onze. unimaginable
El frío cada vez se hacía más presente en la habitación, era como si entrara aire, que de algún modo no entraba por ninguna parte, pero mi piel estaba erizada, como una falda que se vuelve cortina, se levanta o vuela con la brisa del verano. La tensión entraba por cada punto cardinal de la habitación, y no hacía falta ruleta rusa, ni botella con una rosa podrida dentro pero con más espinas que mis agallas de salir de allí. Adrien seguía quieto, aún dudando de si coger la pistola y seguir lo que tenía planeado o insistirme en que no me haría daño. Crucé mis brazos a la altura del pecho, y miré a sus ojos fugazmente, como cuando te quedas mirando a los ojos de un extraño en un tren, pero de alguna manera sabes que no podría ser de otra forma diferente. Porque sientes que esos ojos no son de alguna manera tan extraños. Y de alguna manera ese marrón oscuro me recordaba a alguna de esas películas, o novelas de secuestros, dónde la muchacha no puede evitar enamorarse perpetuamente del asesino, o del que está en el momento justo del crimen, sin ser el sospechoso, o simplemente del chico que nunca podría ser bueno. Y así, como una mujer sombra que vaga como una Bansheé por las colinas y vegas de los ríos de Escocia, me sentía yo mirando a sus ojos marrones. Podía casi leer en sus pupilas, y el dorso de sus iris, un mensaje decodificado que me decía " No des un paso más". Nunca me consideré lista, ni una chica con más dedos de frente que la chica de la esquina, de hecho, podría ser perfectamente la mejor candidata a ser engañada o burlada en un bar.
Completamente drogada, y que luego me abrieran la garganta, porque confiarían en que yo no hablaría. De alguna manera, sentía que con Adrien estaba protegida, aunque no lo estuviera del todo, es decir, con él, estaba en peligro constante, pero al menos, salía de esa zona de confort en la que me habían metido mis padres, para que a mí no se me ocurriera entrar en la vida de un chico con un pasado maldito. Pero yo sabía como casi que llevaba escrito en la sangre, que algún día me hartaría de esa vida perfecta en la que toda mi familia me quería moldear, como si fuera una muñeca hecha a medida, como si fuera una sábana recién sacada de la lavadora, bien perfumada y planchada. Sin restos de pecado o errores.
Adrien pensaba que mi vida era perfecta, pero en absoluto lo era, no es fácil ser la única chica entre dos hombres que lo quieren controlar todo. Georges, era mi medio hermano, tenía otro que era mi hermano biológico, pero pasaba de mí. Mamá siempre ha tenido debilidad por los hombres, como si estuviera casi escrito en la frente, como si no estuviera escrito en su mirada, las veces que había aguantado las infidelidades de mi padre, a pesar de que sabía perfectamente que cuando se iba por las noches y no volvía hasta bien entrada la mañana, era porque había dormido con otra. Claro que no se imaginaba nunca que esas infidelidades llegaran a más, es decir, hasta el punto de crear una nueva criatura.
Georges era el fruto de una de esas infidelidades , y después de que mi madre descubriera que mi padre la engañaba, decidió separarse de él . A partir de ese suceso nos cambió la vida, Lucas y yo nos nos íbamos turnando los fines de semana para pasarlos con mi padre en su nueva vida, en su nueva casa con su nueva mujer, la madre de Georges. Lucas, pasado un tiempo cuando ya tenía más de dieciocho años, decidió . Muchas veces me he preguntado, porqué mi madre me dejó con Georges y con mi padre, pero creo que mi nombre lo dice todo, mis padres me pusieron Elena, porque era el nombre favorito de mi padre.
A ojos de todos, yo era la favorita de mi padre, y creo que me quedé con él por eso. Nunca me he arrepentido de ello, pero cuando voy a ver a mi madre y a Lucas, creo que siempre he recibido más comentarios innecesarios de ellos que de Georges y de mi padre.
Sus ojos también se quedaron a medio trance en los míos, su rostro estaba desolado, la luz de su rostro se veía demasiado pálida en esa noche cabizbaja, pero decidí cuando mi miedo se hacía más fuerte, mirarle con esa mirada que leyendo fácil se dice " me crees débil" caminé saliendo de ese ángulo que habíamos formado, esa esfera de triángulos atmosféricos que se nos hacía tan extraño , al haber estado hacía unas horas tan enfundados en el otro, sudando como peces cuando salen del agua. Con los rostros rojos y las pieles tersas de tanta caricia, como las flores llenas de rocío de madrugada.
Entré al baño, e hice maniobras para encerrarme, pero Adrien, puso un pie intentando cercarme el paso, como si estuviéramos jugando a la rayuela, como dos niños enfrentados, pero para nosotros era como si a cada paso de la tiza, o nuestros pies negándose el paso, era como si nos llenáramos la cara con sangre o el contenido de botellas de wodka amargo. Parecía una película de santos inocentes, santos que no eran santos, santos que se hacían santos pero que en realidad se podaban las manos con odio. Podía leer en sus ojos que mi actitud le hacía daño, yo podía hacerle saber con la frialdad de mis labios que él también me hacía daño. Como si estuviéramos encerrados en neveras concentradas de puro helor, aunque por nuestras frentes corriera agua hirviendo.
Se oyeron unos gritos en los alrededores de la puerta, era un sitio tan oscuro, que de lo que pasara allí, nadie sabría nada, por eso las bandas marginales siempre atacaban allí para ahorrarse quejas multitudinarias o penas peores al calabozo. Gritos, y más gritos, disparos de huida. Tal vez, unos pasos indicaran a los pocos minutos, un cuerpo darse a la fuga.
Adrien me miró serio.
-Te sacaré de aquí, aunque sea lo último que me dejes hacer por ti.
Lo observé darme la espalda, y abrir a la puerta, noté como su cuerpo se agachaba hacia un cuerpo que yacía con un dolor punzante en el suelo. Y una chica medio traspasada por el horror, con las manos cicatrizando en su rostro, como queriendo desaparecer de allí.
Inspeccionó el rostro y las facciones de aquel cuerpo, y lo sentí darse la vuelta y salir de ese pequeño pero acongojante Backyard, o ese patio interior, sin mirar atrás.
Salí de aquel apartamento que por momentos se me hacía insoportable y lo seguí, mirando horrorizada el panorama.
Tuve que caminar un poco, para encontrarlo, y tuve que respirar hondo, intentando tragar saliva, vacilando el oxígeno en mi garganta, porque la imagen de Adrien mirando a la luna encendiéndose un cigarrillo, sin camiseta y sólo con los pantalones mal puestos, y el cinturón sin abrochar, me dejaba como un precipicio en carrerilla a caerse.
O un boceto casi sin empezar.
Me acerqué con cuidado rodeando su espalda pero sin tocarlo, lo sentí rígido y frío, como los rígidos peplos de las koré griegos. No me miró ni hizo el intento. Mis manos se colocaron tímidamente en sus hombros y apoyé mi rostro en la curvatura de su espalda.
-Lo siento- dije sincera, sentirlo tan ausente a mi tacto me partía el alma mucho más de lo que él se podría imaginar.
Él no dijo nada, yo me aferraba más a él, mientras él solo se encendía y apagaba los cigarros que no se atrevía a llevarse a la boca, como un tira y afloja, como lo era nuestra relación.
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