C a p í t u l o 11
—> En el capítulo anterior : Miguel luchaba desesperadamente, en busca de una salvación que parecía cada vez más distante. Sentía cómo el aire se escapaba de sus pulmones, cada bocanada más forzada y dolorosa que la anterior, poco a poco su cuerpo se adormecía.
. . . .
La desesperación consumía a Miguel mientras sus movimientos se volvían torpes y lentos. Sus manos, que antes golpeaban con fuerza, ahora apenas podían aferrarse a los brazos del atacante. La oscuridad comenzaba a invadir su visión, una sombra ominosa que anunciaba el final.
De repente, un sonido ensordecedor rompió la tensión
¡CLANG!
Miguel se desplomó al suelo, jadeando y con las manos en el cuello, intentando recuperar el aliento. La figura que apareció entre el polvo era inconfundible: Luis, caminando con pasos firmes y su navaja girando entre sus dedos como si fuera una extensión de su mano.
El líder del grupo giró su cabeza lentamente hacia él, la sonrisa burlona pintada en su rostro.
—¿Y este payaso de dónde salió? —bufó con desprecio—. ¿Vienes a morir también?
Luis no respondió de inmediato. En su mirada había determinación, pero su cuerpo estaba tenso, alerta. Con un movimiento fluido, lanzó la navaja al aire y la atrapó por el mango, listo para lo que fuera.
—Mira —dijo finalmente, su voz firme pero no carente de nervios—, no quiero problemas, solo déjanos tranquilos y nadie saldrá herido
El líder soltó una carcajada y asintió hacia sus hombres.
—Este se cree héroe. ¡Enséñenle cómo tratamos a los que se meten en lo que no les importa!
El primer matón cargó contra Luis, pero este ya estaba en movimiento. El filo de la navaja cortó el aire, encontrándose con el brazo del atacante antes de que pudiera conectar su golpe. Un grito de dolor estalló mientras el matón retrocedía, sujetándose el brazo.
Luis no tuvo tiempo de respirar. Otro atacante vino por su lado derecho, lanzando un puñetazo dirigido a su rostro. Luis giró, esquivando el golpe y contraatacando con un rápido corte hacia las piernas del agresor. El hombre tropezó y cayó al suelo con un gruñido de dolor.
El líder observaba desde la distancia, su sonrisa ahora menos confiada.
—¿Qué esperas? ¡Acaben con él!
Dos más se lanzaron al unísono. Luis retrocedió, calculando sus movimientos. Esquivó una patada por centímetros, su hombro rozando la pared del callejón. En un giro ágil, utilizó su navaja para golpear el mango de una barra que uno de ellos sostenía, desarmándolo. Con un empujón, el hombre cayó contra su compañero.
—Eso es todo lo que tienen ?—gritó Luis, su voz mezclada con adrenalina y desafío.
El líder, furioso, se adelantó. Sacó un cuchillo más grande y más intimidante que el de Luis.
—¡Ya basta de juegos!
Luis tragó saliva. El líder era más alto, más fuerte, y su experiencia era evidente. Pero Luis no retrocedió. Sus ojos destellaban desafío mientras ajustaba su agarre en la navaja.
El líder atacó primero, un tajo amplio que buscaba abrirle el pecho. Luis lo esquivó por poco, sintiendo el filo pasar cerca. Contraatacó con un movimiento rápido hacia el costado del líder, pero este giró a tiempo, bloqueando el golpe con su cuchillo. Las chispas saltaron cuando el metal chocó contra metal.
El intercambio fue frenético, cada movimiento calculado y peligroso. El líder lanzó un puñetazo con su mano libre, conectando con el hombro de Luis y haciéndolo retroceder unos pasos. Luis apretó los dientes contra el dolor, su respiración acelerada, pero sus piernas firmes.
Entonces, aprovechando un descuido mínimo del líder, Luis giró rápidamente sobre sí mismo, utilizando la inercia para lanzar un corte directo al brazo que sostenía el cuchillo grande. El líder dejó escapar un gruñido de dolor cuando el cuchillo cayó de sus manos al suelo.
Luis no perdió el tiempo. En un movimiento fluido, pateó el cuchillo lejos y colocó su navaja contra la garganta del líder.
—Ya estuvo —dijo, su voz baja pero llena de peligro—. Diles que se larguen.
El líder respiraba con dificultad finalmente había caído, levantó una mano hacia sus hombres.
—¡Vámonos! —ordenó entre dientes.
Los matones recogieron a sus compañeros heridos con torpeza, tropezando entre ellos mientras maldecían a Luis con miradas de odio. Uno de ellos, sujetándose el costado, se detuvo un instante para escupir al suelo antes de desaparecer en las sombras del callejón.
Los matones recogieron a sus compañeros heridos con torpeza, tropezando entre ellos mientras maldecían a Luis con miradas de odio. Uno de ellos, sujetándose el costado, se detuvo un instante para escupir al suelo antes de desaparecer en las sombras del callejón.
A unos pasos de distancia, Miguel, todavía sentado en el suelo con la espalda contra una pared mugrienta, lo miraba con los ojos abiertos como platos.
—¡Eso fue... in...! —balbuceó, intentando recomponerse. Luego tosió para cubrir su asombro y se cruzó de brazos, adoptando una pose que pretendía ser indiferente—. Meh, he visto mejores peleas, cuck.
Luis arqueó una ceja, claramente no impresionado, y se pasó el dorso de la mano por la boca para limpiarse un hilo de sangre que goteaba de su labio partido.
—¿Estás bien, papu? —preguntó, extendiéndole una mano para ayudarlo a levantarse—. ¿Qué haces en este barrio? A este paso, te iban a robar hasta los riñones, man :'v
Miguel miró la mano extendida, pero la ignoró, levantándose con un salto y sacudiendo su ropa con un gesto exagerado.
—Tch, estoy bien, autista —respondió, intentando sonar despectivo, aunque su tono temblaba ligeramente—. Solo me perdí, ¿ok?
Luis dejó escapar una risita, divertida pero cansada.
—Claro, claro... —dijo, alzando las cejas—. Bueno, vámonos antes de que otra pandilla nos encuentre :,,v
. . . .
En la casa de Luis
El techo de lámina, desgastado pero obstinado en reflejar la luz del sol, parecía contar su propia historia de lucha contra el tiempo. Las paredes de ladrillo agrietado rodeaban la humilde morada del lince, Miguel observaba todo con una mezcla de curiosidad y desdén, intentando procesar cómo alguien podía vivir allí.
—Te presento mi mansión, papu Xd —dijo Luis con una teatralidad exagerada mientras sacaba las llaves de la puerta.
—Menuda mierda.
Luis se detuvo en seco, girando sobre sus talones con una expresión de ofensa .
—¡Hey! Más respeto. Encima que te invito >:"v
—¿Y qué querías que dijera, cuck? —replicó Miguel con una media sonrisa—. Esa cosa, en un terremoto, se va a la verga.
—Te pasas :'v. Bueno, entra, papu — respondió mientras giraba la llave y abrió la puerta con un empujón, haciendo crujir las bisagras— ¡Ah, ya sé! —su expresión se iluminó— Te voy a presentar a alguien especial.
Miguel lo miró con una ceja alzada. —¿Especial? aparte de ti no creo que haya otro especial.
Luis inhaló profundamente y gritó con un entusiasmo que hizo eco en las paredes humildes.
—¡MIGUEL! ¡MI VIDA, VEN AQUÍ!
Miguel se quedó paralizado, mirándolo con una mezcla de incredulidad y disgusto.
—Pero qué carajos, porque gritas anormal?
Antes de que pudiera seguir, algo pequeño y ágil saltó a los brazos de Luis. Un gato crema, con ojos enormes y brillantes, maulló suavemente mientras se acomodaba.
—¿Cómo estás, Miguel? —preguntó Luis, mirando al felino con una sonrisa tierna.
—Fatal —respondió Miguel, sin captar del todo la situación—. Me asaltaron por primera vez y casi muero.
Luis soltó una risa entre dientes, sacudiendo la cabeza.
—Pfff, le decía al michi, papu. XD.
Miguel entrecerró los ojos, apuntando al animal con un dedo acusador. —¿Y por qué chingados le pusiste MI nombre?
El castaño rascó la parte trasera de su cabeza, como si estuviera buscando una excusa creíble.
—Pues... no sé. Es que es fresco, ¿verdad? —dijo mientras levantaba al gato y lo acercaba al de gafas.
Miguel suspiró y se inclinó para acariciar al animal.
—Bueno, por lo menos se ve god —murmuró mientras el gato soltaba un maullido satisfecho— ¿araña tu gato?.
—No te preocupes, no araña —dijo Luis con tono despreocupado—. Solo no le toques la panza; ahí sí se prende <:v
Miguel esbozó una sonrisa genuina mientras seguía acariciando al pequeño Miguel.
—Nunca tuve un gato —dijo mientras seguía acariciando al pequeño Miguel—. De hecho, nunca tuve ninguna mascota. Mi mamá es alérgica a su pelusa... Oye, ¿dónde lo encontraste?
Luis bajó la mirada un momento, su voz sonando más seria de lo habitual.
—Lo encontré atrapado en unos cubos de basura. Parece que alguien lo dejó allí.
El rostro de Miguel se tensó mientras seguía acariciando al animal, su expresión reflejando un enojo contenido.
—Pendejos... —dijo con rabia—. Qué bueno que lo encontraste.
Luis sonrió, su tono recuperando la ligereza habitual.
— Sí, tuve suerte al encontrarlo . —dijo abriendo la puerta de su cuarto— ven papu vamos a estudiar
. . . .
◇ Pov Miguel :
Después de horas interminables, con la cabeza a punto de explotar y mis manos adoloridas de tanto escribir, finalmente terminamos de repasar. El último cuaderno descansaba sobre la mesa, lleno de fórmulas, garabatos y diagramas que, por primera vez, tenían sentido para mí.
Suspiré, dejándome caer pesadamente sobre la silla. El respaldo crujió, pero no me importó. Mi cuerpo pedía descanso, pero una sensación extraña, algo cercano al alivio, me mantenía despierto.
—Ese era el último cuaderno, ¿no? —dije, lanzándole una mirada a Luis, que seguía hojeando una página como si no hubiera sentido el peso del esfuerzo de las últimas horas—. No me digas que falta algo más, grasoso.
El lince levantó la mirada y sonrió con esa expresión suya, mitad burla, mitad orgullo.
—No, papu. Ya terminamos. Pero dime... —apoyó el codo en la mesa y me miró con una ceja levantada—. ¿Lograste entender algo?
Me quedé en silencio un momento, dejando que la pregunta flotara en el aire. Miré el desorden de papeles, lápices y libros esparcidos por la mesa, la letra temblorosa en los cuadernos y mis propios rayones que parecía que nunca llegaban a un final. Pero, increíblemente, todo tenía sentido.
—Sí —admití, con una mezcla de orgullo y cansancio—. Entendí el maldito curso. Ni yo me lo creo, pero lo hice.
Sin pensarlo, saqué mi cuadernillo de dibujos de la mochila. Era una costumbre, algo que hacía para despejar mi mente, para olvidar todo lo demás y solo concentrarme en lo que estaba en frente de mí.
Luis, por supuesto, lo notó.
—¿Eso es un cuadernillo de dibujo, papu? ¿Desde cuándo tan artista? —preguntó, inclinándose hacia mí, aggg este castroso.
—Desde siempre, ¿y? —respondí, cerrándolo rápido.
—Déjame ver :"v
—Ni loco.— respondí a este grasomierda, no pensaba en prestarle mi cuaderno pero al ver su cara ja!, este cuck intentaba hacerse el tierno y parecía perro a medio morir, como se nota que lo amantaron con red bull.
—Dale, we. Prometo no reírme :'v
Suspiré, sabiendo que no se rendiría.
—Está bien. Pero ni se te ocurra mirar la última página.
Luis asintió, abriendo el cuadernillo y comenzando a mirar con atención. Podía sentir cómo sus ojos recorrían cada línea, cada sombra. De alguna manera, su mirada me hacía sentir vulnerable, como si todo lo que había dibujado fuera un reflejo de algo más profundo que no quería mostrar.
—Wow... —dijo, con una expresión de asombro genuino—. Dibujas increíble. Me encanta, epiko +100 ;v —levantó un pulgar hacia mí.
Un calor subió por mi cuello, y me encontré desviando la mirada.
—No es nada —respondí, bajando la mirada. Las palabras salían con dificultad, como si me costara aceptar lo que acababa de escuchar—. Aún me falta mucho por mejorar. La anatomía me sale... del orto.
Luis sonrió con más suavidad —A mí me parecen geniales. ¡Oh, ya sé! Creo que puedo ayudarte.
Lo miré incrédulo .—¿Tú? Ayudarme a mí. Seguro ni un palo sabes dibujar. Espera, ¿Qué estás haciendo?
Pero antes de que pudiera decir algo más, Luis se levantó de su silla y, sin previo aviso, se quitó la camiseta.
—Dijiste que la anatomía te salía mal, ¿no? Pues deberías practicar. Creo que eso es lo que hacen los dibujantes... —dijo con una sonrisa socarrona. Se dejó caer sobre la cama con una pose exagerada, apoyando una mano en la frente—. Dibújame como a tus chicas francesa.
Mi mente se quedó en blanco por un momento. No sabía si estaba bromeando o si hablaba en serio. Pero su expresión no mentía.
—Ja, estás de joda, ¿no? —dije, mirando confundido, pero él negó con la cabeza.
—Para nada. Siempre quise que me hicieran un dibujo. Dale we ;v
Suspiré, resignado, y me senté, tomando mi cuadernillo nuevamente. No podía creer lo que estaba pasando.
—Está bien. Pero no te muevas.—dije, finalmente cediendo, volteando la hoja de mi cuadernillo. Mi mano comenzó a temblar involuntariamente mientras giraba el lápiz entre mis dedos.
Abrí una nueva página y tomé el lápiz, intentando calmarme. Solo respira y hazlo. No es gran cosa. Pero el primer trazo salió torcido, una línea quebrada que no tenía nada que ver con lo que imaginaba. Fruncí el ceño, borrando rápidamente. Lo intenté de nuevo, pero la línea parecía rígida, muerta, como si mi mano se negara a cooperar. Volví a borrar, más desesperado esta vez.
—¿Todo bien, papu? —preguntó Luis desde la cama, su tono despreocupado contrastando con el caos que sentía dentro.
Levanté la mirada y lo vi, recostado con los brazos detrás de la cabeza, su torso perfectamente definido capturando la luz tenue de la habitación. Me limpié las manos sudorosas en los pantalones y asentí, tratando de disimular.
—Sí... sí, claro.
Concéntrate. Pero cuando el lápiz tocó el papel, sentí que algo me oprimía el pecho. La línea fue un desastre. Borré de nuevo, esta vez con más fuerza, dejando marcas grises y el papel desgastado. ¿Por qué demonios mis manos están sudando tanto? Era solo un dibujo, ¿no?
Pensaba que todos los pobres eran como los africanos, todos anoréxicos y quemados, pero este cuck era todo lo contrario.
Intenté apartar el pensamiento y volver al dibujo, pero mi vista se desviaban hacia él. Su torso desnudo no ayudaba; era como un recordatorio constante de todo lo que yo no era: seguro, atlético, relajado. Quizás es eso, me dije. Quizás es porque nunca podré alcanzar ese físico. Sí, seguro es eso.
—¿Ya terminaste, papu? —preguntó de nuevo Luis, esta vez con una sonrisa.
—Sí, ya está —mentí, esforzándome por devolverle la sonrisa. Aún faltaban algunos detalles, pero terminé los últimos trazos de manera apresurada, ignorando las imperfecciones.
Luis se acercó emocionado, inclinándose sobre el cuaderno.
—¡No mames, esto está increíble! —exclamó, genuinamente asombrado—. En serio, papu, tienes talento para esto. No te la crees, ¡pero está épico!
—Naa, no es para tanto —respondí, tratando de sonar humilde mientras cerraba el cuaderno rápidamente.
—¿Qué hora es? —pregunté de repente, un mal presentimiento atravesándome.
Luis sacó su teléfono y lo revisó con calma, ajeno a mi creciente ansiedad. —Son las nueve, papu. Creo que ya es tarde.
Ah shit. Saqué mi celular del bolsillo como quien abre un ataúd. Al ver la pantalla, sentí un escalofrío recorrerme: cincuenta llamadas perdidas de mi madre...
—Mierda —murmuré.
Luis alzó una ceja, curioso. —¿Todo bien, we?
No respondí. Mi mente ya estaba a kilómetros de distancia, tratando de imaginar cómo iba a explicar esto. Me levanté de golpe, tratando de ocultar mi nerviosismo.
—Voy al baño —dije, y salí apresurado antes de que pudiera hacer más preguntas.
Luis señaló con el pulgar hacia la puerta del pasillo. —Por el comedor, a la izquierda.
Entré al baño y cerré la puerta tras de mí. Mi pecho subía y bajaba con rapidez mientras mis dedos temblorosos marcaban el número de mi mamá. El teléfono apenas sonó dos veces antes de que contestara.
—¿¡MIGUEL!? —El grito al otro lado de la línea fue tan fuerte que tuve que alejar el celular de mi oreja—. ¡¿CÓMO SE TE OCURRE NO CONTESTARME?! ¡¿A QUÉ HORAS PIENSAS VOLVER?!
Cerré los ojos y apoyé la cabeza contra la fría superficie de la pared. Sentía el sudor recorrerme la frente.
—Mamá... —empecé, mi voz apenas un susurro—. Ya es tarde y... ¿puedo quedarme?
—¿¡QUÉ!? —gritó de nuevo—. ¡NO PUEDES HACER LO QUE TE DÉ LA GANA, MIGUEL! ¿EN QUÉ ESTÁS PENSANDO?
—Solo por esta vez, ma. Por favor —supliqué, con la voz quebrada.
Hubo un silencio incómodo, y el aire se sentía más pesado.
—Está bien —dijo finalmente, su tono aún lleno de ira—, pero que sea la última vez. ¿Me oíste?
—Sí, gracias, ma.
Colgué antes de que pudiera decir algo más, dejando escapar un largo suspiro. Me quedé apoyado contra la pared, con la frente tocando el azulejo frío. Mis manos seguían temblando, pero, de alguna manera, el peso en mi pecho era un poco más liviano.
. . . .
Mientras Miguel seguía encerrado en el baño, Luis dejó escapar un bostezo exagerado, estirando los brazos como si quisiera tocar el techo. Sus ojos, vagando por la habitación, pronto se posaron en el cuadernillo de dibujos abandonado sobre la mesa. Recordó las palabras de Miguel.
"Pero ni se te ocurra mirar la última página."
El viento, como si quisiera tentarlo, movió las hojas del cuaderno, dejando expuesta una página antes de la última. Luis arqueó una ceja, la curiosidad chispeando en su mirada.
—¿Qué esconderá este papu? —murmuró, inclinándose ligeramente hacia el cuaderno.
Alzó una mano, dudando.
—No, no puedo traicionar su confianza. Nel, soy un lince honorable. —Se cruzó de brazos, alejándose un poco, como si necesitara marcar distancia.
Sin embargo, como si el universo disfrutara ponerlo a prueba, un nuevo soplo de viento abrió directamente la última página.
—Ah, no mames... —susurró, sus ojos capturando un dibujo extraño con su rostro— Este...este soy yo? Así que no es la primera vez que me dibuja que raro...
Y en la derecha en una letra cursiva elegante decía:
"Feliz cumpleaños, idiota. Espero que nos volvamos a ver pronto. —Sam."
Luis parpadeó, extrañado.
—Que raro... —murmuró, rascándose la cabeza.
La intriga lo tenía atrapado cuando el sonido abrupto de la puerta del baño abriéndose lo sacó de su ensoñación.
—¡¿Qué demonios haces, grasoso?! —exclamó Miguel, con el ceño fruncido al notar el cuadernillo en manos de Luis.
Luis dio un brinco y cerró el cuaderno de golpe, ocultando su nerviosismo tras una sonrisa forzada.
—¡Je, kiubo, papu! <:v —dijo, intentando parecer casual, aunque el sudor traicionero en su frente decía otra cosa.
Miguel lo miró con desconfianza, cruzándose de brazos.
—¿No estabas viendo nada raro, ¿verdad?
—¡Nel, nel, todo tranqui! Oye, mejor dime algo: ¿te dejaron quedarte o no? ',:v —Luis cambió el tema abruptamente, apuntando con el mentón hacia el celular que Miguel aún sostenía.
—Seee, bueno, cuck, tú mismo eres. Tú en el piso y yo en la cama —dijo el Miguel, dejándose caer en la cama de Luis como si fuera suya, estirándose —. Respeta las tradiciones, indígenas en el suelo.
Luis frunció el ceño, cruzando los brazos.
—¡Saquese kbron! ¿Graciosito, no? Este es mi living, tengo que mimir >:v
—¿Y qué esperabas, cuck? Tu sofá parece esta todo hundido y mugroso como tu, aparte ahí no quepo.
—Pus... —dijo finalmente, dejando escapar un suspiro—, dormimos en la misma cama. Hay espacio de sobra, ¿no?
—¿¡Qué!? Ni loco. Eso es de gayzzz. —Miguel agitó las manos, negando con la cabeza.
—Ah, no te hagas, que ni vas a caber en el sillón. Aparte, ¿Qué tiene? Es como una pijamada de compas no veo nada de malo :v.
Miguel dejó escapar un largo suspiro, pasando una mano por su cabello en un gesto que hablaba de agotamiento mezclado con frustración.
—Si roncas, te juro que te aviento al piso, maldito grasoso. —Su tono era serio, pero había una chispa de humor enterrada debajo del cansancio.
Luis, ya acomodado bajo una frazada de animales con un patrón tan ridículo como reconfortante, le respondió con una leve sonrisa.
—Descansa, papu —dijo en su característico alargando la última palabra.
—Cállate, grasoso. —La amenaza perdió fuerza cuando un bostezo lo interrumpió.
Luis rió por lo bajo mientras apagaba las luces del cuarto. La oscuridad los envolvió con suavidad, dejando solo el leve murmullo del viento colándose por la ventana. En cuestión de minutos, unos pequeños ronquidos comenzaron a llenar el silencio.
—Vaya, sí que te duermes rápido ',:v —murmuró el castaño para sí mismo.
Se recostó sobre la almohada, cerrando los ojos, pero el sueño no llegaba tan fácilmente para él. Inspiró profundamente, intentando relajarse, y fue entonces cuando lo notó: el sutil aroma de Miguel. Un fresco campo de lavandas que le traía una inesperada sensación de calma.
Sin saber por qué, Luis se giró ligeramente hacia donde estaba Miguel, acortando la distancia entre ambos. No lo hizo con intención consciente; fue más un instinto, como si esa cercanía le ofreciera un refugio silencioso contra sus propios pensamientos.
El aroma seguía ahí, impregnando el aire, envolviéndolo con una tranquilidad que no recordaba haber sentido en mucho tiempo, pudiendo conciliar el sueño.
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.
.
(puntitos)
Hola, mis chikistrikis. ¿Cómo se encuentran hoy?
Beibis los extrañe bastante 😭🥺, disculpen la demora paso como 2 meses desde que desaparecí I know estuve en exámenes y se me complico bastante actualizar.
Si tienes recomendaciones, ideas, teorías para la historia, no dudes en hacérmelo saber. Me ayudaría mucho saber tu opinión 💕💞 🗣➡
Cuídense musho, mis tilines, tomen awita, nos vemos en el siguiente capítulo. ¡Besotes! ✨
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