dix - neuf Claremont and Hove. Segunda Parte.
La luna llena se veía en sombra de acuarelas desde algunos ventanales del restaurante y del hotel que no estaban cubiertos, y se dejaban de ver los cristales de amarillo pálido, algo desgastados por las últimas lluvias. El mar la reflejaba y la luz llegaba más allá del West Pier, y las ruinas del Royal Suspension Chain Pier, que había sido destruido durante una tormenta en 1823. Las cortinas se habían recogido, y el toldo de fuera estaba echado en la terraza, para quien quisiera ver el mar desde esa extraordinaria panorámica, desde dónde se veía el Carousel y todas las atracciones dinámicas, que seguían transcurriendo como el mismo curso de cascadas de aire en unos pulmones que respiran. Niños que corrían por el muelle que seguía en pie, niños y personas que no pensaban en que había unos armazones de hierro que los sujetaban como una aeronave que los mantenía a flote en el aire, y los salvaba de caer al mar. Nunca nadie suele pensar en qué hay después de la diversión, que, entre el tambor de la risa, puede haber un cuerpo que se derrumba.
Adrien se fijó en el gran reloj que había en una de las estancias del salón. Al que rodeaban un grupo de gente, les oía murmurar algo como una cancioncilla irritante en la cabeza. Pero tampoco tenía el valor de atreverse a preguntarles que murmuraban. Ya que sentía su corazón latir al ritmo de Blue Oÿster Cult de Patti Smith. En parte porque algo le decía que algo extraño estaba pasando, un grupo de personas parándose en un reloj de plata y hojas de oro como previendo un sueño premonitorio dónde todo está mal, eso era algo que solo pasaba en películas de Orson Welles, y de Alfred Hitchcock. En un momento en el que la marea subía y sus dentadas y mordiscos a las olas le hicieron prever que el mal se acercaba, como en aquella canción de Patti Smith. “Hell’s built on Regret” .
Pero a dónde podía ir si el destino acortaba sus pasos. Miró su reloj de pulsera y titubeó con la garganta al notar un cambio en las manecillas del reloj. El reloj del hotel marcaba la una de la mañana, cuando eran las ocho de la tarde. Al darse cuenta de que un hombre había dejado olvidada su billetera con un reloj de pulsera. Agarró el reloj con sus manos y al notar que ahí marcaba la una de la mañana, se enganchó el reloj en la muñequera de su chaqueta, y volvió a mirar el reloj de pared que siniestramente marcaba la una de la mañana.
Luego, en un tiempo récord, miró el de su pulsera en el que titubeaban las seis, y luego se desvió al que marcaba la una, y salió del salón. Por todas partes se veía la luna entrando presuntuosa por las paredes, y diluyendo las imágenes de los espejos. Sentía que tenía que buscar a Elena. Pero, ¿qué excusa le daría? Cuando ella dijera “ ¿para qué?” No solo eres un mentiroso, te doy mi palabra de que confío en ti, y me vuelves a meter en el basurero. Y chico, si vienes con ese rollo de la canción de Patti Smith, y ¿ qué quieres decir con ese “Hell’s built on Regret”? Tío estás pirado” Adrien sacudió la cabeza y entró en todas las habitaciones para ver si veía esa cabellera castaña y esos ojos verdes que eran su perdición.
Vislumbró como en una cadena a la tía Anastasia y la abordó como pudo con la idea más estúpida mientras ella la miraba con sus estúpidos ojos de rana que ella ponía cuando se encaprichaba con alguien.
-No sé de qué Elena me estás hablando, muchacho -soltó Anastasia -solo conozco a una Elena, y esa es mi sobrina- luego miró a Adrien sin decoro, - pero ¿qué tienes tú que ver con ella, querido?
-No le voy a decir nada sobre mis asuntos, señora Garrell, solo puedo decirle que necesito que me diga dónde está su sobrina urgentemente si no quiere que le partan una pierna a las dos -pensó que en vez de solícito sonó bastante duro.
-¿Me disculpa un segundo?- la señora Garrell bebió de una de las copas que había en las mesas en las que no había aparentemente nada raro, y eso que no lograba recordar nada de lo que habían hablado hacia unos segundos. -¿Sigues ahí muchacho?- se volvió a fijar en Adrien.
- No recuerdo tu cara, y no recuerdo haberte invitado a la fiesta que he organizado- Adrien se percató dos puntos importantes en esa conversación, que hacía unos segundos recordaba y ahora en su somnolencia le había soplado que ella había organizado la fiesta. Eso impacientó algo a la señora Garrell, porque estaba impaciente por sentarse, y al mismo tiempo se sentía confusa y adormilada.
-¿ Se encuentra usted bien Señora Garrell?- inquirió Adrien como la esperanza de resolver las piezas en clave de esa moche como un detective privado, salvo que para él el puzle, se hacía cada vez más largo, y no había modo de terminarlo.
-¿Se puede saber qué es lo que quiere?- preguntó la señora Garrell incapaz ni siquiera de perder los modales cuando perdía los estribos.
- No quiero nada, Señora Garrell, ya se lo he dicho. Necesito que tenga disponibilidad conmigo a la hora de responder mis preguntas correctamente - dijo seco después de darle otro trago a la copa que tenía entre las manos.
- ¿ Cuál era la pregunta?- inquirió Anastasia incapaz de recordar.
- ¿Señora Garrell, ha notado usted algo raro en la bebida?
- No, solo tomé algo que me dio mi sobrina dice que un hombre amablemente las está repartiendo. Dice que lo echa en la bebida y se aguanta la noche mejor.
-¿ Dónde está su sobrina?
- No recuerdo, pero se subió con el muchacho de ojos claros a la habitación que tenemos reservada.
Muchacho de ojos claros…
La mujer cayó al suelo como desmayada pero el pulso decía que solo estaba dormida, la habían drogado.
La arrastró de las piernas por unas puertas en las que no había nadie. Miró el reloj de pulsera, sólo eran las once de la noche, subió a la señora Garrell hasta las habitaciones y luego oyó un ruido, un grito de mujer exactamente, y a alguien que intentaba forzar la puerta para abrirla, a la derecha del pasillo.
Adrien tenía una de las llaves, había sido listo pero el personaje que estuviera dentro con la mujer también se había hecho con todas las llaves del hotel. Introdujo la llave en la puerta en la que se había oído el grito de mujer en el intermedio anterior.
Lo único que parecía abierto era el balcón abiertas sus puertas de par en par, color rojo bermellón diluido en pisadas en el suelo del balcón y una navaja, se acercó a pasos sigilosos recordando que llevaba una pistola y una navaja en la billetera. No planeaba usarla esa noche, pero oyó otra vez ese grito estridente de aquella mujer.
Aunque cada vez que se acercaba ese grito de terror le recordaba al de una niña pequeña que se pierde jugando al escondite. Una niña pequeña que él conocía. Elena estaba atada al borde de la balconada del salón, atada a la barandilla, sus manos agarradas sobresalían por fuera casi en el vacío. Su rostro era de terror absoluto, la habían dejado tan asustada que temblaba, y estaba cegada por las lágrimas. El hombre que estaba con ella amenazaba con tirarse del balcón si ella se negaba a lo que él decía. El hombre ya llevaba varias heridas y cortes en sus brazos. Qué difícil era negociar con un suicida.
Pero por su rostro, un rostro algo destrozado por quemaduras probablemente de ácido, que pudo visualizar a través de la intersección que hizo la luna con su reflejo y la mirada del hombre a su izquierda, pudo comprobar que el hombre no era un suicida, sólo pretendía huir porque el tema se le había jodido. Lo oyó mascullar un, mierda mientras echaba ácido a uno de los barrotes del balcón, en concreto en los que estaba situada Elena.
Los barrotes comenzaron a hervir y chirriar, y se orillaron descolgándose, y Elena tuvo que mantener el equilibrio en lo que podía agarrarse mientras el hombre saltaba y ella se mordía las ganas de taparse la cara con las manos.
Elena murmuró una oración como si el cielo pareciera escucharla.
Sentía que se le acababan las fuerzas, pero en seguida sintió un cuerpo sobre ella, miró la textura de ese cuerpo como si fuera una sombra, porque no tenía ni idea de cómo ella iba a acabar, si esa textura que veía en borrones por las lágrimas la ayudaría o la mataría.
Pero desembocó en los ojos marrones de Adrien, que le ordenó “ Agárrate a mí” ella miró el vacío que había bajo sus pies y se agarró a los hombros de él al mismo tiempo que él le agarraba las piernas para poder apretar sus brazos cuanto le fuera posible y sacarla de entre los barrotes.
Elena se puso de pie cuando estuvo ya a salvo del peligro, pero Adrien se quedó mirando el vacío y zigzagueando en sus pensamientos. Se veían el muelle, el faro y el acantilado de Berling. Oyó varios gritos diferentes que sabía que no provenían de la garganta de Elena.
Conocía sus gritos, sus orgasmos, pero no era ella la que gritaba. Nada salía de ella. Ella estaba inmóvil apretando sus brazos sobre su pecho, intentando desmenuzar las lágrimas, pero no podía parar. Adrien la agarró por los hombros y aunque algo duro le dijo.
-Tenemos que salir de aquí, Elena, antes de que nos vea alguien -ella negó con la cabeza y se giró bruscamente.
- Si no te hubiera vuelto a ver, esto.. -ella se quebró y no podía continuar -todo esto no habría pasado.
-Pero ha pasado Elena, y no podemos desligarnos. No ahora.
Él la tomó de los hombros y la sacó de esa habitación con firmeza.
-Adrien - él no la escuchaba. -Joder, Adrien, escúchame -él no se paró hasta que ella lanzó uno sus zapatos de tacón dónde él estaba. Él la miró extrañado. -¿Quién era ese hombre? Y… ¿por qué me amenazó a mí? Tenías razón en lo que decías, Barry, estoy en peligro contigo. - Adrien intentó no llorar, mientras hundía el tacón del zapato de Elena en el suelo provocando un hoyo como los de golf.
-Creía que tenía razón en eso, Elena. Pero me equivoqué. Ella negó con la cabeza.
- ¿ Qué quieres decir con eso?
-Tu tía ha invitado a miembros de la mafia de Black Jack- Elena se quedó muda.
-¿ Cómo?- Elena sabía que su tía jamás se involucraría en esas cosas, al menos no conscientemente. Al menos esa era la visión que tenía de ella.
-Elena, no conocemos todo de nuestros familiares y tú no habías visto a tu tía desde hacía por lo menos diez años. Elena le negó la mirada.
- ¿ Cómo lo sabes?
Adrien contestó fácilmente.
-Georges.
-Ahora no escondes que adoras a mi hermano, ¿ verdad? Nada más que te cae bien si puedes aprovechar algo de él.
-Elena- insistió Adrien. - Nunca me aprovecharía de Georges. Es mi amigo.
-¿Entonces por qué le preguntas cosas de familia?
-Él me lo contó un día que iba a borracho.
- ¿ Y tú no pudiste pararle los pies?
-Yo no puedo parar una lengua hiperactiva, Elena.
- ¿Cómo puedes decir que mi tía ha colaborado con la mafia si no la conoces?
-Perdona mi intromisión, Elena, herir tus sentimientos no es algo que me agrade, princesa.
Pero continuó. -No puedes confiar en nadie, Elena, lo aprenderás con el tiempo.
-Eres más turbio que un loco de planetario -contestó la chica visiblemente afectada. - ¿ Cómo va eso, Lord Barry James? ¿ No puedo confiar en nadie sin consultarte antes? No soy tu cosa, no soy un aderezo ni puedes sujetarme la falda cuando te plaza si luego piensas abandonarme, o herir mis sentimientos de la forma más ruin que se te ocurra?
Adrien la interrumpió.
- Elena, sé que te he dañado muchas veces, pero nunca he sido perfecto. No he tenido la instrucción perfecta de buenos modales, que te dieron a ti o a Georges.
-La podrías haber cogido si te hubiera dado la gana- luego continuó sin saber que podría romper un vaso con sus palabras. -Don Barry fue como tu mentor.
Adrien la cogió de las muñecas y se la llevó a un ascensor en el que la luz se había fundido.
-Lo quise como a un padre, y él me quiso como a un hijo, pero tampoco sé porqué una mafia lo mató. ¿ Comprendes ahora por qué tengo tanto miedo? No se puede confiar en nadie.- Elena sentía su respiración abocándose en su pecho.
-¿ Podría haberse metido en algo turbio, te refieres?
- No lo sé, ese es el punto. Y no sé si quiero saberlo todo es un jodido lío.
-Lo sé, lo sé. Pero, ¿ qué tiene que ver mi tía en todo esto?
-No lo sé, princesa, no lo sé. Pero necesito que mantengas la calma y me ayudes a buscar entre sus cosas o en algún archivo familiar.
-¿Solo me necesitas para eso?- Elena no sabía si sentirse aliviada o ponerse a llorar. -Y después, ¿ esto se acaba?- Adrien no estaba seguro de qué responder.
-Eso depende de ti - Elena carraspeó un poco como desmenuzando su salivia a través de su lengua.
- ¿Sólo de mí?
-Me refiero a que solo funcionará si quieres estar conmigo de verdad. Mi vida está rota y lo sabes.
-Sabes que no es que no quiera, solo se rompe cuando la cagas.
-Intentaré no cagarla.
-Te ayudaré. No puedo prometerte nada por ahora.
Adrien asintió.
Elena condujo a Adrien a la habitación que habían dejado hacía unos momentos. Ahí estaba hospedándose con su tía.
-Espera ahí.
Le dijo a Adrien mientras se apresuraba a mirar en el bolso que estaba dentro de la caja fuerte.
-¿Tu tía es de esas que lo guardan todo bajo llave?-
Elena no entendió el sarcasmo de Adrien.
-Digamos que dispone de mucho dinero de su último marido.
-¿ Un tal Garrell?- Elena asintió sin mirarle, aún intentaba poner bien la combinación de la ruleta.
El siguió con la conversación, aunque ella le diera la espalda. A veces para ellos era más fácil hablar así sin herirse.
-¿ De cuánta cantidad estaríamos hablando?
- No lo sé Barry, nunca habla de información muy personal. Nunca infravalores el poder de una Garrell.
Al fin la caja fuerte se abrió, Elena se apartó empujada hacia atrás por Adrien, mientras que hacía una barrera entre ella y su espalda, poniéndose delante de ella para observar bien el contenido de la caja fuerte.
Adrien husmeó bien el interior de la caja buscando como un perro de policía localizando rastros. Había monedas y piezas negras blancas y rojas de póker, barras de labios, cartas selladas con el rojo y el brillo de labios. Cartas de póker, dólares americanos, bolívares, y muchas libras y billetes bien doblados con gomas. Pesetas españolas…Al fondo una rosa y una pistola con un papel doblado con la resina de la rosa arrancada con una frase que decía.
“ I seem to see a Rose, I reach out, then it goes” lo que parecía el preludio de una carta o de algo que firmaba una identidad llamada “ The Rose and The Thief”
Adrien se guardó la nota en el bolsillo y observó la pistola con cautela. Luego observó a Elena que lo miraba detrás de él sin decir ninguna palabra, tan sumida en el contraluz de la habitación que pensó, ¿ por qué la nota tendría que estar entre la pistola y la rosa? Quién hubiera escrito la carta no dudaría de la belleza de Elena, la habían comparado con una rosa con hojas marrones. Y una rosa con hojas marrones no existía, a no ser que dejaran morir el rojo de sus pétalos si no las regaban. Alguien de la mafia de Black Jack había escrito la carta y la nota seguro, pero quién, aparte de Adrien y su hermano Andreas conocían a Elena. Pero Andreas, no, él definitivamente no, él no podía estar enamorado de ella, era de los primeros que se reían de ella cuando eran unos niños. Uno de los tantos que le tiraban los cigarros en la falda como un basurero. Pero nunca se imaginaría que otra persona además de él deseara tanto apagar los cigarros del dolor en la espalda de Elena.
Adrien buscó entre la oscuridad la palidez del rostro de Elena, la miró aterrizando en sus ojos verdes y le levantó la barbilla para que viera sus ojos marrones aterrorizados de miedo, luego la abrazó entre su cuerpo estrechándola más a él, mientras él hundía sus manos en el pelo pelirrojo de la chica, mientras la abrazaba leía por segunda vez la nota.
- ¿ Por qué accediste a subir a la habitación con un hombre que no conocías? Te dije el expreso cuidado que tienes que tener. No se puede confiar en nadie, princesa. - Él estaba dolido pero más desde que había visto la nota, temía que Elena se hubiera empezado a ver con algún chico camuflado de la mafia. -Dime la verdad, princesa, ¿qué quería que le dijeras? ¿buscaba a alguien o solo a ti? ¿ quería tocarte? ¿ manosearte?
Elena solo quería llorar. Adrien le mostró la nota.
Ella lo miró.
- Barry James, puedo jurarte por todo el reino de Inglaterra que yo no sé quién ha podido tener que ver con esa nota, y que yo acepté a subir a la habitación con él porque parecía buen chico, la tía Anastasia siempre dice que hay que hacer sentir bien a los invitados. Estaba enfadada y dolida por tu actitud, pero aquí arriba se puso nervioso, quería desnudarme rápidamente y yo no quería, sólo podía pensar en ti, y él estaba enfadado, lo podía sentir echar fuego por la mirada, hasta que me amenazó con el ácido, y luego pasó lo que ya sabes. Si él escribió la nota, no sé como porque yo ni me acuerdo si me ausenté para ir al baño, pero es imposible, no sé quién puede tener la llave de la habitación.
Adrien la interrumpió.
- Yo tengo una, princesa, pero no fui yo quién dejó la nota- indicó él con sarcasmo.
- Pues no sé quién fue, ¿ vale? No dudes más de mí. Si dudas más, abortaré, me iré de Brighton y nadie sabrá que llevo en mi interior semillas tuyas que plantaste como un árbol. Sé que por mucho que te ame no dolerá, porque hago lo correcto- Eso a Adrien le partió el alma en dos.
- No permitiré que hagas eso porque te amo, y te voy a hacer feliz de una vez, lejos de aquí.
Elena no entendía absolutamente nada.
Adrien se agachó y sacó algo del bolsillo, luego se arrodilló mientras agachaba la cabeza desenvolviendo la bolsita de tul azul que había sacado de su chaqueta.
Dentro había una cajita confeccionada con arabescos, que él abrió y puso en medio de Elena y él.
-Elena Pavía, estoy más loco de lo que he estado nunca. Será que el carousel de Brighton me ciega pero, no puedo esperar más a entregarme a ti de manera oficial, a que seas Elena Sprün o Elena Barry, Elena Garrell, o el apellido que quieras llevar, a que seas mi mujer, y ser el padre de tu hijo. A presumir de que por fin estoy con la chica que he querido desde hace trece años y que al fin el destino ha vuelto a envolver en un regalo para mí. He recuperado el anillo que te regalé cuando te pedí que te casaras conmigo, pero como te lo quité de los dedos, siendo el idiota que he sido siempre, creo que no se efectuó dicha promesa de amor eterno. Dicho voto que quiero regalarte, mi pequeña rosa, que yo de ti soy tu ladrón, y que quiero amarte hasta mi último suspiro. Dame tu mano para que pueda volver a ti algo que te quité de las manos.
- Levántate Barry - le contestó escuetamente Elena, y él estaba tan jodidamente asustado que el anillo se le calló de los dedos al suelo. Elena, sin embargo lo recogió del suelo, y haciéndolo rodar entre sus dedos, se lo puso definitivamente en el dedo. La chica se acercó a él y rodeó su espalda con sus brazos, él le sonrió y ella correspondió, de pronto como si saltasen los plomos, sus narices la de ella elevada y la de él, chocaron hasta conseguir fumigar las dudas, como icebergs se derrumbaron la una en la del otro, la boca de ella se abrió, y la de él absorbió sus labios como las cerdas de una aspiradora, mientras ella sonreía besándolo también.
-Soy tu futura mujer Adrien Sprün, y eso no lo va a cambiar nada, ni la mafia de Black Jack ni una mierda.
Ahora se abrazaron y parecía que el cariño era interminable.
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