin embargo, él me detuvo antes de que pudiera hacerlo, atándome la espalda con sus brazos.
-Adrien - insistí, intentando resistirme a esa sensación de estremecimiento involuntario que se apoderaba de mí cuando él me tocaba.
- ¿Mmmhh?- oí que se resistía diciendo en mi cuello.
- Tengo miedo- dije sincera. - Y estoy algo confusa. No quiero volver a hacerlo hasta que me digas toda la verdad.
- ¿ Qué toda la verdad? ¿ cuál verdad, Elena? Esta es mi verdad, esta es la casa dónde nos acogió Don Barry, aquí crecí con otros chicos que no tenían ni idea de absolutamente nada en la vida, al menos como yo, que era un pájaro callejero, un perro solitario que no sabía ni lo que quería. ¿Quieres la verdad? ¿quieres la puta verdad? Yo era el mayor de todos los chicos...bueno, tal vez sólo un par de años, y tenía que cuidar de mi hermano, que era el más pequeño, pero, con todo me sentía el más pequeño, el más débil de mis nuevos hermanos, tenía miedo de todo y crecí con una fobia a las separaciones, desde que mis padres murieron. Pero no podía mostrar nada de eso porque confiaban en mí, y se apoyaban en mí, y no quería defraudarlos. No soy un maldito loco, Elena, sabes que si te busco no es por mis miedos de niño, es porque contigo por fin sé lo que quiero, sé que la libertad plena solo la he podido ver, tocar y sentir tres veces contadas, y son esas tres veces contadas que te he besado y cuando nos hemos acostado . Yo negué con la cabeza.
-Nos hemos besado y nos hemos acostado más de tres veces contadas, Adrien.
-Elena, ¿ qué sientes que te falta en esto?
-Mira Adrien, sé que me deseas tanto como yo lo hago, pero... siento que hay algo que no encaja. No sé si es toda esta situación en la que nos hemos visto envueltos la que nos lleva de cabeza, pero siento que no confías en mí. No confías en mí plenamente. Te has ido demasiado veces, ¿ cómo puedo estar segura de que no volverás a irte una vez más?
-Yo también tengo miedo, Elena. Me han abandonado muchas veces, no quiero salir herido.
Yo objeté.
-¿ Y cuántas veces más vas a desnudarme hasta saber que soy tuya completamente?-
-Elena, no puedo prometerte que esto vaya a ser perfecto, pero sí te juro que voy a luchar por ganarme tu confianza todos los días, voy a intentar ser cada día un poquito más como tú. Confío en ti plenamente, señorita Pavía - yo lo rodeé con mis brazos y él me cogió de las piernas para subirme al estilo nupcial en su regazo. Esta vez en la que me cargó así no fue tan torpe como la primera vez en la que yo me torcí el pie y casi acabamos lejos el uno del otro para siempre. Mis manos se agarraron a su cuello, y las suyas viajaron como una aeronave desde mi cuello a mi espalda. Me sentó en la cama para luego mirarme a los ojos mientras me tumbaba. Me sentía como en una nave espacial, volcada como un péndulo completamente. Como la música en aleatorio, totalmente colocada, prácticamente pirada, y no me sentí totalmente cuerda de nuevo hasta que él no regresó a las dunas de mis piernas levantándome el vestido y oía mi respiración debajo de mi nuca. Me volví a sentar en la cama, cubriéndome el cuerpo semidesnudo con las costuras del vestido marcando mi sujetador cuando oí el estruendo del teléfono que empezó a sonar dejando sueltas todas las alarmas.
Adrien, se levantó a cogerlo, y yo esperé pacientemente sentada a que él volviera a nuestro campo de ajedrez, la cama, nuestra cama y nuestra futura cama hasta que lográramos algo mejor.
-¿Sí?- contestó pacientemente pero con desgana.
-¿ James?- no logré identificar la voz, porque Adrien colgó el teléfono en aquel mismo momento, lo cuál me pareció raro, pero no advertí nada más. Solo sonreí y pregunté.
-¿ Quién era?
-Nadie que pueda estropear el momento más feliz de nuestras vidas. No pienso coger un teléfono hasta dentro de tres días - yo sonreí.
- Pero, Adrien, tres días no es mucho para una luna de miel - él me quitó una sombra de maquillaje que se había quedado corrida en el lagrimal.
-Pero van a ser las tres noches más inolvidables de nuestra vida, mi amor. - Me aseguró y yo besé uno de los rasguños de sus mejillas que ya estaban sacando sus raíces como cicatriz.
- Te amo - contesté.
- Y yo te amo a ti, Elena - ambos buscamos nuestros ojos como una mariposa diurna y otra nocturna atraídas por la misma luz.
Dejé que se quitara la chaqueta y la camisa y que luego volviera a mí a desembarazarme de aquel amasijo de hojas caducas que era aquel vestido de satén color rosa. Porque nuestras ropas se quitaban como el otoño, y nos abrazábamos como un solsticio de verano. Desempolvó la alfombrilla de mis dudas, y pisoteó alguna que otra ruina, a la que puso su nombre. Rozó mis hombros con su nariz haciendo un hoyo como en la arena. Luego, dónde colocó su nariz, dio paso a sus dedos, el hoyo se fue transformando en ondas que él iba creando con sus dedos, enviando una corriente de placer que arqueó mi espalda. Por fin dio paso a sus labios, aunque mi cuello ya había sido traspasado por el éxtasis de Cupido. De una curva praxiteliana pasé a ser el manto de hojas caídas sobre mi cama, completamente asaeteada por el placer.
Lo dejé pasar, para que frenara la hipotermia que sentía cuando él no estaba cerca, y nuestros labios cayeron de profundis, en la noria de nuestras bocas.
Mi labio inferior engañó al suyo, y el suyo al mío, intentando vislumbrar la salida con la lengua, piel y dientes. Pero la musa del amor no nos dejaba, y Venus se apoderó del calor de la habitación, y el otoño parecía pleno verano. Sentí placer cuando erosionó los senos de mi pecho, como conchas que se fosilizan como un quiste de años en la playa. Sabía que su última parada iba a ser la flor de Eva, la manzana iba a tocar el Edén prohibido, pero esta vez ninguno de los dos lo impediría, estábamos demasiado enamorados para permitir saltarnos el Edén de un solo paso y sin que la serpiente nos hiciera morder la manzana.
Cuando llegó al punto exacto, sentí una especie de placer inolvidable, una especie de lluvia, la lluvia de sus omóplatos flexionándose en mis costillas, toda la cresta parietal de su pecho como una duna en el desierto de los míos. Acabó aunque frenando como la lluvia en mis crestas ilíacas.
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