Capítulo 16. Perdón
Llegué a mi casa solitaria. La verdad es que apenas pasaba tiempo aquí. Muchas veces me escapaba a casa de Alex o de Imra después de haber estado en casa de Lena. Me quité los zapatos, dejé el macuto detrás del sofá y puse las bolsas de la cena en la mesa.
Estaba nerviosa, he de admitirlo. No era la primera vez que Lena venía, pero sí que era la primera vez en que estábamos a solas en mi casa y después de todo lo que pasó con Diana.
Miraba el reloj cada minuto y supe que todavía tenía que esperar. Era demasiado temprano para que Lena saliera y cruzaba los dedos para que no le cambiaran el turno a última hora. Mi móvil vibró en mis manos y la pantalla iluminaba el nombre de Lena. El texto era simple y directo: "llego en 5".
Me levanté y calenté la cena mientras esperaba. Microondas, cuatro minutos. Los dos minutos más eternos de mi vida para darle la vuelta a la comida y que lo de abajo se pusiera caliente también. Puse otra vez en marcha esperando con ansia a que terminara los otros dos minutos para que, cuando pitara, solo quedaría uno para que Lena tocara a la puerta. Pero justo cuando el microondas pitó, la puerta estaba siendo golpeada.
—Hola —musité abriendo la puerta—, pasa —me hice a un lado, pero me detuve para verla bien mientras cerraba la puerta—, ¿no te has cambiado?
—No tuve tiempo.
—¿Cómo que no? Si puedes permanecer en comisaría tanto como quieras.
—Sí —sonrió—, es decir sí, es verdad. Si que tenía tiempo, perdón —suspiró—, es que... —evitó el contacto y miró hacia la mesa—, quería cenar y no quería hacerte esperar. Por eso vine rápido.
—Creo que sigues enfadada conmigo —suspiré mordiéndome el labio.
—No, realmente no... un poco, pero Diana tiene razón. Por una vez, la tiene. No tenía derecho a enfadarme... —sonrió de lado—, ¿por qué lo dices? ¿se nota?
—Porque eres incapaz de decirme que te morías de ganas de verme que has puesto de excusa la cena —comencé a reírme suavemente mientras me dirigía hacia el microondas a sacar la cena.
—Pero que creída es usted, señorita Danvers —comenzó a reírse y a caminar hacia la mesa—, pero no te equivocas. Miento muy mal —y me miró de reojo con una pequeña sonrisa—, ratifico lo que digo: me conoces muy bien.
Nos sentamos y charlamos largo y tendido sobre todo el trabajo, las últimas semanas movidas y me confesó que esperaba que la llamase la última semana. Le dije que no me atrevía por el miedo al rechazo y ella asintió aliviada porque meditó que yo todavía pensaba en ella aún así. También hablamos de lo ocurrido con el mensaje de emergencia. Me confesó que, en el búnker, tuvo ganas horribles de abrazarme, y que, por ella, lo hubiera hecho antes de que Diana les interrumpiera. Yo también me atreví a decirle que tampoco me hubiera quedado corta y que, por mi fuera, le hubiera plantado un beso. Aunque no mencioné que fue Brainy quien me animó a hacerlo. Ella comenzó a reírse justo después de comerse la última gyoza.
—¿Quieres ducharte y cambiarte? —interrumpí mirando nuevamente su vestimenta—, no me digas que luego tienes que volver y estás en tu descanso.
—No, para nada. Además, mis días como ser detective han acabado. Mañana vuelvo contigo, ¿recuerdas? —preguntó sonriente y yo asentí—, si no te importa, acepto tu propuesta, pero debo ir a por mis cosas.
—No te preocupes, te presto lo que sea. Tengo un pijama de unicornio monísimo que te quedará como un guante —comencé a reírme yendo hacia mi habitación.
—¡Ni hablar! —protestó.
Me acerqué a darle las cosas: toalla, champú y jabón, junto con el pijama rosa con unicornio por todos lados. Ella me miró sonriente y divertida y yo fruncí el ceño.
—¿Qué pasa? —me animé a preguntar y su mirada se volvió malévola.
—Me estás invitando a dormir indirectamente —sus ojos se posaron en el pijama y yo abrí los ojos como platos.
—Oh, Dios, voy a por un chándal —iba a correr cuando mi nombre salió por su boca.
—No te preocupes, luego me cambio otra vez. Este se ve más calentito, por eso no he dicho nada antes —comenzó a reírse mientras yo me moría de la vergüenza.
—Te espero en mi habitación —dije sin pensar y nuevamente miré a Lena que tenía puesta una sonrisa divertida—, ¡a esperarte a que termines de ducharte y cambiarte! ¡No estoy insinuando nada! —grité de la vergüenza mientras ella comenzaba a reírse sin parar mientras se dirigía hacia el baño.
Tumbada en la cama a oscuras, le envié un texto a Imra explicando largo y tendido todo lo que había pasado con Lena. Y ella me regañó en que no podía dejar pasar las cosas: debía disculparme como se merecía. Asentí tecleando de que tenía razón y esperé unos largos minutos.
No pasó más de media hora cuando la puerta chirrió. Levanté levemente la cabeza. Noté como la silueta de Lena venía hacia a mi.
—¿Te gusta la oscuridad? —preguntó.
—No me gusta la luz artificial. Molestan mis ojos azules —sonreí al apagar mi móvil y miré hacia ella.
Pero ella ya estaba de pie junto a mi envuelta con la toalla y con el pelo desaliñado. Y me atrevo a decir que, a pesar de la oscuridad, estaba viendo una puta Diosa. Me quedé embobada y ella chasqueó los dedos.
—Lo siento, pero tu pijama me queda ridículo —comenzó a reírse suavemente—, tranquila, tengo las bragas puestas —comentó con sorna.
—Yo... hm... si quieres... —balbuceé varias veces y ella se acercó un poco más.
—Kara, como no me des algo, te juro que me meto así bajo la cama hasta que reacciones. No querrás que tus sabanas se mojen, ¿hm? —protestó con un toque de diversión.
—La verdad es que no me importaría —articulé palabra por palabra sin pensar, o tal vez, siempre quise decir eso.
Me levanté lentamente de la cama y me acerqué a ella con sigilo. Mis ojos pudieron contemplar el asombro de los suyos ante mis palabras. Su rostro de diversión tornó a algo un poco más serio, pero no como si le hubieran molestado lo que había dicho.
—Lo siento —susurré mientras mis ojos se dirigían a sus manos y las cogí —, lo siento mucho —miré a sus ojos y su mandíbula se tensó—, lo siento de veras.
—¿Por qué lo sientes? —suspiró y fruncí el ceño—, realmente quiero que me lo digas. ¿Por qué lo sientes? —volvió a preguntar y miré nuestras manos.
—Lo siento, yo... —suspiré y ella me interrumpió.
—Mírame, Kara... necesito que me lo pidas mientras me miras a los ojos y así sabré si de verdad lo sientes. Sé que antes te dije que no tienes porqué hacerlo, pero si de verdad lo quieres hacer, mírame... —pidió entre susurro.
—Siento haber traicionado tu confianza —mordí mis labios para no llorar—, cuando te vi así, mi corazón se partió en mil pedazos. Siento haber besado a otra persona que no fueras tú. Siento por no confiar en ti porque sé que moverías cielo y tierra para salvarme —comencé a llorar—. Lo siento de corazón, Lena, aunque, como me has dicho, no debería de pedírtelo porque no estábamos juntas, pero he sentido tu dolor como si hubiéramos estado toda una vida —comencé a llorar y ella empezó a secar mis lágrimas.
—Lo siento, Kara... realmente solo quería que me pidieras perdón —comenzó a reírse mientras sollozaba y me uní a ella—, pero gracias por sincerarte. Y por pedirme perdón.
Apartó su pelo a un lado y me abrazó con ternura. Su piel estaba húmeda y fría y recordé que tenía que darle algo. Así que corté el abrazo y dije que iba a buscarle algo mientras encendía la lampara de noche. Mientras recorría de un lado a otro, Lena me frenó.
—No te preocupes, es muy tarde y debería marcharme. Me pondré el uniforme y... —me miró y alzó la ceja—, ¿qué pasa? —preguntó porque evité el contacto.
—¿Y si te pido que te quedes? —murmuré tan flojo que me volvió a preguntar—, te pido que te quedes —miré hacia ella y sus ojos se abrieron con asombro—, perdón, parecía una amenaza —alcé la voz exagerada—. Realmente te pregunté que si querías quedarte... a dormir... —suspiré nerviosa.
—Con una condición —asentí—, sin ese estúpido pijama.
—Venga, por favor, seguro que te queda hasta sexy —comenzamos a reírnos.
—Para nada, horriblemente horrible —contestó de manera amenazante pero su sonrisa la delataba.
—¿Puedo besarte? —pregunté.
Esperé a la afirmación o al rechazo después de un silencio, incluso iba a interrumpir diciendo que no pasaba nada. Entendía que, si Lena no había dicho nada, es que aún no estaba lista. En cambio, sus manos se deslizaron por mi rostro y me atrajo hacia el suyo haciendo que nuestros labios chocaran con timidez.
—Los besos no se piden, Danvers —musitó acariciando mi rostro.
—¿Puedo besarte otra vez? —pregunté embobada y ella comenzó a reírse.
—A veces pienso que no me escuchas de verdad o lo haces para vacilarme —siguió riéndose.
—Es que nada más preguntarte, me habías besado. Por eso pensé que al preguntarte de nuevo, me besarías otra vez —acerqué mi rostro para que nuestros labios se unieran.
—Definitivamente eres imbécil —afirmó volviéndome a besar.
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