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Capítulo 18. Suspendido

—Lena... —gimió cogiendo la almohada y tapándose el rostro—. Te he preparado el desayuno, lo tienes encima de la mesa. Si se enfría, lo calientas —me acerqué quitándole la almohada y le di un beso en la sien y ella volvió a gemir soñolienta—, cuando termines pon los cubiertos en el fregadero. Cierra la puerta antes de salir, te dejo las llaves encima de la mesa de la entrada.

—¿Acabas de pasar una noche fantástica con tu amada y ya te vas? —me cogió del brazo antes de que pudiera irme—, ¿qué hora es? —miró el reloj que estaba encima de la mesita de noche—. Por Dios, Kara, son las seis de la mañana. Y te has acostado hace dos horas y el examen lo tienes a partir de las nueve, ¿qué te pasa por la cabeza? —gruñó mientras se inclinaba.

—Buenos días a ti también.

—No lo son, no —alzó la voz divertida que me alivió porque pensaba que estaba molesta de verdad—, anda, quédate un rato más.

—No puedo, Lena... quiero llegar pronto y ya hablamos ayer sobre las sospechas y esas cosas. Que mejor que me vaya ya mientras tú...

No me dejó terminar cuando me cogió del cuello de la camisa y me besó con ferocidad. Mi mente intentaba resistirse, pero mi cuerpo estaba hechizado y no pude contenerme.

—Déjame tocarte y a lo mejor pienso en quedarme... —musité mordiendo sus labios.

Puede que anoche fuese una de las mejores noches de mi vida. He sentido más placer que nunca y jamás pensé que una mujer me haría gritar tanto, pero había algo injusto en todo esto: ella no me dejó tocar ninguna parte de sus debilidades. Me repitió que lo que más le ponía era que la otra persona disfrutara y gimiera su nombre, y con eso le bastaba. Y también me suplicó que fuera en otro momento cuando no tuviera que madrugar para un examen y me ordenó que descansara.

—Eres una chantajista... —volvió a besarme.

—Si así obtengo lo que quiero, llámame lo que quieras —me incliné hacia ella para tumbarme, pero ella volvió a frenarme.

—Tienes un examen, te ibas a ir ahora... —dijo entre besos—. Si no fuera porque te hubiera besado...

—Déjame hacerte el amor, maldita sea —supliqué mientras mordía su cuello.

—Lo haremos, te lo prometo... —puso sus manos en mi pecho para volver a frenarme—, pero no ahora —la miré con el ceño fruncido—. No me mires así, no dudo en que me deseas, pero yo sí soy de las que duran y duran... y no quiero que llegues tarde al examen —y me besó nuevamente.

—Son las —miré el reloj nuevamente—, siete menos cuarto. Un examen a las nueve... —encogí de hombros mientras me acercaba a besarla, pero ella me rechazó nuevamente.

Asentí derrotada. Le repetí de nuevo las instrucciones y ella asintió con la cabeza. Me despedí dando el último beso y me acerqué a la puerta, pero antes de cerrarla, Lena me llamó.

—¿Qué pasa? —pregunté sujetando el pomo.

—¿Qué somos? —preguntó con timidez y alcé la ceja.

—Somos dos personas que se gustan, tienen sentimientos una hacia la otra, se besan, se desean... ¿no? —respondí un tanto confundida.

—Sí, pero...

—No eres un capricho ni un experimento ni una aventura si es lo que estás pensando —interrumpí—, no eres una conocida ni una buena amiga.

—¿En conclusión? —preguntó sonriente.

—Quieres que lo diga, ¿verdad? —dejé de sujetar el pomo y crucé de brazos con una sonrisa burlona y ella asintió a mi pregunta—. Eres lo que siempre quise tener —confesé suavemente—.  Una compañera, confidente, socia, tándem y, por primero, mi pareja.

Ella asintió tiernamente y me despedí nuevamente con un cálido adiós cerrando la puerta. Me quedé apoyada en la puerta durante unos segundos sonriendo tontamente. Tenía en mi cama a la mujer más preciosa y perfecta de mi vida. Me rompería los nudillos con lo que fuese simplemente por agarrarle la mano.

Llegué a la comisaría más temprano de lo normal y para mi sorpresa vi de lejos que también estaban Imra y Brainy apartados en una mesa con varios papeles encima de la mesa. Se veían muy nerviosos porque Brainy no paraba de morder el bolígrafo y Imra no paraba de patear el suelo. Decidí ir a por café para que se animaran y se relajaran un poco.

—Café con leche para ti —dejé el vaso al lado de Imra—, y café con extra de azúcar para el galán —hice lo mismo con Brainy.

—Gracias, eres un cielo —me elogió Imra.

Después de pocas horas fuimos directamente hacia el aula para empezar con la tortura. Y digo tortura porque nos habían partido las horas. Tendríamos exámenes teórico: pequeñas pruebas, físico: en la calle con nuestros instructores, y nuevamente teórico: las leyes que rigen y hay que cumplir. 

Comenzamos con el examen de ortografía. Prosiguió con el test callejero: todas las avenidas, distritos y nombres de las calles con cada sentido de orientación, en el que igualmente teníamos que poner en práctica. Y, por último, en la última hora que nos quedaba, el psicotécnico.

—Muy bien, chicos... —Olsen se aclaró la garganta mirando al aula—, los novatos están en fase de prueba —comentó mientras se apoyaba en la mesa—, así que no seáis duros con ellos.

—A mi me encanta lo duro. No me voy a rebajar ni un poquito, Danvers —comentó Lena y todos comenzaron a reírse.

—Genial, Lena realmente va a por mí. Ya me lo dijo hace semanas —murmuré hacia Imra que me contestó con una pequeña risa.

—Si tienes algo que decir, hazlo en voz alta —Mike comenzó a animar el ambiente.

—Que le daré a Lena Luthor en los dientes sacando más nota que ella cuando ella hizo el examen en su día—contesté con una sonrisa mientras ella sonreía vacilante y los demás se reían.

Fuimos directamente para coger el macuto y el coche. Al parecer, el examen físico ya lo había pasado. Los instructores, desde el primer día, nos estaban evaluando. Entonces me dio miedo más aún cuando supe eso, porque al principio, Lena y yo éramos como el perro y el gato. Me dio curiosidad que nota me había puesto, pero intenté ignorarlo y seguí con el trabajo porque realmente todavía estábamos en fase de prueba y hasta que no acabara el día, no había nada que decir.

—Pregúntalo... —insistió Lena.

—Ni hablar, te he dicho que no. No quiero saberlo hasta que acabe el día —seguí respondiendo.

—Sé que quieres saberlo, cariño. Di las palabras mágicas: "la nota" —hizo gestos divertidos con las manos como si estuviera haciendo magia.

—Como sigas así vamos a chocar —protesté con las manos en el volante.

Aquí 7-Adam-15. Ha saltado la alarma en una tienda en Hall Street.

—Recibido. Vamos para allá —contestó Lena con una sonrisa.

Estacionamos al lado de la tienda. Bajamos del coche y nos acercamos paso a paso. La mujer de la tienda tenía una escopeta en la mano mientras había dos chavales mirándose uno al otro. Sacamos nuestras armas y ordenamos que bajara el suyo que hizo caso al instante, pero los dos chavales aprovecharon para correr.

—Tú a por el de la izquierda, yo a por las melenas —ordenó mientras corríamos hacia ellos.

El de Lena se subió al mostrador e intentó escapar por el techo y yo seguí corriendo a por el otro que huyó por la puerta trasera. Ordenaba que se detuviese, pero seguía haciendo oídos sordos porque miraba de vez en cuando hacia atrás e intentaba correr más rápido.

Cuando cruzamos varias calles, el chico giró con brusquedad hacia una casa y entró por la puerta. Otro delito que me daban más puntos: allanamiento. Pero me quedé quieta en la puerta cuando cogió al dueño de la casa y sacó su pistola.

—Solo quiero un coche. Me iré de aquí y ya está —dijo el asaltante nervioso y temblando.

—Suelte el arma, venga —ordené.

De repente aparecieron cinco críos de distintas edades por una puerta de la casa y el asaltante y yo nos miramos. Supliqué con la mirada que no hiciera nada incorrecto. Entonces, empujó al dueño y corrió a por un extremo de la casa, yendo por las escaleras hacia el piso de arriba.

—Fuera de la casa, salgan. ¡Vamos! —grité desesperadamente mientras seguía al tipo.

Fui habitación por habitación hasta que escuché ruidos. Supuse que era él, así que caminé lentamente hacia el sonido hasta llegar al cuarto más grande. Ahí estaba él intentando escapar por la ventana.

—¡Suelte el arma! ¡Venga! —grité apuntando hacia el hombre.

Pero se giró e hizo oídos sordos, porque sacó su pistola y me apuntó. E iba a disparar. Juro que me iba a disparar. Y yo apreté el gatillo antes que él.

Su cuerpo se desplomó en el suelo y yo me quedé rígida mirando al hombre. Un cuerpo sin vida con una bala en el pecho. La única vez que apreté el gatillo sin tener a nadie a mi lado y sin tener a más gente en la zona. Solo era él, muerto, y yo, asustada.

—Aquí 7-Adam-15, sospechoso derribado en un tiroteo. Solicito una ambulancia y un supervisor hacia mi posición —dije con la boca pastosa por el walkie.

—Kara...

Me giré y estaba Lena en mis espaldas. Se abrió paso y se dirigió al cuerpo sin vida. Se acercó, le tomó el pulso y cogió su walkie e informó sobre la hora de la muerte y que llegara el agente especializado.

—Lena... me iba a disparar y yo...

—No podemos hablar de esto hasta que finalice el interrogatorio —interrumpió y mi garganta se infló—, puede comprometer la investigación. Es un homicidio. Y siento decir esto, pero eres la sospechosa. Tienes que salir de aquí, así que espera abajo.

Asentí con las lágrimas a flor de piel. Me quedé esperando hasta que todos los agentes rodearon la casa. El comandante llegó en menos de media hora.

—¿Cuántos disparos y en qué dirección? —preguntó Olsen, pero aún seguía en shock—. ¿Cuántos y en qué dirección?

—Uno. Ahí —señalé la dirección.

—Agente Danvers —interrumpió el capitán Jon—, tendrá que elegir un abogado y redactar de manera escrita todo lo que ha sucedido. En comisaría.

En comisaria me explicaron que procedimiento había en estos casos y cuantos agentes, de varios rangos y categorías, iban a estar presentes en la investigación. Miré hacia los lados preguntando porque los chicos, Imra y Brainy, estaban también en la comisaría.

—¿Han cambiado de turno? —pregunté tragando saliva.

—No, ellos están aquí para responder a preguntas sobre ti. Protocolo. Deberías llamar a tus familiares, no querrás que se enteren por la prensa.

El comandante Olsen me ofreció el teléfono y llamé a Alex para explicárselo. Luego me acompañó hacia el interrogatorio. El sargento me dijo que tenía que decir la verdad en todas las preguntas que me hiciesen y eso hice. Dejé mi placa en la mesa, ya que a partir de ahora no sería policía hasta que el caso se resolviera. Conté todo lo que había pasado, paso por paso. Desde que llegamos hasta el disparo.

Me quedé en la entrada de la comisaría esperando a que viniera el agente acompañante a casa. Protocolo, decían.

—¿Estás bien? —preguntó Imra a mis espaldas.

—Estoy... —suspiré.

—Kara, cualquier cosa que necesites, dímelo... Seguro que todo se arregla —me dio una palmada en el hombro y asentí como pude.

—Agente Danvers —interrumpió Olsen—, ¿está lista? —me giré y asentí.

Llegamos a mi casa. Nos bajamos y me acompañó a mi puerta. Me aconsejó que descansara lo que pudiese y también me preguntó porqué le había elegido a él para que me acompañara a casa.

—Porque sé que si se lo pido a otro de mis compañeros me dirían que todo estaría bien y sé que no lo está. En cambio, usted es más realista en esta situación y no me diría nada al respecto —confesé cabizbaja.

—Eso no es verdad. No he estado ahí, agente Danvers. Pero créame, yo hubiera hecho lo mismo. Antes de llorar mi madre, llora la tuya —dijo fríamente y asentí como si tuviera razón—. Ahora mismo está suspendida, pero no el examen. Cuando se resuelva todo esto, harás el último: las leyes.

Asentí dándole las gracias. Se despidió y entré en casa. Me quedé sentada en el sofá pensando en la bala, en el ruido del cañón y el impacto. El color de la sangre y el cuerpo blanco sin vida en el suelo. Escuchaba todo el rato lo mismo. Y no, no dormí en toda la noche. Era un examen en el cual seguramente esto había acabado con mi carrera y mi vida aunque Olsen pensara lo contrario.

Entré en comisaría al día siguiente sin mi uniforme para reunirme con el capitán. Le expresé todo el error que había cometido y lo mal que lo estaba pasando y el capitán me tranquilizó con que estas cosas pasaban constantemente.

—¿Cree que iba a matarme?

—Creo que hiciste lo que cualquier agente haría y lo que le habíamos enseñado perfectamente. Danvers, el departamento te apoya al cien por ciento —contestó Jonn.

Me quedé sentada en la comisaría hasta que Imra apareció, por un lado. Se sentó y cogió mis manos acariciando el dorso de las mías.

—Estaba tan mentalizada en perseguir a ese hombre... y cuando me giré ya estaba muerto. Cómo voy a poder trabajar de nuevo en esto, cómo voy a poder olvidarlo. Debería irme y dejarlo...

—No, eh... no digas eso. Ven —se levantó y me tiró hacia ella—, acompáñame, quiero enseñarte algo.

Imra había terminado su turno y condujo sin rumbo, o eso me parecía. Miré hacia un lado cuando estacionamos y me di cuenta de que estábamos en la misma casa donde sucedió todo aquello.

—No me imagino por lo que estás pasando, pero gracias a ti, ellos están sonriendo ahora mismo —miró hacia la ventana como yo hice y vimos a la familia al completo—. Eres una gran policía y persona. No dejes que esto se derrumbe por hacer lo correcto.

Asentí y arrancó el coche para llevarme a casa. Aparcó y bajó conmigo para llevarme hacia la puerta.

—¿Y Lena? —preguntó mientras abría la puerta.

—Ella quiso mantenerse alejada y anoche me llamó. Le dije que no se involucrara, y ella me dijo que cuando terminara todo esto, estaría conmigo —contesté cabizbaja.

—¿Quieres que me quede? —preguntó agarrando mi mano y yo asentí suspirando.

Imra me pidió una ducha después de terminar de cenar y le di varias toallas. Cogí mi móvil para llamar a Lena, pero rápidamente lo apagué. Tenía tantas ganas de hablar con ella y parecía que después de estos días había desaparecido.

«¿Y si me suspendían? ¿Y si no volviese a ser policía nunca más? ¿Y el sueño de ser detective se iba al garete por esto?», me pregunté sin parar mientras iba a por otra cerveza.

Cuando cerré la nevera, escuché un ruido. Fruncí el ceño y miré hacia mi alrededor.

—¿Imra? —pregunté al aire, pero nadie contestó y me dirigí al salón.

Y entonces fue cuando alguien golpeó en la cabeza y me empujó de manera tan brusca que me tiró al suelo. Giré mi cuerpo y observé al chico que tenía delante de mí.

—¿Recuerdas quién soy? —preguntó furioso y miré con los ojos abiertos—. Era. Mi. ¡Hermano! —gritó pausadamente mientras me apuntaba con la pistola. Era el melenas, el chico que acompañaba a quien yo maté: su hermano.

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