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C a p í t u l o 14

Pov Javier:

No, pará un segundo. ¿Me están diciendo que Luisito, el tremendo pobre, el mismo que me dejó el ojo morado en esa pelea de mierda, ahora anda chapando con mi ex? ¿Con Carla? Esto no lo puedo dejar pasar, boludo. Es el colmo de los colmos. Una cosa es que me rompa la cara, pero otra que me quiera romper la dignidad.

Te juro, cuando me enteré, sentí cómo la sangre me hervía. No, literal, loco. Me temblaban las manos de la bronca. Tenía ganas de partirle la cara otra vez, y esta vez no me iba a contener. Carla y yo estuvimos juntos dos años. ¡Dos años! Dos años de ir al cine, de compartir playlists, de aguantar sus tontas quejas. Y ahora este pelotudo aparece, con esa sonrisita de pizza rebanada que tiene, y se la lleva como si nada.

Ahí estaban. Ahí, a plena vista en los pasillo, como si el mundo fuera de ellos. Carla se reía, de esa forma que hacía que el resto desapareciera. Me ardía el pecho. Sentía un nudo en la garganta que no podía tragar.

—Eh, Javi, ¿estás bien? —preguntó David, tocándome el hombro.

No le respondí. ¿Qué podía decirle? ¿Qué me sentía un pelotudo mirando cómo alguien más me reemplazaba como si fuera un vaso de plástico? Solo seguí mirando, clavando los ojos en esa pareja como si pudiera romperlos con la mirada.

—Oye, creo que... que deberías superarla, ¿sabes? —dijo el shitposter, con las mejillas ligeramente rojas, mientras se rascaba el cabello con nerviosismo—. Probar con... otra persona que esté más en tu onda, una con la que no te la pases peleando, ¿cachai?

Lo miré por unos segundos, tratando de procesar lo que acababa de decir. ¿Superarla? ¿Probar con otra persona? Suspiré profundamente y me recosté contra el casillero, dejando que el frío metal me calmara un poco. 

—No lo sé, David —respondí al fin, en un tono casi inaudible—. Dudo que exista esa persona.

David estaba a punto de decir algo más, pero en ese momento apareció Carlos.

—¿Cómo están, mis estimados?—exclamó, con una sonrisa traviesa y algo en la mano que desprendía un delgado rastro de humo.

David frunció el ceño inmediatamente, señalándolo

—¿Estás fumando en clases, aweonao?

—¿Qué? ¡No! Menuda mierda el cigarro —respondió Carlos, fingiendo ofenderse—. ¿Vosotros creéis que haría eso en clases? Aparte, no ven que ni siquiera es de papel.

—Entonces, ¿Qué tienes en la mano, pelotudo? —le preguntaba, mientras el humo seguía expandiéndose en el aire.

Fino levantó el artefacto con orgullo, como si fuera una especie de trofeo.

—Esto es un vape. Es la nueva moda, mis estimados. Soy como el puto Thomas Shelby, pero más moderno , ¿Qué os parece?

David resopló, entre molesto y confundido.

— ¿Esa wea no existía desde hace tiempo?. De igual forma, guárdalo. Podrías tener muchos problemas aunque no fuese un porro te podrían expulsar.

En ese momento, algo en mi cabeza hizo clic. Mi mirada se desvió automáticamente hacia Luis, que seguía ahí, siendo el centro de mi odio.

—¿Qué pasó, Javi? ¿Qué se te ocurrió ahora, mi Globo de sexo? —preguntó David pasando su brazo alrededor de mío.

Sonreí, cruzándome de brazos.

—¿Creen que Luis fume?

Carlos soltó una carcajada tan fuerte que algunas personas en el pasillo voltearon a mirarnos.

—¿Qué va? ¡Pero si ese es un tremendo sano!, con esa carita de mojigata que carga.

—Pues ahora creo que fumará uno que otro porro.

David me miró, confundido.

—¿Qué? ¿Le vas a invitar un porro?

—No, boludo. —Dije, enderezándome mientras mi sonrisa se ampliaba—. Lo voy a inculpar de fumar en el instituto. Si hago que lo expulsen, me desharé de él para siempre. 

Los ojos de Carlos se iluminaron como si acabara de escuchar la mejor idea de su vida. David, por otro lado, parecía que estar en duda.

—Javi, eso es... —empezó a decir, pero lo interrumpí con un gesto de la mano.

—Es perfecto, David. Luis es el chico ejemplar, buenito, con buenas calificaciones, aggg me da asco de que alguien pobre como el este en este lugar. Nadie sospechará que fui yo. Solo necesito un testigo que diga que lo vio.

—Fino señores, cuenten conmigo. Esto va a ser épico. — dijo, divertido, mientras daba una calada a su vape.

—¿Estás loco? —insistió David, cruzando los brazos preocupado—. Si te descubren, te vas a meter en problemas.

—Tranquilo, David. —Le di una palmada en el hombro con una sonrisa afilada, carente de la más mínima vacilación—. Nadie descubrirá nada. Además, tenemos a alguien vigilando. Por cierto, ¿Dónde demonios está el maldito chino de Felipe?

—Comiendo su perro, seguro —soltó el shitposter con una carcajada seca—. Nah, mejor ni lo metamos en esto, weón. Últimamente está muy apartado de la banda. Me da mala espina. Creo que deberíamos echarlo.

—Mi estimado, no arruines mi diversión—respondió Carlos, clavándole la mirada—. Lo echaremos después de esto, por lo miedoso que es me temo a que pueda orinarse en los pantalones 

Mi asentimiento fue breve, pero dentro de mi cabeza, la partida ya estaba en marcha. Volví a mirar a Luis. Ahí estaba, ajeno, confiado, caminando con esa estúpida aura de perfección que lo hacía intocable. Pero la cima es solitaria, y yo estaba listo para empujar al príncipe desde su trono.

El plan era simple.

Luis iba a caer, ténganlo por seguro.

. . . .

Pov Miguel:

Entré al salón con el estómago hecho nudo. Desde lo que pasó con mi antiguo grupo, la promesa de venganza de Javier seguía colgando sobre mi cabeza. Y todo porque al imbécil se le ocurrió meterse con la rosadita.

Yo le advertí. Le dije: "No te metas con ella, es su ex."

Pero, claro, no me hizo caso el pendejo.

Y ahora aquí estoy, esperando lo peor.

Suspiré, me acomodé en mi asiento y esperé a Luis. Cuando por fin apareció, lo primero que noté fue la ausencia de su sonrisa habitual. No hubo bromas, ni saludos. Ni siquiera me dirigió una mirada. Solo él y su teléfono, los ojos pegados a la pantalla, los pulgares bailando sobre el teclado con una precisión inquietante.

Se sentó sin decir nada.

Ni una palabra.

Ni un gesto.

Como si yo hubiera dejado de existir de un momento a otro.

Las clases comenzaron, pero él seguía igual. De vez en cuando levantaba la vista, fingía prestar atención, y luego volvía a esconder el celular bajo el pupitre, escribiendo con una intensidad casi inhumana.

—Agh... —bufé entre dientes, cruzándome de brazos.

Tan atrapado lo tenía la croqueta.

Qué molesto.

Resoplé y me refugié en lo único que me desestresaba: dibujar. Garabateé sin pensar, dejando que los trazos llenaran las páginas de mi cuaderno. En algún punto, el sueño me venció.

Cuando abrí los ojos, el salón estaba casi vacío.

Me estiré y parpadeé un par de veces, tratando de quitarme el sueño, y fue ahí cuando noté el salón medio vacío. Luis ni siquiera se había inmutado en despertarme, como solía hacerlo siempre.

—Holi, noté que estabas solito. ¿Me puedo sentar a tu costado?

El escalofrío me recorrió la espalda antes de siquiera procesar la voz.

No, no, no, no.

La maldita rara me estaba hablando. ¿Tan mal estoy como para que ella me hable?

Tragué saliva, sintiendo cómo mi dignidad se desplomaba.

¿Qué hago? ¿La ignoro? ¿Le grito? ¿Me tiro por la ventana?

Solo negué con la cabeza, esperando que entendiera la indirecta y se largara. Pero, en lugar de eso, con una determinación perturbadora, se acomodó a mi lado sin el más mínimo atisbo de vergüenza.

—No importa, me sentaré aquí —anunció con seguridad, lanzando su mochila llena de pines de anime sobre la mesa.

Cada pin parecía más extraño que el anterior. Ojos gigantes, sonrisas bizarras, frases en japonés que no quería descifrar.

Mi mandíbula se tensó. Solo verla me daban ganas de salir corriendo.

Esta putoshi me da asco.

¿Por qué a mí, Diosito?, ¿Qué hice para merecer esto?

—Espera... ahora que lo pienso —murmuré, entrecerrando los ojos mientras la veía sacar un cuaderno lleno de dibujos absurdos—. Tú y tu amiga me filmaron el otro día, ¿no? Borra eso. Ahora.

Ella sonrió con descaro, como si no acabara de decir algo que podría arruinarme la vida.

—Tranquilo, tranquilo. No lo subiré a ningún lado. —Soltó una risita, como si la situación no tuviera importancia alguna. Luego, mirándome fijamente, añadió— Pero debo admitir que la parte en la que pelean fue épica. Muy "shonen", ¿sabes? —Hizo un gesto con la mano, como si estuviera recreando una escena de pelea.

Apreté los dientes.

—Bórralo.

—Créeme, promesa del dedo meñique. —Extendió su mano hacia mí, con el meñique levantado.

La miré incrédulo. ¿Promesa del dedo meñique? ¿Qué éramos, niños de cinco años? Levanté mi dedo medio en su lugar.

—Bueno, olvidémoslo. —Dijo encogiéndose de hombros. Luego, con una sonrisa de lo más inocente, dejó caer la bomba— ¿Y qué pasó con tu novio~?

—¿Mi qué?

—Ya sabes, Luis. —Dijo con total naturalidad, acompañando sus palabras con un gesto dramático—. Tu cuchurrumín, tu vida, tu dulzura, tu turrón de maní con caramelo encima.

Casi me ahogo.

—¡¿Qué carajos estás diciendo?!

—Vamos, no te hagas. Cuando hicieron su danza del apareamiento... —Rodó los ojos—. Se nota que hay algo entre ustedes.

—¿No tienes una pizca de vergüenza, retrasada? No sé qué mierda tendrás en la cabeza, pero retírate, enferma.

Pero ella no se inmutó. Ni un pestañeo.

—Mira, solo quiero proponerte algo. Yo consigo lo que quiero, tú consigues lo que quieres. Ganamos ambos.

—¿Y qué carajos quieres?

—Hay una persona que me gusta, pero necesito tu ayuda. Y a cambio, prometo ayudarte a que tú y Luis vuelvan a ser... bueno, lo que sea que sean.

Mi mirada se afiló, tratando de descifrar si estaba bromeando, pero ella solo veía los asientos de adelante en donde estaban el nerd y la coquette.

—Tú y el nerd, wow. Bueno, son tal para cual, pero igual no soy el puto cupido. No pienso hacer nada. —Rodé los ojos, fastidiado.

—No es él... es ell- digo, sí, sí, ¡¿cómo adivinaste?! —balbuceó, nerviosa.

Su cuerpo entero parecía querer salir corriendo, pero sus ojos seguían fijos en mí. Algo no cuadraba. Pero, sinceramente, no tenía ni la paciencia ni las ganas de indagar.

—Me da igual. —Me crucé de brazos, con frialdad—. No pienso participar en algo tan patético.

Ella tomó aire, y por primera vez vi una chispa diferente en su mirada.

—¿Y si te dijera que puedo eliminar el video en el que bailas con Luis?

Me congelé.

—¿El video?

—Sí, ese video —susurró con una sonrisa maliciosa, inclinándose levemente hacia mí—. El que grabé el día de teatro.

El suelo se desvaneció bajo mis pies.

—¿En serio lo borrarías? —Intenté que mi voz sonara firme.

Ella asintió lentamente. Su sonrisa ya no era burlesca, sino tranquila, como si de verdad me estuviera ofreciendo una salida.

Maldita arpía.

—Lo prometo. Pero... solo si consideras mi propuesta.

—Lo considerare—respondí rápidamente, poniéndome de pie de un salto. Necesitaba salir de ahí antes de que me atrapara en su maldito juego.

Caminé hacia la puerta con pasos apresurados.

—No esperes que acepte tu maldita propuesta a la primera.

Ella me siguió, sin perder su tono ligero.

—Piénsalo bien, Miguel. No siempre tendrás segundas oportunidades.

No respondí. Pero lo peor es que sabía que tenía razón.

. . . .

El aula estaba completamente vacía, sumida en una penumbra inquietante. La única luz provenía del pasillo, filtrándose a través de la puerta entreabierta, proyectando sombras alargadas sobre el suelo.

Con sigilo, un grupo de estudiantes se deslizó dentro. Globo de texto fue el primero en asomar la cabeza, sus ojos recorrieron el lugar con cautela antes de susurrar con una sonrisa burlona:

—Pasen, no hay nadie, par de boludos.

Los chicos, aún con la respiración agitada por la adrenalina, se apresuraron a entrar y cerrar la puerta con delicadeza.

—¿Trajiste los cigarros? —preguntó Javier en voz baja.

Carlos sonrió con orgullo y sacó una cajetilla arrugada de su bolsillo.

—Que sí, mi estimado. No saben cómo le hice para quitárselos al conserje... fue toda una aventura.

—¿Te lo chapaste, Fino? —soltó con burla el shiposter  grupo, dejando escapar una carcajada.

Carlos torció el gesto con desagrado.

—No seas idiota —gruñó—. Los tomé de su sala cuando fue al baño.

Su expresión cambió de repente a una de pura satisfacción mientras sacaba de su mochila una botella envuelta en una chaqueta vieja. La sostuvo en alto como un trofeo.

—También conseguí esta joyita. Es perfecta para brindar por su pronta partida. Estoy tan emocionado que quiero grabarlo todo.

Javier sonrió de lado y se dirigió a las últimas sillas del fondo.

—Luego me mandas el video —dijo con complicidad—. Ahora pásame la botella. Con esto sí que estará muerto.

—Pero, tío... que pesao' —se quejó, entregándole el licor—. Con los cigarros ya es suficiente, ¿Acaso quieres que tu papi lo mate?

Una voz temblorosa rompió la burbuja de euforia.

—Chicos... cleo que esto se les salió de contlol.

Felipe observaba la escena con una mezcla de incredulidad y miedo. Sus ojos se posaron en la mochila de Luis, en la que ahora escondían el licor y los cigarros.

—Lo pueden expulsal...

El ambiente se tensó.

Javier chasqueó la lengua, fastidiado, y se giró lentamente hacia Felipe. Sus ojos destilaban impaciencia y burla.

—Tch... eso es lo que buscamos, chinito.

Señaló la puerta con un ademán perezoso.

—Ándate a vigilar, pelotudo.—La sonrisa en su rostro se ensanchó, oscura, cruel.—Esto será su fin... y lo voy a disfrutar.

. . . . 

El despacho del director Rowel estaba sumido en un tenso silencio, solo interrumpido por el suave sonido de una pluma deslizándose sobre el papel y el ocasional sorbo de café que el hombre tomaba de su taza humeante. La luz tenue del atardecer atravesaba las pesadas cortinas, tiñendo la habitación de un tono dorado.

De pronto, un golpe en la puerta rompió la calma.

—Un momento —dijo el director, sin apartar la vista de los informes.

Pero los golpes se repitieron, esta vez con más insistencia. Su ceño se frunció con fastidio. Gruñendo, dejó la pluma a un lado y se levantó de su silla, abriendo la puerta con brusquedad.

—¿Y bien? ¿Quién es? —soltó con severidad.

Ante él, Fino se retorcía con evidente ansiedad. Su respiración era entrecortada y sus ojos, vidriosos.

—D-director Rowel... ha ocurrido algo terrible... —balbuceó.

El tono de su voz logró captar la atención del director.

—Habla, muchacho.

—Un chico ha estado... fumando en los baños de la academia.

La mirada del director se agudizó como la de un halcón.

—¿En serio? —su voz era gélida, calculadora—. Carlos, esta acusación es seria. Dime quién fue.

Fino bajó la cabeza, temblando levemente. Su respiración se volvió más errática, como si cada palabra que intentaba formar se atascara en su garganta. Sus ojos brillaban con un velo de lágrimas.

—N-no puedo decirlo... —susurró, su voz apenas un hilo de aire—. E-el me amenazó con golpearme, director...

El director apretó los puños y entrecerró los ojos, su paciencia colgando de un hilo.

—¡Andá, decímelo de una vez! Ya me tienen hasta la coronilla. ¡Es Miguel Anderson, verdad!? por ser el riquillo se siente intocable, ya tuve suficiente de el, lo quiero fuera.—exclamó, tomando su celular con firmeza, listo para marcar.

Pero Fino sacudió la cabeza con nerviosismo y, tras un par de jadeos, musitó:

—N-no, director... no fue él... f-fue Luis.

Rowel se quedó helado.

—¿Luis? ¿Luis Hernández? ¿El becado?

Fino asintió con un temblor en los labios y sacó de su bolsillo un cigarro a medio consumir.

—E-esto es de él... lo encontré en el basurero...

El director sintió que el aire en la habitación se volvía denso, casi irrespirable. Se llevó una mano a la sien, cerrando los ojos con frustración.

—No puede ser... ese chico... me dijo que jamás haría algo así... ¡Ay no, me arrepiento de haberlo aceptado! —gruñó, golpeando la mesa con el puño. Su mirada se volvió severa y definitiva—. Será por su origen... bueno, si esto es cierto, tendré que expulsarlo. No queda de otra.

Tomó aire y miró a Carlos con una expresión que intentaba ser paternal.

—Gracias por no cubrirlo. Puedes retirarte.

Fino asintió con fingida gratitud, limpiándose las lágrimas de su rostro mientras cerraba la puerta con aparente tristeza.

Pero en cuanto se encontró en el pasillo, su expresión se transformó por completo. Su semblante afligido se desvaneció, dando paso a una sonrisa amplia y burlona.

David lo esperaba junto a Javier, los brazos cruzados y una ceja arqueada.

—¿Y? ¿Cómo salió, boludo?

Carlos se llevó una mano a la boca, intentando contener una risa histérica.

—Pfff... ¡tu padre es un tarado! Se la comió entera.

Javier soltó una carcajada.

—Ahora solo queda ver cómo termina todo esto... —dijo David, con un brillo expectante en los ojos.

Globo de texto sonrió con aire triunfal, entrecerrando los ojos con malicia.

—Saldrá perfecto... demasiado perfecto.

La luz fluorescente del pasillo iluminó su sonrisa cínica, mientras el destino de Luis estaba sellado sin que él siquiera lo supiera.

. . . .

Miguel estaba apoyado contra los casilleros, con los brazos cruzados y la mirada fija en una escena que, aunque trataba de ignorar, le quemaba por dentro.

A unos metros de él, Luis hablaba animadamente con Carla.

Ella estaba llorando. Su voz temblorosa se ahogaba entre pequeños sollozos mientras Luis le acariciaba suavemente el cabello. Su sonrisa era cálida, sus palabras reconfortantes.

Cualquiera que los viera pensaría que eran una pareja.

Y una pareja muy linda...

Miguel sintió un pinchazo en el pecho. Su mandíbula se tensó.

¿Desde cuándo lo habían reemplazado tan rápido? Trató de convencerse de que no le importaba.

Luis sonreía, se veía feliz, y eso le provocaba un sabor agridulce: dulce, porque Luis estaba bien... agrio, porque ya no era con él. Y no entendía porque le dolía tanto.

Soltó un suspiro, exhalando un aire pesado mientras abría su casillero con un golpe seco.

—Bueno... no lo traté muy bien. Quizás por eso Luis ya no quiere acercarse a mí —murmuró con voz apagada, sacando un cuaderno viejo—. Es mejor que no esté con una persona tan mierda como yo.

Sus ojos recorrieron la portada desgastada del cuaderno, sus dibujos a medio acabar, las pequeñas notas de alguien que había dejado de estar.

—Agh, todos se me van... mis supuestos amigos... —susurró con un dejo de resentimiento. Luego, su mirada se oscureció—. Incluso ella desapareció de la nada.

Los dedos le temblaron ligeramente al pasar una página.

—Solo faltabas tú, grasoso... tarde o temprano iba a pasar.

—¡Oye! ¿Por qué tan emo?

La voz repentina de Bianca lo sacó de sus pensamientos, haciéndolo saltar. En un acto reflejo, cerró su casillero de un portazo y volteó con una expresión fulminante.

—¡Aléjate de mí, loca! —exclamó, alejándose apresurado.

Bianca, lejos de ofenderse, rodó los ojos y lo siguió con una sonrisa traviesa.

—Ey, vamos, ya ideé un plan perfecto para que puedas hablar con tu... eh... ¿amigo?

Miguel se detuvo por un segundo.

—Sí, "mi amigo", tarada. Pero no me importa —respondió con brusquedad, empujándose los lentes con un dedo.

—Claro, claro, no te importa. Por eso lo estabas viendo como si fuera un cachorrito abandonado...

Miguel le dedicó una mirada asesina.

—¡Cállate, putoshi!

Ella se rio, encantada con la situación, y le dio un codazo.

—Mira, este es el plan: yo distraigo a Carla, y tú te lo chapas a Luis y ¡PAM! se reconcilian.

Miguel sintió su alma abandonar su cuerpo.

—"Hablar", Bianca. Hablar. Maldita retrasada —gruñó, sintiendo cómo el calor le subía a la cara.

—Ah, sí, sí, claro, "hablar" —dijo, haciendo comillas en el aire con los dedos.

Él suspiró profundamente, preguntándose por qué diablos accedía a estas cosas.

—Agh... está bien.

—¡Entonces es un trato! —exclamó Bianca con una sonrisa de oreja a oreja, alzando el pulgar.

Y sin esperar respuesta, se alejó en dirección a Carla.

Miguel se quedó ahí, con los nervios enredándose en su estómago, observando cómo Bianca se acercaba a la chica de coletas y le tocaba el hombro con una expresión nerviosa.

—Oye... esto... ahhh, la p-profesora de literatura te está llamando... dijo que pronto se iba a ir... —balbuceó, sobándose las manos.

Carla la miró con confusión, pero al final asintió y se alejó de Luis.

Desde el otro lado del pasillo, Bianca giró levemente la cabeza y le guiñó un ojo a Miguel.

Era su oportunidad.

Miguel respiró hondo y se acercó con las manos en los bolsillos, tratando de aparentar calma.

—Ehh... hola, Luis. ¿Cómo estás?

Luis lo miró por un instante y, para sorpresa de Miguel, soltó una risita.

—Je, ¿me llamaste por mi nombre, papu?

El pelinegro sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

—S-see, jaja... —rió nervioso, evitando su mirada—. ¿Te hiciste un nuevo corte? O algo... no sé, te ves diferente.

Luis sonrió de lado.

—Pss, no, wey. Yo estoy normal. No hay money pal glow up :,v

Miguel bajó la mirada, aún sintiendo un nudo en la garganta.

—Ehh... ¿te... te gustaría ir a un...?

Silencio.

El aire entre ambos se volvió pesado.

Miguel tragó saliva, con el corazón latiéndole en los oídos. Luis lo miró expectante, con una leve sonrisa en los labios.

—¿A un qué? —preguntó con curiosidad.

.

.

.

(puntitos)

Hola mis tilines ¿Cómo están?

Ptm la sorpresa que se va a llevar el pobre Luis 😭

Parecía como que Miguel le fuese a invitar a una cita, no? 🤨📷 ¿Cómo crees que salga bien o mal?

Si este capítulo te sacó una risa, un suspiro o un grito de indignación, regálame una estrellita y un comentario ⭐💬 Así sabré que estás disfrutando la historia y podré seguir mejorando.💘

¡Oye mi tilín precioso! ☝💘. Si tienes recomendaciones, ideas o teorías locas, no dudes en compartírmelas. Tu opinión es súper importante para mí, y me encantaría saber qué piensas. 💕💞🗣➡

Nos leemos pronto, ¡te quiero <3! 💕✨

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