Capítulo 32. Fuego cruzado [Epílogo]
—Kara, ya es tarde... —Lena me puso la mano sobre la espalda—, deberías parar.
—Las balas con el que han disparado a Nia y la misma pistola coinciden con las de mis padres, ¿te lo puedes creer? El muy gilipollas no ha cambiado el arma —musité enfadada y tiré los archivos sobre la mesa—, por Dios... Dime que tienen alguna pista...
—No, lo siento... —se sentó en la mesa—, pero lo harán. Sabes como son, y más con Jimmy al mando. No ha parado de preguntar por ti.
—Y mi hermana... cuando la he llamado... Dios, me partía el alma escucharla llorar. Exigió incluso que fuera a casa —solté una pequeña risa—, nunca va a dejar de protegerme cuando yo soy la policía aquí —sonreí de lado.
—Ni ella, ni los chicos, ni si quiera yo. Siempre vamos a estar ahí —me agarró el hombro—, siempre —musitó.
—Por Dios —interrumpió Olsen por la sala—, idos a un motel —comenzó a reírse.
—No es lo que parece, nosotras... —intentó decir Lena.
—¿Te crees que puedes engañarme, Lena? —se cruzó de brazos con una sonrisa—, lo supe desde el primer día.
—¿Qué? —preguntó sorprendida.
—Vamos... desde que Kara vino a tu vida tu sonrisa iluminaba por toda la sala y veía la poca gracia que te hacía cuando la cambié con Diana. Y Kara, aunque no muestra mucho sus emociones, aun así, es transparente —me señaló—, y se notaba que no estaba al lado de la compañera con quien quería estar.
—Pero señor...
—No, no —negó con la cabeza—, no soy vuestro jefe ahora. Y si lo seguiría siendo estaría exigiendo que os besarais, por el amor de Dios —comenzó a reírse y nos sumamos a él—, las reglas son estrictas en el trabajo, pero mientras no mezcléis vuestra vida privada con él, podéis vivir en paz.
—¿En serio? —fruncí el ceño.
—Claro que sí, Kara. Sois adultas, sois inspectoras. No sois novatas... habéis crecido, mis niñas...—asintió con una sonrisa—, por cierto, ¿te encuentras mejor? A Nia le han dado ya el alta y está con Brainy.
—Solo espero que los chicos lo encuentren para que nos lo entreguen, no tenemos permiso en actuar en otras ciudades —me levanté del asiento—, así que tenemos que esperar.
—Seguro que Diana y Mike lo harán.
—¿Son compis? —pregunté sorprendida.
—Sí. Diana hace poco pidió el traslado y me pidió a Mike de compañero y se lo concedí.
—Wow... hace tiempo que no la veo —sonreí de lado—, a los dos, realmente.
—Yo tampoco —añadió Lena.
—Sea lo que sea —Olsen miró su reloj—, es demasiado tarde... deberíais descansar. ¿Tenéis lugar para dormir?
—Sí, la antigua casa de mis padres —habló Lena—, la compraron cuando Lex y yo estuvimos aquí y le dio pena venderlo. Mi madre me dijo que todo para nosotras —sacó las llaves y las agitó.
—Descansad —se marchó por la puerta.
Llegamos a casa de los padres de Lena. Era un toque rústico pero moderno. Pedimos de cenar y nos pusimos una película absurda de estas que salen por la televisión cuando no hay otra cosa. Comí mis gyozas con rapidez que Lena tuvo que ponerme la mano en el brazo para que no me atragantara.
—Tranquila que te vas a atragantar por imbécil.
Dejé mi gyoza en el aire y lo posé nuevamente en el plato.
—¿Qué pasa? —preguntó preocupada.
—Que tú serás siempre mi idiota.
—Y jamás dejaré de serlo, ni tú tampoco dejarás de ser mi imbécil —me besó la frente.
Nos quedamos como dos tontas mirándonos. Me encantaba tenerla así, feliz y a mi lado. Han pasado tantos dramas y tantas cosas que el destino que, por alguna razón, nos unió de nuevo. Y sí, estaba enamorada de ella, desde siempre y sentía que era recíproco.
—¿Dónde quieres dormir? —preguntó Lena sacándome de mis pensamientos.
—¿Dónde quieres dormir tú? —pregunté con el ceño fruncido.
—Si quieres mi habitación de cama pequeña o la de mis padres con la cama enorme —terminó su última gyoza al igual que yo.
—¿Lena?
—¿Qué?
—Vamos a dormir juntas.
—Oh, pensaba que querías recuperar el tiempo perdido más... ¿despacio? Es decir, yo claro que quiero, es por ti que pensaba que...
—Vamos a dormir juntas —repetí—, somos adultas y sabemos lo que sentimos.
—Está bien, voy a preparar... ¿qué cama?
—La grande. Dormir contigo en una 90 para que me eches el culo y me dejes un hueco de dos centímetros...
—¡Oye! —comenzó a reírse—, ¡eras tú la que le gustaban los bordes!
—De las pizzas —miré con burla y sonrió.
—Ahora vuelvo.
Se marchó piso arriba para sacar las sábanas y preparar la cama y yo lavé los platos. Tenía los músculos agarrotados y estaba tan cansada que no esperé y fui a la cama para ayudar a Lena. Me asomé por la puerta y vi que había puesto lo último, las fundas de la almohada.
—Aquí tienes el pijama —me señaló la silla del tocador—, yo voy a cepillarme los dientes.
—De acuerdo.
Cuando me cambié me senté en el borde de ella. Comencé a ladear mi cuello y a tocarme los hombros con mis manos. Necesitaba un masaje después del día que llevaba.
—Pídelo —musitó Lena subiéndose a la cama poniéndose detrás de mí y comenzó a presionar mis hombros—, no me cuesta nada.
—Seguro que una cena —comencé a reírme.
—Puede...
Lena masajeó mi cuello y mis hombros con ganas. Se sentía tan bien y tan descansada que me dormiría en el acto, pero sus manos dejaron de presionar para tocarme con más delicadeza. Sus dedos se deslizaban con suavidad por mi cuello hasta llegar a mi torax. Suspiré profundamente y comencé a ponerme nerviosa, pero no quería que parara.
La pelinegra frenó un segundo y pensé que había terminado, pero sus dedos deslizaron mi cuero cabelludo y los hizo a un lado. Noté su respiración cerca de mi lóbulo izquierdo y comenzó a besarme suavemente hasta llegar a mi nuca. Su mano izquierda comenzó a acariciarme nuevamente. No, ya no era un masaje, no se sentía fuerte. Y deslizó sus dedos por debajo de mi tórax.
—Si quieres que pare, dímelo —susurró y me estremecí.
—Como pares... te castigaré —intenté decir.
Giró mi cuerpo con cautela y me atrajo hacia ella. Comencé a besarla apasionadamente y con intensidad. El deseo que me provocaba la señorita Luthor era inexplicable. Lena se tumbó y yo me puse encima de ella.
—Esto sobra —musitó en mis labios refiriéndose a mi camiseta.
—Y a ti esto... —tiré su camiseta hacia arriba y besé su abdomen—, y esto... —mordí el borde del pantalón.
Ella me atrajo nuevamente, y con ansia, me quitó la camiseta, y después de varios segundos, la suya. Nos ayudamos mutuamente a quitarnos las partes de abajo y nuevamente me coloqué encima de ella.
—Te deseo... —musitó en mis labios.
Mi lengua jugó con la suya como si tuviera hambre. Y dejé de hacerlo porque sentía que nos íbamos a ahogar. Así que me aparté un poco para morder su cuello y mi mano derecha navegó por su pezón izquierdo. Le di pequeños pellizcos y escuché sus suspiros. Notaba como sus caderas se movían contra mi pierna.
—Tócame, por favor.
—Qué educada —me burlé.
Y no fui yo quien bajé la mano, sino que ella cogió mi brazo para ir directamente hacia su clítoris.
—Dios... estás...
—Joder, muy mojada, lo sé... —me calló con un beso.
La toqué sin prisas, suavemente y disfrutando cada segundo de su vulva. De arriba hacia abajo y luego en círculos. Sus pequeños gemidos me hacían estremecer y comencé a recorrer el paraíso más rápidamente. Me mordió el labio que pensé que de un momento a otro me lo iba arrancar de verdad. Sus manos arañaban mi espalda y su cadera cada vez se levantaba más y más. Estaba llegando, sentía su clítoris hinchado. Así que paré en seco y ella frunció el ceño. Me levanté y me puse de rodillas delante de ella mientras estaba tumbada con las piernas abiertas.
—Quiero ver como una diosa llega al orgasmo desde este plano.
Introduje los dedos sin previo aviso y soltó un gemido brusco. Comencé a hacerlo lento y posé mi mano izquierda en su muslo derecho. Apreté poco a poco al igual que aceleraba con mi otra mano. Sus gemidos se oían más fuertes mientras gritaba mi nombre. Sus caderas se alzaron hacia arriba y sentí como se corría.
—¡Dios! —terminó echándose hacia atrás.
—¿Estás bien? —pregunté preocupada ya que Lena, al terminar, se tapó con la almohada.
Le di un beso en el muslo y me acerqué poniéndome al lado de ella. Acaricié su pecho como si su cuerpo fuera frágil. Se quitó la almohada de encima y se puso encima de mí.
—Eres... —beso—, increíble... —beso—, y... —beso—, follas —beso—, —de maravilla —pausó y me quedé con las ganas de otro beso—, hacer el amor —corrigió carraspeando un poco.
—Te he entendido —la atraje nuevamente para besarla.
Lena hizo todo lo contrario. Parecía una fiera, un animal salvaje que no había probado bocado en todo el día. Sus manos rápidamente jugueteaban con rapidez todo mi pecho y su cadera se movía con ritmo encima de mi clítoris.
—Lo siento...
—¿El qué? —pregunté sorprendida.
—Lo mojada que estás —volvió a besarme.
Su mano se deslizó con rapidez haciendo lo que quería sobre mi monte de venus hasta llegar a mi clítoris. Sus movimientos no eran bruscos, pero tampoco eran delicados. Parecía que estaba participando en una carrera pero con cuidado de no hacerse un esguince. La sensación que recorría sobre mi cuerpo hacía que me estremeciera, y su ferocidad aumentaba. Y sentía que iba a explotar hasta que de repente paró.
Separó mis piernas y se colocó del mismo modo que yo había estado con ella antes. Introdujo los dedos con fervor y con rapidez. Vi como se agachaba y me miraba mientras besaba mis muslos hasta morder mi clítoris.
—Joder, Lena... —musité mientras mi mano vagaba hacia su cabeza y ella lo levantó.
—También quiero mirar como te corres en mi boca.
Su lengua se desplazaba arriba y abajo mientras su mano galopeaba con rapidez. Mi mano tiró de su pelo suavemente y vi como me miraba. Deseo, admiración, sentimiento, lujuria, erotismo y sensualidad era todo lo que trasmitía. Y no pude contraer el grito ni por un segundo.
—Ven aquí... —tiré de su brazo cuando terminé de respirar hondo de mi increíble orgasmo.
—Necesitamos una ducha... —besó mi mejilla y mi hombro.
—Ve adelantándote, ahora te sigo... —miré mi cuerpo y vi como fruncía ligeramente el ceño—, me tiemblan las piernas, cariño —comencé a reírme y ella sonrió.
—Está bien, te espero... —me besó y se levantó cogiendo su pijama para dirigirse hacia la otra habitación.
Me quedé como una idiota, satisfecha, sonriendo al techo. Y supe que iba a estar con esa mujer el resto de mi vida. Me levanté y me tapé un poco para no pasar frío. Y cuando salí de la habitación, escuché un ruido, así que me dirigí hacia él con el ceño fruncido.
—¿Lena? ¿No tenías el baño al otro lado?
—No soy Lena.
—Mos...by... —miré sorprendida al otro extremo del pasillo con una pistola en la mano.
Y sin más, disparó. Disparó dos veces. Sin explicaciones, sin hablar de nada. Simplemente sucedió así.
—No debías buscarme. ¿Cómo sabes que maté a mi compañero?
—Porque compraste dos billetes de ida, pero solo uno de vuelta —intenté decir—, y tu pistola es la misma, gilipollas.
—¡Kara! —gritó Lena.
Escuché varios disparos después y yo intenté apoyarme sobre la pared del pasillo para presionar la herida.
—Kara, Kara... Dios no... por favor, quédate conmigo —suplicó Lena agachándose poniendo sus manos encima de las mías para presionar la hemorragia.
Miré hacia el otro lado y Mosby se encontraba en el suelo. Mi respiración y mis constantes vitales se notaban débiles, yo lo sabía. Y Lena también lo sabía.
—Kara, escúchame... —me abrió los ojos—, la ambulancia está por venir. Por favor, quédate... —comenzó a llorar—, no quiero volverte a perder, por favor. Quédate conmigo, no quiero vivir sin ti.
—Gracias... —musité mientras cerraba los ojos.
[5 años después]
—¿Estás bien, Lena? —preguntó Alex cogiéndole del brazo.
—Sí, es que... no me acostumbro a visitar la tumba de los Danvers. Y ahora siento que soy parte de la familia.
—Lo eres —contesté cogiéndole la mano—, les hubieras encantado.
—Seguro... — añadió Sam.
—Mamá, Connor no me deja en paz.
—Yo no he hecho nada.
—Lex, Connor, ya vale —me agaché—, estamos en un sitio donde no se puede gritar —arreglé la chaqueta negra de mi hijo—, y como no os comportéis, mamá —miré a Lena—¸ os castigara.
—Lori siempre se sale con la suya —musitó Lex.
—Lori se sale con la suya porque se comporta bien —peiné con mis manos el cabello de Lex.
Los dos refunfuñaron y se callaron juntándose con Lori. Miré suspirando al cielo y Alex palmeó mi espalda.
—¿Por qué tres?
—Porque, aunque son pequeños mosntruitos, nos dan la vida —comencé a reírme.
—Y tú deberías hacer lo mismo —interrumpió Lena—, Ruby necesita un hermanito o hermanita.
—No, por Dios, Ruby es quien cuida de Alex —carcajeó Sam.
—Muy graciosa —besó a su esposa—, pero puede que pronto haya un segundo.
—¿En serio? —preguntó Lena emocionada y las dos asintieron.
—¿Vamos a recoger a Ruby del ensayo y vamos a merendar todos juntos para darles la noticia? —pregunté sin dejar de reír.
—Buena idea —musitó Lena cogiéndome la mano—. Te quiero, imbécil.
—Y yo más, idiota.
Y nada más, supercopers. Ha llegado su fin. Siento si hubo faltas de ortografía. Espero que hayáis disfrutado como yo. Muchas gracias por los comentarios y por los votos. No soy de hablar mucho, pero realmente me hacéis sonreír. ¡Nos leemos pronto! ❤
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro