cinq. DON BARRY
Debido a lo cansados que estábamos decidimos retroceder al muelle de Brighton, Adrien pensó que mientras yo descansaba, él podría coger un mapa y trazar un camino mejor. Aunque, lo sentí nervioso, tan nervioso que las líneas venosas de su rostro se reflejaban como los tifones y olas de más de cinco metros en los días tormentosos que devoraban el muelle. Me sentí estúpida, igual no debería haberle hecho esas preguntas tan inoportunas cuando él pensaba llegar al túnel, pero no, yo tuve que estar en desacuerdo como siempre, y él quizá ahora pensaría que tendría que llevar cuidado para que no lo reconocieran. Estaba sentada en un pequeño banco, mientras observaba como las gaviotas picaban restos de sal y migas de pan que se les caían a los niños sin querer en su intento de tirarles el pan a los peces. La espalda de Adrien, por su parte estaba contra la pasarela de mano del muelle, sus manos sujetas en el acero de la misma. A los pocos minutos llegó un hombre casi entrado en los sesenta con bigote inglés y barba escocesa. De hecho, llevaba encima de los pantalones una falda ancha de tartán, se sentó a un lado prudente del mismo banco dónde yo estaba sentada. Me saludó con educación y se puso a leer el periódico que llevaba. De los titulares nada reseñable, sólo un apartado de la portada me llamó la atención. En letras mayúsculas, casi sobresalientes del papel, estaba escrito "SE REABRE EL CASO "DON BARRY "ENCONTRADO MUERTO EN EL PALACE PIER EN EXTRAÑAS CIRCUNSTANCIAS EN JULIO DE 1990" sentí que algo se arremolinaba contra mi corazón, ahora sí que sentía náuseas apoderándose contra todo mi ser, mi garganta ardía, mi pecho entraba a ser caucásico, sin aire como el Mar Muerto, mi estómago entraba en erupción de tantos retortijones. Me levanté y caí al suelo.
De lo que ocurrió después no recuerdo nada más salvo que desperté en una habitación desconocida, segundos después me asaltaron los familiares ojos marrones de Adrien que me miraban con preocupación, pero que empezaron a coger brillo una vez que me vieron despierta. Había en la sala contigua un médico al que había llamado, y las manos de Adrien temblaban como nunca antes las había visto temblar, estaba pálido y yo empecé a preocuparme mucho.
-El médico me ha dejado esto para ti - musité. Pude ver una mezcla de nerviosismo y seriedad en su mirada.
-Es un test de embarazo, Adrien- él asintió, y yo lo cogí de sus manos , bastante insegura. No es que no existiera la posibilidad de que estuviera embarazada, o que fuera imposible, era que yo no podía estar embarazada, yo no podía ser madre, yo no estaba preparada para cuidar de un niño o niña, yo sola, no me sentía preparada. Adrien me tomó del brazo intentando darme seguridad, pero yo no le miré y salí de esa habitación rumbo al baño.
Una vez hecho el intento, esperé a ver si la prueba daba positivo. Fueron unos minutos angustiantes, e interminables. Sentí que el verde casi tocaba mi mano. Ya no había vuelta atrás.
Salí de los servicios algo apesadumbrada, intenté buscar a Adrien por todas partes, pero para encontrarlo tuve que salir del edificio dónde me encontraba. Era un hotel llamado como el Royal Pavilion de John Nash para Jorge IV de Inglaterra, construido en 1787. De hecho, la decoración era similar, los salones y las habitaciones e incluso la arquitectura intentaban emular la arquitectura china, gótica e indo – sarracena del palacio original de Jorge IV. Salí fuera de la salida principal y vi desde los primeros escalones a Adrien hablando con un chico que estaba apoyado en una moto, y una chica bastante bonita, muy rubia y de unos ojos azules imponentes. Intenté convencerme de que aquella chica iba con aquel chico, pero al despedirse la chica le dio un beso en la mejilla a Adrien y él puso sus manos en la espalda de ella cariñosamente. Intenté calmarme no era un beso en los labios, al menos. Pero en verdad, no sabía casi nada del chico del que estaba enamorada, así que no tenía derecho a estar celosa, tal vez, yo sólo era un juego, y lo de la boda era sólo una táctica para conseguir escapar y un bache para mí.
Noté que le dejaron algo que Adrien se metió con suavidad y cuidado en el bolsillo. Instintivamente me miré las dos manos para ver si aún tenía el anillo que él me había dado al comprometerse conmigo.
No, no estaba.
Subí a la habitación, cogí una pluma y un papel, y escribí una nota.
Adrien,
estoy embarazada.
He salido, volveré.
-Elena.
Noté que había un sobre con una nota en una mesilla de cristal de la habitación,
la cuál leí antes de salir permanentemente de la habitación.
Elena, no puedo cuidar de ti,
Porque nunca te he amado.
Solo has sido una excusa
para escabullirme, para escapar.
Pero siempre seré el chico malo de Brighton.
¿ o no lo soy ?
Los malos nunca son buenos, ángel
Los animales buscan carne,
nunca pasión.
-Barry James.
El tener que leer una nota suya, que él volviera a firmar con la personalidad de la que intentaba desprenderse, después de que él me había dejado ver al chico que realmente era, y del que me estaba enamorando, me hacía pensar que con cuantas personalidades suyas me habría de encontrar más, para quedar completamente enamorada. Y quedar completamente rota y destruida para otra persona. Parecía que, el Adrien que había durado apenas unas 24 horas, se hubiera diluido con la marea. Pero no, desde la ventana de la habitación del hotel podía observarlo, fumaba un cigarro con desgana, casi con lentitud, haciendo tiempo para no subir arriba. Salí de aquel hotel con prisa, caminé hacia la parte trasera de aquella calle, y pedí un taxi. Sólo quería volver a la habitación del hotel dónde Adrien me apartó de mi antigua vida. Ahora sólo me quedaba ocultar el embarazo como fuera. Mis padres no podrían con eso. La vida que Adrien quería era lo mejor para los dos, pero ¿ por qué me habría echado de ella?
Uno de los taxis me pitó, pero oí un sonido angustiante, como un disparo, luego se oyeron varios, tenía la sensación de que se avecinaba un tiroteo, pero, ¿ un tiroteo en Brighton? El pecho me gritaba que me metiera en el taxi, pero algo más dentro de mí, me obligó a salir corriendo, buscando a Adrien.
En la misma salida del hotel, habían cuatro hombres tirados en el suelo, otros con heridas leves, otros agonizando, Adrien, no era ninguno de ellos. Adrien, estaba mirando al suelo, con sus manos en sus rodillas, cogiendo el aire, tenía varios golpes y heridas en las muñecas, en las manos y en el rostro. En el suelo, las frases " Te advertimos que te mantuvieras al margen, ahora pagarás por tu desobediencia. Te quitaremos a quién más quieres. Los chicos como tú solo pueden acabar solos."
¿Cómo podían darle ese mensaje a una persona que había perdido a su familia trágicamente y que no se hablaba con nadie, apenas, porque había decidido tener una mejor vida?
Él sólo quería superarse.
Ser mejor y ser amado.
Se oyeron cuatro disparos más, muy cerca de dónde yo estaba, me agaché sobre mis rodillas, asustada, pero sentí unos gritos que venían hacia mí, no sabía ni si estaba herida, o si la bala me había dado. Sólo pude reaccionar cuando sentí la única mano que hacía química con la mía, agarrándome del brazo con una fuerza mayor, obligándome a correr con dulzura, pero con determinación.
-No te separes de mí, Elena - lo repitió durante unos segundos, pero íbamos a tal velocidad , que además de que me fuera imposible soltarme de su mano, tampoco lograba ver hacia dónde corríamos.
Tenía la sensación de que corría contra algo y ni siquiera sabía contra qué estaba luchando, qué quería evitar o qué sol quería encontrar después del frenazo de la lluvia en el corazón de las campanillas, que escupe todo el lila que esconden bajo sus faldas florales de vulnerabilidad. Pero no quería pararme a preguntar, cómo hacía apenas unas horas en las que sin querer separé, o alerté la fragilidad de nuestros caminos. Él, me soltó unos segundos para cerciorarse de que no venía nadie en nuestra dirección, creo que se sentía agobiado por presencias ni siquiera reales, y eso le fastidiaba hasta el punto de volverlo paranoico. Luego, me tomó del brazo con un tirón suave pero alerta para indicarme que me metiera bajo los toldos cupulados del Royal Pavilion con él. Él, en esos momentos se sacó un cigarro apenas empezado del bolsillo, creo que de los nervios se le habían agotado las cajas que le quedaban. Lo encendió y se lo llevó a la boca, y con la otra mano libre, se tocó la rodilla, y se agachó. Empecé a preocuparme, ya, las heridas de la cara y de las manos me habían alertado, pero esa obsesión con poner sus manos en sus rodillas y agacharse, me hacía pensar que lo habían herido con una navaja, o que estaba cansado. Me mantuve callada, me sentía culpable, si yo no le hubiera cambiado los planes, quizá no estaríamos en ese plano en esos momentos. Pero, en todo caso ya no había caso para lamentarse, lo hecho, hecho estaba.
Su mirada inundó de miedo, sensaciones y sentimientos todo mi cuerpo, y ambos tuvimos que bajar la cabeza.
- Estoy envuelto en un lío turbio - dijo sin más. -Creía que podría salir de él, sin que tú llegaras a descubrirlo, pero me equivoqué, ahora sabes que soy un desastre, y no tengo nada para demostrar lo contrario.
-¿De qué clase de lío hablas? ¿has atropellado a un magnate, y te has dado a la fuga? ¿ has amenazado de muerte a alguien y estás manteniendo en secreto tu identidad? - Creo que en esos momentos sobraba esa ironía, pues él se quedó sorprendido y se vio obligado a tirar el cigarro a medio camino de terminar de consumirlo, lo pisoteó con la punta de sus zapatos manchados, luego se acercó a mí con mirada fulminante, intentando que me arrepintiera de lo que había dicho, o que saliera corriendo antes de meterme en terreno prohibido. Por suerte, me envalentoné con él, no porque creyera que saldría ganando con él, sino porque estaba harta de que me creyera la niña débil, medio hermana de Georges, la típica princesa del barrio bueno de Brighton. - Adrien, no vas a conseguir asustarme, llevas toda tu vida acoplando identidades falsas para que yo no sepa quién eres en realidad, y últimamente me estabas dejando conocerte, a ti, al verdadero Adrien. Sé que no debo preguntar por las verdaderas razones por las que tienes miedo. Sé que me has contado algo, pero que aún hay mucho que me falta por saber, y no me puedo creer en el derecho a que me cuentes algo, si se ve claramente que estás rehuyéndome, que estás huyendo de mí.
-Elena, perdí toda mi vida limpia cuando era un adolescente y después he estado jugando sucio toda mi vida, e intermitentemente. Hay muchas cosas que, si te cuento, lograré que te maten como quieren hacer conmigo, por un error que ni cometí. Puedes creer que lo hago por compasión, pero en realidad lo hago porque no quiero cargar con otro muerto más en la conciencia. Estas ideas pueden darte la clave de lo que soy, un asesino, y si eres un poquito lista, te largarás, me odiarás y te irás por dónde has venido. Pero si sigues queriéndome sólo habrá sangre y muerte para ti.
No dejé que flaqueara mis fuerzas, había llegado a esa situación solo por él, tenía que luchar un poco más para que no me abandonara.
Acaricié dulcemente sus brazos, intentando bajar la fiebre de su enfado y de su carácter, pero sus manos fueron bruscas en mis brazos y sentí que algo me rompía por dentro.
-Piérdete, Elena.
Sentía cómo se reía para sus adentros - ¿cómo pudiste pensar que todo el sexo que he tenido contigo ha sido porque te deseaba?
Ya sentía que su vacilación contra mi propio dolor me pesaba.
Sentía que mis dientes chocando contra mis labios para evitar un torrente de llanto le suplicaban -¡BASTA!-
Pero el siguió haciéndome menos y menos hasta que mis manos estuvieron a punto de hacerse añicos contra sus mejillas ya heridas, pero sentí como un ruido sobrevolaba nuestras cabezas, y mi cuerpo se hacía pequeño con el suyo encima en el suelo. Mis brazos se apoyaban a mis rodillas, buscando consuelo. Él miraba a todas partes, y aguantaba mi cuerpo para que no me moviera hasta que quedamos libre de aquel ruido. Aquel helicóptero que amenazaba incendio o ayuda para las víctimas del tiroteo.
Me incorporé decidida a alejarme de allí, a decidirme completamente por no volverlo a ver.
- No me vuelvas a tocar así, no me vuelvas a salvar nunca, no vuelvas a fingir que te importo, ni una sola vez más. Porque sé que los que mienten se ríen de los propios eufemismos de sus mentiras, que tienen las patas más cortas que las de sus víctimas.
Y para terminar le grité
- No quiero volver a verte, no quiero perdón, no quiero nada. Y esa es mi mejor venganza. Que dejes a mi corazón gemir en paz.
Nota: Tengo muchísimas ganas de poder seguir escribiendo el próximo capítulo. Me está enganchando mucho escribir esta historia.
Nos leemos, mañana, lo más probable, en otro capítulo.
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