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36.


Evan no me ha llamado. Ni siquiera después de mandarle cientos de audios de mis sesiones de sexo telefónico. Bueno, no.

Fueron siete nada más.

Y como no me respondió me sentí tonta y ya no lo hice más.

Pero eso llevo mis ánimos a nada. Así que fui con mi mejor amiga de toda la vida para preguntarle qué demonios podría estar pasando porque de verdad no lo entendía.

—¿Qué crees que esté pasando?

—No lo sé, a ver desde cuando no tienes noticias de él?

—Hace como una semana.

—¿Segura? Revisa tu teléfono bien.

Lo hice, saque mi teléfono móvil de mis pantaloncillos y revise su chat.

Una semana, exacta había pasado. Y había visto todos y cada uno de mis mensajes, también los audios, fotos y otras cosas que le había mandado. Como vídeos de tontería y media y links de páginas para comprar juguetes sexuales.

—¿Y si lo espante? Ya sabes, con todo lo que me paso.

—No creo eso nena, además porqué se tomaría el tiempo de cuidarte y venerarte de esa manera. Hasta hablo con tus padres.

—Lo sé por eso no teniendo que está pasando.

—¿Ya probaste llamarle?

—Si lo hice.

—¿Y...?

—Buzón de voz directo.

Me estaba volviendo loca con todas esas preguntas, pero me las arregle para hacer más y más llamadas. Hasta le pedí a Cupido que me pasara toda clase de llamadas para probar cosas nuevas, le dije, pero lo cierto.

Es que quería estar ocupada lo más que se pudiera en el día para no pensar en él.

Estuve tentada a ir a casa de sus padres, a la casa que me llevó cuando me presento a ellos en la cena. Pero no sabía cómo llegar yo sola.

Ese día... que tuvimos sexo en el auto por primera vez.

Y si... es todo una fantasía...

¿Y si ya me dio todo lo que debía y me abandono?

Pasaron seis semanas más y tuve un solo mensaje de respuesta en Whatsapp.

"Estoy bien, no me llames más. Hemos terminado".

Yo no lloró solo porque sí. Entonces no lo hice, en su lugar fui a enseñarle el mensaje a Mónica y luego le pedí que me llevará por una pizza para cenar antes de seguir con mis llamadas de la tarde.

Eran las cinco de la tarde.

A las cinco de la tarde del día veinte del mes de julio.

Me mandaron al demonio por mensaje de Whatsapp.

Comencé a reírme histérica en el camino a la pizzería.


***


Comía, hacía ejercicio en casa. Luego salía a la terapia una vez a la semana. Después de que mis padres supieron por Mónica de mi ruptura con Evan me obligaron a ir.

Me dieron una orden, y como siempre, les hice caso.

No lloré ni una sola vez sin embargo, ni en la terapia.

No estaba triste, estaba desconcertada y molesta.

—¿De verdad es cómo te sientes? —Me pregunto mi terapeuta desde hace cinco años de frente sin dejar de mirarme.

—Sí, todo lo que veo es odio. Hacía él.

El terapeuta apunto un par de cosas en su tableta y me pregunto de nuevo otra cosa. Pero ya no escuché.

Él pudo decirme que ya no estaba seguro de mí, de nosotros, que esto era demasiado por llamada. O antes de irse, antes de hacerme el amor el día que se fue en la manera en que lo hizo.

O es que acaso lo hizo así, con tanta ternura y lentitud, porque quería grabarse todo en su cabeza, al ser la última vez que iba a tenerme de esa manera.

¿Por qué no me lo dijo?

Pude haberlo entendido si él hubiese dicho algo. Pero ahora no puedo ni pensar en perdonarlo nunca.


***


Regresando a casa de la terapia me encontré con mi vecino.

—Hola Sofía.

Él sonrió al verme.

Yo no pude.

—¿Quieres tener sexo conmigo?

Solo pensaba en borrar todo rastro de él de mi piel. De mi ser, de mi memoria. Me sentía sucia y me repugnaba haberle abierto mi corazón a un desconocido que no supo valorarlo.

—No creo que estás hablando en serio. Además tienes novio.

—Ya no —contesté segura. Le miré de frente y plante ambas manos a los lados de mis caderas— ¿quieres? Sé que siempre lo deseaste, por lo que le dijiste a tus amigos, enfrentémoslo y superémoslo. De una vez.

—No hablas en serio. —Repite.

—¿Por qué no? No soy la misma chica penosa y abnegada de antes. Soy una mujer caliente y liberada, dispuesta a hacer todo lo que le digas que haga.

—¿Solo sexo? —Cuestiono.

—Solo sexo. —Re afirme.

Sentí mi pulso entre las piernas, en mi cuello y bailando por cada uno de mis poros para decirme que lo que estaba planeando era una muy mala idea. Pero no me importo.

Tuve sus labios encima de los míos. En dos segundos.

Y su entrepierna rozando mis muslos.

—Ábrete para mí Sofía.

Mójate para mí, decía la voz de Evan en mi cabeza.

Vete al cuerno, le grité en repuesta.

—Sí, solo para ti.

Él me quito el vestido de mezclilla que llevaba y luego la blusa. Debajo llevaba un body de los que Evan dijo que no podría usar con nadie más que con él. Los llevaba como ropa interior incluso fuera de casa.

Y me gustaba usar escotes para que estas prendas se dejaran ver un poco cada que me movía, estiraba y agachaba.

Y disfrutaba tanto sentirme sexy y provocativa a dónde sea que fuere.

Nunca me había sentido así en toda mi vida.

—¿Quieres lubricante? —Le pregunté a Enrique.

—No, no creo que lo necesitemos.

Vaya, vaya...

Este es el primer hombre que no me pide más para satisfacerme. Pero de pronto se detiene.

—¿Tienes condones? —Él luce apenado— perdona es que no vine preparado, si hay una próxima vez, lo tendré en cuenta.

—Oh créeme, la habrá. Pero por mientras, el cajón derecho.

Él saco un condón. Se bajó los pantalones y se lo coloco. Sonreí complacida, coloque mi cabeza sobre un brazo para mirarle de frente. Me sorprendió que no fuera cohibido para nada.

Otro hombre se hubiese puesto los pantalones de nuevo.

Pero él no lo hizo.

En lugar de eso, me aventó de nuevo a la cama y me abrió las piernas.

—Ahora verás como coge un hombre de verdad.

—Ya sabes, que conmigo es ver para creer.

—Nena te haré gritar mi nombre hasta mañana.

Y lo hizo. Una y otra vez por toda la noche.


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