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seize. Berling Gap ( corregido)

Aunque la tienda de mods y scooters estuviera retirada del mar y sus barrotes, ya que el mar solo impactaba en las arenas de la Playa de Berling Gap, y en las rocas del faro, el oleaje era peligroso, nunca se había visto un temporal así azotado por la lluvia y el viento.

Apoyé las manos en la espalda de Adrien y él puso en marcha la mod que tenía un aspecto vintage del rojo de la moda antigua, que luego se reutiliza. El viento conforme íbamos subiendo por el camino al faro se iba volviendo más fuerte y oscuro, salpicando como la lluvia que salta desde un acantilado.

La luz del faro cegaba, aunque lo hacía de una manera tan bonita que te hacía pensar que el mar había cambiado de posición y ahora estaba en las estrellas.
Y así resultaba más fácil creer en la teoría de que somos universos enteros y de que somos materia oscura, que vivimos influenciados por las mareas y su posición en las estrellas, y en los planetas.

Esa noche no había luna, habían demasiadas nubes y quedaba demasiado tapada, incluso encima de nuestros hombros.

El faro tenía un aspecto blanco, era claro, pero ante la noche parecía una nube entre las olas, pero la luz, si la mirabas de frente te dabas cuenta de la inmensidad de todo.

La luz que emitía el faro sobre el mar era como esas luces que salpican cuando se abren las puertas de un pub a una calle oscura.

Adrien me dejó subir a mí primero por las escaleras. Él estaba atrás vigilando la atmósfera vertical que se ceñía ante nosotros. Las calles interiores de piedra, la barandilla y las escaleras con algunas tablillas de madera. Me dio la sensación de estar subiendo los peldaños de una máquina de escribir.

Al final del todo había una habitación, la habitación del farero, pero hacía años que el farero no vivía allí, una cama de matrimonio como las de antes, con patas de madera, y un pequeño balconcillo para alumbrar el faro sobre el mar.

Había una pequeña buhardilla, y pequeños cofres confeccionados con conchas y caracolas, con varias linternas, farolillos, y velas.

Salí de la pequeña torrecilla del faro y apuntando un pequeño farolillo sobre mis manos divisé Brighton por encima del nivel del océano. Sonreí porque por primera vez me sentía libre de verdad.

Sentí los brazos de Adrien introduciéndose en mi cintura, como si consiguiera llegar hasta el fondo de mi vientre y eso estaba bien porque lo amaba y él tal vez, lo hacía también.

El farolillo se deslizó de mis manos como la torre de Pisa, pero me sentí inalterable cuando él lo dejó en el suelo quitándolo de mis manos, y dejándolas libres de alguna manera que sólo nos importaba a los dos.

-Dime que no tiemblas así con nadie- susurró en mi oído. No contesté y volvió a coger el farolillo para alumbrar mi cara, yo tenía miedo de mantener mis ojos en los de él. -Todavía tienes miedo de mirarme a los ojos, Elena.- Era verdad, cuando él siempre intentaba que nuestros ojos navegaran al mismo nivel yo me rezagaba antes de permitir que se juntaran, pero tal vez no era tan injusto, yo pensaba que estábamos en paz.

Él me había enseñado el peor lado de las cosas, y el mejor también, pero creo que para él no era suficiente.

-¿ Qué quieres que diga?- levanté un poco la voz, sentía que nunca se me oía lo suficiente entre tanto vapor que ambos destilábamos y el ruido de  la marea golpeando las rocas del faro. Había demasiada lluvia de dudas entre nosotros, pero nos amarrábamos a barriles, y eso era suficiente.

-Antes dejaste que te besara cuando te pregunté que si confiabas en mí. No te puedes imaginar lo enserio que iba, sino, no te habría traído hasta el punto más álgido de la Roca de Brighton- yo me sentí incapaz de hablar.

-El tener miedo es compatible con confiar, ya lo creo.- Contesté.

Quería decirle algo diferente, la verdad es que no podía mirarle porque el único espacio abierto que no estaba nublado eran sus ojos, y me martirizaba que él fuera el único desaliento que marcara el marcapáginas de mi vida, pero solo si el reloj no lo marcaba a él en mi vida.

-Me gustas demasiado como para mirarte con los ojos abiertos.- le dije y él se sorprendió. -Soy lo suficientemente idiota para disimular que estoy cayendo por ti y acabar hundiéndome en un vaso de agua. Te crees que tú eres el único animal aquí, que tú eres la única bestia, pero yo también te quiebro vértices, yo también apago y diluyo las acuarelas de tus mejillas. Yo tampoco soy un ángel. Y si quererte significa quedarme sin alas lo haría también.

Adrien tapó mis labios con sus dedos.

- Mira la marea - me susurró y yo obedecí luego se encendió un cigarro y cuando las llamas estaban encendidas apagó la chispa y tiró la colilla al mar, observé el precipicio caer a cámara lenta de sus manos.

Luego cubrió mi vientre con sus manos. -Serás una gran madre, Elena- luego me hizo mirarlo a los ojos mientras me cogía de las muñecas. -Prométeme que le enseñarás los castillos de este lugar, que le hablarás con cariño del único hombre que será su padre siempre, porque podrás no ser mía, Elena, pero si alguna vez yo faltara sé que te faltaría el aire, se te helarán los huesos porque eres para mí,  igual que yo soy para ti, aunque aún no lo comprendas, porque nunca he regresado del abismo dos veces para poder amarrarme como un muelle a tu vida y con las algas del mar a tu espalda. Poder ligarme a ti como un invertebrado se liga a cualquiera que pueda ser su columna vertebral. Y aunque intentes censurarme aunque me niegues sé que esta noche haremos el amor sobre el colchón que está latiendo, que el faro parpadeará pero lejos de palidecernos de vergüenza, seremos el reverdecer de las olas en pleno summum con el mar, y el techo no nos será abrupto- sujeté sus mejillas con mis manos y crucé mis labios en los suyos que él enredó como las olas se entrelazan unas con otras. Mis brazos se enfundaron alrededor de su cuello y con sus manos sujetó mi nuca y entró en mi pelo, consiguiendo enredar los mechones castaños tanto como los tirabuzones de las olas.

Quizá calculando con la frágil fibra de las cifras y magnitudes mentales estuviéramos más o menos a unas diez millas del mar, ya que el faro se encontraba en el terraplén de tierra en el acantilado que saltaba a la Playa de Berling Gap.

Era casi tocar con los dedos la hiel de un polo extraño el pensar que en la arena de la playa esa noche después de la tormenta los niños seguirían jugando pisando las caracolas de la arena, y con ellos, los aullidos del viento se destaparían como en Aladino y la lámpara maravillosa. Se seguiría jugando a la rayuela en medio de los hoyos de la playa.

Eso me recordó a esas caracolas que pegándolas al oído podías escuchar aún años después el sonido de una playa que visitaste hace más de diez años, porque todo se queda grabado en nuestras habitaciones y más dentro de una caracola.

De las tormentas sobre la arena no se sabe nada después del sol, como los restos de sal que se quedan varados en las rocas, se olvidan al oeste de la orilla.

Daba la sensación que desde esa altura éramos infinitamente pequeños, como hormigas que se aferran a un junco viendo al río arrastrarse con fuerza. 

¿ Realmente, se podría pensar que no había vida en los suspiros de las olas? ¿qué no podía creerse que tras las sábanas de espuma tan similar a las dunas blancas de los colchones del hotel Montmartre hubiera bocas callando secretos, labios tan hondos como las grutas marinas comiéndose recuerdos?

Ya la marea había casi cubierto entera la playa, como la plaza Navona cada veintinueve de enero en Santa Inés , torrentes marinos inmensos se juntaban y se desvanecían.

Me encantaba ver a Adrien contemplar el mar en silencio, mientras se encendía el penúltimo cigarro del día que siempre acababa siendo el anterior al siguiente, pero la verdadera hoguera no estaba en el cigarro sino en sus manos, y como se alzaban al horizonte sin ni siquiera tocarlo, como abrazaba las dunas del puntillismo con sus dedos y ni siquiera las tocaba. No las estaba tocando pero él estaba a mi lado y el mar y la arena se me deshacían de las manos.

El horizonte se me resbalaba por la cara.

Él podría haber sido farero  o el mismísimo  Poseidón.

Me apoyé en su hombro y él arrugó su abrigo negro hundiendo sus brazos en el mío marrón.

Hay colores que son presa, hay colores que son alma de acuarela, y al mismo tiempo contradicción.

Pero estábamos abrazados en primera línea del faro.

Ya no quedaba nada del puente de su abrigo negro, ya que su codo estaba hundido en la cinturilla marrón del mío.

Echamos una última ojeada al horizonte y besó mi cabeza con cariño, después unió nuestras manos como en un enlace permanente como las olas y el faro y me susurró .

- ¿Estás lista?-

- Sí- sonreí.

Yo volví a coger el farolillo cuya vela estaba casi apagada por las fuerzas del aire como los soplos de los niños en las velas de una tarta de cumpleaños.

Entré en la habitación del faro con cuidado de no caerme y coloqué el farolillo en la mesilla encendiendo la vela. Me giré y vi a Adrien sacándose el abrigo y observando si tenía algo en los bolsillos, me senté en la cama mientras me quitaba los zapatos, sentí que se sentaba en el lado de la cama opuesto al mío, pero el peso de sus rodillas se hizo eco en las armaduras de la cama, el colchón temblaba y dentro de mi pecho latía Gea.

Echó para atrás mi abrigo y retiró el pelo que había alrededor de mis hombros  para ver  mi cuello como si tomara medidas del nivel o longitud del mar, hundió sus dedos en las clavículas blanquecinas y luego bajaba hundiéndolos más fuerte como si puliera y desgastara arrecifes con lluvia, como si él fuera islotes y en mi cuello vivieran las piernas del mar. Y sus manos durmieran en posición fetal tras haber descubierto Pompeya.

Sentía un remolino de nervios  en mi estómago, hasta que sus labios cobraron el papel principal y fue haciendo ecos sonoros y no sé si éramos carreteras o tal vez rocas o islotes, islas o cráteres marinos, sin formar pero sentía que a medida que caminaba por mi cuello, el suyo se doblaba como los arrecifes de Coral.

Bajó al pecho y en ellos bordeó su cariño como si mis senos fueran acantilados y él necesitara frenar en ellos o caerse por el cabo del miedo. Luego bajó a mi espalda y se deleitaba en mi sudor como si hubiese hecho de todas las playas de mi cuerpo, de Brighton cada una de ellas.

Cayó todos mis gritos en la gruta de su boca porque sabía que ya habíamos traspasado el cabo del miedo, que estábamos en el archipiélago de las sirenas. Que éramos un bote de islas encriptadas unas con otras. Estábamos tan juntos, tan unidos que el sudor era tan íntimamente nuestro que parecía que éramos quistes con el mar. Que éramos rocas difíciles de encallar fuera del mar.

Estábamos locos, pero uno nunca conoce la locura sin ti, Elena, me dijo mientras me envolvía entre su pecho, sus brazos y yo era tan suya.

Nuestros cuerpos estaban pegados como las sábanas casi que no traspasaba el aire, ni el sudor que recorría nuestros rostros, como si nuestras pieles estuvieran tan ahogadas de agua a punto de desbordarse, pero transparentes, como sus manos trepaban por mi espalda descubriendo nuevos castillos de arena.

El Palace Pier casi rayando los albores magenta de la madrugada, cogíamos todos los colores del mar mientras nos amontonábamos en caricias sobresalientes de las paredes y del colchón.

El relente entraba por la puerta del faro y las ventanas y las maderas se abrían y crujían por el aire y la ventolera, pero no había sudor frío. Yo sólo podía distinguir su olor y que nos consumíamos como nunca pero en el mismo cigarrillo, en la misma caja de pieles que éramos. Un lobo aullando contra una jauría hambrienta en mi pecho, y sin embargo me tocaba, como una bailarina o el vaivén de las olas.






















¡Hola a todos!

Yeyy! He vuelto, sí y más renovada que nunca. Estoy escribiendo esta nota y enterito el capítulo mirando el mar. Ayer, en la playa. Es un capítulo importante para mí y con el cuál soy feliz. Independientemente de los leídos, soy feliz con el resultado. Porque en él sé que he sacado todo lo que llevo dentro. He estado esta noche, la pasada en casa de mi tía en Torrevieja, y eso de mirar el mar y no aburrirse nunca es una maravilla. He dibujado también, y sobre el capítulo decir que este y el anterior los he basado en el faro de Brighton. El faro de Brighton estaría encima del acantilado que da a la Bahía de la Playa de Berling Gap. En Pinterest, hay muchas imágenes sobre este paisaje de Brighton, pinturas, etc, y por supuesto la película de Brighton Rock de Rowan Joffe, que es un remake de una en blanco y negro, es altamente recomendable. Estoy leyendo en estos momentos " Al faro" de Virginia Woolf y ha sido justo lo que necesitaba para escribir el capítulo.

En fin, que os guste y nos leemos en el próximo capítulo.


XOXOXOXO, Carmen ;)

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