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18.


Un niño especial jamás olvida nada. En realidad la mayoría de los niños y adultos especiales recuerdan con mayor detalle todo lo que les dices, desde el atuendo que llevabas puesto ese día hasta lo que dijiste que se supone deben olvidar.

Pero no lo hicieron.

En el verano del año 1995 conocí a una intrépida y loca Mónica. Mientras ella pasaba sus recreos golpeando a niños para que le dieran su almuerzo o su dinero del almuerzo, yo me sentaba pacientemente en un rincón del salón de maestros a comer el mío.

Lo cierto es que los niños especiales pueden o deben (según como quieras verlo como padre) asistir a una escuela de desarrollo y trato especial en sus primeros años. Pero mis padres nunca estuvieron de acuerdo con esa distinción o separación.

Mis padres incluso lo llegaron a comparar con el sistema de castas en que dividíamos la sociedad de hoy en día, criticando siempre primero que nunca ha funcionado bajo ese sistema, por lo tanto no deberíamos de seguirlo.

Así que me llevaron a una escuela normal para que intentara ser normal.

Y cuando después de media año, en el primero, ella ya había atormentado a todos los niños de su clase (y de otras) solo por diversión según sus palabras, no mías. Llegó mi turno.

Tenía casi cuatro años cuando la conocí y lo primero que me dijo fue lo más determinante para mí. Por eso soy la única que cuenta esta historia bien.

Y porque soy la única que la sigue recordando a pesar del tiempo.

—¿Y tú que traes de comida? —Ella me miró fijamente y desafiante.

—Un sándwich de jamón de pavo —mientras crecía no comía muchas cosas diferentes, lo cual no es muy diferente de ahora.

No demasiado.

—¡Dámelo! —Me ordenó.

—Te lo doy si me lo pides de buena manera —le contesté sin dejar de mirarla.

—¡A mí nadie me dice que hacer! —Chilló la niña. Y al hacerlo llamó la atención de todos los otros niños.

Esta fue la primera vez que me atreví a comer fuera de la sala de maestros y por buena o mala suerte fue el día que por fin las dos conocimos que era tener un mejor amigo a tu lado.

Yo estaba sentada y ella de pie.

Le di una patada en la espinilla.

La niña cayó al suelo y comenzó a llorar. Yo, en cambio me giré para sacar de mi lonchera un segundo emparedado. Lo otro cierto en este relato es que desde que la vi robarle el almuerzo a otros niños supuse que era porque ella no tenía dinero para comprar uno, aún así tuve que pedirle clarificación a mi madre en ese asunto y también le pedí a mi madre que me pusiera un segundo emparedado dentro de la lonchera.

Esperando este momento inevitable.

Para mí no fue cuestión de suerte, sino como mi padre dice siempre: Es cuestión de ver la probabilidad y la estadística de todo. Mi padre es un profesor de Contaduría retirado, también fue contador cuando era más joven, pero desde que el restaurante comenzó a tener más clientes se retiro para atender el negocio de la familia de su esposa.

Y poco a poco lo hizo de él también.

Ahora era el negocio familiar.

—Es tuyo si te portas bien y si te disculpas mañana con los demás niños te traigo otro toda la semana.

La niña me miró sin creerlo. Pero hizo lo que le pedí. En menos de una semana ya éramos buenas amigas, así que la llevé al restaurante de mis padres antes de que el año escolar terminara para presentársela.

Para el segundo grado, ya éramos inseparables.

—¿Papá puedes darnos más galletas de chocolate? —Nos sentábamos en una mesa ubicada cerca de la cocina para que tanto mis padres como el personal del restaurante estuvieran atentos a los dos.

Esa era la condición para que ella pudiese pasar el rato conmigo. Y por supuesto que mis padres y su madre, quién era madre soltera, jamás permitirían que dos niñas de preescolar estuviesen solas en casa sin supervisión alguna.

—¿Tu madre te hace galletas también? —Le dije a la niña cuando un mesero de nombre Modesto nos dejó el plato en la mesa.

La niña no dijo nada, incluso le vi apartar la mano que ya había estirado para tomar una galleta del plato de cerámica azul que era ya típico del restaurante.

—No, nunca las hace. —Admitió avergonzada.

—No te preocupes, le diremos a mi papá cuando te llevemos a tu casa más tarde que le empaqué unas para que las pueda probar —hice un ademan de intentar alcanzar la mano de mi amiga, pero la verdad no lo hacía, mis brazos eran tan cortos que no le llegaba ni a un cuarto de mitad al hacerlo— y siempre que quieran pueden venir aquí por galletas gratis recién horneadas, ¿cierto papi? —Grité a la puerta donde estaba él recibiendo clientes.

Mi padre me sonrió y asintió.

—Por supuesto, lo que sea por la familia.

Esa es la historia de cómo yo encontré una mejor amiga y Mónica encontró una familia.


***


Por supuesto que las dudas de mi amiga me las tomaba muy en serio.

No era la primera vez que tenía que aprender a la mala sobre esas pequeñas advertencias. Por eso me las tomaba demasiado en serio.

Lo único cierto en esta vida es que es el momento de contar la historia de cómo el único hombre de mi vida me rompió el corazón en pedazos.


***


Sí esperas que este relato comience con una fecha en específico, no puedo hacer eso por ti. Porque incluso recordarlo duele demasiado.

Estuve enamorada de él desde que íbamos en primaria hasta que salimos de la preparatoria. Y no me importaba que los demás lo supieran, como dije antes odio las mentiras y los secretos.

Y aunque pudiera no estar en mí decirlas o hacerlas.

Estoy más que otras personas consientes de la maldad del ser humano. Me ha tocado experimentarla de miles de maneras gracias a mi diagnóstico, y por suerte de la vida, buenas personas han estado a mi lado para ayudarme y apoyarme.

No compadeciéndose de mí ni teniéndome lástima, sino, empoderándome para que aprenda a valerme por mí misma en esta vida.

Esa es la clase de chica que soy.

Pero para poder convertirme en lo que soy ahora tuve que pasar por un corazón roto.

Es la única vez que lo he experimentado y después de eso, me quedo claro que era la única vez que me iba a permitir hacerlo.

No me andaré con más rodeos...

Él siempre fue amable conmigo, jamás me bajó de un ser supremo digno de amor y de atención como cualquier otro ser humano. Y al menos una vez al día me recordaba que la inteligencia era mi principal don. Me ayudaba cada que alguien me hacía menos y fue quién me enseñó como dar un puñetazo de la manera correcta para que no te doliera demasiado la mano al terminar de hacerlo.

—Debes cerrar la mano y apuntar directa a dónde quieres dejarlo ir —él tomó mi mano y la cerró cuidadosamente ante mis ojos atentos.

También fue quién me enseño a querer bajar el cierre de mi vestido de manera precipitada pero con seguridad.

Fue el primer hombre con el que experimente el deseo.

—No te apresures —me dijo cuando me llevé las manos a la parte trasera de mi vestido, quería bajar el cierre a toda prisa, pero él me detuvo diciéndome que ya habría tiempo para todo en nuestra relación— ya habrá tiempo para todo.

Él fue el primer "te amo" a un chico, y el último, y el único.

Y solo Mónica lo sabe además de mí, pero salimos por dos años antes de que él terminara nuestra relación alegando que la distancia de nuestras universidades haría imposible vernos.

Y aunque me dolió encontré su razón lo suficiente racional como para seguirla y apoyarla.

Esto hasta que un día en un caluroso verano le vi salir de un bar local en compañía de sus mejores amigos de toda la vida. Solo Mónica, yo y mis padres sabían que estábamos saliendo. Y nunca me pareció raro cuando él pidió que nadie más lo supiera.

Por consiguiente la mayoría de nuestras citas de pareja eran en el restaurante de mis padres o en lugares privados como departamentos o sitios cerrados y oscuros.

Si alguna vez has pasado por lo mismo con una pareja ya te diste cuenta de que él me estaba escondiendo de los demás porque se avergonzaba de mí.

Yo no tenía porque esconderme, pero lo hice. No le había visto en casi todo el verano. Porque él decidió romper conmigo empezando justamente este periodo de tiempo, alegando que quería concentrarse en la universidad.

Ya que iría a otro estado tendría mucho que planear antes de irse de su ciudad natal y de la casa de sus padres.

Jamás me imaginé que sería por otra razón, me escondí detrás de un anuncio largo y alto con un banner de una cerveza muy popular de ese tiempo "La Reina". El bar local estaba plagado aquella noche de mujeres bonitas y con ropas ajustadas, además la música dentro del lugar era ensordecedora.

Yo nunca habría podido ir a un lugar así con él por las condiciones de mi espectro, así que comprendí que una de las cosas que más querría hacer él al terminar conmigo sería justamente hacer las cosas que no podría hacer conmigo.

Él y sus amigos se sentaron en una mesa de madera afuera del lugar, pidieron bebidas y comenzaron a reír en cuanto la mesera dejó el lugar. Quizás uno de ellos estaba haciendo una broma sobre ella y por eso las risas.

Pero con el banner delante de mí apenas y podía verles y mucho menos escucharles.

Así que lo tomé con ambas manos y lo levanté, caminé lentamente y me posicioné lo suficiente cerca como para verles y escucharles mejor.

Un mesero me observo pero no dijo nada.

Y un par de chicas también, y la misma reacción. Supongo que como mujeres ya sabían lo que estaba pasando con verme.

—¡Amigo que bueno qué has dejado por fin a esa chica! —Gritó uno de ellos con la mano en el aire.

Enrique la choco con él mientras sonreía.

—No era tan mala. —Declaró seguro.

—Pero si no podías hacer nada con ella ni ir a ningún lado.

Como dije sé de mis limitaciones con él. Y no lo culpo si ese fuera el motivo detrás de nuestra ruptura. Nadie tiene que sentir ser una carga para su pareja ni tampoco serlo.

De verdad.

—Para que te haces, era una auténtica tortura estar con ella, además era una bruja cada que hablabas con ella —otro de ellos rió. Y se bufo de mí, sin que él dijera nada está vez para sacarle de su error.

—Además era una santurrona caliente, ¿no lo dijiste antes? —Otro de ellos habló.

—Yo no dije eso.

—Si hasta te pidió tener sexo con ella abiertamente, ¿por qué no lo hiciste?

—Eso es mi problema amigo.

—Vamos dinos, ella nunca sabrá... —Pero si lo supe.

Escuché cada palabra y cada ataque de sus amigos y como él casi nunca me defendió.

Hasta que él fue quién lo incitó.

—Lo cierto es que... —Él guardo silencio al principio y yo pensé que era porque no diría nada, porque se lo estaba pensando mejor— no quise hacerlo con ella porque sabía que era frígida debido a su enfermedad.

No creo que deba decir nada más.

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