26.
—Saluuud por los amores como el mío... —Di un trago a una amarga botella de vodka, mi bebida favorita y sin vaso. Solo bebí directo de la botella.
—¿Cómo es eso? —Cuestionó Mónica.
—Rápidos, apasionados y confusos como saber la receta secreta de la abuela para los panqueques esponjados... —Mónica y yo reímos al mismo tiempo y luego le dimos un sorbo cada una a la botella que teníamos en las manos, la de ella era de Whiskey.
Nunca me gusto el licor, ni siquiera la sidra que a veces tomaba en navidad o año nuevo con mis padres cuando celebrábamos con amigos y familia, obviamente dentro del restaurante. Pero cuando mi amiga me llevó una botella de Vodka con arándanos, fue mi perdición...
La de ella obviamente es otra.
—Quiero llamarlo —solté entre risillas nerviosas, o quizás era que el alcohol que habíamos estado bebiendo ya se nos estaba subiendo. ¿O solo era a mí?
—No. —Soltó burlonamente mi amiga y le dio otro trago a su botella, al terminar hizo una mueca de insatisfacción y luego sonrió— refrescante.
Pase mis manos por todo el piso de la cabaña de madera en donde estábamos para encontrar mi teléfono. No estaba por ninguna parte, levanté nuestras chaquetas, las cuales tiramos nada más entrar en el lugar en el suelo, levanté almohadones, fingí levantar una pequeña mesa que teníamos frente a nosotros y que tenía frituras dentro de bowls casi a término.
Y digo casi, porque una vez que comenzamos a beber las botanas pasaron a último término.
Siento que mi cerebro se va entumeciendo más con cada trago, pero... una cosa es constante dentro. Él. Quiero verlo y hablar con él, quiero aprovechar mi situación para decirle lo que siento de verdad.
Pero no quiero que salga corriendo por la ventana cuando escuché mi confesión de amor ridícula y empalagosa.
—No le dirás eso, no lo permitiré.
—Gracias.
Mi amiga, como siempre lee mis pensamientos. Por eso, le digo lo que siento primero a ella. Se lo ha ganado.
—Le quiero, Mónica, le quiero.
—Lo sé, nena, lo sé —ella lleva su mano a mi cabeza y la acaricia levemente.
—Pero tengo mucho miedo de ser lastimada como la otra vez.
Siendo realmente honesta, me tomó mucho tiempo reponerme. Y aunque ya no le guardo dolor ni coraje a Enrique, el recuerdo perdura y de vez en cuando recurro a ello para no olvidar esa sensación y nunca acercarme de nuevo a ella.
—Pero esto no sé siente así.
—Solo tienes miedo chica, no pasa nada por volverte loca por eso un poco.
—¿Tanto como para salir corriendo en la mañana sin decirle nada a nadie?
—Si alguien se ha ganado eso, eres tú. Especialmente tú, porque no muchas mujeres en el mundo son diagnosticadas y viven con el espectro, pero tú lo haces, y te sale a la perfección, cariño. —Mi amiga de toda la vida le da un largo trago a su botella y después de hacer sus muecas habla de nuevo— y no hay nada de malo en sentirse abrumada por las emociones, ambas sabemos que en parte es tu espectro.
—No sabes cuan cansada estoy de ello.
—Lo sé.
—No, no lo sabes. Esa es la cosa también. No sabía que quería pertenecerle a alguien hasta que le conocí, quiero ser de él, quiero ser amada y adorada solo por él día y noche y no sé si eso signifique vivir toda una vida con él, pero es lo que me dice mi corazón cuando estamos juntos —di un trago a mi botella ahora— dentro o fuera de la cama.
Mi amiga sonríe picaronamente por ese último comentario. Luego golpea mi hombro ligeramente y yo finjo que me duele con una mueca exagerada de dolor.
—¡Dios! ¿Cuándo te hiciste tan fuerte?
—Fueron esos días que estuvimos enojadas. —Confiesa con desagana, recordando esos días tan lúgubres— fueron los peores que he vivido por cierto, y dicho eso debo decir que espero que nunca se repitan.
—¡Salud por eso! —Chillé acercando mi botella a la suya, pero creyendo que solo se tocarían ligeramente, en lugar de eso las botellas se rompieron una contra la otra haciendo que las dos nos cortáramos la manos contraria.
***
Puedo decirles que no tiene nada de gracia tener que llamar a un novio enfadado porque me fui tan rápido en la mañana de la cama, y a parte de todo lo corrí de la casa, pero aún así no dejé de reírme cuando lo hice.
Y cuando nos llevó a las dos a la sala de emergencia.
Creo que estaba más borracha de lo que pensaba.
Y tampoco dejamos de reírnos en todo el proceso de curación y cuando terminamos dos enfermeras tuvieron que detenernos de intentar chocar nuestras manos vendadas porque nos habíamos dado cuenta de que ahora las dos tendríamos marcas similares en la mano.
Como dije, maleta azul, es nuestro salvavidas. Y si me lo preguntas, debería ser el de toda las mujeres del mundo.
Y como no dejábamos de amenazar a todo el que quería separarnos, nos internaron para desintoxicarnos por toda esa noche, a las dos, y nos colocaron en una misma habitación. Cama con cama, lado a lado.
Como cuando éramos niñas y fingíamos dormir separadas pero juntas, porque creíamos ser demasiado grandes para dormir en una misma cama durante una tormenta o porque la oscuridad nos daba miedo después de ver una maratón de películas de terror.
Así éramos Mónica y yo, inseparables, no importa cómo, cuándo o por qué.
No soy nada sin mi mejor amiga en mi vida, es mi alma gemela y nunca nadie tomará ese lugar.
***
Cuando despertamos estábamos sobrias pero algo molestas por haber dormido en una cama de hospital y no en la cabaña de siempre.
Además, nos dolía toda la mano y también la cabeza por la resaca.
Pero después de eso, estábamos totalmente bien.
Me senté fuera de la cabaña, en unos viejos escalones de madera que ya estaban súper mal hecho pero seguían ahí, como nosotras yendo cada año. El día que decidan reemplazarlos sin embargo, estaré molesta.
Evan vino a mi lado y se sentó sin quitar la cara de molestia que tuvo desde que me vio llena de sangre y riendo anoche.
—Apuesto a que jamás imaginaste verme hecha un desastre.
Él no dijo nada por un largo rato.
—¿Eso es lo primero que tienes para decirme después de haber huido como lo hiciste?
—Sí —creo que aún estoy algo ebria después de todo, porque mi yo normal y racional jamás habría hecho tampoco lo siguiente. Le tomé por el cuello y le jale para irme encima de él.
Le besé como nunca, con lengua y todo y cuando mi mano me dolió por presionarme demasiado fuerte contra él solo pude gemir, pero no llorar. Pero lloré.
Sentí las lágrimas caer por mis mejillas y las probé mientras le besaba.
Cuando me separe, me declare.
—Te quiero.
Él me miró de frente y respondió claramente.
—¿En serio? Porque yo también te quiero.
Y sí, todo mi berrinche fue para poder liberarme de ese miedo y decirle al hombre que tengo frente a mí que se me llena el corazón de solo verlo, que quiero verle despertar cada mañana conmigo, que quiero que me amé a mí y solo a mí.
Quiero ser de él y solo de él.
De fondo escuché como Mónica sacaba una bocina portátil y reproducía Yellow de Coldplay.
Así es como debe ser el amor. Siempre.
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