C a p í t u l o 12
◇ Pov Luis:
Lunes, el día más pesado de la semana. ¿Soy el único que odia los lunes? :"v No creo. Apenas desperté, todo empezó mal. Me cambié rápido para no llegar tarde a la academia, pero en mi apuro derramé el Nesquik sobre mi único buzo. Ahora tenía una mancha marrón que parecía agua estancada de mi cerro. Quise llorar, pero no había tiempo ni para eso <:v . Ni modo, me tocó ir con el uniforme.
Ah, qué bonita forma de comenzar la semana.
Ya en los pasillos de la academia, el cansancio me pegaba duro, pero entonces la vi: la máquina expendedora. Una gloriosa caja roja que brillaba bajo las luces. Me acerqué despacio, casi en trance, pegándome al cristal.
— Es hermoso.jpg :'v —. Mis ojos recorrieron los bocadillos hasta que algo me detuvo en seco.
Galletas de vainilla. Dos noventa y nueve. Las necesitaba en mi vida.
Saqué las monedas con rapidez, casi con desesperación, y las metí en la ranura. Pulsé el botón de las galletitas con una sonrisa.
Esperé... pero no bajo. Las galletas no bajaron ni madres >:v
Miré la pinche máquina con decepción la traición hermano. Decidí intentarlo otra vez. Otra moneda, otro intento. Y otra decepción. Las galletas seguían atascadas, desafiándome desde el borde del estante.
— Primero mi uniforme y ahora esto —murmuré, golpeando mi frente contra el cristal— la decepción, la traición hermano :,,v
Decidí intentar una vez más, pero el resultado fue el mismo. Las galletas seguían ahí, inalcanzables, como mis sueños. Iba a golpear la máquina cuando un ruido en el pasillo llamó mi atención.
Caminé con cuidado, siguiendo el sonido hasta que vi a ese grupo: los mismos que se habían peleado con Miguel la otra vez. Me escondí tras un casillero, observando la escena con atención.
—Che, ¿Cómo se te ocurre olvidarte de los proyectos, nerd? — gruñó Javier, empujándolo con fuerza.
— Chavales, yo digo que le metamos la cabeza al wáter —añadió Carlos, tronándose los nudillos con una sonrisa sádica.
El nerd, temblando, trató de defenderse.
—No, por favor... No pude terminarlos. Además, ¿Cómo esperan que lo haga gratis y a última hora? ¡P-pero por favor no me hagan nada! —Su voz apenas era audible por el miedo.
—Debiste pensarlo antes, aweonao —espetó el shitposter, arrancándole los lentes y tirándolos al suelo.
Chanfle... pobre man, necesito una idea para poder ayudarlo, pero una que sea sigilosa.
—¡DIRECTOR! ¡Aquí hay unos chicos peleándose! — dije desde mi escondite.
—¡Mierda, ¿mi viejo está aquí? —gritó Javier, soltando al nerd.
El grupo salió corriendo, dejando al chico solo y desorientado
—Che, Felipe, casi nos joden por tu culpa —espetó Javier, empujándolo.
— Yo no lo veía por ninguna parte... —se defendió Felipe, sobándose el hombro—. Además, el "directol" no apaleció.
—Primero te vas al baño con la Army, después que nos madrean, y ahora pasa esto. —Javier lo miró con desdén—. No sé por qué puse de guardia a un asiático, si a las justas pueden ver.
—¡No me fui al baño con ella! —se defendió Felipe, moviendo los brazos frenéticamente—. Ella ya estaba ahí cuando llegué.
—Si si, lo que tu digas chino —dijo shitposter— Oye Javi ¿le dijiste a tu papá sobre el becado? acúsalo con tu papá, seguro que te hace caso.
—No... Mi viejo no puede enterarse de que me peleé con ese muerto de hambre — dijo cruzando de brazos —Desde que golpeé al edgy, ya no me cree nada y me advirtió de que no me metiera con ese grasoso por que representaba a la academia y cosas así.
—¿Y por qué habías golpeado al edgy, tío? —preguntó Sr. Fino.
Javier desvió la mirada, rascándose la mejilla, un tic que delataba su nerviosismo.
—Se acerco a mi ex...—murmuro apretando los puños—. Pero no viene al caso. Lo importante es que me voy a vengar de la perra de Miguel, quizás ese grasoso también salga afectado.
—¿Y cómo piensas hacerlo, weon? —preguntó el shitposter, intrigado.
—Yo no voy a hacer nada —dijo Javier, sonriendo. —Pero... conozco a una persona que si lo haría.
. . . .
Los mocasines de Kimberly y Charlie resonaban con un eco seco por los interminables pasillos de la academia.
—Ay, Charlie —suspiró Kimberly, su tono teñido de una mezcla de exasperación y falsa dulzura, ajustándose el cabello—. Desde aquella vez que te caíste y la coordinadora nos descubrió usando tacones, no tienes idea del drama que me armó mi mamá.
Charlie se detuvo— ¿Hablas de escándalos?—dijo con la voz temblorosa—. !Tú me empujaste¡.
Kimberly giró lentamente hacia ella.
—¿Empujarte yo? ¿Otra vez con eso? —respondió, señalándose a sí misma dramáticamente-. ¡A mí me empujaron!
Charlie alzó una ceja, sin apartar la mirada.
Kimberly dejó escapar un suspiro exagerado, rodando los ojos. "Seguro la Army está detrás de esto", pensó. Entonces, adoptando un tono de tristeza y colocando una mano sobre su pecho, replicó:
—Charlie, tú eres mi única amiga en quien confío. Te juro que jamás quise empujarte. Fue un accidente. ¡Perdí el equilibrio!
—No sé si creerte, Kim —replicó Charlie, cruzándose de brazos y mirando al suelo—. Desde entonces tengo el pie vendado, mi mamá no deja de recordármelo. Me gritó horrible...
—Charlie, por favor... —Kimberly suspiró, colocándose las manos en la cintura con desesperación—. No le creas a esa Lucero, esa army. Te llenó la cabeza de cosas sobre mí ¿no?.
Charlie, con los brazos cruzados, evitaba mirarla a los ojos.
—No sé, Kimberly... Algunas cosas que dijo tienen sentido.
Kimberly levantó una ceja, incrédula, y se inclinó hacia ella.
—¿Sentido? ¡Charlie, por favor! ¿Por qué crees que nadie la soporta? —Dejó escapar una risa breve, casi amarga—. Su única amiga es "la rara" del otro salón, esa que no habla con nadie. ¿Y su hermano? Tiene depresión.
—Eso es... fuerte.
—¡Es la verdad! —exclamó Kimberly, alzando las manos al aire como si fuera obvio—. Esa chica es tóxica, Charlie, una manipuladora. Ella sabe que yo soy tu única amiga de verdad. Y como no soporta eso, está intentando apartarte de mí. ¿Para qué? Para usarte, Charlie, para convertirte en su peón.
La expresión de Charlie se tambaleó. Dudaba. Kimberly lo notó y apretó su mano con dulzura, inclinándose hacia ella con un susurro casi maternal.
—¿De verdad no lo ves? —preguntó en un susurro, con una expresión de preocupación—. Solo quiere manipularte, hacerte creer que yo soy la mala. Pero yo... yo solo quiero protegerte. Porque me importas.
Charlie bajó la mirada, mordiéndose el labio. La inseguridad brillaba en sus ojos.
—Yo... yo no sabía eso. Jamás lo vi de esa forma.
—Ahora lo sabes, linda. Yo siempre estoy de tu lado. Perdóname por todo, ¿sí? —Se inclinó un poco más y extendió los brazos con calidez. —¿Un abrazo?
Charlie dudó un segundo, pero terminó cediendo.
—Claro, Kim. Perdóname por desconfiar de ti.
Kimberly la estrechó entre sus brazos, su sonrisa satisfecha oculta tras el hombro de Charlie.
—No te preocupes, amiga. Yo siempre voy a estar aquí para ti. —Kimberly le dedicó una sonrisa a su amiga.
—Awww, Kimburrita haciendo su show —soltó Globo de texto, con una sonrisa burlona mientras cruzaba los brazos.
—¡Ya, Javier, no seas metiche! — respondió Kimberly, lanzándole una mirada fulminante— Vámonos Charlie.
—Wow, wow, wow, esperen un momento —dijo, alzando una mano—. Tengo algo que decirles.
—Ush, Javier, no hay nada que alguien como yo tenga que hablar con alguien como tú. Honestamente, soy demasiado para ti.—dijo con desprecio, mientras se miraba las uñas.
—¿Demasiado? —repitió con ironía, inclinándose hacia ella—. Prefiero ser cabro antes que gustar de ti.
—Mejor vámonos, Kim. Este payaso no vale la pena. —Charlie puso una mano sobre el hombro de Kimberly mientras alzaba el dedo medio hacia Globo de texto.
Cuando estaban a punto de dar la vuelta, Javier sacó su celular y lo agitó frente a ellas.
—¿Les suena este nombre? —preguntó, bajando la voz— El Basado 77.
Kimberly se detuvo en seco, tan abruptamente que Charlie casi la choca por detrás. Giró la cabeza lentamente, su mirada ahora fija en Javier.
—Kim... es el de los comentarios —murmuró Charlie.
El rostro de Kimberly se transformó, pasando de sorpresa a ira. Su respiración se volvió más pesada.
—¡Claro que lo sé, Charlie! —gruñó entre dientes, apretando los puños—. Es el imbécil que me hace la vida imposible. ¿Tu lo conoces Javier?
—Digamos que sí lo conozco. Y, por casualidad, asiste a esta misma academia —dijo encogiendo los hombros con indiferencia.
Kimberly dio un paso al frente, su voz baja y peligrosa.
—¿Quién es? —preguntó
—Te lo diría pero ya que tienes prisa supongo que será para otro momento.
Kimberly le tomo de la muñeca — Espera Javier esto no es maldito juego ¡dímelo ya!
— Bueno ya que insiste. Es Miguel. El chico que te dio esa bebida... ya sabes cuál princesa.
Kimberly se quedó petrificada, los ojos se le abrieron como platos. Su respiración se volvió irregular
—¿MIGUEL? —exclamó, su voz resonando con una mezcla de incredulidad y rabia—. ¡ESE MALDITO!
—Kim, tranquila... —intentó, pero ella la ignoró.
Kimberly se acercó peligrosamente a Javier.
—Más te vale que no estés jugando conmigo, Javier —dijo, sus dientes apretados,—. Porque si lo estás, tú también vas a entrar en mi lista.
Javier soltó una risa burlona, completamente indiferente ante la amenaza.
—Lo que tú digas, Kimburrita. Pero, si quieres un consejo, tal vez deberías empezar a pensar en cómo enfrentarlo...
Javier soltó una última carcajada antes de dar la vuelta y desaparecer con su grupo.
Kimberly se quedó inmóvil, respirando con dificultad, mientras Charlie la miraba con preocupación.
—Voy a arreglar cuentas. A mi manera.— dijo furiosa tronándose los dedos— juro vengarme de ese maldito.
. . . .
Miguel estaba sentado en su escritorio, con la barbilla apoyada en una mano mientras la otra se deslizaba sobre el papel. La luz entraba por la ventana, en tonos dorados y cálidos. Lo curioso no era el detalle de su técnica ni la serenidad en su expresión, sino el motivo que llenaba una página tras otra: el rostro de su amigo.
—Esto es patético... ¿Qué estoy haciendo? —susurró, mientras miraba las líneas mal trazadas en otra hoja—. Solo por envidia... qué asco. Nunca tendré un cuerpo así de marcado. Ni siquiera debería pensar en estas cosas. No soy un falso, no puedo envidiar a un pana.
De repente, una voz conocida lo sacó de sus pensamientos como un balde de agua fría:
—¡Hola, papu, kiubo! :v
Miguel dio un salto en su asiento, el corazón casi se le sale del pecho.
—¡¿Por qué siempre apareces de la nada, grasoso?! —exclamó Miguel, apresurándose a meter sus dibujos en la mochila y cruzando los brazos como un mecanismo de defensa—. Deberías usar una campana o un cascabel, rarito.
—Ni que fuera animal, wey. xd. —Se cruzó de brazos, adoptando una pose exagerada—. Ya, mi elfa, ¿pa' qué pelear? Dame mi besote nada más. ://v
Miguel lo miró con un gesto de asco, apartando la vista hacia la ventana.
—Que te lo dé tu tío, a ver si te pega sida. No me fastidies, animal. Aléjate.
Luis fingió indignación, poniendo una mano en su pecho.
—Bien arenoso :"v , bueno —Se giró y comenzó a tararear—. Una loba como yo, no está pa' tipos como tú... pa' tipos como túuuuu... —Canturreaba mientras dejaba sus cuadernos con dramatismo en su pupitre.
Miguel soltó un suspiro exasperado, intentando ignorarlo mientras garabateaba en su cuaderno.
—Oye, cuck —dijo finalmente, sin levantar la vista—, hoy es educación física. ¿Por qué traes uniforme? Te dije que trajeras buzo y ropa de cambio. Ya fuiste.
—Papu, no tengo dinero. Por algo soy becado. ¿Cómo le hago para comprar tres pinches buzos? Además, el único que tenía se me mojó, we. :,,,v
—Ya, cuck, la pobreza no es excusa —Lo señaló con un dedo —. Ves, hasta con el buzo puesto te chaqueteas. Con razón no cachas.
—Sea serio, plox. Fue por mi desayuno. Se me derramó todo el Nesquik <:v.
Antes de que Miguel pudiera responder, un fuerte silbido resonó en el salón.
—¡Jóvenes, buenos días! —exclamó el profesor de educación física.
Todos los estudiantes se levantaron de sus asientos, saludando en coro.
—¡Buenos días, profesor!
—Ya saben, fila de hombres y mujeres —ordenó con voz firme, ajustándose su silbato.
—Eh, profesor, soy de género no binario.
—¿Género inmobiliario? ¡María José, apúrate y ve a la fila! —bufó, sacudiendo la cabeza—. ¡Y ordénense por tamaño!
Su mirada se posó entonces en Luis, quien intentaba hacerse invisible con las manos en los bolsillos.
—Y tú... eh... ¿Lais? ¿Lois? como sea, el becado —dijo, frunciendo el ceño—. ¿Por qué estás con uniforme si hoy es deportes?
Luis levantó la vista, visiblemente nervioso.
—Es que... se me mojó el buzo, profe :'v
—Siempre la misma excusa para evitar mis clases —repitió el profesor, su voz grave resonando como un eco entre las paredes —. Pero déjame decirte algo, chico: en mi clase, solo se falta con una exoneración firmada.
El grupo entero guardó silencio. Poco después, todos se dirigieron hacia la cancha deportiva, un espacio que contrastaba con la rigidez del ambiente académico. El césped, de un verde vibrante, parecía brillar bajo el sol abrasador, y la brisa fresca hacía danzar las hojas de los árboles que bordeaban el terreno.
El profesor, con el silbato colgando del cuello, los observó desde el centro de la cancha.
—Muy bien. Vamos a empezar con el calentamiento —anunció, caminando lentamente frente a los estudiantes alineados—. Quiero quince vueltas alrededor de la cancha.
Un murmullo de protesta se alzó entre los estudiantes, hasta que un chico de cabello azul, conocido como Epic face, levantó la voz:
—¡¿Qué?! ¡¿Quince vueltas?! ¡Nos va a matar!
El profesor se detuvo en seco, girándose hacia Epic face con una sonrisa fría.
—Veinte vueltas por quejarte. Díganle gracias a su compañero. —Tocó el silbato con un aire de satisfacción.
—¡Mátate y grábalo, down! —gritó Miguel desde el fondo, seguido de gritos y murmullos de desaprobación que se extendieron como un coro contra Epic face.
Los estudiantes comenzaron a correr alrededor de la cancha. Los primeros minutos estuvieron llenos de energía; bromas, codazos y risitas se escuchaban entre jadeos. Sin embargo, conforme las vueltas avanzaban, el panorama cambió drásticamente.
Para la decimotercera vuelta, los pasos eran más lentos, los rostros estaban empapados en sudor, y las risas habían sido reemplazadas por quejidos y respiraciones entrecortadas.
—¡Agg! ¡No puedo más! necesito una Monster —gimió el edgy, dejándose caer al suelo. Su cuerpo quedó extendido sobre el césped, inmóvil como si le hubiesen disparado.
Uno tras otro, los estudiantes comenzaron a caer como piezas de dominó. Algunos rodaban al suelo con caras de derrota, mientras que otros corrían tambaleándose hacia las esquinas para vomitar.
El único que seguía de pie era Luis.
Corría como si el esfuerzo no le afectara, su respiración constante y sus movimientos fluidos. Parecía completamente ajeno al sufrimiento colectivo, como si el sol y el cansancio fueran insignificantes.
Los murmullos comenzaron a surgir entre los que habían caído.
—¡No jodas! ¿Cómo sigue corriendo ese grasoso?—murmuró Miguel, apoyado en sus rodillas mientras lo observaba con incredulidad.
El profesor, que hasta entonces había permanecido impasible, alzó una ceja con interés.
—Bueno, parece que te subestime muchacho—comentó en voz alta, dirigiéndose a Luis cuando completó la vigésima vuelta—. ¿Y bien, becado? ¿Cansado?
Luis se detuvo frente al profesor, todavía respirando con calma.
—Para bajar de mi cerro corro más, profe :'v
—Muy bien, muchachos, el día de hoy vamos a jugar voleibol —dijo el profesor, interrumpiendo las risas mientras organizaba a los estudiantes en equipos.
Así el profesor formo a los equipos en grupos y todo comenzó de manera "amistosa". El saque inicial fue perfecto, un disparo potente que obligó a los del grupo C a retroceder. Luis, del grupo C, salvó el balón de forma impresionante.
—¡No les demos ni un respiro a esos idiotas! —gritó coquette, un compañera del equipo A, mientras su saque partía el aire como un proyectil.
—¿Eso es lo mejor que tienen, nubs? —se burló, ajustándose las gafas sol.
El juego se intensificó de inmediato. Cada jugada era más feroz que la anterior. Los remates resonaban, y el balón volaba de un lado a otro como un rayo. Nadie cedía, y las jugadas se volvían más rápidas, más arriesgadas. La energía en el aire era palpable.
—¡Es nuestro! —gritó el nerd, saltando con un esfuerzo para clavar el balón al lado contrario. El público, los demás estudiantes, rugieron de emoción.
Pero, cuando el marcador llegó a 19-19, todos supieron que se acercaba el momento crucial. El saque final, ese que decidiría todo. El equipo A tenía la ventaja.
— ¡Mi turno! — dijo Miguel, con una sonrisa desafiante. Agarró el balón y lanzó un saque tan potente que hizo que uno de los jugadores del Grupo C casi cayera de espaldas, luchando por mantener el equilibrio.
Luis se adelantó, respiró hondo, y tomó el balón. Todos los ojos estaban sobre él mientras lo lanzaba al aire. Era su momento. En un solo movimiento, lo golpeó con tal fuerza que el balón cruzó la red como un misil, directo hacia Miguel. Nadie tuvo tiempo de reaccionar.
¡BAM!
El sonido del impacto fue ensordecedor. El balón golpeó con tal violencia el rostro de Miguel que sus lentes de sol volaron al suelo, y él cayó hacia atrás, quedando tendido en la cancha. Los murmullos entre los demás jugadores se hicieron eco por todo el lugar.
Luis sintió un frío sudor recorrerle la nuca.
—¡Oh no! —soltó, su voz cargada de nervios, mientras corría hacia Miguel, su preocupación evidente en cada paso torpe que daba.
El árbitro rompió el silencio.
—¡El equipo C gana! —anunció con un pitido breve pero ensordecedor.
Pero para Luis, no lo era. Dejó el balón y corrió hacia Miguel, quien permanecía en el suelo, tocándose el rostro con las manos temblorosas, este tenia una marca del balonazo en su mejilla. Se agachó, ofreciéndole una mano mientras lo miraba directamente a los ojos.
—!Ay canijote¡ —balbuceó Luis, agachándose junto a él y ofreciéndole la mano—. ¿Estás bien? Lo siento papu :'v
Miguel levantó la mirada. Sus ojos, tan hermosos como fríos, brillaban con una mezcla de rabia y humillación topándose con los ojos del castaño. Apartó la mano de Luis con un manotazo.
— Báñate pero con gasolina, grasoso—espetó panafresco. Se levantó de golpe, tambaleándose un poco mientras buscaba sus gafas de sol. —Tsk, yo me largo.
—Chicos no peleen — dijo el profesor con las manos en la cintura— Muy bien muchachos eso fue todo, ahora diríjanse a los vestidores.
. . . .
—¡Agg, Charlie, apúrate! —susurró Kimberly con impaciencia, sus ojos lanzando miradas rápidas hacia los vestidores—. Si nos encuentran, estamos fritas. Ahora, ¿Cuál era el casillero de Miguel?
Charlie, que parecía más nerviosa, se rascó la cabeza mientras miraba alrededor.
—Creo que era el 35... pero, Kim, ¿Cómo piensas abrirlo? Tiene un candado, y no tenemos las llaves.
Kimberly soltó una risa baja y confiada, sacando un clip de cabello de su bolsillo.
—Déjamelo a mí. Tú mantén los ojos abiertos y avísame si ves algo raro. — dijo apuntándola con el dedo—. Esto no es nada. Solía abrir los casilleros de mis ex cuando sospechaba que me ocultaban cosas.
Charlie tragó saliva, asintiendo mientras miraba de un lado a otro. Los pasos lejanos de estudiantes en el pasillo principal hacían eco, aumentando su nerviosismo.
Kimberly se agachó frente al casillero, sus movimientos precisos y rápidos. Introdujo el clip en el candado, girándolo con destreza mientras susurraba para sí misma.
—Vamos, vamos... no me hagas quedar mal ahora.
Un leve clic rompió el silencio, y el candado se abrió. Kimberly sonrió, satisfecha, mientras Charlie exhalaba un suspiro de terror.
—¡Listo! —anunció, levantándose y abriendo el casillero con cuidado—. ¿Traes la ropa de las porristas?
Charlie asintió rápidamente y sacó una bolsa arrugada de plástico de su mochila.
—Aquí tienes, Kim.
Kimberly tomó la bolsa y la abrió, inspeccionando el contenido con una sonrisa maliciosa. Luego, fijó su atención en el interior del casillero de Miguel.
—Wow, este tipo se toma en serio lo de estar preparado. —Sacó una pila de ropa que incluía tres buzos perfectamente doblados—. ¿Por que será que tiene más de un guarda ropa? Meh. Ahora, cambiemos esto, por esto. —Colocó la diminuta falda y el top brillante en el casillero, asegurándose de que quedaran perfectamente visibles.
—Perfecto. —Cerró el casillero con un gesto triunfal, asegurándose de que todo estuviera como lo encontraron, excepto por el inesperado cambio de ropa—. Ahora, vamos antes de que alguien nos vea.
Los dos se alejaron rápidamente por el pasillo, sus pasos resonando contra el eco del silencio, dejando atrás un casillero cerrado.
Unos minutos después, el edgy apareció mientras bebía de su Monster. Su mirada escaneó el lugar, buscando cualquier indicio de algo fuera de lugar.
—¿Oíste eso? —preguntó, deteniéndose en seco. Su voz grave y desinteresada apenas ocultaba una chispa de curiosidad.
—No oí nada, viejo —respondió Cristian,el baiter, quien se secaba el sudor de la frente con la manga de su camiseta. Aún jadeaba por el reciente partido de voleibol. Una sonrisa nerviosa se asomaba en su rostro, intentando relajarse—. Pero, oye, ¿viste el pelotazo que ese tal Luis le tiró a Miguel?
Edgar soltó una carcajada seca, apoyando un pie contra un casillero cercano mientras terminaba su Monster. —¡Claro que lo vi! Fue brutal. Parece que llegó con ganas de pelearse con el rey de la academia. — dijo agitando su cabello que le taba los ojos—. Aunque no me sorprende. Ese Miguel siempre se mete en líos. Oye, hablando de eso... ¿por qué no le hemos hecho una novatada al nuevo? Digo, es casi tradición.
—¿Tienes miedo, Cristian? —preguntó, dejando la lata vacía sobre el casillero de forma despreocupada mientras se subia la mascarilla—. ¿O es que crees que ese hijo perra es intocable ?
El baiter frunció el ceño. —No es eso, viejo. Pero, ¿viste el video de TikTok? Ese tipo sabe pelear. Se cargó a Miguel como si nada.
Edgar se enderezó, clavando su mirada en su compañero. —¿Y? ¿Qué importa? —dijo, elevando los hombros—. Mira, mientras no sepa que fuimos nosotros, no pasará nada.
Cristian lo miró, con incredulidad. —¿Y cuál es tu plan, genio?
—Fácil. Esperamos a que termine de entrenar, y cuando se meta a las duchas, le quitamos la ropa. Imagina su cara cuando salga y no encuentre nada. Será épico.
Cristian arqueó una ceja, claramente no convencido. —¿Y si nos descubre?
—Por eso digo que no pasa nada si somos rápidos. Además, yo te ayudo. ¿Qué dices? —La sonrisa del edgy era más grande ahora, como si ya pudiera saborear el caos que estaba a punto de desatar.
Cristian suspiró, rindiéndose ante la presión. —Ok, pero si algo sale mal, fue tu culpa.
Edgar le tendió la mano. —¿Apostamos?
El baiter sonrió de lado y chocó los puños con Edgar. —¡Ja! Cuánto me entiendes, viejo.
El vestidor se llenó lentamente de estudiantes, sus voces y risas creando un murmullo que rebotaba en las paredes. Miguel entró con paso firme, aún con el ceño fruncido, y azotó la puerta detrás de él. El eco del golpe hizo que algunos volvieran la cabeza, pero nadie se atrevió a decir nada. Agarró una toalla de los colgadores y la lanzó sobre su hombro con un movimiento brusco.
Mientras Miguel intentaba calmarse, sintió una mano en su hombro. La piel se le erizó al instante.
—¡Papu! Meperdonas.jpg :"v
Miguel cerró los ojos, respirando hondo antes de girarse.
—¡Ya te dije que no me toques de la nada, grasoso!
Luis levantó las manos en señal de rendición, su expresión tornándose un poco más seria
—Lo siento, en serio, no fue mi intención golpearte con el balón en el rostro. —Luis bajó la cabeza, jugando con sus dedos índice—. Te lo juro, papu.
—Tsk, qué insistente eres —dijo finalmente, relajando un poco los hombros—. Está bien, hagamos como si nada hubiera pasado.
La cara de Luis se iluminó instantáneamente. —¡Gracias, papu! Por cierto... —agregó, su sonrisa volviendo a aparecer—. No entiendo por qué usas gafas todo el tiempo si tienes unos ojos bien bonitos. Seguro conquistas a cualquier elfa que se te cruce. —dijo, dándole un par de leves codazos.
—Sí, sí, lo que digas, down —respondió con desgana. Sin embargo, cuando pensó que Luis ya no prestaba atención, sus labios se movieron apenas, dejando escapar un murmullo que apenas fue audible —No dirías lo mismo si me vieras sin los lentes de contacto.
—¿Eh? ¿Dijiste algo, papu? ',:v—preguntó, ladeando la cabeza.
—Nada importante. ¿Y tú? ¿No te vas a bañar, cuck? —dijo, su tono despectivo.
Luis arqueó una ceja, su sonrisa creciendo con malicia. —Cy, but... ¿por qué la pregunta, papu? ¿Acaso quieres bañarte conmigo? ;v —bromeó, apoyando una mano en el casillero y levantando la barbilla con descaro.
—Que tu abuela se bañe contigo, grasoso maricón. —Su tono era seco y cortante. Dio media vuelta y se metió a una de las duchas, cerrando la puerta de un portazo que resonó por todo el vestidor.
Luis soltó una carcajada mientras se dirigía a otra ducha. —Este man ¡Quien lo dice lo es! —gritó, divertido por la reacción de Miguel.
Ya dentro de la ducha, Luis empezó a desvestirse. Colocó cuidadosamente su ropa en la punta de la puerta y giró el grifo. Las gotas de agua comenzaron a caer sobre su piel, refrescándolo después del agotador partido. Tomó un poco de champú y comenzó a masajear su cabello, cerrando los ojos mientras disfrutaba del momento.
De repente, un leve ruido metálico lo hizo abrir un ojo.
—¿Qué fue eso? —murmuró, entrecerrando los ojos irritados por el champú. Escuchó con atención por un instante, pero el sonido no se repitió. —Seguro son los demás.
Con un encogimiento de hombros, continuó enjuagándose, sintiendo el agua arrastrar el sudor y el cansancio. Finalmente, extendió una mano hacia la ropa que había dejado colgada en la puerta. Nada.
Abrió los ojos, desconcertado. —¿Dónde está mi ropa? —murmuró. Su mirada se dirigió hacia la puerta .—¿Pero qué...? —Sus palabras se ahogaron en su propia incredulidad. —¡Por un demonio, lo que faltaba! :'v
Se puso la toalla alrededor de la cintura con rapidez, apenas rozando el borde del espejo empañado. Su mente daba vueltas, preocupado por lo que podría estar pasando. Con un resoplido, abrió la puerta del vestuario, esperando encontrar una solución. Pero al otro lado, Miguel lo miraba, tan relajado como siempre, con una toalla también alrededor de la cintura.
—¿Grasoso, no te vas a cambiar o qué? —preguntó Miguel, recargado contra la pared, con una sonrisa burlona.
—No fíjate que te estoy modelando, pues nel prro devuélveme mi ropa no seas pendejo >:v.
—¿De qué hablas, cuck? Yo no tengo nada de tu ropa. —respondió mientras cruzaba los brazos.
—¿Entonces quién... quién se la llevó? :"v —La pregunta salió más como una exclamación ahogada que como una acusación. Él pobre papulince no entendía nada. ¿Quién se llevaría su ropa?
—Te lo dije, cuck, ¿no me escuchaste? Ahora, dónde están ese incel. — dijo mirando hacia los pasillos, y luego suspiró con exageración—Tienes suerte de que tenga ropa de repuesto —añadió, abriendo su casillero con calma, como si nada estuviera ocurriendo.
—¡¿Pero qué demonios?! —exclamó, su tono de incredulidad llenando la habitación. Dentro del casillero, colgaba un top corto de lycra y una minifalda de brillante, ambas piezas tan fuera de lugar.
Miguel se acercó, tocando la tela con un dedo, como si no pudiera creer lo que veía.
—¿Por qué diablos... está la ropa de las porristas en mi casillero? —dijo confundido, mientras sus ojos escudriñaban las prendas brillantes. Tomó un paso atrás, sus manos temblando de frustración. —Ah, shit, ¿y ahora con qué me voy a cambiar? Mi buzo está empapado de sudor. —Miró alrededor, esperando encontrar una solución—Mierda... me tendré que volver a bañar.
Desde el otro lado, Luis se apoyó contra el casillero con los brazos cruzados.
—Tú, al menos, tienes tu ropa, papu. Yo no tengo ni madres :'v.
Miguel lo miró con una ceja alzada —Ese maldito baiter... —gruñó entre dientes, apretando las manos en puños mientras se ponía el buzo a regañadientes—. Encima tuvo el descaro de cambiarme la ropa por esta basura de minifalda y top. ¡Me las va a pagar!
—. Quédate aquí. Voy a recuperar la ropa.
—¿Y qué voy a hacer yo mientras tanto, papu? :,v —preguntó Luis
—No sé, lávate el cerebro o algo —respondió Miguel, antes de salir del vestuario con pasos firmes.
. . . .
Los pasos del azabache retumbaban por los pasillos en búsqueda del baiter aquel ladrón de ropa por todos los lados cuando dé repente lo vio charlando animadamente con el edgy. Entonces Miguel trono sus nudillos.
Los pasos de Miguel resonaban en los pasillos vacíos, cada pisada cargada de furia. Sus ojos, oscuros como una tormenta, escaneaban cada rincón en busca de su objetivo. Finalmente, los vio: Baiter y el edgy, charlando animadamente junto a los casilleros. Miguel entrecerró los ojos y tronó los nudillos con fuerza.
—¡Oye, tú! —gruñó, golpeando el casillero de metal con tal fuerza que el estruendo hizo eco por todo el pasillo. Los dos chicos se giraron sobresaltados. Miguel avanzó un paso —Dime dónde está la ropa hijo de perra.
Baiter arqueó una ceja, fingiendo confusión. —¿Qué ropa? ¿De qué hablas, viejo? —respondió con una sonrisa nerviosa, mientras Edgar soltaba una carcajada burlona desde un costado.
La manos del de gafas tensándose en puños. —No juegues conmigo. ¡Dime dónde está mi ropa AHORA! —espetó, agarrándolo del cuello de la camisa y levantándolo lo suficiente como para que sus pies tambalearan.
Edgar, que hasta ese momento observaba la escena con desdén, dio un paso adelante. —¡Oye, suéltalo! —exigió, poniéndose en posición defensiva.
Miguel lo fulminó con la mirada, sin soltar a Baiter. —No te metas, edgy. Esto no es contigo. —Levantó el puño, una amenaza latente en sus movimientos.
Edgar frunció el ceño y replicó con arrogancia. —¿Crees que me asustas, Miguel? Me la suda lo que intentes. Tú no...
El grito de Baiter lo interrumpió. —¡COÑOOOO! —chilló al recibir una patada en su zona baja, seguida de un puñetazo directo al estómago que lo dejó doblado de dolor.
Miguel lo sujetó por el cabello y se inclinó hasta que sus labios quedaron cerca de su oído. —Que no se te olvide quién manda aquí, perra —susurró con un tono helado, dejando caer al chico al suelo como un trapo viejo. —Ahora dime, ¿Dónde está la ropa?
Cristian, retorciéndose del dolor, alcanzó a balbucear. —A-ay, mis huevos... me esterilizaste, pendejo. Edgar, pásale la ropa, ahora. Me debes una cirugía...
Edgar, aunque algo impresionado, mantuvo una fachada de dureza mientras le entregaba un montón de ropa. Miguel la revisó rápidamente, pero su ceño se frunció aún más.
—Espera, esta es la ropa del cuck. —Su voz era una mezcla de incredulidad y enojo. —¿Dónde está mi ropa? ¿Dónde están mis tres buzos?
Baiter levantó las manos como si se rindiera. —¡Te juro que no fuimos nosotros, viejo! Nosotros solo agarramos la ropa de Luis.
Miguel lo miró con desconfianza, su mente trabajando rápido para conectar las piezas. Pero antes de que pudiera decir algo más, una voz familiar rompió el tenso silencio.
—¡Papu! ¿Ya encontraste la ropa? <:v —La voz de Luis resonó por el pasillo, y todos se giraron hacia él.
Miguel giró lentamente, solo para encontrarse con una escena surrealista: Luis corría hacia ellos, vestido con el uniforme completo de las porristas. Un top ajustado que apenas cubría su torso y una minifalda brillante que oscilaba con cada paso, dejando sus piernas al descubierto.
El tiempo pareció detenerse. Miguel abrió los ojos como platos, incapaz de procesar lo que estaba viendo. El calor subió rápidamente a su rostro y rápidamente se cubrió la cara con una mano.
—¿¡Pero qué mierda traes puesto, Luis!? ¿¡Estás demente!?
Luis frenó en seco frente a él. —Es que me botaron de los vestidores y no tenía de otra, papu. Era esto o andar en toalla por todo el pasillo :'/v —dijo, jugando con la falda
Miguel dejó caer la mano de su rostro. —¡Cúbrete, grasoso! —gritó, arrancándose el buzo que llevaba atado a la cintura y arrojándoselo a la cara. —¡Se te notan los huevos, Luis!
—Gracias, papu. Siempre tan considerado ;v — dijo antes de retirarse tranquilamente hacia el baño, tarareando una melodía alegre mientras se ajustaba la falda.
Miguel respiró hondo, tratando de recuperar la compostura. Su mirada se volvió hacia Cristian y Edgar, quienes se mataban de risa por ver al grasoso en ese estado.
—Esto no ha terminado... —susurró. Sus ojos pasaron de uno al otro, asegurándose de que entendieran el mensaje. —La próxima vez que intenten una de sus "bromas", les prometo que no saldrán caminando. ¿Quedó claro?
Cristian, todavía sobándose el estómago, asintió frenéticamente mientras balbuceaba algo que sonaba como un "sí, claro, no más bromas." Edgar, aunque intentó mantener la compostura, no pudo evitar retroceder un paso.
La tensión en el pasillo disminuyó solo cuando Miguel desapareció de su vista. Cristian y Edgar se miraron, compartiendo un silencio incómodo antes de que Cristian soltara un gemido.
—Joder... mi huevo...
Desde el baño, la voz de Luis volvió a escucharse, canturreando: —Papu, la próxima vez tráeme una falda más larga, me siento expuesto :'v
Miguel solo suspiró. —Este imbécil...
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(puntitos)
Hola mis amores 🍷¿Cómo se encuentran hoy?
Enserio les agradezco un montón sus estrellitas y cometarios me hacen muy feliz 🥺💖 me motivan a seguir escribiendo y gracias a ustedes esta historia continua <3
¡Oye tú, sí, tú mi tilín precioso! ☝💘 Necesito de tu ayuda. Si tienes recomendaciones, ideas o teorías locas, no dudes en compartírmelas. Tu opinión es súper importante para mí, y me encantaría saber qué piensas. 💕💞🗣➡
Cuídense musho tilines, tomen awita, nos vemos en el siguiente capítulo. ¡Besotes! ✨
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