Capítulo 15. Misil
—Danvers, ¿está todo bien? —preguntó Diana chasqueando los dedos.
—Sí... es que estar en el coche todo el día sin hacer nada...
—No has hablado en todo el día, y mira que apenas hablamos, pero es que ahora hay un silencio extremo. ¿No te alegra tener de nuevo a Lena mañana? —preguntó frunciendo el ceño.
Había pasado una semana desde aquel imprevisto. Tenía la mente en blanco que no sabía ni que pensar. No he hablado con Lena desde entonces. Intenté llamarla varias veces, pero me daba miedo el rechazo y pensé que lo mejor sería darle tiempo. Por otro lado, también estaba Diana. No hice ningún comentario y ella tampoco es que haya dado señales de aquel beso. Supuse que no se dio cuenta al estar inconsciente.
—¿Pequeña? —hubo un gran silencio—, ¡Danvers!
—¿Qué? —pregunté anonadada.
—¿Te estoy llamando pequeña y no me dices nada? Algo te pasa. ¿Qué ha hecho Lena? —preguntó entre risas.
—Por qué das por hecho que ha sido culpa suya... —musité mirando a la ventana.
—Porque tú eres muy tranquila. No te conozco mucho, pero trasmites paz. Y ella ya sabes como es. Tiene mucho carácter y seguro que alguna burrada soltó por la boca.
—Diana, te he besado —confesé con las lágrimas saltadas mientras giraba mi rostro hacia su mirada.
Su gesto fue de sorpresa. Parpadeaba los ojos y abrió la boca. Luego siguió mirando a la carretera mientras respiraba hondo y yo miré otra vez hacia la ventana.
—Intuyo que se lo has dicho.
—Pues claro que sí, Diana. ¿Cómo voy a ocultarle algo así?
—Lo entiendo, Danvers. Para empezar, gracias por cumplir mi último deseo —comenzó a reírse.
—No hace gracia, Diana. Fui una imbécil.
—Lo segundo... ¿estabais juntas? Es decir, ¿era una relación seria?
—Tampoco hemos hablado de eso.
—Entonces, ¿qué derecho tiene a enfadarse? —Diana paró el coche en doble fila y apagó el motor—, sé que me dirás que aun así no está bien lo que has hecho, pero tampoco tiene derecho a hacerlo. Si estuvierais en una relación seria durante muchos años te diría; ¿estás loca? Y si estuvierais casadas, ya ni te cuento. Pero no estabais ni juntas ahora ni hace unos días.
—Tienes razón en que te diré que no está bien lo que hice, pero...
—Mira —interrumpió—, lo siento porque por esa estupidez que te pedí ahora está enfadada contigo, no era mi intención. Igualmente, se le pasará.
—No me ha llamado, se va a acordar de esto —suspiré recostándome en mi asiento.
—Pequeña, todos cometemos errores, pero somos humanos y tenemos todo un precioso tiempo por delante para arreglarlo, aunque no tienes porqué porque no teníais una relación seria, pero intuyo que quieres hacerlo, el disculparte. Y si te gusta de verdad, ve a por ella. Está enamorada de ti.
—No lo creo, Diana. No me vale el rollo de que me mira a los ojos con un brillo especial.
—A parte de eso, ella lo está, porque conmigo se tomó la molestia de venir a putearme. Sabes como es, no se callaría y te diría las cosas a la cara de cómo la has traicionado. Estuvo detrás de mí durante una semana y ahora ella me odia. Ya lo has visto, no es hostil conmigo cuando me dirige la palabra. En cambio, contigo, si de verdad es que no te ha hablado, es porque le ha entrado miedo —me cogió las manos—, miedo porque está enamorada de ti y creerá que ella no será suficiente. Enamorada porque no teníais una relación seria y se lo ha tomado como tal. Enamorada porque cada vez que te paseas por la comisaría, no paraba de mirarte de reojo a pesar de estar enfadada y mira que yo esto no lo sabía. Y tú... te estás enamorando —comenzó a reírse y la miré—, te preocupas demasiado por ella que hasta has mandado a Nia a que le compre un café y un sándwich y ahora entiendo el porque. Supones que no habrá comido en todo el día.
Miré a Diana borrosa por mis ojos llenos de lágrimas. Ojalá lo que ella está diciendo fuera cierto. No sabía lo que era el amor hasta que apareció Lena. Le di las gracias a Diana y seguimos nuestro camino.
Nos comunicaron por radio que había una violencia doméstica en una casa al oeste de la comisaria. Cuando llegamos, llamamos a la puerta. Dios, la situación me recordaba a la primera vez que fui con Lena, pero esta vez era la mujer quien abusaba impulsivamente de él. No necesitábamos pruebas, el arma que estaba en la mesa de noche con el nombre grabado lo confirmaba y los hematomas que tenía el pobre muchacho por todo el cuerpo, también.
Cuando llegamos al coche y metimos a la mujer, empezó a sonar la alarma del móvil. Pero no como si fuera el despertador o un recordatorio. Era el de emergencia. Y no solo a mi, también a varias personas alrededor que estaban mirando y pasando cerca de esta casa. Miré a Diana con el ceño fruncido y ella sacó el móvil.
—No puede ser... —musitó.
—¿Qué ocurre? ¿Ha pasado algo grave?
Todos comenzaron a moverse y gritando como locos. Diana me ordenó que me metiera en el coche rápidamente y así hice. Condujo a toda prisa hacia la comisaria.
—¿Qué es lo que ocurre, Diana?
—Míralo tú misma —señaló el móvil y lo cogí.
No me lo podía creer. Una alerta de emergencia sobre un ataque terrorista sobre lanzamientos de misiles por todo National City, con una cuenta atrás de media hora.
—¿Esto es verdad?
—No lo sé, pero tenemos que hablar ahora mismo con el comandante y él nos mandará que hacer.
—¿Nos mandará? ¿Acaso tenemos que salir ahí? ¿No había un búnker en el sótano?
—Kara, nosotras no estamos aquí para sobrevivir, sino para proteger y mantener la calma. Ahora —esquivó a varias personas de manera brusca, pero mantuvo la compostura—, no podemos pensar en nuestras vidas. Si es verdad, moriremos, si nos mandan fuera. Si es mentira, por lo menos tendremos a todos bajo nuestro control. Somos policías, es nuestro deber.
Asentí con miedo en mi cuerpo. La verdad es que Diana tenía razón. Por Dios, ojalá todo esto sea una falsa alarma.
Llegamos a comisaría en cuestión de minutos. Veinte para que fuera el fin del mundo. Todos los policías se movían de un lado a otro sin descanso, el comandante habló alto y bien claro, de que saliéramos y que mantuviéramos todos la calma.
—Si esta es la última vez que os vais a ver, deberías hablar con ella —susurró Diana dándome una palmada hacia delante—, te he pillado mirándola.
Ella estaba ahí, seria como siempre, hablando con Nia. Justo cuando Diana se fue, Lena me miró y sostuvimos la mirada durante unos segundos, pero se volvió y se alejó de Nia.
—Venga, Kara, tienes que ir —murmuré mientras apretaba los puños.
Caminé hacia los vestuarios ya que la seguí con la mirada, pero antes de interrumpir, el comandante me cogió del brazo.
—Danvers, Diana irá con Nia. Tú y Brainy os encargareis de refugiar a los que están aquí al búnker.
—Pero señor —fruncí el ceño—, ¿por qué? Debería estar con los demás...
—Agente Danvers, es una orden directa —replicó Olsen alzando la voz que Lena apareció por la puerta con el ceño fruncido—, Luthor, acompaña a su novata y ayuda también.
—Ahora no es mi novata —contestó Lena tajante—, y desobedezco la orden. Voy con los demás.
—Oye —le cogió del brazo antes de que se fuera—, me alegra su valentía, pero aquí también lo están pasando mal. Me da igual lo que quiera o no. Si desobedece y luego resulta ser una falsa alarma, la suspenderé y no podrá presentarse a detective. Ve ahora mismo con su —recalcó el determinante posesivo—, novata.
Miré a Lena con la boca abierta. ¿Todavía tenía el pensamiento de presentarse? Lena asintió derrotada y Olsen se marchó.
—Lena, yo...
—Agente Luthor para ti. Tenemos cosas que hacer —se dio la vuelta y se marchó.
Brainy vino en escasos minutos. Solo quedaban diez para que el ataque comenzara. Habíamos entrado ya con los pocos que quedaban porque básicamente todos estaban fuera. Cerramos la puerta y miré alrededor. De los policías somos éramos Lena, Brainy y yo. Los demás eran personas corrientes que habían pasado por comisaría, abogados o de otro rango.
Todos se sentaron angustiados mirando hacia los suministros. Pensé que si de verdad iba a pasar algo, algunos de aquí íbamos a morir debido a que no había suficiente comida o bebida para todos.
—Nia me lo ha contado, sabes que para Lena es como su mejor amiga —susurró Brainy—, ¿vas a hablar con ella?
—Antes tenía un motivo, pero ahora... —miré hacia Lena que estaba calmando a varias personas—, creo que estando a salvo, no creo que quiera —miré a Brainy y luego agaché la cabeza—, pensándolo bien, ni quería antes si hubiésemos salido a la calle.
—Ella es muy cerrada, pero creo que debes enfrentarla y decirle lo que sientes. Está loca por ti, Kara —me cogió la mano—. Mira, vamos a hacer un trato: si hay explosión dentro de —miró su reloj—, tres minutos, vas hacia ella y le plantas un beso.
—¿Y si no? —miré su gesto de diversión.
—Pues lo mismo —comenzó a reírse.
—¡Novatos! ¿Estáis de cháchara mientras aquí hay gente que os necesita? —preguntó Lena enfadada.
Nos pusimos en pie y me agarró una niña asustada. Le dije que no iba a pasar nada, y que dentro de poco saldríamos de ahí. Y pasaron los tres minutos restantes.
—¿Cómo sabemos si los misiles han sido impactados contra nosotros? —preguntó una señora.
—Un temblor por lo menos —explicó Lena mirando su reloj—, ahora toca esperar a que nos digan algo porque no he notado nada...
Miré a Brainy alzando la ceja hacia la pelinegra. Respiré hondo y me dirigí decidida a ella, pero antes de acabar en sus pies...
—Chicos, abrid la puerta —escuché a Diana al otro lado y así hicimos—, ha sido una falsa alarma.
Todos suspiramos aliviados y, uno por uno, íbamos saliendo. Me quedé la última con los otros dos y, la niña, al ser la última, me abrazo con fuerza dándome las gracias y que era una super heróna.
—Buen trabajo —suspiró Lena y la miré embobada y abrí la boca para articular palabra, pero una mano apareció en mi cabeza.
—Buen trabajo, pequeña —me felicitó Diana acariciando mi cabeza, pero me aparté.
—¿Qué te he dicho sobre lo de pequeña, Diana? —pregunté enfurecida y ella me miró extrañada.
Me sentí culpable de hablarle así, incluso me había acostumbrado a que me apodara de esa manera, pero no había dado con el mejor momento. Por fin Lena me había dirigido la palabra y era para felicitarme. Su bocaza, nuevamente, lo había estropeado y sabía que para Lena iba a ser una punzada.
—Pensaba que...
—Siempre piensas, pero en ti misma y nunca en los demás. Te he dicho mil veces que dejes de ponerme apodos. Si quieres llámame Kara, pero llama pequeña a quien de verdad te interesé porque conmigo vas mal —me eché hacia atrás mientras Lena se iba y luego lo entendió todo mientras yo suspiraba—, lo siento, pero es que...
—Joder, perdóname tú a mí. No lo he hecho queriendo —se disculpó dándose cuenta de que se trataba y asentí pidiendo disculpas por mi comportamiento.
El comandante nos felicitó por nuestros actos y los novatos ya nos íbamos a casa. Yo me entretuve hablando con la madre de la niña e Imra y Brainy pasaron por al lado para agitar la mano para despedirse y me di cuenta de que yo también debería irme. Había sido un día muy largo.
Me dirigí a las taquillas como si fuera mi casa, y justo antes de entrar por la puerta, escuché unas voces familiares que me quedé escuchando.
—Deja de compórtate como una puta cría, Lena. No eráis nada y Kara no lo hizo a consciencia. No para de hablar de ti aunque estabais enfadadas.
—Si tanto te preocupas por ella, encárgate tú. Yo no tengo nada que darle.
—¿Eres tonta o qué te pasa? ¿Te crees que, por besarme a mí, que ni si quiera yo noté, la voy a llevar a mi terreno y va a caer a mis pies? Dios, no sabes lo arrepentida que está...
—Tú lo hiciste con otra, ¿por qué no iba a ser igual?
—Porque ella está loca por ti.
—Y loca por besar a otras.
—Lena, no estás siendo razonable. ¿Has visto como te mira? Joder, me da envidia porque ni yo te quise tanto como ella lo está haciendo por ti —hubo un silencio—. Lena, aunque me acabas de decir que Kara no está enamorada porque no sabe lo que es el amor, créeme que lo está. Está perdida porque no sabe lo que hacer.
Hubo un largo silencio, tanto que quise entrar, pero Lena abrió la boca.
—Pues, para empezar —alzó la voz enfadada y se calló durante unos segundos—, podría hablar conmigo —contestó al fin un poco más relajada.
Sin más, abrí la puerta. Las dos voltearon al notar mi presencia y Lena se quedó con los ojos abiertos.
—¿Este era tu plan? —preguntó Lena enfurecida.
—No, ni si quiera... Kara, ¿qué haces aquí? —preguntó Diana sorprendida.
—Vengo a coger mis cosas, me voy a mi casa —pasé por al lado de manera natural para coger mis pertenencias.
—¿Has escuchado algo? —preguntó Lena, pero no le contesté—, ¿estás sorda?
—Yo paso de movidas. Kara, quería invitarte a cenar para despedirme, por si te apetece, peque...
—No, pero gracias, Diana —sonreí—, has sido una buena instructora. Espero que nos volvamos a ver —alcé la mano para estrecharla y ella asintió—, y de verdad, deja de llamarme pequeña. Odio los apodos... —soltó una risa y yo me volví para cerrar el macuto.
Diana se marchó despidiéndose de manera formal de Lena. Me levanté y me dirigí a la salida.
—¿Y te vas? —preguntó alzando la voz.
—Ah, sí... cuando termines, ¿te apetece chino o hamburguesas? —pregunté sonriente.
Ella intentó mirarme enfadada, pero una mueca le dilató.
—Eres imbécil, ¿sabes? —sonrió cabizbaja.
—Y tú mi idiota.
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