14.
Sabía que ese vestido era para mí, como yo era para él. Y como él pidió verme antes en el.
Era perfecto.
Entró en mi habitación justo a tiempo, casi como si estuviese contando los segundos.
—Primero deja que te diga que no importa tus condiciones. Las acepto —y lo dijo sin dudar.
Caminé lentamente hacía él y lo primero que hice fue sonreírle.
—Yo digo que hacer siempre.
—Entendido.
—Y jamás puedes pedirme nada que se considere irracional.
—Sí, señora.
—No te escuché.
—Sí, señora —gritó ligeramente— solo quiero ser tuyo.
—Yo no poseo personas.
—Quiero pertenecerte.
—Cállate y bésame.
Llevé mis labios a los suyos, pase mis brazos uno a uno por su cuello y por debajo de su espalda.
Agarré su cabeza por la nuca y el toque le hizo gruñir. Solo una vez antes le he hecho hacer este sonido. Y fue contra la bocina del teléfono rojo.
Me separé de él para hablarle de frente.
—Voy a bajarte los pantalones ahora. —Iba a arrodillarme para llegar a ellos pero me tomó de la muñeca derecha y me jalo de regreso para estar a la altura de sus ojos.
Ojos castaños comunes que destellan cuando les veo de cerca, solo para mí.
—Lo siento pero no es así como debe ser.
Lleva una de sus manos a mi muslo izquierdo, cruza su brazo por encima de mi cuerpo y el contacto aún por encima del vestido me hace temblar. Este es el día.
Este es el momento en que ponemos toda esa charla vacía en práctica.
—¿Entonces cómo?
—Yo tengo que hacer todo para complacerte a ti. Solo dime que lo haga, y no dudaré.
Detiene su mano en mi pierna. En seco.
¡No!, ¿por qué? Quiero más, reclama mi mente.
—Bájate los pantalones y quítate la camisa. —Actuó como alguien que lo sabe todo, pero esto es meramente intuición.
Y no puedo confesarle nunca a este hombre que mi magnificencia proviene solo de mi imaginación.
—Como ordenes —baja ambas manos hasta el primer botón cerrado de su camisa, y lo desabotona, luego el otro y otro...
Sin dejar de verme de frente.
Levanto una ceja y el gruñe, como si el propio movimiento de sus manos ya le tuviera lo suficientemente excitado.
Terminó con la camisa, la dejó abierta y aunque no estaba aún en el suelo, pude ver por debajo de ella pectorales sin vello. Tal como me lo estaba imaginando. Gracias al cielo por los hombres que no tienen vello en el pecho.
No me gusta.
Y por supuesto que he fantaseado cientos de veces con un hombre antes. Sobre lo que quiero y no, donde tocarme y donde no. Donde puedo ir más lejos y donde es mejor no presionar.
—¿Puedes ayudarme a quitarla?
—Sí —sonreí complacida.
La prenda en mis manos era suave, le empuje levemente hacía atrás primero. Llegó hasta los codos y tuve que jalarla para que cayera al suelo al fin.
—Pantalones —le recordé.
Él los quitó lo más hábilmente que se permitió así mismo, trato de no quitarme la vista de encima pero no podía. Debía desviar la mirada para hacerlo. Así que bufo molesto por ello sin que lo viera.
Pero si lo escuché.
Como recompensa balance mis caderas lentamente como si estuviera bailando sensualmente en una pista de baile. El Salón Arcoíris era un conocido y muy caro antro del centro de la ciudad.
Ubicado en la parte alta.
Nunca he entrado, pero he pasado por fuera en mi camino más de una vez y la fila continua toda la noche y madrugada, incluso he escuchado de personas que hicieron cola todo ese tiempo y no consiguieron entrar.
Y lo vuelven a intentar cada que pueden.
Esa clase de persistencia es mi favorita.
Por eso le quiero en mi cama al hombre que ven mis ojos, porque me ha mostrado que esa persistencia la tiene dentro de su ser.
—¿Puedo preguntarte algo?
—Puedes.
—¿Llevas algo debajo de este vestido?
—No. A la cama ahora.
—Sí, señora.
Él solito se recuesta en el centro de mi cama, esta vez el juego de cama es de color azul. Como aquel juego de lencería que use con él antes.
Soy una persona extremadamente analítica y lógica. Para mí todo tiene que tener sentido.
Pero si pensara en el destino y esas cosas del azar, creería que el que hubiese elegido ese color en específico poco antes de este encuentro sería una señal de que este día llegaría tarde o temprano para los dos.
Me subí encima de él y antes de besarle le di una sola orden.
—Puedes tocar todo lo quieras a partir de ahora.
—Sí mi señora.
Pero llevo sus manos a mis caderas y las dejó ahí por mucho tiempo.
—¿Podré estar arriba hoy?
—Por supuesto, sino sería una absoluta tortura.
—Tienes toda la razón... —Él dejó en el aire.
—Siempre —completé—. Mete tus manos en mí, ¿quieres?
—Sí, quiero.
Llevó una mano a mi cabeza para presionar mis labios contra los suyos y la otra la metió a mis piernas, pasando por mi vientre lentamente. ¡Dios! Se estaba tomando demasiado el tiempo.
Esto no es tanto como me lo había imaginado antes.
—Esto no funciona —quise bajarme de él, cuando le sentí entrar en mí, solo un pulgar entró pero gemí por ese pequeño placer— Diosss....
Estiré tanto la s en esa sola palabra que me salió.
—Dame permiso de hacer lo que quieras ahora.
—Hazlo —le rogué—, hazlo.
—Ahora va la mía.
Me dio una revolcada con sus piernas, una a cada lado de mi cadera y luego estaba debajo de él, en segundos. Abrí mis ojos por completo.
Solo he visto esa maniobra antes, en un lugar.
En la lucha libre que le gusta ver a mi padre los domingos por la tarde.
—Oh Dios... —Mi garganta estaba seca, así que salió como un chillido.
Su erección libre bailó contra mis muslos. Él no dijo nada por aquello, pero le vi rasgar un empaque de codones con los dientes. Recordé vagamente que en alguna parte vi que eso no sé debía hacer.
Sin embargo solo estaba abriendo la caja, no el empaque plástico de los condones.
Y él cuando tuvo tiempo de alcanzar la gaveta de mi cama para tener esto a la mano. Será que le dejé demasiado tiempo para vagar por el lugar y los encontró mientras yo creía que estaba jugando encima de él.
O los había traído con él antes de venir.
Y si ese es el caso, debo sentirme ofendida o halagada de que este haya sido su único objetivo antes de venir aquí.
¿Qué pasará después de que me haga suya?
¿Me dejará y jamás volverá porque ya tiene lo que quiere?
Nunca antes me hice estas preguntas, porque el único hombre que me intereso antes, fue Enrique. El Megalodón me miró de frente.
Me removí debajo de él.
—¿Quién es Enrique?
Oh no.
No respondí.
Me llevé las manos a la boca para callarme.
—No me importa si es tu novio.
—No es nadie.
—De verdad no me importa si tienes novio, pero preferiría que no.
—¿Por qué?
—Porque si viene a desayunar mañana no estarás sola.
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